Por Héctor Ramírez

Lo supe de repente:

hay otro.

Y desde entonces duermo sólo a medias

y ya casi no como.

 

No es posible vivir

con este rostro

que es el mío verdadero

y que aún no conozco.

REVELACIÓN, Rosario Castellanos

 

Si uno pudiera contemplarse con los ojos de los demás,

 desaparecería al instante.

E. M. Cioran

 

La más reciente exposición de Jorge Ismael Rodríguez (México, 1960) en la Galería Ana Tejeda, lleva por título Uno, ninguno y cien mil la cual consta de Siete paisajes escultóricos en obsidiana. La curaduría estuvo a cargo de Tania Ragasol, quien este año de 2024 realizó la curaduría del Pabellón de México en la 60ª Bienal de Venecia.

Jorge Ismael tomó el enigmático título para su exposición del libro del dramaturgo, novelista y Premio Nobel italiano Luigi Pirandello (1867-1936) a quien le gustaba definirse como “Hijo del Caos” ya que nació en la localidad de Càvusu, Sicilia la cual, según cuenta el propio escritor, debido a una deformación del dialecto que se hablaba ahí, a este sitio lo conocían en la región como Caos. Merecida y atinada la consideración porque la literatura de Pirandello, en muchos sentidos, genera un positivo caos de la conciencia, desde mi punto de vista.

Reconozco que no sabía de esta obra de Pirandello, pero el título me atrapó de inmediato obligándome, no sin bastante dificultad, a conseguir la novela para leerla y enterarme así de primeros ojos (lo cual es más apropiado en este caso que decir “de primera mano”) por qué razón el escultor decidió tomar el inescrutable título de la novela para su exhibición.

Se trata de un libro fascinante de principio a fin. El drama (porque no se le podría llamar de otra manera) de Vitangelo Moscarda, el protagonista de la novela, inicia con un acontecimiento banal: su esposa le hace notar que su nariz está torcida hacia la derecha, de lo cual él nunca se había dado cuenta. Ese incidente tan irrelevante desata una verdadera crisis existencial en Vitangelo que lo pone frente a dos importantes preguntas: ¿Quién soy yo para mí? ¿Y quién soy yo para los demás? Llegando a la conclusión de que él no es solo uno, sino tantos como son los que lo conocen, según la imagen que cada uno se crea de él.

Creí necesario hacer este brevísimo apunte de la novela porque en este texto me gustaría hacer un cruce entre tres ejes que considero fundamentales en la exposición Uno, ninguno y cien mil: la investigación del artista Jorge Ismael Rodríguez, Pirandello (en base al argumento de su novela), y la existencia de Otros Jorges.

 

La investigación del artista

La obra en obsidiana de Jorge Ismael Rodríguez es esencialmente espiritual. Su proceso inicia con la selección de la roca ígnea que va a tocar. Establece un diálogo con la materia para ver qué es lo que “le dice”, es por ello que él considera que su trabajo es una interface pues, desde hace ya mucho tiempo, piensa que sus piezas sólo están concluidas o cumplen un propósito cuando éstas establecen un diálogo con lo que el denomina Arte Simbiontes, que son las personas que interactúan, o se involucran con sus obras.

Y es en base a este principio que les propone a los espectadores que se busquen/encuentren en alguno de sus Siete paisajes escultóricos presentados en esta muestra en GAT. A ese uno, ninguno o cien mil que pueden aparecer (o no) en el reflejo del espejo de obsidiana los reta a que se reconozcan, a que no se resignen con lo que ellos creen que son o consideren que es su apariencia real en este mundo.

Resulta muy interesante la evolución en las piezas de nuestro escultor, ya que desde hace un par de años encontró en el movimiento de las mismas una veta que las llevó a una dimensión distinta, y en este punto no hay que perder de vista que la obsidiana es bella… pero frágil. Asumiendo los retos, rompió con la inmovilidad de la roca para llevarla al terreno de la cinética, haciendo girar las piezas sobre su propio eje, lo cual empezó a darle un sentido peculiar a su obra, pues los Arte Simbiontes ahora no solo podían encontrarse inmersos en el mundo de los reflejos, sino que tienen la posibilidad de interactuar físicamente con los objetos de arte.

Esa curiosidad permanente que tiene Rodríguez lo llevó a que en ZONA MACO, la Feria de Arte más importante de Latinoamérica y con gran reconocimiento en otras latitudes, en su edición 2024, presentara —también de la mano de Galería Ana Tejeda— una exitosa pieza de obsidiana de importante y atractivo volumen sobre la cual pendía y oscilaba un maravilloso péndulo. Esta aportación que hizo el artista a su propio trabajo al colocar un dispositivo mecánico de menor volumen de masa, sobre otro de mayor tamaño —los dos de obsidiana— ha sido un gran acierto desde todo ángulo; no solo por la dinámica casi hipnótica en la que sumerge a los espectadores que, otra vez, tienen la posibilidad de interactuar con la obra, sino en lo que ya mencioné de la espiritualidad en su trabajo; en ese sentido, dicen los que saben de estos temas, que el péndulo es una herramienta que facilita el acceso a la intuición y al sexto sentido para obtener respuesta a preguntas; actúa como una especie de transmisor/receptor para la comunicación con entidades espirituales.

Jorge Ismael continuamente está invitando al juego a los Arte Simbiontes. En los Siete paisajes escultóricos de obsidiana de la exposición Uno, ninguno y cien mil lo hace de muy diversas maneras:

Aquí presenta una pieza similar a la de ZONAMACO, pero esta vez con una espectacular obsidiana de color rojo, lo cual le da un carácter muy distinto ya esto no es algo que se vea todos los días; mantiene la presencia magnética y el brillo característicos de la obsidiana, pero las venas negras que visten la piedra hacen de ella algo verdaderamente singular. El péndulo que flota sobre la gran escultura también es de obsidiana roja, en total armonía.

Otro de los paisajes escultóricos, está conformado por varias piezas que hacen un jardín con Objetos Giratorios Trascendentales por el cual es posible transitar. Además del recorrido, el espectador puede hacerlas girar por lo que esto convierte ese paseo en una experiencia única, pues por momentos es como si nos encontráramos formando parte o en medio de un cristalino y negro ballet.

En otro de los salones de la galería descubrimos más Objetos Giratorios, pero de naturaleza muy distinta. Algunos de ellos presentan colores tornasolados que por momentos resultan desconcertantes, pues sabemos que se trata de obsidiana, pero esta vez de un atractivo y brillante color que quizá podría definirse como “gris”. En otras de las piezas, el artista decidió dejarlas sin labrar, lo cual les da un aspecto tosco, rudo, el cual se aligera cuando giran sobre su propio eje. Parece increíble que algo tan pesado tenga esa capacidad de actividad.

El agua es un elemento que no podía faltar en estos paisajes que nos presenta Jorge Ismael. Una de las piezas emerge del líquido como si se tratara de la concha que envuelve a la Venus de Botticelli. En otro espejo de agua podemos encontrar una atractiva espiral golpeada por hendiduras circulares y coronada por una puntiaguda cúspide. La constante son siempre esos espejos en los que el artista nos invita a buscarnos; pueden ser acuosos o sólidos como esos en los que la misma obsidiana se repite interminablemente. También hay esculturas que tienen un regazo en el que se acuna una pequeña esfera donde podemos ver nuestra imagen una o cien mil veces.

Según la filosofía neoplatónica la esfera significa lo infinito y en otras corrientes de pensamiento simboliza el conocimiento. Por supuesto que este elemento no podría faltar en los Siete paisajes escultóricos de Jorge Ismael Rodríguez. Está presente en una enorme esfera de obsidiana cuya perfección es impresionante y solo está interrumpida por otra pequeña esfera que se incrusta en la de gran volumen, como si estuviera naciendo o emergiendo de ella. Sobre esta imponente esfera de obsidiana encontramos un péndulo que es esférico, lo que nos hace pensar en un satélite que levita sobre un planeta negro, muy negro. La invitación nuevamente es a encontrarnos en los reflejos y a hacer girar, mover o activar el mecanismo del artefacto para así participar de la magia.

 

Pirandello

Hace mucho tiempo que no me encontraba con un libro que me invitara a subrayar tantas frases y párrafos como sucedió con la novela Uno, ninguno y cien mil. Su genialidad está en cada página y las obsesiones del protagonista me resultaron de gran ayuda para entender el por qué Jorge Ismael decidió que el título serviría para hacer una invitación/ propuesta a los Arte Simbiontes que visitaran su exposición y sugerirles que encontraran en sus Siete paisajes escultóricos a su propio uno, a su ninguno o a sus cien mil representaciones.

Transcribo aquí un fragmento del Libro Primero, capítulo VIII de la novela, pues creo que podría explicar de muchas maneras la intención del convite que nos propone Rodríguez para adentrarnos (y descubrirnos) en alguno o en los Siete paisajes escultóricos de su muestra:

Reflexiones:

  1. que yo no era para los demás lo que hasta ahora había creído ser para mí;
  2. que no podía verme vivir;
  3. que no pudiendo verme vivir, era un extraño para mí mismo, o sea, uno que los demás podían ver y conocer, cada uno a su manera; y yo no;
  4. que era imposible ponerme delante de ese extraño para verlo y conocerlo; yo podía verme, pero no verlo;
  5. que mi cuerpo, considerado desde afuera, era para mí como una aparición onírica; una cosa que no sabía qué era vivir y que se quedaba ahí, a la espera de que alguien se lo apropiara;
  6. que, tal como me apropiaba yo de mi cuerpo, para ser cada vez tal como yo quería que fuese y me sentía, de la misma manera podía apropiárselo cualquier otro para darle una realidad a su manera;
  7. que al fin y al cabo ese cuerpo, de por sí, era tanto como nada ni nadie, que hoy un hilo de aire podía hacerlo estornudar y mañana, llevárselo consigo.

Conclusiones:

Estas dos por el momento:

  1. que empecé a entender porqué Dida, mi mujer, me llamaba Gengè; (aquí el personaje se refiere a la despersonalización que sufría a través de este sobrenombre con el que le llamaba su esposa, pues él no se reconocía a sí mismo en tal denominación).
  2. que me propuse descubrir quién era yo, al menos, para los que eran más cercanos, los así dichos “conocidos”, y divertirme descomponiendo ese yo que yo era para ellos.

 

Los Otros Jorges

Jorge Ismael Rodríguez, por voluntad propia, mantuvo su carrera de manera muy discreta en el ámbito del arte contemporáneo mexicano. Me parece muy comprensible, pues pertenece a una generación para la cual los ideales y las convicciones son más importantes que el protagonismo y los reflectores del mainstream. Ha tenido una gran cantidad de exitosas actividades en el extranjero y en muchas regiones de nuestro país, con muchos grupos de artistas de su generación y de otras generaciones, pero su actitud siempre ha sido mesurada, como ya he dicho.

Su presencia en eventos de Performance, ha sido muy constante y es reconocida y apreciada por los grupos más disímbolos dedicados a esta actividad. Podría decirse como ajonjolí de todos los moles, porque sus planteamientos escénicos siempre tienen una preocupación por el contexto, por cuestiones sociales o humanas y un trasfondo, otra vez, espiritual. En muchos de sus performances la obsidiana es un elemento fundamental para su desarrollo y le da un sello muy personal. Ese es, por supuesto, Otro Jorge Ismael aunque yo diría que más fácilmente reconocible.

Sin embargo hay algunos Otros Jorges que están en su esencia, pero que al igual que Vitangelo Moscarda, el protagonista de la novela de Pirandello, seguramente le han llevado a preguntarse “¿Quién soy yo para mí? ¿Y quién soy yo para los demás?”

Por ejemplo, pocos saben que su formación académica es como Médico Veterinario Zootecnista (la verdad no sé si esa siga siendo la denominación correcta de esta profesión, pero esa era en mis tiempos) y que —por una breve etapa ejerció— hasta que, según sus propias palabras, se dio cuenta que no aspiraba a ser un veterinario citadino que se ganara la vida “como peluquero de perros”.

En sus inicios como escultor, trabajó en el taller de Gabriel Ponzanelli y, durante algún tiempo, se dedicó a la estatuaria desarrollando una gran habilidad que lo llevó a resolver interesantes proyectos, ya como independiente, y muestra de ello es el busto del poeta chiapaneco Jaime Sabines que se encuentra en la Casa de la cultura del mismo nombre en San Ángel o de algunas esculturas ubicadas en el Estado de Zacatecas, solo por citar algunos de los trabajos de ese Otro Jorge.

Hace un par de años, durante la pandemia, Otro de los Jorges, fue comisionado para realizar un reproducción facsimilar de MARÍA una de las controvertidas Momias Tridáctilas de Nazca. Para la realización de esta escultura se enfrentó a un gran reto técnico, ya que la hizo a partir de fotos, radiografías y tomografías, con resultados sorprendentes.

Creo que Jorge Ismael al preguntarse “¿Quién soy yo para mí?” no duda en responderse “soy un arquitecto”, pues desde hace varios años en otra de sus facetas profesionales —en asociación con su esposa Verónica Blanco— ha realizado la remodelación/recuperación a fondo de varios edificios. Si bien es cierto que se rodea de un equipo que le apoya en cuestiones estructurales y de especialización técnica en lo que a construcción se refiere, su experiencia en el manejo tridimensional de las formas, su capacidad organizativa, su visión como artista y la idea de que concibe esos proyectos de vivienda pensando en la comodidad y el confort de quienes los van a habitar, como si fueran él y su esposa quienes los van a vivir y a disfrutar, han derivado en soluciones increíbles.

Creo que Uno, ninguno y cien mil / Siete paisajes escultóricos de Jorge Ismael Rodríguez es una clara muestra de lo que los artistas tienen que hacer: provocarnos para mirar las cosas de distinta manera, invitarnos a reflexionar, mostrarnos caminos distintos, y retar nuestra lógica cotidiana para descubrir quiénes somos, además de ser nosotros mismos.

Traigo aquí otro poema de la gran Rosario Castellanos, porque encontré que también en ella existe una gran preocupación por entenderse y conocerse, tal y como nos lo propone Rodríguez con sus esculturas de obsidiana.

 

NACIMIENTO

Estuvo aquí. Ninguno (y él menos que ninguno)

supo quién era, cómo, por qué, adónde.

 

Decía las palabras que los otros entienden

—las suyas no llegó a escucharlas nunca—;

se escondía en el lugar en que los otros buscan,

en su casa, en su cuerpo, en sus edades,

y sin embargo ausente siempre y mudo.

 

Como todos fue dueño de su vida

una hora o más y luego abrió las manos.

 

Entonces preguntaron: ¿era hermoso?

Ya nadie recordaba aquella superficie

que la luz disputó por alumbrar

y le fue arrebatada tantas veces.

 

Le inventaron acciones, intenciones. Y tuvo

una historia, un destino, un epitafio.

 

Y fue, por fin, un hombre.

 

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