Fritz Karl Watel (París, 1631 – Chantilly, 24 de abril de 1671)
Por Luis Ignacio Sáinz
Cocinero y maître francés de origen suizo, inventor de la crema chantilly en el castillo homónimo, al servicio de Luis II, Príncipe de Borbón-Condé, antiguo mariscal de los ejércitos franceses, en calidad de contrôleur général de la Bouche, desde 1663. Será aprendiz del repostero Jehan Heverard, padrino de su hermano, entre 1646 y 1653. Año en que lo contratará Nicolàs Fouquet, marqués de Belle-Ile, vizconde de Melun et Vaux, como pinche de cocina en el palacio de Vaux-le-Vicomte. Personaje a quien se le recuerda por ser un gourmet-gourmand inigualable, así como un financiero sobresaliente, que terminaría siendo traicionado por su sucesor Jean-Baptiste Colbert, superintendente de Finanzas del Reino, a las órdenes del cardenal Giulio Mazarino (Pescina, Abruzzi, 1602 – Vincennes, Francia, 1661), tutor del Monarca, Luis XIV, El Rey Sol
La caída de Fouquet le impone una suerte de orfandad a Vatel, quien ignorante que el monarca pretende hundir al bandido, pero no a su corte y equipo de colaboradores, muy especialmente a él mismo en su calidad de notable maître des plaisir, sobre todo tras verlo en acción en la inauguración del Château de Vaux-le-Vicomte el 17 de agosto de 1661, donde además de servir a la familia real en una vajilla de oro macizo y al resto de los huéspedes en una de plata, de prepararle un festín de 5 tiempos, amenizó el banquete con la escenificación de Les Fâcheux (http://sitelully.free.fr/cb1.htm), ballet bufo que inaugurara el género, música de Jean Baptiste-Lully y libreto de Molière (Jean-Baptiste Poquelin, París, 1622-1673), compuesto para la ocasión. Carente de información, considera que la caída de su empleador será la propia y huye a Londres donde un amigo del defenestrado logrará que lo contrate y tome bajo su protección ni más ni menos que Luis de Borbón II, para su palacio de Chantilly.
Llamado El Gran Condé (París, 1621–Fontainebleau, 1686), primer príncipe de sangre real conocido como duque de Enghien, era además príncipe Condé, duque de Borbón, duque de Montmorency, duque de Châteauroux, duque de Bellegarde, duque de Fronsac, conde de Sancerre, conde de Charolais, par de Francia, príncipe de sangre, gobernador de Berry y general en jefe de las tropas galas durante la Guerra de los Treinta Años. Caso interesantísimo no sólo para la heráldica, sino para la teoría de los modos de conquista y conservación del poder, pues el caso del Rey Sol o del Rey de Francia estipula, según Maquiavelo, la facilidad de hacerse con el poder, por la herencia que establece el derecho divino de los reyes, y la dificultad de mantenerse en él, por la homogeneidad de méritos de quienes forman parte de la nobleza. De allí que el florentino denominará al Monarca primus inter pares, non entre iguales. Y como nunca antes o después este conspirador de La Fronda, Prince Condé, tendrá tantos o más méritos que el propio Luis XIV para alzarse con el reino. De semejantes equívocos y otras ambiciones surgirá la Trilogía de los mosqueteros de Alexander Dumas padre: Los tres mosqueteros (1844), Veinte años después (1845) y El vizconde de Bragelonne (1848), tramas y anécdotas con la llamada guerra de la Fronda, esos movimientos de insurrección ocurridos en durante la regencia de Ana de Austria, y la minoría de edad de Luis XIV, entre 1648 y 1653.
El 21 de abril de 1671, el príncipe de Condé, convida al monarca y la corte del palacio de Versailles, compuesta por alrededor de 3 mil súbditos, a unos festejos a celebrarse durante los siguientes tres días con sus tres noches para obtener el perdón regio, ser nombrado mariscal de los ejércitos franceses en una presumible contienda con Holanda, al costo de una tercia de banquetes con valor estimado en 50 mil escudos, y de esta forma recuperar su prestigio y salir de la bancarrota. El éxito de la estrategia de reconciliación depende, entonces, de las habilidades dignas de hechicería de François Vatel, quien desesperado por las deudas que tiene el castillo con sus proveedores renuentes a hacer entregas, y la tempestad que azota las costas del Canal de La Mancha, duda que lenguados, anchoas, langostas y camarones, corazón marino de los manjares a preparar, acompañantes de corderos y patos esos sí en existencia, arriben a tiempo; vencen sus dudas y decide, por honor neurótico, quitarse la vida justo el 24 de abril de 1671 [1], la jornada del banquete de cierre de la estancia real.
Inmolación inútil, con retraso, pero si arribó el pedido.
Y habrá algunos que entonces y todavía ahora se pregunten por los orígenes del estallido social de la Revolución francesa de 1789. Sin duda no se trató de pugnar por los que terminarían alzándose como derechos universales del hombre y del ciudadano, sino, con modestia paulina, en favor de una hogaza de pan y un tarro de agua… El dispendio espacial de estos ejemplos constructivos, Vaux-le-Vicomte y Chantilly, emblemáticos de una arquitectura del paisaje exultante, voraz, carente de límites y fronteras, que serán todo lo reprobables que queramos, en la moral íntima del sujeto, en la ética exterior del ciudadano, pero eluden siempre, con éxito, la banalización constructiva. Son monumentos del buen gusto, si bien éste es aristocrático, injusto, excluyente, humillante, no sucumben a la tentación del dinero nuevo, la improvisación y la frivolidad. Constituyen mojoneras del tiempo, llegaron para quedarse, siendo señales tangibles de una cultura espiritual que irremediablemente persigue y alcanza su peculiar estatuto de civilización material con aspiraciones de trascendencia. Delirantes irrupciones en la geografía que, en su versión de sueños de la vigilia, amplían el fuste de la imaginación.
Sus promoventes, Fouquet en Vaux-le-Vicomte, originario de la noblesse de robe, a un tris de la nada que se afana en olvidar, y Condé en Chantilly, insigne depositario de la noblesse d’epée, tan cercano a la gloria que suele ignorarlo, despojándose de las caretas de la subordinación al monarca, no simularán siquiera el menor pudor en rivalizar con la Corona de las lilas y su riqueza…ambos escenarios de la potencia antecederán a esa levedad incomprensible del Château de Versailles, cuya obra finalizará hasta 1692, aunque la apertura formal terminada de la Capilla real se prolongará hasta 1710, lo que borrará de la memoria sus inicios como coto de caza dispuesto por Luis XIII, que alberga un palacete enladrillado con gracia solitaria manifiesta en sus mansardas y la plaza de armas que opera en tanto vestíbulo de congregación y partida de las batidas cinegéticas, a caballo y con sabuesos que anuncian el sacrificio de las bestias…
Por el deceso de Louis Le Vau en 1670, Colbert designaría con razón a François d’Orbay (1634–1697) a cargo de las obras, tras haber sido principalísimo colaborador de Le Vau, relevado a su vez por Mansart. Un elemento de transición arquitectónica de Luis XIII a Luis XIV radica en la solución de los copetes edilicios con planos inclinados que alojan ventanas denominadas mansardas: remates que están recubiertos de tejas dispuestas en escamas y fabricadas con pizarra, si bien en contextos urbanos son más recurrentes las chapas de cinc troqueladas. Esta modalidad de cierre del alzado de un edificio incorporando ventanería, deriva del apellido de su creador François Mansart (1598–1666), tío del alarife que sí interviene en Versailles, como antes en Chantilly, y a quien le corresponderá difundir este artilugio constructivo que garantizaba por igual la ventilación y la iluminación, con la novedad de recurrir a la cantería.
A cerca de cuatrocientos años de que dieran inicio las obras en este territorio que alcanzó las 8 mil hectáreas, el dominio sigue siendo considerable, pues cuenta con 800 hectáreas, 200 mil árboles, 35 km de canalizaciones, 11 hectáreas de techumbre, 2 153 ventanas, 67 escaleras, 700 estancias, 2,513 ventanas, 352 chimeneas, 483 espejos, 42 km de senderos con 372 estatuas, 55 estanques… Numeralia discretísima frente al portento de su existencia (http://www.versailles3d.com/es/ ), una que, sin tapujos, generó la guillotina y el terror como lecciones de conducta y columnas de una pedagogía basada en la emulación…el miedo al ejemplo.
Más allá del horror, en semejantes fastos de la imaginación, François Vatel fue, incontinente asumido, un contribuyente o causante mayor. Somos deudores de su gentileza al saciar las expectativas de nuestros sentidos: elevándolos a una condición suprema, engalanando los apetitos en atavíos metafóricos, simbolismos henchidos de locura y sin razón, pero siempre reconociendo a la belleza como su materia prima preferida y consentida. Visiones, aromas, sabores, sonidos, caricias, peldaños de la escala de placer que estableció como regla de la convivencia plena y la satisfacción a ultranza…
Pese a que Pierre Corneille (1606-1684) es modernísimo y edificante: “Aquel que puede hacer lo que desea, ordena cuando sugiere” (Sertorius, 1662), el barroco francés encontró a su más acertado cronista en Molière, quien con un cinismo refinado nos suele terrenalizar: “Prefiero un vicio interesante a una virtud que aburre” y “Me alimento de una buena sopa, no de un lenguaje hermoso”.
Polos, un vicio interesante y una buena sopa, entre los que fluctúa el ser y el hacer de Vatel…
1 Luis XIV en aras de sacudirse la influencia de su propia madre como Reina regente (Ana de Austria, hermana de Felipe IV rey de España, su tío carnal y además suegro, pues es el padre de la Infanta mayor María Teresa, la Reina consorte de Francia), cómplice-patrocinadora del príncipe de la Iglesia italiano Giulio Mazarino, destituye al protegido de ambos Nicolás Fouquet, instruyendo el 5 de septiembre de 1661 al capitán-comandante del Cuerpo de Mosqueteros señor d’Artagnan, se encargue de prenderlo y conducirlo a la fortaleza de Pignerol, donde consumirá hasta su último aliento. La razón será la ostensible riqueza de su subordinado, quien al sumarse a la administración de la monarquía carecía por completo de fortuna, pues su padre se incorporó como burócrata del Estado lo que le permitió ser considerado de la nobleza por toga (noblesse de robe) en oposición a la nobleza de la espada (noblesse d’épée).
2 La fama de coreógrafo y escenógrafo de la vida nobiliaria era tal que Madame de Sévigné, quien como nadie en su época compuso cartas por millares, escribió el 24 de abril a su hija Madame de Grignan para referirle el triste acontecimiento: “le grand Vatel s’est poignardé” (el gran Vatel se apuñaló).
3 Los Boutellier fueron los primeros señores de Chantilly, cuando la finca se reducía a un fuerte amurallado (actual Grand Château), levantado en la cima de una colina rocosa y circundado por ciénagas. Saqueado sin pausa alguna durante las jacqueries [levantamientos campesinos] de la Guerra de los Cien Años, el conjunto fue adquirido por los Orgemont en el ocaso del siglo XIV. En 1484, Guillermo de Montmorency heredó Chantilly. Hacía 1560 el condestable [equivalente del Magister equitum de la dictadura romana] Anne de Montmorency [nombre femenino de pila en honor de su madrina Ana de Bretaña], favorito del rey Francisco I, mandó construir a Jean Bullant un castillo renacentista (el Petit Château) vecino del Grand Château, fortaleza medieval. En 1632, el duque Enrique II de Montmorency perdió a la letra la cabeza por sublevarse contra el cardenal Richelieu, valido de Luis XIII. Chantilly fue heredado entonces por su hermana Carlota, casada con el príncipe de Condé, Luis de Borbón II.
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