Rendición de México-Tenochtitlán

Rendición de México-Tenochtitlán

Introducción

Tres son las fuentes indígenas de las que provienen los textos aducidos en este capítulo, acerca de la rendición de la gran capital mexica. El primer testimonio, de los informantes indígenas de Sahagún, menciona un último presagio que pareció anunciar la ruina inminente de los mexicas. Según este texto indígena, fue Cuauhtémoc quien por su propia voluntad se entregó a los españoles. La tragedia que acompañó a la toma de la ciudad, nos la describe a continuación el documento indígena de manera elocuente.

El segundo documento inducido proviene de la ya varias veces citada XIII relación de Alva Ixtlilxóchitl . Es en este texto donde se relata cuáles fueron las palabras que dijo Cuauhtémoc a Cortés, cuando ya prisionero, tomando la daga que traía el conquistador, le rogó pusiera fin a su vida, como había puesto ya fin a su imperio. Es interesante notar las palabras textuales de Ixtlilxóchitl, que afirma que durante el sitio de México-Tenochtitlan murió “casi toda la nobleza mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros y, los más niños y de poca edad”.

El tercero y último texto que se presenta en este capítulo, proviene de la VII relación de Chimalpain, y en él se describe la forma como Cortés requirió por todas partes y aún sometió a tormento a los señores mexicas para obtener de ellos el oro y los demás tesoros que poseían ellos desde tiempos antiguos.

En la Relación de 1528, debida a un indígena anónimo de Tlatelolco, de la cual se publica íntegra la sección referente a la Conquista, en el capítulo XIV de este libro, se ofrece uno de los cuadros más patéticos en el que se pinta el éxodo de los vencidos y las vejaciones sin número de que fueron objeto, al ser sometida la capital mexicatl.

 

 

 

Los últimos presagios de la derrota

Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando anocheció llovía, era cual rocío la lluvia: En este tiempo se mostró aquel fuego. Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo. Era como un remolino; se movía haciendo giros, andaba haciendo espirales. Iba como echando chispas, cual si restallaran brasas. Unas grandes, otras chicas, otras como leve chispa. Como si un tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía, retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al agua y en Coyonacazco (1) fue a parar. Desde allí fue fuego a medio lago, allá fue a terminar. Nadie hizo alarde de miedo, nadie chistó una palabra.

Pues al siguiente día nada tampoco sucedió. No hacían más que estar tendidos, tendidos estaban en sus posiciones nuestros enemigos.

Y el capitán (Cortés) estaba viendo constantemente hacia acá parado en la azotea. Era en la azotea de casa de Aztautzin, que está cerca de Amáxac. Estaba bajo un doselete. Era un doselete de varios colores.

Los españoles lo rodeaban y hablaban unos con otros.

 

La decisión final de Cuauhtémoc y los mexicas

Por su parte (los mexicas) se reunieron en Tolmayecan y deliberaron cómo se haría, qué tendríamos que dar como tributo, y en qué forma nos someteríamos a ellos.

Los que tal hicieron eran:

Cuauhtémoc y los demás príncipes mexicanos…

Luego traen a Cuauhtémoc en una barca. Dos, solamente dos lo acompañan, van con él. El capitán Teputztitóloc y su criado, Iaztachímal. Y uno que iba remando tenía por nombre Cenyáutl.

Y cuando llevan a Cuauhtémoc, luego el pueblo todo le llora. Decían:

—¡Ya va el príncipe más joven, Cuauhtémoc, ya va entregarse a los españoles! ¡Ya va entregarse a los “dioses”!

 

La prisión de Cuauhtémoc

Y cuando lo hubieron llevado hasta allá, cuando lo hubieron desembarcado, luego vinieron a verlo los españoles. Lo tomaron, lo tomaron de la mano los españoles.

Luego lo subieron arriba de la azotea, lo colocaron frente al capitán, su jefe de guerra.

Y cuando lo hubieron colocado frente al capitán, éste se pone a verlo, lo ve detenidamente, le acaricia el cabello a Cuauhtémoc. Luego lo sentaron frente al capitán.

Dispararon los cañones, pero a nadie tocaron ya. Únicamente, dispararon, los tiros pasaban sobre las cabezas de los mexicas.

Luego tomaron un cañón, lo pusieron en una barca, lo llevaron a la casa de Coyohuehuetzin, y cuando allá hubieron llegado, lo subieron a la azotea.

 

La huida general

Luego otra vez matan gente; muchos en esta ocasión murieron. Pero se empieza la huida, con esto va a acabar la guerra. Entonces gritaban y decían:

—¡Es bastante!… ¡Salgamos!… ¡Vamos a comer hierbas!…

Y cuando tal cosa oyeron, luego empezó la huida general.

Unos van por agua, otros van por el camino grande. Aún allí matan a algunos; están irritados los españoles porque aún llevan algunos la macana y su escudo.

Los que habitaban en las casas de la ciudad van derecho hacia Amáxac, rectamente hacia el bifurcamiento del camino. Allí se desbandan los pobres. Todos van al rumbo del Tepeyácac, todos van al rumbo de Xoxohuiltitlán, todos van al rumbo de Nonohualco. Pero al rumbo de Cóloc o al Mazatzintamalco, nadie va.

Pero todos los que habitan en barcas y los que habitan sobre los armazones de madera enclavadas en el lago, y los habitantes de Tolmayecan, se fueron puramente por el agua. A unos les daba hasta el pecho, a otros les daba el agua hasta el cuello. Y aun algunos se ahogaron en el agua más profunda.

Los pequeñitos son llevados a cuestas. El llanto es general. Pero algunos van alegres, van divirtiéndose, al ir entrelazados en el camino.

Los dueños de barca, todos los que tenían barcas, de noche salieron, y aun en el día salieron algunos. Al irse, casi se atropellan unos con otros.

 

Los españoles se adueñan de todo

Por su parte, los españoles, al borde los caminos, están requisionando a las gentes. Buscan oro. Nada les importan los jades, las plumas de quetzal y las turquesas.

Las mujercitas lo llevan en su seno, en su faldellín, y los hombres lo llevamos en la boca, o en el maxtle.

Y también se apoderan, escogen entre las mujeres, las blancas, las de piel trigueña, las de trigueño cuerpo. Y algunas mujeres a la hora del saqueo, se untaron de lodo la cara y se pusieron como ropa andrajos. Hilachas por faldellín, hilachas como camisa. Todo era harapos lo que se vistieron.

También fueron separados algunos varones. Los valientes y los fuertes, los de corazón viril. Y también jovenzuelos, que fueran sus servidores, los que tenían que llamar sus mandaderos.

A algunos desde luego les marcaron con fuego junto a la boca. A unos en la mejilla, a otros en los labios.

Cuando se bajó el escudo, con lo cual quedamos derrotados, fue:

Signo del año: 3-Casa. Día del calendario mágico: 1-serpiente.

Después de que Cuauhtémoc fue entregado lo llevaron a Acachinanco ya de noche. Pero al siguiente día, cuando había ya un poco de sol, nuevamente vinieron muchos españoles. También era su final. Iban armados de guerra, con cotas y con cascos de metal; pero ninguno con espada, ninguno con su escudo.

Todos van tapando su nariz con pañuelos blancos: siente náuseas de los muertos, ya hieden, ya apestan sus cuerpos. Y todos vienen a pie.

Vienen cogiendo el manto de Cuauhtémoc, a Coanacotzin, a Teplepanquetzaltzin. Los tres vienen en fila…

 

 

 

Cortés exige que se le entregue el oro

Cuando hubo cesado la guerra se puso (Cortés) a pedirles el oro. El que habían dejado abandonado en el canal de los Toltecas, cuando salieron y huyeron de México.

Entonces el capitán convoca a los reyes y les dice:

—¿Dónde está el oro que se guardaba en México?

Entonces vienen a sacar de una barca todo el oro. Barras de oro, diademas de oro, ajorcas de oro para los brazos, bandas de oro para las piernas, capacetes de oro, discos de oro. Todo lo pusieron delante del capitán. Los españoles vinieron a sacarlo.

Luego dice el capitán:

—¿No más es ese el oro que se guardaba en México? Tenéis que presentar aquí todo. Busquen los principales.

Entonces habla Tlacotzin:

—Oiga, por favor, nuestro señor el dios: todo cuanto a nuestro palacio llegaba nosotros lo encerrábamos bajo pared. ¿No es acaso que todo se lo llevaron nuestros señores?

Entonces Malintzin le dice lo que el capitán decía:

—Sí, es verdad, todo lo tomamos; todo se juntó en una masa y todo se marcó con sello, pero todo nos lo quitaron allá en el canal de los Toltecas; todo nos lo hicieron dejar caer en el agua. Todo lo tenéis que presentar.

Entonces le responde el Cihuacóatl Tlacotzin:

—Oiga por favor el dios, el capitán:

La gente de Tenochtitlán no suele pelear en barcas: no es cosa que hagan ellos. Eso es cosa exclusiva de los de Tlatelolco. Ellos en barcas combatieron, se defendieron de los ataques de vosotros, señores nuestros. ¿No será que acaso ellos de veras hayan tomado todo (el oro), la gente de Tlatelolco?

Entonces habla Cuauhtémoc, le dice a Cihuacóatl:

—¿Qué es lo que dices, Cihuacóatl? Bien pudiera ser que lo tomaran los tlatelolcas… ¿Acaso no ya por esto han sido llevados presos los que lo hayan merecido? ¿No todo lo mostraron? ¿No se ha juntado en Texopan? ¿Y lo que tomaron nuestros señores, no es esto que está aquí?

Y señaló con el dedo Cuauhtémoc aquel oro.

Entonces Malintzin le dice lo que decía el capitán:

—¿No más ese es?

Luego habló Cihuacóatl:

—Puede ser que algunos del pueblo lo hayan sacado… ¿Por qué no sea de indagar? ¿No lo ha de hacer ver el capitán?

Otra vez dijo Malintzin lo que decía el capitán:

—Tenéis que presentar doscientas barras de oro de este tamaño…

Y señalaba a medida abriendo una mano contra la otra.

Otra vez respondió el Cihuacóatl y dijo:

—Puede ser que alguna mujercita se lo haya enredado en el faldellín. ¿No se ha de indagar? ¿No se ha de hacer ver?

Entonces habla por allá Ahuelítoc, el Mixcoatlailótlac. Dijo:

—Oiga por favor el señor, el amo, el capitán. Aun en tiempo de Moctecuhzoma cuando se hacía conquista en una región, se ponían en acción unidos mexicanos, tlatelolcas, tepanecas y alcohuas. Todos los de Acolhuacan y todos los de la región de las chinampas.

Todos íbamos juntos, hacíamos la conquista de aquel pueblo, y cuando estaba sometido, luego era el regreso: cada grupo de gente se iba a su propia población.

Y después iban viniendo los habitantes de aquellos pueblos, los conquistados, venían a entregar su tributo, su propia hacienda que tenían que dar acá: jades, oro, plumas de quetzal, y otra clase de piedras preciosas, turquesas y aves de pluma fina, como el azulejo, el pájaro de cuello rojo, venían a darlo a Moctecuhzoma.

Todo venía a dar acá, todo de donde quiera que viniera, en conjunto llegaba a Tenochtitlan: todo el tributo y todo el oro”. (2)

 

La relación de Alva Ixtlilxóchitl

Hiciéronse este día (cuando fue tomada la ciudad), una de las mayores crueldades que sobre los desventurados mexicanos se han hecho en esta tierra. Era tanto el llanto de las mujeres y niños que quebraban los corazones de los hombres. Los tlaxcaltecas y otras naciones que no estaban bien con los mexicanos, se vengaban de ellos muy cruelmente de lo pasado, y les saquearon cuanto tenían.

Ixtlilxúchitl (de Tetzcoco y aliado de Cortés) y los suyos, al fin como eran de su patria, y muchos de sus deudos, se compadecían de ellos, y estorbaban a los demás que tratasen a las mujeres y los niños con tanta crueldad, que lo mismo hacía Cortés con sus españoles. Ya que se acercaba la noche se retiraron a su real, y en éste concertaron Cortés e Ixtlilxúchitl y los demás señores capitanes, del día siguiente acabar de ganar lo que quedaba.

En dicho día, que era de San Hipólito Mártir, fueron hacia el rincón de los enemigos. Cortés por las calles, y Ixtlilxúchitl con Sandoval, que era el capitán de los bergantines, por agua, hacia una laguna pequeña, que tenía aviso Ixtlilxúchitl cómo el rey (Cuauhtémoc) estaba allí con mucha gente en las barcas. Fuéronse llegando hacia ellos.

Era cosa admirable ver a los mexicanos. La gente de guerra confusa y triste, arrimados a las paredes de las azoteas mirando su perdición; y los niños, viejos y mujeres llorando. Los señores y la gente noble, en las canoas con su rey, todos confusos.

 

La prisión de Cuauhtémoc

Hecha la seña, los nuestros embistieron todos a un tiempo al rincón de los enemigos, y diéronse tanta prisa, que dentro de pocas horas le ganaron, sin que quedase cosa que fuese de parte de los enemigos; y los bergantines y canoas embistieron con las de éstos, y como no pudieron resistir a nuestros soldados echaron todas a huir por donde mejor pudieron, y los nuestros tras ellos. García de Olguín, capitán de un bergantín que tuvo aviso por un mexicano que tenía preso, de cómo la canoa que seguía era donde iba el rey, dio tras ella hasta alcanzarla.

El rey Cuauhtémoc viendo que ya los enemigos los tenía cerca, mandó a los remeros llevasen la canoa hacia ellos para pelear; viéndose de esta manera, tomó su rodela y macana, y quiso embestir; más viendo que era mucha la fuerza de los enemigos, que le amenazaban con sus ballestas y escopetas, se rindió.

 

Cuauhtémoc frente a Cortés

García de Olguín lo llevó a Cortés, el cual lo recibió con mucha cortesía, al fin como a rey, y él echo mano al puñal de Cortés, y le dijo —¡Ah capitán! Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino, y librarlo de vuestras manos; y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano, pues a mi ciudad y vasallos tenéis destruidos y muertos… Con otras razones muy lastimosas, que se enternecieron cuantos allí estaban, de ver a este príncipe en este lance.

Cortés le consoló, y le rogó que mandase a los suyos se rindiesen, el cual así lo hizo y se subió por una torre alta, y les dijo a voces que se rindieran, pues ya estaban en poder de los enemigos. La gente de guerra, que sería hasta sesenta mil de ellos los que habían quedado, de los trescientos mil que eran de parte de México, viendo a su rey dejaron las armas, y la gente más ilustre llegó a consolar a su rey.

Ixtlilxúchitl, que procuró harto de prender por su mano a Cuauhtémoc, y no pudo hacerlo solo, por andar en canoa, y no tan ligera como un bergantín, pudo sin embargo alcanzar dos, en donde iban algunos príncipes y señores, como eran Tetlepanquepanltzin, hijo de Motecuhzoma su heredero y otros muchos, y en la otra iban la reina Papantzin Oxómoc, mujer que fue del rey Cuitláhuac, con muchas señoras.

Ixtlilxúchitl los prendió, y llevó consigo a estos señores hacia donde estaba Cortés: a la reina y demás señoras las mandó llevar a la ciudad de Tezcoco con mucha guarda y que allá las tuviesen.

 

La duración del sitio

Duró el cerco de México, según las historias, pinturas y relaciones, especialmente la de don Alonso Axayaca, ochenta días cabalmente. Murieron de parte de Ixtlilxúchitl y reino de Tezcoco, más de treinta mil hombres, de más de doscientos mil que fueron de la parte de los españoles, como se ha visto; de los mexicanos murieron más de doscientos cuarenta mil, y entre ellos casi toda la nobleza mexicana, pues que apenas quedaron algunos señores y caballeros, y los más niños, y de poca edad.

Este día, después de haber saqueado la ciudad, tomaron los españoles para sí el oro y plata, y los señores la pedrería y plumas y los soldados las mantas y demás cosas, y estuvieron después de estos otros cuatro en enterrar los muertos, haciendo grandes fiestas y alegrías. (3)

 

 

 

La relación de Chimalpain: lo que siguió a la toma de la ciudad

Y después que fueron depuestos los atavíos de guerra, después que descansó la espada y el escudo, fueron reunidos los señores de Acachinanco. El primero Cuauhtémoc, señor de Tenochtitlan, el segundo Tlacotzin, el Cihaucóatl, el tercero Oquiztzin, señor de Azcapotzalco Mexicapan, el cuarto Panitzin, señor de Ecatépec, el quinto de nombre Motelhuihtzin, mayordomo real, éste no era príncipe, pero era un gran capitán de guerra.

A estos cinco hizo descender el capitán Hernando Cortés. Los ataron y llevaron a Coyoacan. Tan sólo Panitzin no fue atado. Allá en Coyoacan fueron encerrados, fueron conservados prisioneros. Allá se les quemaron los pies. Además a los sacerdotes Cuauhcóhuatl y Cohauyhuitl, Tecohuentzin y Tetlanmécatl se les inquirió acerca del oro que se había perdido en el canal de los Toltecas (cuando huyeron los españoles por la Calzada de Tacuba, perseguidos por los mexicas). Se les preguntó por el oro que había sido reunido en el palacio, en forma de ocho barras y que había quedado al cuidado de Ocuitécatl, que era mayordomo real. Cuando murió éste —lo mató la epidemia de viruela— sólo quedó su hijo, y de las ocho barras tan sólo aparecieron cuatro. El hijo huyó en seguida.

Y salieron entonces de la prisión quienes habían sido llevados a Coyoacan. El capitán Hernán Cortés (les habló a) aquellos cinco mexicas a quienes había combatido, los señores mexicas, Cuauhtémoc, Tlacotzin, el Cihaucóatl, Oquiztzin, Panitzin, Motelhuihtzin; a éstos les habló el capitán Cortés allá en Coyoacan, se dirigió a ellos por medio de los intérpretes Jerónimo de Aguilar y Malintzin. Les dijo el señor capitán:

—Quiero ver cuáles eran los dominios de México, cuáles los de los tepanecas, los dominios de Aculhuacan, de Xochimilco, de Chalco.

Y aquellos señores de México enseguida entre sí deliberaron. El Cihaucóatl Tlacotzin luego respondió:

—Oh, príncipe mío, oiga el dios esto poco que voy a decir. Yo el mexicatl, no tenía tierras, no tenía sementeras, cuando vine acá en medio de tepanecas y de los de Xochimilco, de los de Aculhuacan y de los de Chalco; ellos si tenían sementeras, si tenían tierras. Y con flechas y con escudos me hice señor de los otros, me adueñé de sementeras y tierras.

Igual que tú, que has venido con flechas y con escudos para adueñarte de todas las ciudades. Y como tú has venido acá, de igual modo también yo, el mexícatl, vine para apoderarme de la tierra con flechas y con escudos.

Y cuando oyó esto el capitán Cortés, dijo con imperio a los tepanecas, a los acolhuas, a los de Xochimilco y de Chalco, así les habló:

—Veníd acá, el mexícatl con flechas y con escudos se apoderó de vuestra tierra, de vuestra pertenencia, allí donde vosotros le servíais. Pero ahora, de nuevo con flechas y con escudos, os dejo libres, ya nadie allí tendrá que servir al mexícatl. Recobrad vuestra tierra… (4)

 

1 “En la oreja del adive” topónimo de un sitio de la ciudad.

2 Informantes de Sahagún, Códice Florentino, lib. xii, cap. xxxix-xli (versión Ángel Ma. Garibay K).

3 Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de, XIII relación “ De la venida de los españoles y principios de la ley evangélica”.

4 Chimalpain, Cuauhtlehuanitzin, Francisco de San Antón Muñón, Séptima relación. Versión del Náhuatl: Miguel León Pportilla (Véase bibliografía). Como puede verse, Cortés se empeñó en consolidar su dominio sobre los mexicas ganándose para esto las simpatías de los otrsos pueblos que hasta entonces habían estado sometidos a los mexicas.

 

VISIÓN DE LOS VENCIDOS. RELACIONES INDÍGENAS DE LA CONQUISTA, Introducción, selección y notas MIGUEL LEON-PORTILLA. Versión de textos nahuas ANGEL MARÍA GARIBAY K. / MIGUEL LEON-PORTILLA. Ilustraciones de los códices ALBERTO BELTRÁN. Biblioteca del estudiante universitario 81. UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO. México 2000

El dibujo o la casa del ser de Mariana Salido

El dibujo o la casa del ser de Mariana Salido

Luis Ignacio Sáinz

Mariana Salido es presa de sus ansias, esas que desconocen la vigilia y anclan en el sueño. Testigo visual y plástico de las aventuras y desventuras de Selene y Coyolxauhqui, entre otros rostros inquietantes de la luna, desde la somnolencia hasta la narcolepsia. Cronista de los influjos oníricos del griego Hipnos (su equivalente romano, Somnus), hermano de Tánatos la muerte sin violencia, en una miscelánea surtida de personajes, a la que decide retratar estando privada de su conciencia (plena) durante sus peregrinaciones nocturnas de restauración fisiológica. El poder del astro argénteo y la conciencia alterada (disminuida, al caso) establecen la red para el surgimiento del testimonio plástico.

Dibujos en movimiento pese a expresar molicie, descanso, letargo, sopor. No será casual que los elegidos icónicamente sean infantes y adolescentes, pues carecen de la severidad torcida de los adultos aún evidente bajo el dominio de Xoaltentli, dios de los sueños y las afecciones mentales en la mitología nahua, quien tenía por hermana a la diosa Miquiztetl, personificación de la muerte, quien le robó todo rasgo masculino de su rostro dejándole a él los más finos y conservando ella los más toscos para espantar a los difuntos y obstaculizar su paso por el Mictlán. Juntos engañaban y confundían a los muertos hasta que olvidaran cuál era su misión en el inframundo.

Su robustez creativa le viene de su enorme y dilatada capacidad para abstraer la médula de sí, de otros y del entorno. Esta suerte de implante periódico de las experiencias exteriores a la artista y de aquellas otras que, aunque en principio le son ajenas, terminan integrándose a su patrimonio icónico, y le permiten levantarse vencedora sobre un campo de víctimas propiciatorias (los cánones del pasado y sus exégetas), a quienes somete a un triple tratamiento: primero, las digiere; después, las tritura; y, por último, las utiliza modificadas. Por eso su obra inspira un sentimiento extraño de que lo observado ya ha sido visto en algún momento previo o en otra circunstancia y locación. Esta creadora es una artistófaga, aquella imaginadora de formas y espacios que deglute los procesos simbólicos de sus pares o sus semejantes.

En el capítulo XIII “De cómo dibujar con pluma” del Libro dell’Arte, su autor Cennino Cennini (1377-1440) sostiene:

 

Cuando te hayas ejercitado durante un año en este tipo de dibujo, y dependiendo del gusto que le hayas cogido, podrás dibujar alguna vez en papel de algodón con pluma de oca cortada muy fina; dibuja con ella los claros, medios claros y oscuros insistiendo más o menos en los trazos. Y, si deseas que tus dibujos queden más definidos, dales una ligera aguada con pincel grueso de cola de ardilla, como ya te he indicado. ¿Sabes lo que te ocurrirá, si dibujas con pluma? que te convertirás en un experto, y práctico, capaz de concebir buenos dibujos en tu cabeza 1

 

Este pintor florentino del gótico tardío será el primer tratadista técnico y pragmático en lengua vulgar, el italiano y no ya el latín, quien sin pretensiones de ningún tipo nos comparte su saber hacer, con el ánimo de que perfeccionemos nuestros deseos de crear. Los dibujos motivo de este texto se afanan en ahondar en las dos dimensiones clásicas del retrato: el componente descriptivo, ex corpore, el continente; el componente cualitativo, ex animo, el contenido. El reto deviene descomunal, pues los atrapados en el dibujo a línea permanecen con los ojos cerrados, escamoteándonos el principal elemento expresivo de un sujeto, su mirada.

Ambas manifestaciones del ser aparecen en el género de la laudatio u oratio funebris, tan propia de la sensibilidad romana dada al elogio a los muertos, Quintiliano la prescribe a lo largo de los 12 libros de la Institutio oratoria. A querer o no, el dibujo, el arte en general, y la retórica guardan más similitudes de las que suele reconocerse en su visibilidad y presentificación. Así tenemos una identidad más que parcial si sustituimos el decir con el mostrar:

  • Inventio (“invención”): elegir qué decir.
  • Dispositio (“ordenación”): estructurar lo que se va a decir en el orden más conveniente al fin perseguido.
  • Elocutio (“expresión”): seleccionar la manera idónea, palabras y estilo, para seducir.
  • Actio (“declamación”): articular la palabra, el tono y el gesto, de acuerdo al contexto.
  • Memoriae-recordiationis (“memoria”): retener lo esencial de lo que se debe decir.

Los tópicos de la representación y la expresión, nucleares en el debate estético contemporáneo, se hilvanan y suceden sin conflicto en la prosodia plástica de Mariana Salido. Entre lo exterior y lo interior se establece un puente salvífico que en mucho evoca lo prescrito por ni más ni menos que don Pedro Calderón de la Barca en el Memorial dado a los profesores de pintura 2:

 

En la villa de Madrid, a 8 de julio de 1677 años, la parte de los profesores del arte de la pintura de esta corte, para más probanza de lo articulado en su «Interrogatorio», presentaron por testigo a don Pedro Calderón de la Barca, estando en esta corte, caballero del Orden de Santiago, capellán de honor de su majestad y de la Real Capilla de los Señores Reyes Nuevos de la Santa Iglesia de Toledo, y a la segunda pregunta dijo: que por la natural inclinación que siempre tuvo a la pintura, solicitó saber lo que de ella habían sentido los antiguos escritores, que la admiraron de más cerca; y como para entrar en el conocimiento de cualquiera supuesto es la primera   puerta su definición, halló que la más significativa era ser la Pintura un casi remedo de las obras de Dios y emulación de la Naturaleza, pues no crió el Poder cosa que ella no imite, ni engendró la Providencia cosa que no retrate; y dejando para adelante el humano milagro de que en un lisa tabla representen sus primores, con los claros y obscuros de sus sombras y luces, lo cóncavo y lo llano, lo cercano y lo distante, lo áspero y lo leve, lo fértil y lo inculto, lo fluctuoso y lo sereno, hizo segundo reparo en que trascendiendo sus relieves de lo visible a no visible, no contenta con sacar parecida la exterior superficie de todo el Universo, elevó sus diseños a la interior pasión del ánimo; pues en la posición de las facciones del hombre (racional mundo   pequeño) llegó su destreza aun a copiarle el alma, significando en la variedad de sus semblantes ya lo severo, retratado en el rostro, el corazón nos demuestra en sus afectos, aún más parecido el corazón que el rostro..

 

Aquí radica la singularidad de esta artista visual, pues si bien por naturaleza intelectualiza sus procesos compositivos, dicha reflexión elude la parálisis, se torna fértil por la dosis de intensidad emocional que le confiere a su quehacer. Se trata entonces, de un sujeto afanado en fijar un equilibrio permanente: entre lo observado y el proceso de percepción y análisis, entre la información dura y sensible previa con aquella que le impone el trabajo de creación; en suma, entre lo que piensa y lo que siente. Cuanto más logra la estabilidad, o al menos tiende a ella, los artefactos, las composiciones, de su forja son insuperables. Mariana Salido desliza el lápiz, ese punto aceitoso de grafito, sobre la superficie apetitosa del papel como si se tratase del tacto sobre la piel deseada… Los dormidos, en verdad a pierna suelta, recuerdan el amor de Endimión y Selene.

 

Lucio dormido, lápiz sobre papel, 22 x 29 cm, 2020.

 

Pía durmiendo, lápiz sobre papel, 28 x 34 cm, 2020.

 

Natalia, lápiz sobre papel, 22 x 30 cm, 2020.

 

Lucio durmiendo, lápiz sobre papel, 32 x 46 cm, 2020.

 

Aurelia recostada, lápiz sobre papel, 50 x 46 cm, 2020.

 

Pía dormida, lápiz sobre papel, 27 x 36 cm, 2020.

 

Pilar dormida, lápiz sobre papel, 27 x 36 cm, 2020.

 

Diego durmiendo sentado, lápiz sobre papel, 42 x 30 cm, 2020.

 

Dos hermanos, lápiz sobre papel, 34 x 42 cm, 2020.

 

La divinidad del satélite terrestre, la Luna, le dedicaba tiempo y talento a sus devaneos, por regla y costumbre eróticos, salvo la debilidad que le terminaría generando Endimión, el pastor de Caria, nieto a no creerse del mismísimo Zeus, dios del trueno y el rayo, que huyera de ser devorado por su padre Cronos al nacer en Creta por astuta decisión de su madre Rea, imponiendo después su dominio en el Olimpo. Su descendiente ocupó el trono de Elida durante un soplo apenas, sin aposentarse jamás en realidad; teniendo que salvar el pellejo refugiándose en el monte Larmos. Selene (Artemisa) gemela de Helios (Apolo), al principio no se detenía en los requiebros de su pretendiente, hasta que una noche cruzando el firmamento y sobrevolando la cueva en la que dormitaba el rabadán, se enamoró de él al verlo entregado al sueño, hasta que sucumbieron a la tentación, reconociéndose… Yacían juntos mientras él dormía, pero dada su parte de naturaleza humana, envejecía. Selene fue al panteón para implorar a Zeus que le concediera a su amado la juventud eterna y el sueño perpetuo, interrumpido sólo en la presencia de su amante. La petición fue dispensada, perseverando en su entrega en la geografía de los Balcanes, donde engendraron a cincuenta hijas, las Menaes, diosas que presidían los meses lunares entre ediciones de los juegos ̶ justo ̶ olímpicos.

Acostados cuan largos son, uno sentado por excéntrico, otros en ovillo de reminiscencias fetales, unos más de lado y recogidos, los menos de espaldas y estirados, divididos al tener las manos tapadas o descubiertas, así zurcan la noche los dormidos de Mariana Salido. Con la tranquilidad de ser vigilados en su peregrinar onírico… Y sus representaciones fluyen a la sombra del placer 3, en la intensidad de los recuerdos, cumpliendo la exigencia de los pensamientos, liberando las emociones, de quien ha sabido mondar las cáscaras de la tentación para no trivializar las imágenes de los seres amados.

Circe participa al cierre de esta trama porque profiere la sentencia que contiene exacta la armonía del quehacer estético de Mariana Salido, pero también porque nos recuerda que el pudor está asociado a la mirada; ella, de arrogancia ostensible, nos mira de frente, desafiándonos desde su vigilia, quizá sin percatarse que los destinatarios de su provocación a distancia se hayan sumidos en los lechos que guarda Hipnos, amparados en el poder invencible de los párpados cerrados…

Circe: Norman Alfred William Lindsay (22 de febrero de 1879 – 21 de noviembre de 1969), escritor de literatura infantil, escultor, pintor, grabador, ilustrador y boxeador australiano.

 

Circe, hija del titán Helios, dios del Sol, y de la oceánide Perseis. Maestra en el arte del olvido y en la transformación de sus enemigos en animales. Hechicera residente en la isla mediterránea de Eea, donde conviviera un año con Odiseo y en versión de Hesíodo procrearan tres hijos: Agrio (solo mencionado en la Teogonía), Latino y Telégono. Este último ya adulto fue enviado por la madre a Ítaca en busca del padre, pero allí lo mata por accidente, y regresará con su cuerpo y Penélope la viuda y su hijo Telémaco. Circe los inmortaliza, celebra esponsales con Telémaco, mientras la que tejía y destejía en espera del amado lo hará con Telégono. Triunfo de la concupiscencia y del sentido común ante la adversidad, la culpa y el dolor.

Pues sí, in umbra voluptatis, a la sombra del placer… Salve, Mariana Salido.

 

1 Capitolo XIII, “Come si de’ praticare il disegno con penna”: Praticato che hai in su questo esercizio un anno, e più e meno secondo che appetito o diletto tu arai preso , alcuna volta puoi disegnare in carta bambagina pur con penna che sia temperata sottile ; e poi gentil- mente disegna, e vieni condHcendo le tue chiare, mezze chiare, e scure, a poco a poco, colla penna più volte ritornandovi. £ se vuoi rimangano i tuoi disegni un poco più lecchetti, davvi un poco di acquerella, se- condo t’ho detto di sopra, con pennello di vaio mozzetto. Sai che ti avverrà, praticando il disegnare di penna? che ti farà sperto, pratico, e capace di molto disegno entro la testa tua. Véase: Il Libro dell’Arte, o Trattato della pittura de Cennino Cennini da colle di Valdelsa, di nuovo pubblicato con molte correzioni e coll’aggiunta di pi capitoli tratti dai Codici Fiorentini, per cura di Gaetano e Carlo Milanesi, Firenze, Felice Le Monnier, 1859, (207 pp. + XXIX di dedica e prefazione), p. 9. [https://archive.org/details/illibrodellarte00cenngoog/page/n40/mode/2up].

2 Calderón de la Barca, Pedro: Memorial dado a los profesores de pintura, Linkgua, (Ebook), 2007, formato EPUB, (ISBN: 9788499534718).

3 Frase de una belleza misteriosa a la que aludo sin atenerme al sentido exacto del comentario en el que está inserta. Circe le lanza a Polieno en un pasaje del Satiricón de Petronio Arbiter:” Si libidinosa essem, quererer decepta; nunc etiam languori tuo gratias ago. In umbra voluptatis diutius lusi”. En mi versión: “Si yo fuera lasciva, me quejaría decepcionada; ahora te agradezco por tu apatía. Me entretuve más a la sombra del placer”. http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus%3Atext%3A2007.01.0001%3Atext%3DSatyricon%3Asection%3D129 [Hay versión española que no me convence, Petronio: Satiricón, introducción, traducción y notas de Lisardo Rubio Fernández, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, no. 10, 1988, 2ª reimpresión; tercera parte la del [filósofo] Eumolpo, fragmento CXXIX, p. 121. Hay una versión en inglés cuidadosa, Petronius Arbiter: The Satyricon, Ebook #5225, [Last updated: February 18, 2021], Project Gutenberg, produced by David Widger; complete and unexpurgated translation by W. C. Firebaugh, in which are incorporated the forgeries of Francois Nodot and José Marchena, and the readings introduced into the text by José Antonio González de Salas. Illustrations of Norman Lindsay. Volume V, Chapter The One hundred and twenty- ninth. [https://gutenberg.org/files/5225/5225-h/5225-h.htm#linkp252]. Edición de donde proviene la ilustración supra de Norman Lindsay de la insaciable Circe].

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