Las sesiones del festival de Cannes comienzan con una frase común en francés pero que la repetición hace ritual:»La séance commence». En ninguno de los idiomas que conozco la traducción es remotamente eficaz y alusiva: «Comienza la función»o » The show is about to begin», no tienen el misterio ni la significación que creo que tiene en francés, donde séanceconvoca a todos los espíritus y la intervención de Madame Blavatsky, espiritista magna. Lo que Milton reunió ante sus ojos de ciego y de poeta, Homero inglés: «innúmeros espíritus armados / en lucha incierta», puede ser una perfecta evocación del cine de aventuras que jamás verá. Los «innúmeros espíritus» son las sombras vagas convocadas sobre la sábana blanca de la pantalla, la envoltura del espectro que todavía no tiene color: no es el espectro solar sino el enigma de la noche y de la luna.

Georges Méliès fue el primer mago, el primer cineasta, el primero que convocó la fantasía, dejando detrás a esos hermanos Lumière que sólo veían obreros saliendo de una fábrica, un tren entrando en la estación o tal vez un regador regado en una suerte de porno para bobos. Pero no para el Gran Georges. Para Méliès sólo había la posibilidad del viaje: los primeros hombres en el espacio exterior y el cohete disparado que iría a herir el ojo de la luna mirando a la noche, invenciones que hacían posibles no sólo el cine sino el tránsito maravilloso. Méliès estaba preparado para su futuro al haber sido mago de salón, ilusionista y ventrílocuo, adelantándose a los actores que hablarían con una voz desplazada. Méliès, además, había comprado el teatro Robert Houdin (del que era dueña la viuda del mago: ¿no recuerdan a su imitador, que osó llamarse el Gran Houdini?) y destacarse como maestro del ilusionismo: las ilusiones vendrían con el cine. Así fue el primero que dijo: «La aventura comienza», anuncia la séance.

*Guillermo Cabrera Infante. CINE O SARDINA. Biblioteca de bolsillo, 1997.

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