Filosofía
Hay un conocimiento que le quita peso y alcance a todo lo que hace: para él todo, fuera de él mismo, carece de fundamento. Puro hasta aborrecer incluso la idea del objeto, expresa aquel saber extremo según el cual da igual cometer o no cometer un acto, a la vez que implica una satisfacción también extrema: la de poder repetir, en cada encuentro, que nada de cuanto se haga merece la pena, que nada está realzado por rastro alguno de sustancia, que la ‹‹realidad›› se inscribe en el campo de la insensatez. Tal conocimiento merecería ser llamado póstumo, ya que se presenta como si el que conoce estuviera vivo y no vivo, ser y reminiscencia de ser. ‹‹Es cosa pasada››, dice de todo lo que realiza, en el instante mismo del acto, el cual, de esa manera, queda para siempre desprovisto de presente.
˚ ˚ ˚
No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: ‹‹Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo…›› Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.
˚ ˚ ˚
¿Con qué derecho os ponéis a rezar por mí? No t6engo necesidad de intercesores, me las arreglaré solo. De un miserable, tal vez lo aceptaría: de nadie más, aunque se tratara de un santo. No tolero que se preocupen por mi salvación. Si le temo y le huyo, qué indiscretas resultan entonces vuestras plegarias. Dirigidlas a otra parte, de todas formas no estamos al servicio de los mismos dioses. Si los míos son impotentes, no hay razón para creer que los vuestros lo sean menos. Y aun suponiendo que sean tal y como los imagináis, todavía les faltaría el poder de curarme de un horro más viejo que mi memoria.
˚ ˚ ˚
Por lo general, los hombres esperan la decepción: saben que no deben impacientarse, que llegará tarde o temprano, que les concederá los plazos necesarios para que puedan entregarse a sus actividades momentáneas. Con el desengañado sucede de otra manera: para él la decepción sobrevino en el momento mismo de la acción; no necesita acecharla porque está presente. Al liberarse de la sucesión, ha devorado lo posible y convertido el futuro en superfluo. ‹‹Yo no puedo encontraros en vuestro futuro, dice a los otros. No tenemos un solo instante que nos sea común.›› Y es que para él, el porvenir está ya ahí.
Cuando se percibe el fin de los comienzos, se va más aprisa que el tiempo. La iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al desengañado en liberado.
˚ ˚ ˚
Me desligo de las apariencias y, no obstante, me enredo en ellas; mejor dicho: estoy a medio camino entre esas apariencias y eso que las invalida, eso que no tiene ni nombre ni contenido, eso que no es nada y que es todo. Nunca daré el paso decisivo fuera de ellas. Mi naturaleza me obliga a flotar, a eternizarme en el equívoco, y si tratara de decidirme, sea en un sentido o en otro, perecería por salvarme.
˚ ˚ ˚
Mi capacidad de decepción sobrepasa el entendimiento. Ella es quien me hace comprender a Buda, pero también es ella quien me impide seguirlo.
˚ ˚ ˚
Desde la infancia percibía ya el deslizarse de las horas, libres de toda referencia, de todo acto y de todo acontecimiento, la disjunción del tiempo de lo que no era tiempo, su existencia autónoma, su estatuto particular, su imperio, su tiranía. Recuerdo con perfecta claridad aquella tarde en que, por vez primera, frente al universo vacante, yo era sólo una fuga de instantes rebeldes que se negaban a cumplir su función propia. El tiempo se desprendía del ser a mis expensas.
˚ ˚ ˚
Mientras actuamos tenemos una finalidad; una vez terminada, la acción no tiene más realidad para nosotros que el fin que hemos perseguido. Nada consistente había, pues, en todo eso, salvo el juego. Pero hay quienes tienen conciencia de ese juego durante la acción misma: viven la conclusión en las premisas, lo realizado en lo virtual, minan lo serio por el hecho mismo de que existen.
La visión de la no-realidad, de la carencia universal, es el resultado combinado de una sensación cotidiana y de un brusco temblor. Todo es juego: sin esta revelación fulminante, la sensación que uno arrastra a lo largo de los días no tendría ese sello de evidencia que necesitan las experiencias metafísicas para distinguirse de sus imitaciones: los malestares. Pues todo malestar no es sino una experiencia metafísica abortada.
˚ ˚ ˚
Sólo acostado se puede pensar en la eternidad. Durante un periodo considerable ésta fue la preocupación principal de los orientales: ¿y acaso no preferían la posición horizontal?
En cuanto uno se recuesta, el tiempo deja de fluir y de tener importancia. La historia es el producto de una raza en pie.
En tanto que animal vertical, el hombre debería de acostumbrarse a mirar de frente, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. ¡A qué lamentable origen se remonta el Porvenir!
˚ ˚ ˚
Cualquier misántropo, por muy sincero que sea, recuerda en ocasiones a ese viejo poeta clavado en su lecho y completamente olvidado que, furioso contra sus contemporáneos, había decretado que no deseaba ya recibir a ninguno. Su mujer, por caridad, iba de vez en cuando a llamar a la puerta…
E. M. CIORAN Del inconveniente de haber nacido. Taurus Ediciones, Segunda edición, 1985.
Filosofía
Hay un conocimiento que le quita peso y alcance a todo lo que se hace: para él todo, fuera de él mismo, carece de fundamento. Puro hasta aborrecer incluso la idea del objeto, expresa aquel saber extremo según el cual da igual cometer o no cometer un acto, a la vez que implica una satisfacción también extrema: la de poder repetir, en cada encuentro, que nada de cuanto se haga merece la pena, que nada está realzado por rastro alguno de sustancia, que la ‹‹realidad›› se inscribe en el campo de la insensatez. Tal conocimiento debería ser llamado póstumo, ya que se presenta como si el que conoce estuviera vivo y no vivo, ser y reminiscencia de ser. ‹‹Es cosa pasada››, dice de todo lo que realiza, en el instante mismo del acto, el cual, de esa manera queda para siempre desprovisto de presente.
◊ ◊ ◊
No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: ‹‹ Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo…›› Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.
◊ ◊ ◊
Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido.
◊ ◊ ◊
¿Con qué derecho os ponéis a rezar por mi? No tengo necesidad de intercesores, me las arreglaré solo. De un miserable, tal vez lo aceptaría: de nadie más, aunque se tratará de un santo. No tolero que se preocupen por mi salvación. Si le temo y le huyo, qué indiscretas resultan entonces vuestras plegarias. Dirigidlas a otra parte, de todas formas no estamos al servicio de los mismos dioses. Si los míos son impotentes, no hay razón para creer que los vuestros lo sean menos. Y aun suponiendo que sean tal y como los imagináis, todavía les faltaría el poder de curarme de un horror más viejo que mi memoria.
◊ ◊ ◊
Des-hacer, des-crear, es la única tarea que el hombre puede asignarse si aspira, como todo lo indica, a distinguirse del Creador.
◊ ◊ ◊
Haber cometido todos los crímenes: salvo el de ser padre.
◊ ◊ ◊
Por regla general, los hombres esperan la decepción: saben que no deben impacientarse, que llegará tarde o temprano, que les concederá los plazos necesarios para que puedan entregarse a sus actividades momentáneas. Con el desengaño sucede de otra manera: para él la decepción sobrevino en el momento mismo de la acción; no necesita acecharla porque está presente. Al liberarse de la sucesión, ha devorado lo posible y convertido el futuro en superfluo. ‹‹Yo no puedo encontraros en vuestro futuro, dice a los otros. No tenemos un solo instante que nos sea común.›› Y es que para él, el porvenir está ya ahí.
Cuando se percibe el fin de los comienzos, se va más aprisa que el tiempo. La iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al desengañado en liberado.
◊ ◊ ◊
Me desligo de las apariencias y, no obstante, me enredo en ellas; mejor dicho, estoy a medio camino entre esas apariencias y eso que las invalida, eso que no tiene ni nombre ni contenido, eso que no es nada y que es todo. Nunca daré el paso decisivo fuera de ellas. Mi naturaleza me obliga a flotar, a eternizarme en el equívoco, y si tratara de decidirme, sea en un sentido o en otro, perecería por salvarme.
◊ ◊ ◊
Mi facultad de decepción sobrepasa el entendimiento. Ella es quien me hace comprender a Buda, pero también es ella quien me impide seguirlo.
◊ ◊ ◊
Lo que sé a los sesenta años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo, superfluo trabajo de comprobación.
◊ ◊ ◊
Si la muerte sólo tuviera facetas negativas, morir sería un acto impracticable.
◊ ◊ ◊
Todo es; nada es. Una y otra fórmula aportan igual serenidad. El ansioso, para su desgracia, se queda entre las dos, tembloroso y perplejo, siempre a merced de un matiz, incapaz de establecerse en la seguridad del ser o de la ausencia de ser.
◊ ◊ ◊
Estar vivo; de pronto me sorprende lo extraño de esta expresión, como si no estuviera referida a nadie.
◊ ◊ ◊
Cuando se vuelve a ver a alguien después de muchos años, habría que sentarse, uno frente al otro, y no decir nada durante horas para que, al amparo del silencio, la consternación pudiese saborearse a sí misma.
◊ ◊ ◊
Días milagrosamente cuajados de esterilidad. Y yo, en vez de alegrarme, de cantar victoria, de convertir esa sequedad en fiesta, de ver un ejemplo de mi realización y madurez, de mi desapego, me dejo invadir por el despecho y el mal humor: así de tenaz es en nosotros el hombre viejo, la chusma turbulenta incapaz de hacerse a un lado.
DEL INCONVENIENTE DE HABER NACIDO. E.M. Cioran. Versión española de Esther Seligson, revisada por la editorial para la 2ª edición. Taurus Ediciones, 1987.
Filosofía
Antonio Gramsci
Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la conciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.
11 de febrero de 1917
Notas: [1] Publicado en La Città futura, 1, febbraio del 1917:1-1 [2] Cfr. Friedrich Hebbel, Diario, trad. e introduzione di Scipio Slataper, Carabba, Lanciano 19I2 (“Cultura dell’anima”), p. 82: “Vivere significa esser partigiani” (riflessione n. 2127). Questo stesso pensiero di Hebbel era stato pubblicato nel numero del “Grido del Popolo” del 27 maggio 1916, insieme con le seguenti due “riflessioni” tratte dalla medesima opera: ” 1. Un prigioniero è un predicatore della libertà. 2. Alla gioventù si rimprovera spesso di credere che il mondo cominci appena con essa. Ma la vecchiaia crede anche più spesso che il mondo cessi con lei. Cos’è peggio? ”Traducción: Hugo R. Mancuso
Comentarios recientes