Luis Ignacio Sáinz

Es como si los artistas hubiesen asumido que el arte del retrato, el espejo del alma y la vida, ha dejado de tener sentido. La imagen, que en la antigüedad tuvo como fin rescatar el alma de la muerte y del olvido, devolviéndole un cuerpo imperecedero, ha acabado por ser la exposición de la condición fugaz y terminal del hombre contemporáneo.

Pedro Azara (1)

 

Registrar en imagen la conciencia, el timbre y el carácter del sujeto a merced de la lente, prescinde del cuerpo y se ceba en la mirada. Sí, en la expresión ya estereotipada de que “los ojos son el espejo del alma”. Cecilia Santos (Guadalajara, 1982) se levanta por encima de semejantes obviedades, hundiendo las raíces de su curiosidad en una profundidad rara por poco frecuente, que linda con la taxidermia de la psique. Otea en los pensamientos, sensaciones, fantasías, obsesiones, imaginerías e intuiciones de una galería de hacedores de objetos donde depositan el universo entero de tales ideas y emociones.

Los creadores se vacían en sus obras, y de ellos, nuestra cronista visual se precipita en sus cáscaras, las apariencias anatómicas, cual Narciso hundido en el estanque tras fracasar en asir su propio reflejo. Ella, como el adagio latino, bien puede expresar: “Vine, vi y vencí” (2). Lo hace con naturalidad, consciente de que sus interlocutores no se percatan de la fuerza de su mirada, capaz de esquilmarles un poco de su ψυχή (en griego, “alma”). Los pilla embelesados en sí mismos, seducidos por su gracia plena, y entonces, y sólo entonces, les exprime su substancia.

El retrato es una impronta, tiempo materializado, un instante plástico que rinde cuentas de una persona; tal vez aquí resida un aire de perversidad. Un halo fantasmal fatiga su geografía, pues allí mora “algo íntimo y privado” de quien ha sido aprehendido en la representación. Cuando acierta en capturar los rasgos y gestos característicos del modelo, eso que se ha denominado expresión, evoca con sorpresa —y en una suerte de contradicción— procesos específicos de intervención del organismo en cuanto físico: la disección y el embalsamamiento. Su peculiaridad radica en que la autenticidad de esa existencia devenida objeto, trasciende la capa que envuelve y atesora la anatomía y la funcionalidad de los sistemas que la animan.

Así, el propósito de semejante género, en la territorialidad de la fotografía, se afana más bien en capturar el movimiento que comunica el “disectado”, haciéndolo único e irrepetible. La voz “fotografía” (del griego, Φωτογραφία: “describir a partir de la luz”) les fue ajena y desconocida a sus inventores: Joseph Nicéphore Niépce, heliografía; Henry Fox Talbot, calotipo; y el más narcisista de ellos, Louis Daguerre, daguerrotipo. ​El fuste del término “describir a partir de la luz” compila el proceso, o al menos lo enuncia, en demérito de su resutado: la imagen como producto. De modo que la que justifica esta nueva técnica erigida en arte es el acto mismo de representar. Sin la menor duda esta es la razón por la que Joan Fontcuberta en El beso de Judas: fotografía y verdad (3), tras una prolija revisión del origen y el posible autor del neologismo Φωτογραφία, se detiene en su etimología, y con acierto, propone: “escritura aparente” o “escritura de las apariencias”… 

Luis Valsoto

Alejandro Colunga

Cornelio García.

Carmen Bordes

Humberto Baca

Gabriel Macotela.

Los phantasmata de Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, conocido como Paracelso (1493-1541), descritas como “alucinacionees creadas por el pensamiento” o, en el caso de los retratos fotográficos, por la connivencia de la luz (profundidad de campo, difracción y velocidad de obturación, entre otros tópicos a considerar) y el compositor visual que presiona el percutor de la máquina después de ponderar, además, los factores del espacio y su atmósfera. En pocas palabras, la cámara sí miente y sus frutos icónicos no son una evidencia, son instantes, fragmentos, incapaces de rendir cuentas de una totalidad indivisa.

Ismael Vargas

Javier Arévalo

José Fors

Ya sea que posen, comparezcan naturales, asuman su papel, se muestren taciturnos o juguetones o tímidos o soberbios, los modelos de este desfile de retratos dan para mucho, son hebras que nos permiten hilar madejas… Cecilia Santos los agarra desprevenidos a algunos, mientras a otgros los padece en su artificio, cual si hubiesen sido paridos en pedestales y hechos de bronce sin más: heróicos, vencedores de mil batallas, contra el silencio, la frivolidad de transformar soluciones en fórmulas, los fantasmas de los ecos sinfín, simulando que tienen algo que ofrecer y pronunciar. ¡Qué barbaridad! La coleccionista de esperpentos y quimeras vaya que es paciente, “aguanta vara” como se dice en el ruedo, cuando el miura resiste los embates del picador, creciéndose ante el castigo.

La lente perspicaz capta a este archipiélago de hallazgos plásticos en contextos encontrados: con su obra como remate o “back” de la toma, en meditación profunda, alojados en su espacio privado, en diálogo amable con la cámara o, ¡quién lo pensara!, en un rapto de prédica… todos vivitos y coleando, pero algunos de ellos hacen sus aspavientos, trizas y trazos, desde la tumba, en su rara condición de fantasmas entrañables, vahos de melancolía que nos advierten que “el león no es como lo pintan”. Los más renuncian de algún extraño modo a su subjetividad y se transforman en objetos representables. Entonces, se montan en pasarela virtual y vagan o deambulan en sus pasillos desafiantes o seductores. Se convierten en lo que hacen, metamorfosis más o menos, devienen sus propias fragmentos de imaginación. Saben que serán fotografiados y suplantan, destronan, a sus propios modelos, si acaso los tienen. Los menos ignoran que sus espíritus serán robados por las imágenes congeladas, son sorprendidos en pleno quehacer compositivo o distraídos, papando moscas y hasta en sentida alocución, semejante al trance del púlpito o la cátedra. Para nuestro provecho hay alguno que nos mira con sorna y ternura, casi con Einfühlung (empatía; del griego, ἐμπάθεια, “el que siente por dentro”).

Los Grillos

Juan Carlos Macías

Gonzalo Lebrija

Alberto Castro Leñero

Victor Hugo Pérez

Karla Rippey

Hieratismo y desparpajo, coquetería y presunción, campean las imágenes cautivas de Cecilia Santos. Nadie escapa a sus propios demonios, pues al menos desde 1677 con la publicación de la Ética demostrada según el orden geométrico de Baruch Spinoza sabemos que: “El deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida comno determinada a obrar algo por una afección cualquiera dada en ella” (III: Del origen y de la naturaleza de los afectos. Definiciones de los afectos: I). Todos sucumbimos, gozosos o no, a las tentaciones del mundo, la carne y el demonio. Empero, las mujeres salen mucho mejor libradas, pareciera que están más conformes consigo mismas, hunden sus raíces en la tierra, y eso les proporciona un dejo de naturalidad del que la mayoría de los varones están faltos, entumecidos para la eternidad. En pie de igualdad, siendo el género un dato más o menos inútil porque no hace las veces de apellido del arte y además no deriva de la genitalia, sino de la preferencia, el apetito y la propia noción en movimiento de cuerpo. Unos y otras arman una composición coral, segmentada en movimientos y arias, donde los acentos, el qué decir y el cómo decirlo, tejen una trama horizontal y una urdimbre vertical en esa iconografía quasi-textil.

Como una paradoja, desde sus inicios, la fotografía, como técnica y como arte, privilegió el reto de la expresión en la aprehensión de rasgos físicos y morales de los seres sometidos a su inquisitiva mirada. Fue y lo sigue siendo, un lenguaje que rebasa la mezquindad sexista. Así, como un botón de muestra, Julia Margaret Cameron (4) (1815-1879), la mismísima tía abuela de Virginia Woolf, nos legó paradigmas del género, planos llenos de misterio y exotismo, quizá explicables por haber nacido en la India (Calcuta) y fallecido en Sri Lanka (Kalutara), cuando todavía eran rescoldos del colonialismo británico. Esta es la estirpe de Cecilia Santos.

Julia Margaret Cameron: [su sobrina] Julia Jackson, 1867.

Cecilia Santos y Humberto Baca en el Taller Chapultepec.

Artista que ha frecuentado otras temáticas con singular acierto: el desnudo y las flores, aunque recurriendo a las bondades del color. La potencia expresiva de la composición monocroma es enorme pues permite que se consigan muy sutiles contrastes de luz y sombra con paleta tan austera. En mi opinión, su vocación se manifiesta en todo su esplendor con las pesquisas sobre la complejidad psico-emocional de las personas: desentraña sus secretos con sutileza, sin hacer alarde alguno de su capacidad introspectiva. Los desnuda metafóricamente, con dulzura y ternura, olvidándose que algunos de ellos son, fueron,  auténticos monstruos, por la energía de su lenguaje, por la intensidad de sus biografías.

Eduardo Sarabia

Claudia Rodríguez

Francisco Morales

Gil Garea

Adrián Guerrero

Flor Garduño

Ricardo Pinto

Francisco Ugarte

Magali Lara

Para ella la cultura es una piel adicional, quizá la primigenia, le viene desde lejos, es obvio que su sensibilidad y su curiosidad colisionaron y de semejante encuentro parieron a este ser discreto y profundo, que acompaña —y lo hizo con Gilberto Aceves Navarro— los procesos de fábrica de un sinnúmero de compositores de línea y volumen. Tan solo en la actualidad ha venido registrando esa iniciativa delirante, pero concretada, de jaspear los paisajes de Zapopan, y dentro de poco de Guadalajara, con esculturas monumentales, de formato público urbano, referenciadas al contexto y a su propia isóptica, en mancuerna con Humberto Baca y Jorge Huguenin, llamada Escultórica Monumental (5). Se ha apropiado de las vocaciones de otros para dejar testimonio de los desarrollos creativos más allá de los bienes resultantes. Lo cual es de agradecerse, ya que acostumbramos a dar por sentado que los artistas trabajan en pleno aislamiento sin mantener diálogos con técnicos y profesionales [incluídos intelectuales] de muy distinta laya, sin los cuales difícilmente llegarían a buen fin semejantes alumbramientos. Además, es evidente que el estilo de cada compositor plástico y visual se distingue por sus procedimientos y hasta manías personales.

Águeda Lozano

Federico Silva

Caleidoscopio de identidades que, en la mirada de Cecilia Santos, festeja la pluralidad y la diversidad, de formas de ser, de modos de idear circunstancias y fenómenos superiores a los prevalecientes en nuestra realidad, lacerada por la violencia y la intolerancia. Utopismo renovado, que confía en la cultura y las artes para impulsarnos a ser mejores y más felices.

 

 

1 El ojo y la sombra. Una mirada al retrato en Occidente, Barcelona, Gustavo Gili, 2002.

2 Esta suerte de apotegma se le endilga a Gaius Iulius Caesar (100 a. C. – 44 a. C. ), político, gobernante, escritor y estratega militar, quien tras derrotar a Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela, aprieta su triunfo y arrogancia en la locución: “Veni, vidi et vici”, que resonara en el Senado de Roma el año 47 a. C.

3 Barcelona, Gustavo Gili, 2015, 3ª edición corregida y aumentada, 136 pp., donde sostiene que las apariencias han sustituido a la realidad. Lo que recuerda la sentencia de Adorno: “la ideología es la cáscara que envuelve al mundo”.

4 Personaje sorprendente que en 1874 escribiera su autobiografía Annals of my glass house, publicada hasta 1899 por Photo Beacon de Chicago, donde defiende su fascinación por el supuesto “desenfoque” de sus retratos y en consecuencia lo prescindible de la “nitidez” como criterio estético, aludiendo a esa calidad filo-intangible que atesora la profundidad del alma y la conciencia. Comenzó su carrera a los 49 años cuando su hija y yerno le obsequian una máquina marca Jamin. Entre 1864 y 1879 tomó poco más de 3 mil fotografías. En su casa en la isla de Wight transformó el depósito de carbón en cuarto oscuro y el gallinero en estudio. Fue habilitada en el uso de la cámara ni más ni menos que por Oscar Gustav Rejkander (1813-1875), ferviente practicante de la fotografía de desnudo, y el diácono anglicano Lewis Carroll (1832-1898), autor de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo.

5 Iniciativa del Centro Cultural Exim con patrocinio empresarial y respaldo municipal que se remonta al 2017. Hasta la fecha se han instalado en el espacio público obras de Humberto Baca (Hilo de Ariadna), Alberto Castro Leñero (El grito), Alejandro Fournier (Luz, piel del tiempo), Gonzalo Lebrija (Cubo torcido), Gabriel Macotela (Torre), Pedro Martínez Osorio (Xochicalli, casa de la flor), Claudia Rodríguez (Rizo), Francisco Ugarte (Dos monolitos de concreto) e Ismael Vargas (Maíz). Se prevée en el futuro próximo producir y colocar piezas de la autoría de Federico Silva y Águeda Lozano, los más sobresalientes creadores en activo de nuestro país, a mi juicio.

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