Nunik Sauret

Nunik Sauret

Instantes y silencios

Por Luis Ignacio Sáinz *

Nunik Sauret decidió vivir sumergida en las tintas y las texturas de las estampas, hasta mutarlas en su segunda piel, en el guardarropa de su alma. Asumió pues, su condición de ser de papel por elección; se despojó de los huesos y los músculos para atenerse a los pliegos de esas fibras orgánicas que la han seducido desde siempre. Mora pues, entre tramas y urdimbres, jaspeada por esas tintas profundas, misteriosas, luminosas, que son vehículo de su caligrafía, con las que nos convida su intuición del mundo y, acaso, sus personajes.

El Museo Nacional de la Estampa acierta al montar esta exposición a quien, por medio siglo, ha fatigado su imaginación con estampas en espiral, una miscelánea de prodigios que hoy nos convocan a esta casa del grabado y sus imágenes. En su generosidad, lo que tendría que ser un tributo en su honor, por los dones que ofrenda a sus fieles devotos, lo es para nosotros que, lujuriosos o serenos, apreciaremos su fábrica cuajada de aciertos, provocaciones y gotas de perfección. No nos equivoquemos, por su finura y esa rara habilidad de calcular el azar en cero, su plumaje ronda la perfección de Julio Ruelas.

Maestra de la contemplación fugaz y la iluminación del sentido de las cosas y los entes. La obra de nuestra compositora de zagas en gestos y trazos visuales, enraíza en el asombro insaciable y la emoción sin límites. Se desborda, no puede contenerse, de modo que todo lo arrasa en ese caudal de ideas y sensaciones metamorfoseadas en deslizamientos de línea y color, en ocasiones textura, y eludiendo de tiempo atrás la irrupción de la figura. Ha optado por una expresión vaporosa, refugiada en brumas y humos, renuente a manifestarse en los primeros planos.

La suya es una vocación contemplativa, digna del confinamiento en monasterios que huyen de los ruidos del mundo y sus tentaciones. Como en un caleidoscopio, su quehacer plástico, en movimiento perenne, linda con ese fenómeno meteorológico que conocemos como calima o calina: que acontece cuando la atmósfera es asaltada por diminutas partículas de polvo, ceniza, arcilla o arena en suspensión, invasoras de nuestro tiro visual, entorpeciendo la curiosidad de la mirada, desvaneciendo los contornos por igual de cuerpos y materias. Sin duda, uno de los factores esenciales de su vocabulario lo constituye el misterio: ese no sé qué de indefinición…

Nunik Sauret se mueve justo como pez en el agua: elegante, sin marcha de cauda aparente, suspendida entre burbujas invisibles, asignando contadas estrías y requiebros en la anhelante superficie del papel. Se desplaza con soltura y naturalidad, consecuencia de la levedad de su abstracción. Deslizamientos de la línea discretos, amantes de la insinuación del vacío, esas oquedades matéricas, que se alimentan de silencio, de hatos de nada, apenas delimitadas tales manifestaciones del no-ser con dejos del paso del pincel o el instrumento que porte en ristre, evocando las coqueras que habitan en el hormigón, como también lo hacen en los pliegues y las rugosidades de las piedras. Ahora, gracias a su genio, traslada estas deliciosas imperfecciones en la geografía del papel.

Obras que son pliegos únicos, libros ensamblados como acordeones, codex injertados; hojas intervenidas y superpuestas, dimensionando la permeabilidad de la luz, los motivos dibujados y las manchas jaspeadas, atrapados en cajas/recipientes acrílicos; rollos desplegados adosados a muro o reposando en gabinetes tendidos de cara, boca arriba. Piezas sueltas y colectivas, secuenciales y hasta acumulables-coleccionables. Nunik Sauret nos ofrece una miscelánea de veladuras y calas, cada una de ellas manifestación de un escenario plástico en ajetreo incontrolable, demostrando que, en su ideación y fábrica, hasta lo imposible deviene objetividad exquisita. Me repito sin remedio y subrayo que es una creadora de papel, por dentro y por fuera. Si uno se detiene a mirarla con atención, seguro, podría identificar la urdimbre y la trama de su rostro; y sus mismos ademanes revelarían los juegos de las fibras que, intersectadas, cruzadas, convidan folios. En nuestro territorio cultural ha terminado por ser su cronista, oráculo y sacerdotisa; amén de creyente más encendida. Nadie conoce como ella, remotamente, los intríngulis de tan caprichoso soporte vegetal.

Tras entregarse sin reservas al conocimiento del quehacer gráfico y sus modalidades de estampado, adquirió la rara habilidad de vertebrar constelaciones de sentido que evitan sucumbir a las narrativas: los entes de su imaginación, entregados a la contemplación, se hunden en la belleza del silencio, y a pesar de que nada dicen o predican nos cautivan en su frágil condición furtiva.

Por todo esto y lo que viene, quedo agradecido y en deuda con Nunik Sauret.

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A través de la exposición Instantes y silencios: Nunik Sauret, el Museo Nacional de la Estampa (INBAL) reconoce el quehacer de esta artista gráfica a través de la presentación de 80 piezas que constituyen una travesía por su imaginario creativo. Se trata de una muestra integrada por estampas litográficas, elaboradas con técnicas japonesas, impresas sobre papel y yeso, así como libros de autor y una instalación. Son obras realizadas en los últimos dos años por la artista en un trabajo conjunto con el Taller BlackStone que dirigen Arturo Guerrero y Francisco Lara. . La exhibición permanecerá hasta el 31 de mayo.

* Agradecemos al Doctor Luis Ignacio Sáinz quién nos ha permitido publicar el texto que escribió para la exposición y del cual hizo lectura en la ceremonia inaugural el 14 de marzo de 2020.

Pedro Zubizarreta

Pedro Zubizarreta

SEMBLANZA

Pedro Zubizarreta

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