A propósito de Fabiola Tanus
Por Luis Ignacio Sáinz
Au fond, le voyage vers les origines est
plus important que les origines elles-mêmes.
En el fondo, el viaje hacia los orígenes es
más importante que los orígenes en sí mismos.
Julia Kristeva.
No conoce el reposo, se nutre del movimiento, por eso un buen día escuchó las voces profundas de su corazón y decidió metamorfosearse en ola, en mar, en agua… Incapaz de asumir reposo alguno, calibra sus intensidades a la luz de los proyectos que la ocupan, dado que su inteligencia febril marca las horas y los días de su quehacer: crear desde la nada, crear desde un encargo, crear desde una necesidad, crear a partir de un apetito. Asciende y desciende el líquido salino afectado por las atracciones del sol y de la luna, y entre la pleamar y la bajamar deambulan las decisiones de la mujer de ojos verdes, voraces y sedientos focos de luz e hipnosis, instrumentos de seducción y talismanes que la protegen de un mundo no siempre sujeto a sus deseos.
En ocasiones cuenta con rumbo, pero las más de las veces se empeña en copar su mente, aturdirla, desgastar las energías que posee a pesar suyo. En el trote de su persona va estableciendo una lógica de ser-existir-trascender la realidad, suerte de brújula que mitiga sus insatisfacciones, pues tanto quiere, afanándose hasta límites inconcebibles, que sufre traspiés y resbalones en su búsqueda; por supuesto que de manera simultánea supera los obstáculos y da en el blanco, pero nunca será suficiente para ella…sin que, forzosa o conscientemente, lo decida por sí misma, será insaciable. Yerra y acierta, aceptando las consecuencias y aprendiendo sin cesar a crecer, a desmenuzar las adversidades, a alzarse en la dicha y la tristeza de inventar constelaciones imposibles, desarrollarlas, construirlas, armarlas y deshacerlas, ensamblarlas en mil opciones posibles y utópicas, sabiendo y reconociendo que el éxito nunca se conquista por completo en la fábrica de los sueños. Asomándose siempre al término del proceso de composición, una insatisfacción cosquilleante, y será ese escozor el signo o síntoma que mantenga el compromiso en modalidad de eterno retorno, como aquellos mitos que materializándose permiten desafiar la realidad y acometerla una y otra y otra vez.
A todo esto, dada su condición de ser en permanente formación, se transfigurará en agua que corre cristalina, en empatía y encuentro con sus pares creadores, esos cómplices que comprenden la angustia por atender sus voces interiores, los llamados de una vocación que no se elige jamás, pues se presenta cuando le viene en gana, exigiendo sus cuotas de invención y fantasía.
Es agua además que corre limpia y diáfana, pero que se enturbia por las asechanzas del entorno y las incomprensiones, incluso, de aquellos que estarían llamados a entenderla, pues la han acompañado en apariencia y hasta cierto punto desde siempre, y sin embargo la desconocen, ignoran los combustibles que la alimentan lanzándola a cubrir itinerarios profundos, en silencio, misteriosos, donde se juega literalmente su destino.
Aísla lo que la apremia, empero ello no significa que posea las soluciones a los acertijos de su existencia. Y en cada uno de estos dolores, miscelánea de fibromialgias del alma, frente a ellos, contra ellos, a pesar de ellos, opta por deslizarse en el papel cual rastro de tinta, suma de mojoneras que marcan el territorio para no perderse en el camino, peregrinación al acecho de las facetas de su metabolismo emocional, cognitivo, sensorial. Una gota derramada como grito desesperado por justificar su presencia en la corteza terrestre, por eso se desliza en el papel sin tregua, sin pausa, ajena a los ruidos del escenario en que se inserta y del que forma parte, dibuja y dibuja y dibuja como si se tratase de un exorcismo capaz de brindarle paz y serenidad, aunque está por demás, ya que su naturaleza fabril burla la calificación de hacedora insatisfecha, explotando su genio intuitivo hasta indemnizar su frustración.
El agua que sube y baja, esa ola inquieta, de espasmos incontrolables, huracán, tempestad, ciclón, tormenta: formas de su estallido, de su esencia que más allá de cualesquiera dudas asimismo comparece estable, paralizada, inmóvil…tal cual irrumpe para sí y quienes privilegiados observan ese batir intenso de una voluntad creadora, la de la artista que quiere más y más y más, sabiendo que no lo conseguirá, pero que no tiene otra opción: entregarse a la creación, padeciendo la dicha y enfrentando la tristeza, resultantes del quehacer estético, ese empeñado en descubrir-parir la belleza, la armonía de formas y volúmenes, texturas y trazos, y casi lograrlo, rozar la perfección, acercarse al ideal, a un tris de convencerse que ha triunfado al vencer las imperfecciones, evaporándolas…sin embargo, no están ni derrotadas ni desterradas, tan solo contenidas, pues este combate carece de cuartel, no tomará prisioneros, será a muerte.
Cuento de nunca acabar, Sísifo que arrastra la roca colina arriba hasta aspirar entronizarla en su cima, cuando de pronto —¿una distracción autoconstruida? — algo perturba semejante penitencia impidiendo se cumpla y a empezar de nuevo, pues la piedra, engreída, se dirige cuesta abajo a toda velocidad. Roca envidiosa, pues quisiera arrastrarla consigo… Fatame resiste, se agarra hasta con las uñas del áspero suelo, ese pedregal desprendido que la atormenta en los sueños, impidiendo se detenga, pues el alud avanza sin freno, al aferrarse a su ilusión original, ser contemplativa y reflexiva, pero estar en movimiento perene.
Más o menos todo esto lo intuí al verla por primera vez, percatándome que cierta gravedad rondaba su ser, quizá al modo de una sospecha remota pero renovada de vez en cuando por los entusiasmos imprevistos de entes apenas observados, atisbados de reojo. Intuía yo o vibraba ella, una especie de sismicidad en su mente, tectonismo sensible, camuflado en los ires y venires de su temperamento, ecualizándolos para adecuarse al medio, integrarse y sobrevivir, también disfrutando, que la vida no es una condena o no lo es del todo.
Comparecía entonces, al modo de una sorpresa inesperada, llámese asombro o pasmo, armonizando los contenidos profundos, en flujo, miscelánea de instintos-sensaciones-percepciones-argumentos, y el continente expectante, cuerpo en guardia que quisiera pasar desapercibido, hasta conquistar algún grado de invisibilidad. Revelación invitante, quizá, tal vez, acaso… Valía la pena contrariar los momios de la realidad hasta el extremo de hurgar en los intersticios de tal cofre de ilusiones. Inteligencia que imaginaba rotunda, con mirada a ratos altiva y fría, a ratos accesible y cálida, carente un poco del término medio que facilita conocer-reconocer la esencia, la quidditas tomista. Ignoro cuán consciente esté de que suele expresarse no sólo con palabras, sino recurriendo a su posición corporal, el alcance y tono de su mirada, amén de una miscelánea de gestos que arma un vocabulario completo. Y sería justo esa mente lúcida, en movimiento, inestable, zigzagueante, impredecible, lo que me despertaría, aguijón benévolo, un interés que trasciende la frivolidad, ese disfraz de lo fortuito. No resulta fácil perseverar, pero su profundidad, el compromiso consigo misma, su lucha cotidiana por la expresión, la defensa a rajatabla de su libertad, sin titubeos ni condiciones, revelan los atributos de la mujer agua y espejo.
Ojalá que el viaje de la dueña de los electrizantes ojos verdes, sabios cuando ríen y afligidos cuando lloran, en pos de descubrimientos infinitos, sume y no reste, haciendo caso de Paul Klee: “Prenez une ligne et le prendre pour une promenade”: Toma una línea y llévela a dar un paseo.
Fatame en su laberinto, mujer agua y espejo, que impugna el proverbio budista: “Flowers in a mirror and moon on the water are both illusive” (Kyōka Suigetsu; 鏡花水月). Ser real.
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