LECCION DE OJOS
Panorama
En la esfera celeste de tus ojos
de noche.
la luna adentro, muerta,
en el gracioso número del naufragio.
Después apenas una atmósfera delgada
tan azul
que el azul era distancia, sólo distancia
entre tu pensamiento y tu mirada.
Caminos
¡Qué caminos azules
sobre tus ojos!
En el amanecer azules.
Con sol, más congelados
a la sombra de las pestañas,
azules.
De noche —¡oh tus ojos míos
Despiertos como números de fósforo
En un reloj sombrío!
Comparaciones
Ojos claros, serenos.
Tan caros que podrían
mirar la huella de una golondrina
en el aire;
serenos
como los ojos de José dormidos
en la cisterna de una lágrima.
Dan ganas de escribir el madrigal de Cetina
para romperlo entonces
secretamente.
Mancha
Mancha, pequeña mancha repentina,
y el horizonte roto
a mis pies.
¡No tirar piedras, niño,
contra la superficie de un estanque!
Máscara
Ya no me engaño, flor,
cuando apareces en la rama fruto.
¿Por qué me engañaría
si tú —para cambiar de cara—
cambiaras un día de edad?
El rostro de mañana,
fruto de las doncellas
líneas de hoy,
ha de traer un hueco necesario
a tus ojos de siempre ¡eternos!
en tan justa medida que la máscara
sea sin embargo tu cara.
Ventanas
¿No es éste un viaje
también —tan sólo— un viaje por tu mirada?
Mira: toda la ciudad enfrente
Miope
Con sus oscuras antiparras de niebla.
¿O será que respiro
tan cerca
que te mancho los ojos?
Quiero escribir en el cristal “Te quiero”
¡pero toda la ciudad se enteraría!
Elementos
Tus ojos eran mi aire
y el aire para sí
jugaba a ser redondo, rodando.
Tus ojos eran mi aire y mi fuego,
y los dos entre sí
jugaban uno a mantener el otro, consumiéndose.
Tus ojos eran mi aire y mi fuego,
pero también mi agua,
y los tres entre sí
jugaban uno a consumir el otro, manteniéndose.
Porque tus ojos eran
mi agua
mi fuego
y mi aire,
tengo transida de rumor el alma
como el árbol de pino la madera,
y tengo más: las raíces
anudadas a ti,
porque tus ojos eran
mi aire
mi fuego
y mi agua,
pero también
mi tierra.
PRELUDIO
Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantando preguntas,
esa, desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada,
¡mírala, ay tócala!
¡mírala ahora!
en esta exangüe bruma de magnolias,
en esta nimia floración de vaho
que —ensombrecido en luz el ojo agónico
y a funestos pestillos
anclado el tenue ruido de las alas—
guarda un ángel de sueño en la ventana.
¡Qué muros de cristal, amor, qué muros!
Ay ¿para qué silencios de agua?
Es palabra, sí, esa palabra
que se coagula en la garganta
como un grito de ámbar
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
Mira que, noche a noche, decantada
en el filtro de un áspero silencio,
quedóse a tanto enmudecer desnuda,
hiriente e inequívoca
—así en la entraña de un reloj la muerte,
así la claridad en una cifra—
para gestar este lenguaje nuestro,
inaudible,
que se abre al tacto insomne
en la arena, en el pájaro, en la nube,
cuando negro de oráculos retruena
el panorama de la profecía.
¿Quién, si ella no,
pudo fraguar este universo insigne
que nace como un héroe en tu boca?
¡Mírala, ay, tócala,
mírala ahora,
incendiada en un eco de nenúfares!
¿No aquí su angustia asume la inocencia
de una retórica de lianas?
Aquí, entre líquenes de orfebrería
Que arrancan de minúsculos canales
¿no echó a tañer el aire
sus cándidas mariposas de escarcha?
Qué, en lugar de esa fe que la consume
hasta la transparencia del destino
¿no aquí —escapada al dardo
tenaz de la estatura—
se remonta insensata una palmera
para estallar en su ficción del cielo,
maestra en fuegos no, mas en puros deleites de artificio?
Esa palabra, sí, esa palabra,
esa, desfalleciente,
que se ahoga en el humo de una sombra,
esa que gira —como un soplo— cauta
sobre bisagras de secreta lama,
esa en que el aura de la voz se astilla,
desalentada,
como si rebotara
en una bella úlcera de plata,
esa que baña sus vocales ácidas
en la espuma de las palomas sacrificadas,
esa que se congela hasta la fiebre
cuando no, ensimismada, se calcina
en la brusca intemperie de una lágrima,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
¡mírala, ausente toda la palabra,
sin voz, sin eco, sin idioma, exacta,
mírala cómo traza
en muros de cristal amores de agua!
José Gorostiza. POESÍA. Fondo de Cultura Económica. Colección Letras Mexicanas. 1964
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