Por Franscisco Martínez Negrete

Pienso en ti y miro las largas hileras

de autos azules rojos amarillos naranja

pastar bajo la lluvia como ganado manso

esperando pacientes el beso inflamable

de la dulce princesa para rugir de nuevo

como jóvenes leones y salir disparados

dejando sólo un rastro de humo en el camino

la joven princesa se llama Gasolina

y posee la pólvora ardiente de tus labios

capaces de arrancar mi velocímetro

a 200 latidos por segundo

pienso mientras escribo y miro por mi ventana

la gasolinera encallada y risueña en el luciente

espejo del asfalto

como una extraña pieza de museo

inmóvil pájaro de ala tricolor

más bien parecida a un biplano

de la Primera Guerra detenido en su vuelo

al absurdo tocado

de una monja ursulina y gulivérica

que su dueña olvidara en el camino

porque sin duda algo tiene

de nodriza germánica y ubérrima

da sin mirar a quién metódica y constante

y de noche fosforece como un faro

y es promesa de santuario a los perdidos

de kilometraje a las exhaustas gargantas

de los carburadores que han andado

muertos de sed la noche interminable

expendio de vida y especie de hospital

da neuma a las llantas deprimidas

aceite al ponchis ponchis de pistones y engranes

claridad a los cristales empañados

de los autos que llegan enfermos de amor

—como yo a tus brazos—

de los autos que luego se van

—a diferencia de mí que prefiero quedarme—

serena imperturbable

la gasolinera los mira partir

llevándose un destello de su enorme

hidrocarburado corazón

abierta día y noche

de su inmovilidad emana todo vértigo

nadie marca el compás del orden y del caos

como ella

oasis reluciente

en el desierto indócil de la umbría ciudad.

 

*Francisco Martínez Negrete, EL TEMPLE. Ediciones Sin Nombre, 2011.

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