Por Gabriela Gorab
Según The Mainichi Shimbun (uno de los periódicos más importantes de Japón) el libro La peste del Premio Nobel Albert Camus (Argelia,1913 – Francia,1960) ha tenido una alta demanda en las librerías del país nipón a partir de que el Coronavirus comenzó a propagarse en esa región a principios de febrero, y la razón es evidente: esta novela, publicada en 1947, narra los problemas que enfrenta la ciudad argelina de Orán al ser azotada por un brote de peste bubónica y en sus páginas profundiza acerca de temas como la solidaridad y las consecuencias que se tienen que enfrentar cuando por razones de un bien superior se hace necesario restringir las libertades individuales para proteger a la comunidad.
Es claro que el surgimiento del COVID-19 se ha extendido por el globo terráqueo sembrando el pánico, sin embargo me parece que, además del comprensible temor por cuestiones sanitarias, gran parte de la población sufre de un miedo aberrante al aislamiento, a la posibilidad de estar con ellos mismos o encerrados con sus seres queridos prácticamente las 24 horas.
En La peste Camus nos presenta algunas de las características esenciales de la naturaleza humana: la paranoia, el terror a lo desconocido, la obsesión por los bienes materiales, la ansiedad por el trabajo sin descanso como una forma de evasión, o la solidaridad que está representada en el doctor Rieux quien es el personaje de la novela que estará siempre dispuesto a arriesgar su vida por los demás.
¿Será que en estos días de Coronavirus, La peste somos nosotros mismos?¿o estamos aterrados sólo de pensar que estaremos encerrados con nuestros pensamientos?
Todo esto me lleva a recordar que existe un óleo sobre lienzo exhibido en el Museo de Louvre de París titulado La Plaga de Ashdod del artista Nicolas Poussin (Francia, 1594 -Italia 1665). El pintor franco – italiano, realizó dicha obra durante la plaga que azotó Italia en el siglo XVII. Esta obra es considerada una rareza ya que durante esa época existía la creencia de que el observar alguna representación de una plaga en una obra de arte, llevaría al espectador a sufrir consecuencias físicas negativas, tan perjudiciales como la plaga misma… Esta idea la podría comparar, en la actualidad, con el hecho de estar atentos a las noticias para mantenernos informados, sin embargo no podemos permitir que nos guíen por la vida como un rebaño de ovejas.
La parte linda o positiva, es que este tipo de situaciones nos obligan a que volvamos a nosotros mismos, a preocuparnos por los demás, a ser empáticos y más considerados (no llevarnos todos los jabones o todo el papel de baño del supermercado sería bueno, por ejemplo); a ayudarnos los unos a los otros — en la medida de nuestras posibilidades — de forma altruista, de forma cooperativa… Ahí es cuando realmente demostramos nuestra humanidad y por consiguiente nuestra educación (Querido lector, no es usted un personaje del montón como los autómatas de Orwell en 1984 ¿o sí?)
Tengo la ilusión de que llegará el día en que dejemos a un lado los miedos y despertemos en un mundo de armonía; en que pensemos diferente y que nos demos cuenta que la podredumbre de la condición humana es causada por el miedo; de igual forma, el hacernos conscientes de que la descomposición de la existencia se hace más patente cuando ésta es invadida por la aprensión. Sin duda el espíritu colectivo, el pensar como especie, nos puede salvar no solamente del COVID19, sino de la vida misma.
Para finalizar, creo que — definitivamente — el mundo necesita un abrazo colectivo, pero la realidad es que está demasiado asustado.
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