Poesía Modernista

Poesía Modernista

CLEOPATRA

 

La vi tendida de espaldas

entre púrpura revuelta…

Estaba toda desnuda

aspirando humo de esencias

en largo tubo escarchado

de diamantes y de perlas.

 

Sobre la siniestra mano

apoyada la cabeza,

y cual el ojo de un tigre

un ópalo daba en ella

vislumbres de sangre y fuego

al oro de su ancha trenza.

 

Tenía un pie sobre el otro

y los dos como azucenas,

y cerca de los tobillos

argollas de finas piedras,

y en el vientre un denso triángulo

de rizada y rubia seda.

 

En un brazo se torcía

como cinta de centella

un áspid de filigrana

salpicado de turquesas,

con dos carbunclos por ojos

y un dardo de oro en la lengua.

 

Tibias estaban sus carnes,

y sus altos pechos eran

cual blanca leche vertida

dentro de dos copas griegas,

convertida en alabastro,

sólida ya pero aún trémula.

 

¡Ah! hubiera yo dado entonces

todos mis lauros de Atenas

por entrar en esa alcoba

coronado de violetas,

dejando con los eunucos

mis coturnos a la puerta.

 

Salvador Díaz Mirón (Circa 1890 — No incluido en Lascas)

 

 

 

UNA NOCHE

 

Una noche,

una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas.

una noche

en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,

a mi lado, lentamente, contra mi ceñida, toda,

muda y pálida

como si un presentimiento de amarguras infinitas,

hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,

por la senda que atraviesa la llanura florecida

caminabas.

 

Y la luna llena

por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,

y tu sombra

fina y lánguida,

y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada

sobre las arenas tristes

de la senda se juntaban

y eran una

y eran una

y eran una sola sombra larga!

y eran una sola sombra larga!

y eran una sola sombra larga!

 

Esta noche

solo, el alma

llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte

separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,

por el infinito negro,

donde nuestra voz no alcanza,

solo y mudo

por la senda caminaba,

y se oían los ladridos de los perros a la luna,

a la luna pálida

y el chillido

de las ranas,

sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba

tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,

entre las blancuras níveas

de las mortüorias sábanas!

Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,

era el frío de la nada…

Y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada,

iba sola,

iba sola,

!iba sola por la estepa solitaria!

Y tu sombra esbelta y ágil

fina y lánguida,

como en esa noche tibia de la muerta primavera,

como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas en las alas,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!

¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!…

 

José Asunción Silva (El libro de los versos, 1894)

 

 

 

LO FATAL

A René Pérez

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

 

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

 

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos!…

 

Rubén Darío (Cantos de vida y esperanza, 1905)

 

 

 

BUSCA EN TODAS LAS COSAS…

 

Busca en todas las cosas un alma y un sentido

oculto; no te ciñas a la apariencia vana;

husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,

escudriñante el ojo y aguzado el oído.

 

No seas como el necio, que al mirar la virgínea

imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,

queda sordo a la entraña de la piedra, que entona

en recóndito ritmo la canción de la línea.

 

Ama todo lo grácil de la vida, la calma

de la flor que se mece, el color, el paisaje.

Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje…

¡Oh, divino coloquio de las cosas y el alma!

 

Hay en todos los seres una blanda sonrisa,

un dolor inefable o un misterio sombrío.

¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocío?

¿Sabe tú qué secreto va contando la brisa?

 

Atan hebras sutiles a las cosas distantes;

al acento lejano corresponde otro acento.

¿Sabes tú dónde lleva los suspiros el viento?

¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?

 

No desdeñes al pájaro de argentina garganta

que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.

Es un alma que canta y es un alma que llora…

¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!

 

Busca en todas las cosas el oculto sentido;

lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;

cuando sientas el alma colosal del paisaje

y los ayes lanzados por el árbol herido…

 

Enrique Gonzáles Martínez (Los senderos ocultos,1911)

 

 

 

LA BLANCA SOLEDAD

 

Bajo la calma del sueño,

calma lunar de luminosa seda,

la noche

como si fuera

el blando cuerpo del silencio,

dulcemente en la inmensidad se acuesta…

y desata

su cabellera,

en prodigioso follaje

de alamedas.

 

Nada vive sino el ojo

del reloj en la torre tétrica,

profundizando inútilmente el infinito

como un agujero abierto en la arena.

El infinito,

rodado por las ruedas

de los relojes,

como un carro que nunca llega.

 

La luna cava un blanco abismo

de quietud, en cuya cuenca

las cosas son cadáveres

y las sombras viven como ideas.

Y uno se pasma de lo próxima

que está la muerte en la blancura aquella.

De lo bello que es el mundo

poseído por la antigüedad de la luna llena.

Y el ansia tristísima de ser amado,

en el corazón doloroso tiembla.

 

Hay una ciudad en el aire,

una ciudad casi invisible suspensa,

cuyos vagos perfiles

sobre la clara noche transparentan.

Como las rayas de agua en un pliego,

su cristalización poliédrica.

Una ciudad tan lejana,

que angustia con su absurda presencia.

 

¿Es una ciudad o un buque

en el que fuésemos abandonando la tierra,

callados y felices,

y con tal pureza,

que sólo nuestras almas

en la blancura plenilunar vivieran?…

 

Y de pronto cruza un vago

estremecimiento por la luz serena.

Las líneas se desvanecen,

la inmensidad cámbiase de blanca piedra,

y sólo permanece en la noche aciaga

la certidumbre de la ausencia.

 

Leopoldo Lugones (El libro fiel, 1912)

 

 

 

EL DESPERTAR

 

Alisia y Cloris abren de par en par la puerta

y torpes, con el dorso de la mano haragana,

restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta,

por donde huyen los últimos sueños de la mañana…

 

La inocencia del día se lava en la fontana,

el arado en el surco vagaroso despierta

y en torno a la casa rectoral, la sotana

del cura se pasea gravemente en la huerta…

 

Todo suspira y ríe. La placidez remota

de la montaña sueña celestiales rutinas.

El esquilón repite siempre su misma nota

 

de grillo de las cándidas églogas matutinas.

Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas

como flechas perdidas de la noche en derrota.

 

Julio Herrera y Reissig (Los peregrinos de la piedra, 1909)

 

 

 

LO INEFABLE

 

Yo muero extrañamente… No me mata la Vida,

no me mata la Muerte, no me mata el Amor;

muero de un pensamiento mudo como una herida…

¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

 

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida

devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?

¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida

que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?…

 

¡Cumbre de los Martirios!… ¡Llevar eternamente,

desgarradora y árida, la trágica simiente

clavada en las entrañas como un diente feroz!

 

Para arrancarla un día en una flor que abriera

milagrosa, inviolable… ¡Ah, más grande no fuera

tener entre las manos la cabeza de Dios!

 

Delmira Agustini (De Cantos de la mañana,1910)

 

POESÍA MODERNISTA HISPANOAMERICANA Y ESPAÑOLA (Antología) Edición preliminar, edición y notas de Iván A. Schulman y Evelyn Picon Garfield. Editorial Taurus. 1986

El futuro

El futuro

Y sé muy bien que no estarás.

No estarás en la calle

en el murmullo que brota de la noche

de los postes de alumbrado,

ni en el gesto de elegir el menú,

ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes

ni en los libros prestados,

ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,

en el destino original de mis palabras,

ni en una cifra telefónica estarás,

o en el color de un par de guantes

o una blusa.

Me enojaré

amor mío

sin que sea por ti,

y compraré bombones

pero no para ti,

me pararé en la esquina

a la que no vendrás

y diré las cosas que sé decir

y comeré las cosas que sé comer

y soñaré los sueños que se sueñan.

Y sé muy bien que no estarás

ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,

ni allí afuera

en ese río de calles y de puentes.

No estarás para nada,

no serás mi recuerdo

y cuando piense en ti

pensaré un pensamiento

que oscuramente trata de acordarse de ti.

 

Poema de Julio Cortázar

 

 

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