Benedicto Torres y Soriano ( A.K.A G M de B)

La corrupción es un fenómeno cotidiano en México y lo peor de todo es que parece estar diseñado por las propias autoridades. Se trata de un mecanismo que funciona perfectamente y parece que no hay escapatoria. Me explico: El otro día iba conduciendo mi coche y, por la prisa y la distracción, me di una vuelta prohibida en uno de esos extraños cruces de calles que se han generado a partir de que circulan por la Ciudad de México los Metrobuses; lo que antes era un enorme eje vial de 6 carriles, ha quedado convertido en una extraña y dividida calle en la que hay que ingeniárselas para circular, por lo que casi es necesario ser un experto en cartografía.

El caso es que un par de calles adelante del extraño crucero, me marcó el alto una patrulla. Por supuesto lo primero que pensé fue Chin, la cual es una expresión que nada tiene de esperanzadora. Una vez que me detuve, la patrulla se paró detrás de mi coche y de ella bajó un corpulento policía que lucía una de esas camisas blancas con amarillo fosforescente capaces de arruinar la mejor de las retinas. Se acercó a mi ventanilla y me dijo en tono ligeramente sarcástico: «¿Si sabe por qué lo detuvimos verdad?», por un momento pensé revirar con un «¿para que me muera de envidia porque no tengo un atuendo tan llamativo como el suyo?» Preferí no hacerlo porque eso me podría significar un VTP a las Islas Marías.

Me pidió mis documentos y después de revisarlos minuciosamente, sacó de entre sus ropas un reglamento de tránsito y me señaló una página en la cual se describía la infracción que yo había cometido. No sé si efectivamente era un reglamento vigente y tampoco se si esa referencia era cierta porque en un acto de prestidigitación, le daba vuelta a las páginas. Según el oficial de policía, la infracción cometida ameritaba un montón de días de salario mínimo (que a la hora de sumarlos no era cosa mínima) pues equivalía a más de dos mil pesos, más una penalización de puntos a mi licencia de conducir y perder el privilegio de la licencia permanente.

Asombrado por el enorme costo punitivo de dar una vuelta prohibida en una país donde la impunidad del crimen organizado es galopante, no me quedó más remedio que decirle al policía que por supuesto estaba en un gravísimo problema, no por lo que cometí sino porque no contaba con todo ese dinero y que si sería tan amable de ayudarme «No le entiendo», me dijo; y yo por un momento creí que me había topado con el único policía incorruptible del país «Pues ya sabe, écheme la mano oficial» le dije; «y de cuánto va a ser la ayuda» me contestó; le expliqué que cuando mucho traería doscientos pesos. Por suerte no insistió en que no me entendía y se dirigió hacia su patrulla, cuando regresó hasta mi  coche me pidió que me echara en reversa, que la patrulla me abriría paso para salir de Insurgentes y continuar la negociación en una calle más pequeña… y sin cámaras.

Ya lejos de las indiscretas miradas de las lentes de vigilancia, no me quedó otra que «ponerme la del Puebla» con el policía. Lejos de sentirme enojado y/o ofendido por lo que había sucedido, respire aliviado porque tengo entendido que no sólo se tiene que cubrir el monto de la infracción, sino que es imposible sacar un coche del corralón si hay tenencias o verificaciones pendientes de pago.

Así es, las leyes en México están hechas para que el soborno no genere cargo de conciencia sino agradecimiento, un profundo agradecimiento.

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