Los escritos de Apollinaire sobre el arte de la pintura son notables por su extensión, su diversidad y sus frecuentes adivinaciones. No fue un gran crítico en el sentido que lo fueron Baudelaire o Breton; en él la mirada no se alía a la reflexión ni la sensibilidad se transmuta en pensamiento. Ni sus ideas ni sus teorías son memorables; los son sus intuiciones y sus descubrimientos. Extraña mezcla de profeta, promotor y gacetillero: sus razones no siempre eran buenas pero su ojo era infalible. Tenía en un grado insuperable esa cualidad que los franceses llaman flaire y que nos es simplemente olfato sino visión y, más que visión, facultad de ver lo que va a venir. Presentar aquello que está en el aire y que todavía no tiene forma: el futuro en el momento de volverse presente o, mejor dicho, presencia. La crítica de arte de Apollinaire — escrita de prisa, desordenada, improvisada como una conversación en el café, fragmentaria— nos asombra por la frecuencia con que la realidad confirmó afirmaciones que parecían despropósitos. También por el número y la diversidad de obras y personas que, así fuese por un instante, cautivaron su atención. Encadenado al periodismo, fue un gacetillero de arte y, desde 1902 hasta su muerte, en 1918, escribió casi todos los días una crónica sobre la vida artística de París. L. C. Breunig publicó hace algunos años una selección de esas crónicas: es un volumen de más de 600 páginas. El tomo no incluye los ensayos del libro que Apollinaire publicó en 1913 y que contribuyeron decisivamente al triunfo de la nueva estética: Les peintres Cubistes, Meditations Esthétiques. Apollinaire es el anti-Baudelaire y no sólo en el dominio de la poesía sino en el de la crítica pictórica.

La otra tarde, hojeando ese enorme y descosido conjunto de informaciones, triviales y descubrimientos que son la Chroniques d’Art, me encontré con tres notas; las tres de 1914, y las tres dedicadas a tres artistas mexicanos (aunque el último lo sea sólo por el origen): Diego Rivera, Atl y Marius de Zayas. No me cabe duda de que Apollinaire sintió cierta simpatía hacia México. Su hermano Alberto se instaló en nuestro país desde 1913 y aquí murió, en 1919. El primer caligrama de Apollinaire, Lettre-Océan, publicado en Les Soirées de Paris en junio de 1914, dedicado a Alberto, está escrito en una Tarjeta Postal de la República Mexicana. En ese caligrama hay alusiones a Veracruz, Coatzacoalcos, los Mayas, Juan Aldama, el vapor Ipiranga, “les jeunes filles à Chapultepec”, la chirimoya y dos expresiones que lo divirtieron: hijo de la Cingada (a la italiana) y Pendeco (C’est + qu’un imbécile). Por todo esto es natural que viese con interés y benevolencia una exposición del Dr. Atl que tenía por tema y título Las Montañas de México (galería Joubert et Richebourg, del 1 al 15 de mayo de 1914). El texto del catálogo era del mismo Atl; una explicación de su arte y de su técnica pictórica, “sólida derivación de los métodos pictóricos helénicos”. Apollinaire decidió decidió citar el texto de Atl en su integridad, probablemente para ahorrarse trabajo y ganar espacio. La nota de Apollinaire se publicó en Paris-Journal el 5 de mayo (sic) y termina así: ”Aparte de esas novedades técnicas, la exposición de Atl tiene el mérito de mostrar a un pintor de montañas. Es sabido que son escasos, siendo los japoneses quienes más éxito han tenido en esta difícil representación. Quienes gustan de los viajes lejanos y de los lugares singulares contemplarán con placer, extraídos del cuaderno de viaje del elocuente Atl, estos paisajes americanos dominado por cimas altivas con nombres aztecas o toltecas: El Popocatépetl, La cumbre del Iztazihuatl, El Colima, El Citlaltepetl, El Pico de Orizaba, El valle de Ameca, El Toluca, etc.”

 

DR. ATL, La sombra del Popo, 1942

 

DR. ATL, Erupción del Paricutín, 1943

 

La nota sobre Diego Rivera es breve. Fue publicada el 7 de mayo, dos días después de la de Atl. Se refiere a una exposición de Diego en la galería B Weil. Es curioso que los dos jóvenes artistas mexicanos expusieran sus obras en el mismo mes. La pintura de Rivera interesó a Apollinaire más que la de Atl; la de este último era más bien tradicional mientras que la del primero era resueltamente moderna. Como no dejó de señalarlo Apollinaire, Rivera estaba marcado por el cubismo. El poeta trata al joven pintor con simpatía; en cambio, se indigna ante el prefacio del catálogo. Para que el lector comparta su irritación (justificada: ese texto es estúpido) reproduce el malhadado prólogo. Ocho días después, el 15 de mayo, en Les Soireés de Paris, vuelve a mencionar con elogio la exposición de Rivera y vuelve a criticar el catálogo, sólo que en esta ocasión dedica al asunto cuatro líneas y media.

 

DIEGO RIVERA, Paisaje zapatista, 1915

 

DIEGO RIVERA, La mujer del pozo, 1915

 

La tercera nota también es breve pero es la más importante y personal. La actividad y la obra de Marius de Zayas, artista de origen mexicano, está asociada íntimamente al movimiento de la vanguardia en Nueva York, entre 1911 y 1920. De Zayas se ganó la vida como caricaturista del Evening Star y pronto sus obras gráficas conquistaron el reconocimiento de los jóvenes artistas y poetas neoyorkinos. Fue un colaborador cercano de Alfredo Stieglitz y participó en las actividades del célebre Estudio 291 así como en el gran escándalo del Armory Show, la primera exhibición de arte moderno en nuestro continente (1913). Gran amigo de Duchamp y Picabia (su nombre aparece con frecuencia en la correspondencia del artista hispano-cubano), estuvo en París en 1914, un poco antes de que estallase la guerra. Allí conoció a Apollinaire e inmediatamente hizo suya la estética “simultaneísta” que el poeta y sus amigos difundían en Les Soireés de Paris y en otras publicaciones. En 1915, ya en Nueva York, Marius de Zayas fundó, con Paul Haviland y la poetisa Agnes Ernst-Meyer, la revista 291 (en homenaje al estudio de Stieglitz). Más tarde Picabia recogió el título —aunque cambió el número inicial— para su revista trashumante: 391. Los dadaístas, a pesar de sus furores, no fueron enteramente insensibles a la continuidad. Hay una tradición de la anti-tradición.

 

Portada de la revista 291

 

 

MARIUS DE ZAYAS, Paul Haviland y Marius de Zayas, 1910

 

Las caricaturas-poemas de Marius de Zayas, algunas escritas en colaboración con Agnes Ernst-Meyer, representan una curiosa y original prolongación de dos formas inventadas por Apollinaire: el caligrama y el poema-conversación. Agrego que, aunque menos espontáneas, son más complejas que las composiciones de Apollinaire. En de Zayas hay una vena abstracta e intelectual; otra satírica. Ambas lo convierten en un hermano menor de Duchamp. Sus caricaturas de Apollinaire, Stieglitz, Picabia, Duchamp, Suzanne Duchamp-Crotti, Paul Guillaume y otros merecen recordarse: son obras plásticas y son ecuaciones psicológicas. De Zayas fue, además, el punto de unión entre Dadá y la vanguardia de Nueva York.* Pero la personalidad de Marius de Zayas merece un ensayo aparte. Creo que José Miguel Oviedo escribe uno. Mientras tanto, me limito a reproducir el comentario de Apollinaire publicado, como los otros en Paris-Journal, el 9 de julio de 1914. En su brevedad es una consagración: “ La caricatura es un arte importante. Las caricaturas de Leonardo de Vinci, de Cillray, de Daumier, de André Gill no son obras menores. Entre los caricaturistas no incluyo a satíricos como Hogarth, Gavarni o Forain. El arte de hoy, tan expresivo, sólo había dado en la caricatura a Jossot, artista injustamente olvidado. Ahora hay un nuevo caricaturista, Marius de Zayas, y su caricatura, que emplea medios totalmente nuevos, congenia con el arte de los más audaces pintores contemporáneos. He tenido ocasión de ver algunas de sus nuevas caricaturas. Son de una fuerza inimaginable. La de Ambroise Vollard, la de Bergson, la de Henri Matisse. El próximo Salón de los Humoristas deberá reservar una sala a Marius de Zayas. Vale la pena”. La guerra mundial, comenzada diez días después de la aparición de esta nota, impidió la realización del deseo de Apollinaire. Han pasado cincuenta años y en ninguna sala de ningún museo de México se ha celebrado una exposición de Marius de Zayas. Tampoco ningún crítico mexicano le ha dedicado ninguna línea.

 

MARIUS DE ZAYAS, Candilejas, 1910

 

 

MARIUS DE ZAYAS, El día de campo, 1912

 

* La correspondencia entre Tristan Tzara y Marius de Zayas, recogida en el libro de Michel Sanouillet: Dadá á Pais (1969)

OCTAVIO PAZ. Sombras de obras. Seix Barral / Biblioteca Breve. 1983

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