La utopía de Herbert Marcuse

La utopía de Herbert Marcuse

La misma claridad de Herbert Marcuse hace parecer particularmente innecesario cualquier intento de resumir y comentar el contenido de su libro Eros y civilización. El libro se cierra en sí mismo y nos entrega una imagen absoluta del pensamiento del autor, tanto en lo que respecta a sus orígenes como a las conclusiones a que éste lo lleva. Como el mismo Marcuse lo anuncia, Eros y civilización, es “una investigación filosófica sobre Freud”, pero es una investigación que parte muy concretamente de la asunción de que dentro del marco del mundo contemporáneo y desde el punto de vista que el autor se propone utilizar para realizarla, las “categorías psicológicas” de Freud, han llegado a ser “categorías políticas”. “La tradicional frontera entre la psicología por un lado y la filosofía social por otro —afirma Marcuse en su introducción— ha sido invalidada por la condición del hombre en la era presente: los problemas psíquicos antiguamente autónomos e identificables están siendo absorbidos por la función del individuo en el Estado, por su existencia pública. Por tanto, los problemas psicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden general”. En principio, esta actitud coloca a Marcuse y su libro en una situación muy especial con respecto al tono general de las publicaciones comunes acerca de los problemas planteados por los descubrimientos del psicoanálisis, en general, y de Freud, en particular. De acuerdo con uno de los títulos capitales de Freud, Eros y civilización, es esencialmente un libro sobre “el malestar de la civilización” y parte de ella para llegar al individuo afirmando directamente y por implicación que todo cambio en éste está determinado y supeditado a la necesidad inicial de un cambio en aquélla. En este sentido, la obra de Marcuse no presenta un panorama positivo, ni siquiera alentador. “Los sucesos de los últimos años refutan todo optimismo”, declara el autor en su prólogo. Y es indudable que el desarrollo de su tesis lo coloca en las antípodas del peculiar optimismo al que nos tienen acostumbrados Fromm y los demás revisionistas freudianos, que Marcuse se encarga de anular como legítimos herederos de Freud con particular lucidez y penetración en su epílogo. Sin embargo, el aspecto positivo de Eros y civilización se encuentra precisamente en el radical planteamiento de las posibilidades utópicas del desarrollo de la civilización industrial a partir de los descubrimientos de la hipótesis de Freud, que en él mismo tenían un carácter negativo, pero que han sufrido una inversión dentro del marco actual de esa misma civilización. Para Freud, nos recuerda Marcuse: “La felicidad no es un valor cultural.” Eros y civilización intenta y logra demostrarnos cómo a través de los logros culturales adquiridos mediante ese sacrificio de la felicidad, ésta podría llegar a ser finalmente posible para el hombre —pero sólo dentro de las condiciones óptimas que los agentes de la dominación incrustados dentro de esa misma cultura se encargan de hacer imposibles. De ahí el carácter utópico y hasta un tanto desesperanzado del libro; pero de ahí también su excepcional radicalismo y la extraordinaria libertad del pensamiento expuesto en él.

En líneas muy generales, Marcuse parte de la teoría expuesta por Freud en su Malestar de la civilización acerca de que los logros de la civilización y el relativo bienestar que ésta le ha dado al hombre son el producto de la represión y la sublimación de sus necesidades instintivas. A partir de este hecho, Marcuse traza la historia del desarrollo de la civilización y muestra cómo, en nuestros días, la naturaleza misma de esos logros hace ya innecesario el mantenimiento de esta represión. Al contrario que Freud, quien pensaba que para llegar al desarrollo total del hombre “donde está el id debería estar el ego”, Marcuse sugiere que dentro de las condiciones proporcionadas por el avance industrial, podría llegar a hacerse posible que el id ocupara el lugar del ego. Al aumentar sus satisfacciones instintivas, el hombre lograría que el elemento destructivo —el instinto de la muerte o Principio de Nirvana— presente en sus impulsos irracionales, fuera disminuido o contrarrestado por la fuerza misma de la felicidad que traería consigo la satisfacción de sus exigencias reprimidas. Así, dentro de los lineamientos de la moral establecida, su pensamiento alcanza un excepcional radicalismo revolucionario. Invirtiendo también, en otro sentido, el pensamiento de Freud, mediante el método de seguir fielmente sus consecuencias lógicas. Marcuse convierte la felicidad en un valor cultural. Dentro de estas condiciones ideales, la felicidad humana acrecentaría la cultura en vez de destruirla; pero sólo después de pasar por una revisión total de los valores impuestos por el sistema represivo. Por supuesto, las implicaciones de esta línea de pensamiento —perfectamente razonado— son explosivas. Marcuse reconoce como elementos fundamentales de ella la destrucción del sistema monogámico y de la familia, de la revaloración de las llamadas perversiones sexuales y sobre todo, la total reestructuración de los sistemas de trabajo, institucionalizados bajo el imperio de una falsa moral —una moral que se extiende desde los mandatos bíblicos (“ganarás el pan con el sudor de tu frente”) hasta los modernos métodos totalitarios de deificación de la productividad.

La primera parte de Eros y civilización, titulada “Bajo el mando del principio de la realidad” está dedicada a trazar la historia de esta evolución de la civilización de acuerdo con la hipótesis de Freud. La segunda nos lleva “más allá” de ese mismo principio de la realidad. En ella el libro se hace más especulativo y se adentra en el terreno utópico. Marcuse sigue con singular penetración los rastros de esa actitud ante la realidad de las imágenes míticas que nos lega la tradición, cuyo sentido ha sido traicionado y pervertido, y en las grandes creaciones poéticas de los espíritus más libres, sin retroceder jamás ante las consecuencias lógicas de su pensamiento y separándolas profunda y valerosamente del campo neutro y seguro en que han querido constreñir al arte alejándolo de la posibilidad real de transformación que sugiere, para llevarlo a la realidad inmediata. En uno y otro terreno la calidad incisiva y revolucionaria de su pensamiento resulta siempre apasionante. En los orígenes de ese pensamiento se encuentra una de las más puras e independientes actitudes filosóficas contemporáneas.

Herbert Marcuse nació en Berlín y dejó Alemania cuando Hitler tomó el poder. Después de un breve periodo en Francia y Suiza, se trasladó a los Estados Unidos, donde reside actualmente. Con Max Horkheimer y Theodor Adorno, formó parte del Instituto de Investigaciones Sociales, que después de la Segunda Guerra Mundial ha vuelto a establecerse en Frankfurt. Eros y civilización es en gran parte resultado de la actitud teórica de este grupo, uno de los que con mayor efectividad han visto la posibilidad de revitalizar el pensamiento filosófico contemporáneo, alejándolo de la mera especulación lógica y de la abstracción metafísica, llevando adelante el pensamiento de Marx y Freud e intentando una reconciliación entre sus posiciones más avanzadas. Esta posición se advierte de inmediato en la actitud que guía el método empleado en la realización de Eros y civilización. Centrado en la realidad social y política, el libro se dispara hacia el lugar que las fuerzas irracionales tienen en ella para racionalizarlas y legar a una síntesis arriesgada, pero perfectamente fundamentada también. Por su misma esencia, es un libro destinado casi por necesidad natural a ofender a los defensores de uno y otro orden; pero, quizás por esto mismo, es también uno de los libros contemporáneos más profundamente fincados en la urgencia de responder de una manera directa y excepcionalmente sincera a los problemas que hieren al hombre contemporáneo y su mundo desde la realidad misma de ese hombre y ese mundo. Su mismo radicalismo, en el que nunca parece superfluo insistir, la extraordinaria libertad del autor, su resuelta negativa a forjarse ilusiones sobre la posibilidad de realización de las soluciones planteadas por él, lo colocan en una posición difícil.  Marcuse se atiene siempre a las circunstancias reales más fácilmente comprobables. Pero el nihilismo al que lo conduce esta actitud está acompañado del firme convencimiento, maravillosamente expresado, de que sólo llegando a la realidad última de la condición humana y aceptando la precaria posibilidad de que la difícil reconciliación entre los impulsos vitales y los destructivos que forman parte de su misma naturaleza se realice, podrá superarse el elemento negativo, pero no por eso real, de ese nihilismo. Fuera de esta posición y a partir del conocimiento de su excelente libro, cualquier otra solución parece más precaria aún — cuando no definitivamente falsa. En este sentido, Eros y civilización es sin duda un libro luminoso. Un aforismo de Walter Benjamin, citado por Marcuse en su obra más reciente, podría definirlo con mayor claridad que cualquiera otra explicación, conduciéndonos a su último sentido y a la valerosa posición de su autor: “Sólo gracias a aquéllos sin esperanza nos es dada la esperanza.”

JUAN GARCÍA PONCE. Entrada en materia. Colección poesía y ensayos, UNAM, 1968

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