Por Armando López Muñoz

Con una pequeña acción “involuntaria”, Avelina Lésper (probablemente muy a su pesar) ha hecho más por el arte contemporáneo que Zona MACO en sus casi dos décadas de existencia. Parece ridículo que en pleno 2020 nos sigamos relacionando con la obra de arte de formas tan contradictorias, pasadas de moda, absurdas, incongruentes y moralinas.

Nadie se enteró de que el “aura” no existe, ni de que es sólo un fetiche burgués engaña pendejos. Nadie se enteró de que el original no existe. Nadie se enteró de que la pieza es la historia y el concepto de la pieza. Nadie se enteró de que la pieza es lo que se dice de ella. Nadie se enteró de que la pieza es el diálogo que ella inicia, ni de que es las preguntas que ella abre. Nadie se enteró de que la pieza no es el objeto. Pura superstición que cree en el “genio” mágico del artista, en la materia como reliquia del espíritu humano, en la sacralidad de las iglesias transportada a los museos y galerías. Nadie se enteró de nada.

Nadie se olvidó del culto. Nadie se olvidó de la devoción. Nadie se olvidó del fetiche capitalista. Nadie se olvidó del rancio sistema del mercado del arte. Nadie se olvidó de la jerarquía ni del elitismo. Nadie se olvidó de los ignorantes con dinero y del poder que ellos ejercen en la moral y la estética; pero sobre todo, nadie se olvidó de cobrarles comisión por endulzarles el oído diciéndoles que en el juego de la libertad creativa también pueden participar y mandar «si tan sólo se animan a comprar aquello que no entienden pero que es ‘tan’ objeto que puede seguir siendo comprado, coleccionado/acaparado y eventualmente, revendido con una plusvalía.»

Nadie recuerda “La fuente de Duchamp”, que ni es fuente ni es de Duchamp. Nadie recuerda la “mierda de artista”, que ni es mierda y supongo que no es de “artista”. Nadie recuerda el performance, ni la intervención, ni el accidente, ni el humor involuntario. Ni Avelina recordó la estafa. Todo fue solemnidad y pose. Nadie recuerda “el gran vidrio”, ni nada.

Sólo recordamos la sacro santa propiedad privada de un objeto que ni siquiera debería importar como mero objeto.

Ese día también se cayeron mil obsoletos monóculos. Los anarquistas lloraron por un vidrio roto, los ateos se persignaron, los artistas, mercaderes y publicistas se dieron golpes de pecho, y a los progres les salió su facho interno y por primera vez dejaron de tener dudas y tuvieron algo claro: había que tener mano dura y dar ejemplo para que ningún otro detractor fuera incitado a la rebeldía. ¡Detenedla! ¡Es un chivo en una cristalería, lapiden a la hereje, quemen a la bruja, sacrifiquen a la cabra! Los únicos congruentes fueron los dueños del dinero que desde su ignorancia burguesa pensaron: si lo rompe, que al menos pague el deducible.

¡Hay que desacralizar todo! ¡Que no quede nada en ningún altar! Es el único antídoto en contra del fanatismo.

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