dixit Jorge Luis Borges a partir de Shopenhauer

Por Luis Ignacio Sáinz

Como sus maestros los presocráticos, en especial Heráclito de Éfeso, el aedo (1)  invidente de Buenos Aires, Jorge Luis Borges, nos sorprenderá siempre con su humildad epistémica, pues las más de las veces desarrolla su aforística y la trama misma de sus cuentos y relatos, a partir o por añadidura de su devoción a los clásicos. Su forma de construir nuevo conocimiento será posible y encontrará fundamento en una operación actualizante (aggiornamento, voz tan preciada a los pontífices Juan XXIII y Pablo VI, núcleo esencial del Concilio Vaticano II: actualización, rehabilitación, modernización), la renovación producto de una lectura contemporánea.

En El Aleph (1949), el poeta-filósofo proclamará y defenderá en consecuencia la tesis del destino como elección voluntaria, tan paradójica construcción y postulación del sujeto:

En el primer volumen de Parerga und Paralipomena (2) releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad (3).

Visto desde semejante perspectiva, el libre arbitrio es(pan)ta cuando no paraliza, trayendo a colación el susto primigenio que expulsa el alma del cuerpo de ciertas personas por demás impresionables. Del fauno lujurioso (4) que tocaba su siringa para apaciguar a los rebaños y seducir a las ninfas hay quien sospecha fue concebido por la infiel Penélope con Hermes en ausencia troyana de Odiseo, de acuerdo con algún malpensante cronista de Ítaca.

En cambio, la mayor parte de quienes testifican sobre la conducta de la reina aseveran que tras veinte años de ausencia del marido, se erigió en la representación más perfecta de la fidelidad conyugal. En la Odisea Homero narra con lujo de detalles los artilugios de esta mujer en defensa de su castidad, conteniendo a sus pretendientes con la excusa de encontrarse volcada en el tejido de un sudario para su suegro Laertes, padre de Odiseo. El tiempo pasa como siempre, sembrando expectativas por doquier, en tanto la soberana le brinda a la victoria nocturna, como ofrenda amatoria, los deshilados de la prenda que se resiste a ser terminada y que al igual que los mitos del eterno retorno, cada vigilia emprende su fábrica desde el principio. Contumaz embuste que confunde y distrae a sus ambiciosos candidatos a poseerla contrayendo nupcias. Empero, arriba inexorable el momento en que la prenda deba mostrarse confeccionada por completo y entonces, sin miramientos y con puntualidad exquisita, se presenta el consorte nunca olvidado y arrasa con la legión de pretenciosos. Reinstaurándose la normalidad en el territorio de Ítaca, gracias a la sangre que purifica.   

Al coincidir con Borges aceptamos un dictum inquietante: al diseñar nuestro sino adquirimos una cualidad única sobre la corteza terrestre y bajo la bóveda celeste, constituirnos pues, como seres morales, entendiendo por ello sujetos responsables. El firmamento y sus habitantes, en singular o plural, dios o dioses, cesan de tutelarnos y ello supone admitir que, si bien el mundo no está hecho a nuestra imagen y semejanza, si resulta manifestación contradictoria de nuestras inclinaciones, ya sean intereses legítimos o perversiones. Tenemos entonces, que hacernos cargo de nuestro orden y desorden. Nada más cercano al panteón sagrado que dicha carga pueda metamorfosearse en fortuna, en el poder del mérito, prohijando que coincidan vocación y voluntad.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), que podría competirle a Heráclito el sobrenombre de “el Obscuro”, resuelve la antinomia divinidad-libertad, refugiándose en el hermetismo de una frase, a mi entender deslumbrante, que pasa más o menos desapercibida en sus todavía muy dieciochescos Escritos de Juventud: “La memoria es la cuerda de la que penden estrangulados los dioses griegos”. Ecuación defensora que recordar y evocar son cara y cruz del principio de la historia, sin ellas no hay conciencia de sí y para sí, tan solo mitologías y trascendentalismos quizá poéticos pero inocuos, y al irrumpir en la existencia colectiva, deviene instrumento aniquilador del Olimpo y sus periferias. Exterminados tales primeros motores, surge la plena hominización del tiempo y la realidad: “hemos elegido nuestras desdichas”, que podemos superar mediante el arte y acaso el amor…

(1) La palabra aedo procede del griego ἀοιδός, cantor. Transmitía las epopeyas compuestas por sí mismo, ejecutando un phorminx (φόρμιγξ), también conocido como forminge o lira –justo- homérica. Diferentes a los rapsodas (ῥαψωδός, pregonero o recitador), puestos éstos no componían sus alocuciones y se acompañaban por un bastón con el que marcaban el ritmo o timbre al percutar el suelo.

(2) Arthur Schopenhauer (1788-1860): Parerga y paralipómena. Escritos filosóficos menores (1ª edición, 1851; 2ª edición ampliada, 1862, preparada póstumamente por su discípulo Julius Frauenstädt). Nació en Gdańsk ó Danzig (según denominemos los 1966 km2 del puerto del mar Báltico en polaco o alemán; Estado semiautónomo en 1807 con Napoleón y ciudad internacional libre bajo el protectorado polaco en el periodo 1920-1939, con lema nacional Nec temere, nec timidi: “Ni temerario, ni temeroso”), cuando formaba parte de la República de las Dos Naciones (Mancomunidad de Polonia-Lituania, 1569-1795) y falleció en Fráncfort del Meno, siendo parte de la Confederación Germánica (Deutscher Bund, 1815-1866). Como nos indican las fechas, se trata de un filósofo polaco de lengua alemana, así como por ejemplo Franz Kafka es un escritor checo de lengua alemana; el imperialismo prusiano y después el expansionismo germano suelen desvanecer matices tan importantes. Parerga: plural del griego πάρεργον, parergon: «lo accesorio». Paralipómena: plural del griego παραλείπω, paralipomenon: “lo omitido”.

(3) Ficciones-El Aleph-El Informe de Brodie, prólogo de Iraset Páez Urdaneta, cronología y bibliografía de Horacio Jorge Becco, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1ª reimpresión, 1993, p.

(4) De su apelativo, Pan, se desprende un término que alude a su nombre y que funciona en las modalidades de sustantivo y adjetivo: (terror) pánico. En su origen mítico, el miedo enloquecedor sufrido por la naturaleza toda, provocado por el tronido y la caída de los rayos.

Foto: Brenno Quaretti

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