Identidad nacional y Escuela Mexicana 

Por Luis Ignacio Sáinz

Vela sin viento que no fue rumbo.

Luis Cardoza y Aragón (1937)

Consideraciones iniciales

La tridimensión prehispánica manifiesta en la escultórica de gran escala y formato o en los objetos rituales y utilitarios, avasalla toda manifestación ulterior. Se yergue en calidad de referencia y punto de partida, pero también en freno simbólico por su perfección y belleza. El siglo XVIII todavía novohispano dará sus últimos estertores con la azarosa recuperación de la Piedra del Sol y la Coatlicue en 1790, durante las obras de remozamiento, instalación del desagüe y empedrado de la plaza mayor ordenadas por el Segundo Conde de Revillagigedo. Languidecía el virreinato sin haberse podido imponer del todo en el orbe de las representaciones y la iconografía. Así se cerraba una centuria y se anunciaba otra, al ritmo de la lapidaria mexica: una, calificada de albricia astronómica, orgullo de propios y extraños que se mostraría en el costado bajo de la torre poniente de Catedral; otra, detonante de pasmo y temor por su calidad de diosa enérgica, sería confinada a la oscuridad del deambulatorio bajo de la Real y Pontificia Universidad, y ante las manifestaciones devocionales de inmediato sería cancelada con su enterramiento en la misma locación.

Si a la fuerza significante y plástica de semejantes monolitos le oponemos o la confrontamos con las tallas litúrgicas estofadas y policromadas del catolicismo dominante, incluyendo los soberbios crucificados de pasta de maíz, entenderemos la languidez de los objetos fabricados a lo largo de eso que equívocamente denominamos la Colonia, aún los bártulos del culto religioso que, retorciendo y fundiendo cálices y custodias a granel, inventaron ese prodigio de la platería mexicana de la mano del ensayador mayor y balizador Antonio Forcada y la Plaza. De modo pues, que el siglo XIX al despuntar de la Independencia a partir de 1821, se enfrentará a un reto mayúsculo: postular y acaso inventar una identidad colectiva, a partir de entonces genuinamente nacional, y hacerlo con una dignidad estética que le permitiera a la cultura y la sociedad emergentes desentonar lo menos posible.

En el caso de la escultura del siglo XIX, esa que ha dejado de ser novohispana casi por decreto, los artistas y sus creaciones irrumpen con una duda fundamental sobre su origen y destino, no saben ser mexicanas, porque lo mexicano no se ha establecido todavía, desconocen el significado mismo de esa voz misteriosa. Tales obras siendo de época “nacen viejas” y, por si fuera poco, carecen de un estilo y un sentido propios. A partir de la consumación de la Independencia el 27 de septiembre de 1821 la nación afronta el reto de inventarse. Operación filosófica que desafía toda lógica, pues las facciones victoriosas en su lance contra la Corona española, mantienen convicciones encontradas sobre el pasado y su significación, careciendo de un acuerdo básico sobre los aportes indígenas y los mediterráneos en su versión hispánica. Desde entonces nos cuesta la pluralidad, nos pasma la diversidad, y nos domina el conflicto.

Las artes en consecuencia, oscilarán entre la reivindicación de un indigenismo idílico, aquel que sostiene que en el Anáhuac y sus dominios todo era felicidad y prosperidad; aquellos otros que abjuran de ese origen calificándolo de herético y salvaje, asumiendo un catolicismo salvífico y un hispanismo civilizador, siendo entusiastas de la monarquía; y unos más que se orientarán a postular símbolos de un incipiente nacionalismo que se desentiende en más de un sentido del pasado, apostándole al porvenir desde la originalidad de la forma política, no en balde nuestro primer presidente se rebautiza Guadalupe Victoria (2) y proclama la República federal.

Las formas en recinto, basalto, mármol o bronce, y las maquetas en madera o yeso, van haciéndose de una anatomía reconocible, en tanto expresiones de un rigor académico ultramarino, a más señas francés, conquistando su calidad de tridimensiones, cumpliendo el canon, aunque se refugien en el silencio al no tener gran cosa que decir. Establecer una morfología identitaria, que rinda cuentas de un sistema de representaciones, resulta otro cantar, es tarea más compleja y dilatada, demanda entregarse a la lógica del error rectificado para lograrlo. Conciliar ambas vertientes del proceso creativo y de composición, el oficio y la expresión, será el reto fundamental de esa centuria, comenzando con el reconocimiento de las lecciones previas, que van desde los monolitos encontrados en 1790 en la Plaza Mayor (la Coatlicue, 13 de agosto y la Piedra del Sol, 17 de diciembre) hasta El Caballito de Manuel Tolsá (9 de diciembre de 1803), con el ánimo de fundar una tradición e intentar eludir la profecía-maldición de ser Vela sin viento que no fue rumbo.

Semejante tríada, dada su originalidad, significado y perfección, elevará los niveles de exigencia para quienes decidan emular tales marcadores, imponiéndoles el manto de la imposibilidad, o casi. En paralelo, entre los albores soberanistas y el establecimiento a sus anchas del neoclásico, la parafernalia religiosa se irá diluyendo gradualmente abriéndole paso a la religión de la patria: el civismo. Y esto alentará una modernidad secular, laica, que le vendrá bien a nuestra sociedad, siempre conservadora, pero con ansias libertarias. Los ciudadanos se despabilarán, sin renunciar del todo a sus prejuicios, en honor de Occidente y los sueños civilizatorios que prodiga a diestra y a siniestra. Los políticos de entonces, genuinos hombres de Estado, capaces de armonizar y conciliar las preocupaciones intelectuales con las ocupaciones prácticas, optaron por inventar una Nación y armar el rompecabezas de lo que sería nuestra tradición independiente. La cultura devino estrategia educativa y ansia de futuro. Y para com prenderlo habrá que itinerar en zigzag…

La Piedra del Sol empotrada en el campanario poniente de Catedral viendo hacia las calles de Tacuba y 5 de Mayo. Fotografía de William Henry Jackson, 1884.

Coatlicue, “la de la falda de serpientes”, Museo Nacional de Antropología, INAH, Ciudad de México.

Louis Prélier: El Caballito en el claustro de la Real y Pontificia Universidad. Daguerrotipo, 26 de enero, 1840, Eastman Museum, Rochester, Nueva York.

 

El arte de los volúmenes se asociará indefectiblemente con el espacio público y la instrucción cívica. Urbanismo, por un lado, que con cuidado creciente entenderá al paisaje como escenario cohesivo de la vida en sociedad, además de concebirlo suma de signos que fomentan el bienestar y la seguridad. Fervor nacionalista, por otro lado, que condensa en los personajes retratados y los episodios evocados la conquista de nuestra soberanía y la construcción de nuestra identidad nacional. Se escribe de corrido y rápido, pero fue un proceso lento y hasta desesperante, en el que concurren varios personajes de nuestra historia.

Será hasta Vicente Riva Palacio (1832-1896), escritor, político, militar, jurista y periodista (3), que se estructure como iniciativa esta idealidad historiográfica de indudable intención política, adquiriendo un fuste reconocible, cuando en calidad de titular de la Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, identifica los nodos del Paseo de la Reforma como axis genealógico:

El C. presidente de la República, deseando embellecer el Paseo de la Reforma con monumentos dignos de la cultura de esta ciudad [la de México], y cuya vista recuerde el heroísmo con que la nación ha luchado contra la conquista en el siglo XVI y por la independencia y por la reforma en el presente, ha dispuesto que en la glorieta situada al oeste de la que ocupa la estatua de Colón, se erija un monumento votivo a Cuautimotzin y a los demás caudillos que se distinguieron en la defensa dela patria, en la siguiente otro a Hidalgo y demás héroes de la Independencia y en la inmediata, otro a Juárez y demás caudillos de la Reforma y de la segunda independencia (4).

Al influjo del coordinador de México a través de los siglos, se suma la federalización de la memoria que planteó Francisco Sosa (5) para que cada estado de la República eligiese a dos de sus próceres representativos en esta calzada evocadora de lo más luminoso de nuestro pasado. Todo un curso de pedagogía nacionalista, a través de lecciones puntales. La estética cederá el sitial de la prioridad a la historia, al significado de los acontecimientos, al comportamiento de los actores. Todo con el fin de ensalzar una visión integrista del pasado inmediato con tal de poder avanzar, ¿dónde? ¿cómo?, hacia ese dios desconocido, el futuro. Es así como los bandos en disputa irán limando sus asperezas, concentrándose en los que consideraban peligros compartidos: las comunidades indígenas y el sentido colectivo de su existencia y funcionamiento. El antídoto aplicado consistió en desamortizar los bienes, individualizando las tierras comunales. La construcción de una identidad ciudadana por encima y en contra de una identidad étnica.

Por eso hasta Cuauhtémoc deviene un precursor de la Independencia nacional, no es azteca, sino mexicano. Engrane de la ideología del sometimiento hasta nuestros días. El establecimiento de referencias concretas para normar la vida social guiado por un romanticismo todavía más idealizado –y pervertido–, donde en la práctica se diluyesen conquistadores y conquistados, conservadores y liberales, en un discurso metafórico capaz de defender el uso y recurso del martirio digno y la derrota noble.

Me refiero a la elección de la fecha para inaugurar y fijar el primer “altar a la patria” advocado a la memoria india, así fuese en la persona del último de sus Hueytlatoque, Cuauhtémoc: el 21 de agosto de 1521, jornada de la tortura al soberano mexica con la quemazón de sus pies para averiguar el paradero del tesoro imperial… y con ello la derrota plena de los pueblos originales frente a los teules ultramarinos. Ronda el tufillo de una coincidencia fatídica: un día previo, el 20 de agosto, pero de 1847 se decidió oficialmente conmemorar la capitulación de Pedro María Anaya en la batalla de Churubusco frente a las tropas estadounidenses… Dos reveses, dos fracasos, que quisieran levantarse victoriosos en la derrota, ufanándose de algo tan inútil en política como “la dignidad”.

William Henry Jackson (1843-1932): Monumento a Cuauhtémoc (c. 1880), Biblioteca del Congreso de los Estaos Unidos, código digital det.4a27179 [dominio público].

A ratos inescrutable, Porfirio Díaz, seguro de sus dotes personales, entre ellas su carácter lítico, demostrará en toda ocasión ser un enamorado del talento, lo que le permitirá adoptar o continuar proyectos de otros sin demérito de las autorías respectivas y los narcisismos inevitables. Este rasgo se tradujo en continuidad, temporal por la larga duración del régimen, conceptual por el sustento en un modelo de desarrollo territorial y urbano.

Hilo conductor, el dominio, se asumía como puesta en escena: espectáculo o montaje de una especie de pensamiento homogéneo. Se desprende de ello que las estatuas individuales y los conjuntos escultóricos constituyen auténticos lieux de memoires (6), depósitos de un querer ser, aspiraciones duras, broncíneas o pétreas, de un archipiélago de ideas, emociones y aspiraciones. Civismo en acto y filosofía de la voluntad que fueron capaces de inventar una Nación con todos los bemoles que se quieran.

Tales composiciones primero se instalaron en el espacio público y después se identificaron con él. Las más de las veces obedecieron a iniciativas civiles, adoptadas por las autoridades de la megalópolis en ciernes, validadas por los ministerios de Educación y Fomento, hasta la cúspide presidencial, siendo gestionadas por convocatorias a concurso público abierto. ¿Su propósito? Crear un discurso integrador capaz de zanjar las diferencias sociales y políticas, culturales y económicas, en el limbo de la armonía de una ideología, el liberalismo que tenía varios lustros evaporado, siendo continente sin contenido.

Este monumento se irguió entonces, cual liquidador de los sueños del Anáhuac y las reivindicaciones autóctonas. A la invitación de Riva Palacio se presentaron cinco proyectos y triunfó el del ingeniero Francisco M. Jiménez. A su deceso se hizo cargo de la construcción el ingeniero-arquitecto Ramón Agea y de la ornamentación Miguel Noreña Agurte (1843-1894). El llamativo monumento, cargado de elementos prehispánicos, fue inaugurado con gran pompa el 21 de agosto de 1887, incluso un discurso fue pronunciado en náhuatl. ¡Qué exotismo! (7) En discreta hispanofilia se conmemoraba la caída de Mexico-Tenochtitlan y el tormento de su gobernante. No, por ejemplo, La Noche de la Victoria versus La Noche Triste, un 30 de junio de 1520, con todo y la leyenda del ahuehuete de Tacuba-Popotla que casi contuviera las lágrimas del feroz extremeño que salvara el pellejo de milagro…

Un discípulo del escultor, Jesús F. Contreras, dada su capacidad técnica adquirida en Francia, se encargaría del vaciado en bronce de las figuras, los relieves, adornos y trofeos, entre ellos el protagonista, en su propio taller conocido como Fundición Artística Mexicana, que estableciera con el respaldo del gobierno de Aguascalientes, su estado de nacimiento, y del propio presidente Díaz. Un par de artistas más colaboraron: Epitacio Calvo con Los leopardos, que no jaguares, encopetados con penachos que presiden y resguardan los costados de la escalinata de acceso al monumento; y Gabriel Guerra con el relieve de El tormento de Cuauhtémoc.

Hemos de retornar un poquitín en la historia para ubicar cuándo, ¡por fin!, los mexicanos independientes del siglo XIX optaron por representar, animados por lo que fuera, a figuras del mundo nativo, ese orbe de significados inquietantes que se bautiza desde fuera de sí como prehispánico, precolombino o, en el delirio, precortesiano. Nos depara una sorpresa y enorme, pues no serían los artistas indios, mestizos o algún criollo consciente o despistado quien eligiese a las etnias aborígenes como plástica, filosófica, humanamente, visualizables. No, a fuer de ignorarlo, ninguno de esa procedencia eligió semejante ruta.

Deberán transcurrir varios años hasta el arribo de quien, desde 1845, se hará cargo del área de Escultura de la Academia de San Carlos, Manuel Vilar i Roca (1812-1860), mudándose procedente de Roma en compañía de su amigo y paisano Pelegrí Clavé i Roqué (1811-1880), a la sazón nombrado titular de la cátedra de Pintura y al alimón director de esa escuela de artes. No deja de sorprender que sea un catalán quien incursione en la reivindicación icónica de personajes indígenas, apología de los orígenes que se hiciera presente con su Moctezuma II (8) (1850) y poco después con Tlahuicole (9) (1852).

Moctezuma II (1850).

Tlahuicole (1852). Yesos originales de la Academia de San Carlos, Museo Nacional de Arte.

Ejemplos por demás conspicuos dado que no constituyen vectores de reconciliación con las entonces mayorías de la Nación emergente. Caracteres antinómicos, uno vencido por los augurios y las profecías, más las epidemias de paludismo, viruela, tifo exantemático, sarampión, tuberculosis y peste bubónica, algunos mosquetes, cañones y hasta falconetes (10), muerto a pedradas, casi por lapidación bíblica; otro, cautivo en combate y pese a haber recibido la gracia del perdón por su temeridad y arrojo, rehusó la dádiva y asumió vencer o morir en duelo, enfrentó a varios rivales en la plataforma gladiatoria del Temalacatl y fue a la postre sacrificado en honor a Huitzilopochtli. Moctezuma, timorato; Tlahuicole, gallardo.

Con cierta timidez se avizoraba la reivindicación de las mujeres en la historia, si bien ello ocurriría con la elección de un personaje asaz complejo en nuestra inmadurez intelectual: Doña Marina (11) (La Malinche) en la versión de Manuel Vilar i Roca (1852). Mujer extraordinaria que, pese a hallarse presa en un laberinto de intereses encontrados, fue capaz de adueñarse de un espacio propio a partir del cual reivindicarse con los suyos y frente a sus adversarios. Peregrina sutilmente de la condición de esclava a la de aliada del conquistador:

Doña Marina (La Malinche). Yeso pulido, Museo Nacional de Arte.

entregada en propiedad al hidalgo Alonso Hernández Portocarrero, que tras partir a Europa la regresa al servicio del capitán Cortés con quien parirá a Martín, símbolo del mestizaje, para volver a ser desechada a partir de 1524 cuando el césar victorioso ya es capaz de comunicarse en náhuatl, entonces conviene esponsales con Juan Jaramillo, con quien tendría a su hija María. Malintzin fue la primer conversa y punta de lanza de la evangelización, sobreviviente de nutridas calamidades, mucho más que una barragana y traidora (12).

Sin ambages, la estatuaria historicista, de naturaleza conmemorativa, privilegia las efemérides y los sucesos por encima de los procesos históricos, rinde homenaje a lo que considera trascendente, personalidades, acontecimientos militares y cívicos, atributos, entre una filacteria de motivos merecedores de lisonja y elogio. Es significativo que los primeros esfuerzos en México se hayan encaminado a rememorar la independencia como un concepto…Como era de esperarse, la presencia de las figuras femeninas tiende a diluirse en los estereotipos de la belleza, el arco de las virtudes privadas (domésticas) y las alegorías políticas y patrióticas (la paz, la victoria, la independencia). Como una excepción, doña Josefa Ortiz de Domínguez, la conjurada queretana terminará presidiendo, tan tarde como 1890, la explanada contenida por el portal de los evangelistas, frente al antiguo palacio de la Inquisición y a un costado del templo y convento advocados al burgalés fundador de la Orden de Predicadores, “los perros de Dios” (13), ese santo Domingo de Guzmán tan aficionado a los tormentos y las pesquisas inquisitoriales.

Enrique Alciati: Doña Josefa Ortiz de Domínguez “La Corregidora” (1890); Plaza de Santo Domingo, Centro Histórico, Ciudad de México.

Fijada la idealidad indígena, regresemos a los albores de la escultura mexicana decimonónica, para constatar la renuencia a abordar motivos ancestrales previos a la colisión de la Conquista. Destaca Pedro Antonio Patiño Ixtolinque (1774-1835), alumno del valenciano Tolsá con quien desarrolló los diseños de los altares de la capilla de la Casa de Moneda, la Casa Profesa, el templo de santo Domingo de Guzmán y el sagrario de la catedral metropolitana, además del ciprés y su tabernáculo en la de Puebla, que oscilaría en reconocerse nativo de cepa pura o mestizo dependiendo de las ventajas que ello le supusiese, sus obras América y Libertad (1825-1830) bien podrían estar firmadas por cualquier artista europeo de mérito, fueron comisiones de Melchor Múzquiz, gobernador del Estado de México, para el mausoleo nunca terminado del Siervo de la Nación, José María Morelos y Pavón, en Cuautla (14).

Pedro Antonio Patiño Ixtolinque (1774-1835): Libertad y América (1825-1830), piedra de villería. Museo Nacional de Arte.

Ni este heredero del señorío de Coyoacán se atrevió a otear en los naturales, ya fuera moral o anatómicamente… Escultor insurgente que acompañara en el campo de batalla a Vicente Guerrero y presidiera la Academia de San Carlos, atrapado en las representaciones occidentales (15).

José María Labastida (1800-1849) Descansa en el pedestal una figura que quizá portaba una tiara de rango, diadema triangular de turquesas (xiuhuitzolli) o penacho (quetzalapanecáyotl), decapitada por la incuria del tiempo, de la que asoma el arco, el carcaj de flechas y un medallón al cuello, que sostiene un emblema con el icono fundacional de Mexico-Tenochtitlan tal como fue fijado por el Códice Mendocino (ca. 1540): el águila devorando la serpiente posada en un nopal, no se aprecia nada más… Pareciera más que deliberado despojar de la identidad del rostro a quien ofrece la clave de la escena representada en el relieve modelado. En el triunfo del neoclásico la leyenda o sentencia está flanqueada por Fidias, el arquetipo del escultor, y la doncella coronada de laureles Lutetia Parisiorum, la Galia prerromana, en alusión a la suscripción del primer tratado comercial México-Francia que equivalió al reconocimiento diplomático de nuestra soberanía.

José María Labastida (1800-1849): Libertas mexicanas (1827). Vaciado en yeso con pátina, Museo Nacional de Arte.

Quien fuera miembro de la primera generación de artistas mexicanos que perfeccionaran su formación en Europa en 1825, demuestra su aprovechamiento al estudiar la lapidaria greco-romana y sus homenajes posteriores, Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) en el barroco y el neoclasicismo de Antonio Canova (1757-1822). Los yesos de matronas metáforas de la ley y la justicia, en versiones de la Constitución Federal (16), tras las sacudidas de la abdicación de Agustín de Iturbide el 19 de marzo de 1823, el retorno del Legislativo y un Ejecutivo integrado en el triunvirato de Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Pedro Celestino Negrete, vigente de mayo de 1823 hasta la aprobación de la Carta Magna el 4 de octubre de 1824.

Alegoría de la Constitución (sf). Alegoría de la Constitución de 1824 (1832). Museo Nacional de Arte.

Varados en un pasado ajeno, los escultores de nuestro aciago siglo XIX se entregaron a un ejercicio inútil: la visitación de escenas y personajes greco-latinos. Jamás una alusión a las abundantes fuentes de los antiguos mexicanos, pletóricas de narrativas extraordinarias y visualidades únicas, ya sea que provinieran del puñado de códices mayas que sobrevivieron a la quemazón auspiciada como auto de fé la noche del 12 de julio de 1562 por fray Diego de Landa Calderón (1524-1579) en Maní o a os designios pirómanos de otros religiosos cebados en la anulación de las otras miradas indígenas; ya sea que fuesen los registros grabados o pintados en estelas, estatuaria o cerámica, tan abundantes que en la tiranía de su número impidieron su destrucción.

Desde su fundación la Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España logró que quienes cultivaron la pintura, la escultura y la arquitectura, lo hicieran con provecho, ciñéndose a los criterios en boga del régimen de las reformas borbónicas impulsado por el monarca Carlos III. El triunfo inapelable de la independencia respecto de España no se traduciría en lo inmediato en un nacionalismo emergente, una mexicanidad reconocible, en las distintas esferas de la vida de la antigua colonia. El tiempo tendría que transcurrir tal como acostumbra hasta forjar una identidad propia, tema que se seguiría debatiendo con las armas en la mano durante la Revolución de 1910 y que para muchos aguarda todavía algún tipo de compromiso o solución entre los grupos tan enfrentados y crispados que integran el mosaico mexicano.

De modo que no nos puede asombrar que la fábrica de los modeladores de argamasas varias, devastadores pétreos o fundidores de bronces, Felipe Sojo, Fidencio Luciano Nava, Gabriel Guerra, Agustín Ocampo, Juan Bellido, Martín Soriano, Felipe Vallero, Arnulfo Domínguez Bello, José Tovar y clausurando este desfile Enrique Guerra, engalanen parques y plazas públicas con sus visitaciones a la mitología helénica y romana, cuando no con auténticas procesiones bíblicas. Entre neoclásicos y románticos surgirá, por encargo y direccionamiento gubernamental, en el último cuarto del siglo XIX, una producción de valores históricos y cívicos a la que ya he aludido. Sus obras hasta tenderán a confundirse con las previas de La Alameda: las fuentes Neptuno y los tritones (1857) de Walter Dupray, El nacimiento de Venus de Mathurin Moreau (1822-1912), Mercurio [copia de Jean Bolonia-Giambologna (17) ], Las Américas (1851, La Victoria) de Jean-Pierre Victor André (1790-1851) (18).

Felipe Sojo (1833-1869): Mercurio y Argos (1854). De bronce en la Avenida Álvaro Obregón; de yeso pulido en el Museo Nacional de Arte.

Inspirada en la Alameda de Hércules sevillana de 1574, el virrey novohispano Luis de Velasco sometió al Cabildo metropolitano se creara un jardín-paseo frente al templo de la Santa Veracruz (1568) para el disfrute de los vecinos de la villa, apegándose a unos criterios simples: de traza cuadrada, circundado por acequias, con acceso solitario al oriente. Orgullo citadino que será objeto de constantes aliños y refacciones durante el Segundo Imperio, por la adopción que hiciera del lugar la mismísima Carlota, “la de narices de pelota”, cegando las acequias, retirando la barda perimetral, replantando árboles y flores e implantando césped; la República restaurada en 1868 instalará 36 farolas de trementina y aguardiente, que serán desplazadas por un centenar de mecheros a gas en 1872, cuando también adoquinaron las calles circundantes, dos décadas después se introdujo la luz eléctrica; y aquí decidió el régimen porfirista se montase el quiosco morisco diseño del ingeniero-arquitecto José Ramón Ibarrola Berruecos para el Pabellón de México en la Exposición Industrial Universal y Centenario Algodonero de 1884 en Nueva Orleans hasta 1909 cuando emigró a Santa María la Ribera, siendo sustituido por el Hemiciclo a Juárez (cenotafio, 1910), arquitectura de Guillermo de Heredia y escultura de Alessandro Lazzerini (1860-1942) (19).

Caritas, nombre de las cuatro fuentes de las esquinas de La Alameda.

Neptuno y los tritones, La Alameda.

El nacimiento de Venus, La Alameda

Mercurio, La Alameda.

Jean-Pierre Victor André (1790-1851): Las Américas o La Victoria, La Alameda.

Quiosco morisco.

Hemiciclo a Juárez.

No se nos olvide que el patrón de las artes continuará siendo el Estado mexicano a través de sus instituciones durante los siglos XIX y XX, languideciendo las comisiones en el XXI. De tal suerte que la agenda será fijada por el gobierno y sus funcionarios, lo que considera la selección de los tópicos a representar.

Así, a modo de ilustración, la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores se renovará en la época de Ignacio Mariscal Fagoaga (1829-1910)  ̶  de cara a las celebraciones del Centenario de la Independencia con proyecto de su sobrino Nicolás Mariscal Piña (20) (1875-1964) quien remodela la casa de don Francisco Espinosa (21) ̶ , tras su deceso le tocará estrenarla a Enrique Creel Cuilty a mediados de 1910, sobresaliendo cuatro estatuas monumentales adosadas a la fachada representando las virtudes cardinales (Prudencia, Fortaleza, Templanza, Justicia), entonces sobre la calle general José María Patoni (1828-1868) después avenida Juárez, con acceso también por la tercera calle de Colón, talladas en mármol de carrara en el taller de Alessandro Lucchetti, a partir de modelados en yeso de Enrique Guerra, se incluía además el escudo del águila nacional que coronaba el inmueble en un medallón.

La Cancillería mexicana hacia 1915. Su fachada sería remodelada en 1923. Se aprecian la Prudencia, la Fortaleza, la Templanza y la Justicia, de Enrique Guerra.

En 1923 se decide ampliar el inmueble encargándosele la intervención al joven arquitecto Carlos Obregón Santacilia, quien añadiría un tercer piso y “limpiaría” el frontispicio de la estatuaria; embodegándose las esculturas hasta que se remitieran a Xalapa, el lugar de origen de su creador, donde el entonces gobernador Adalberto Tejeda las montase en el Parque Juárez, a excepción de la obra dedicada a la Templanza que se relocalizó en 1931 en el Bosque de Chapultepec, como corazón de una fuente por disposición presidencial de Pascual Ortiz Rubio, y que fuera copiada para completar el conjunto en la capital veracruzana hasta 1979 por Armando Zabaleta de León en mármol gris de Tlatila.

Hugo Brehme: Cruce de Paseo de la Reforma y avenida Juárez (1929), se aprecia El Caballito de Manuel Tolsá, atrás la casa de Ignacio de la Torre y Amada Díaz, y cruzando la calle se observa el remate de la residencia Limantour, la Morán y la Cancillería reestructurada por Carlos Obregón Santacilia (1923-24), desprovista ya de las esculturas.

Con esta fábrica severa permanecería el Ministerio primero y después la Secretaría de Relaciones Exteriores hasta 1965 cuando con la remodelación urbana del crucero Reforma-Rosales-Bucareli-Juárez fuese demolido el edificio y se mudara a la torre de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas.

Enrique Guerra: Fortaleza, Justicia y Prudencia (originales), Templanza (copia); Parque Juárez, Xalapa.

Enrique Guerra: Fuente la Templanza en Bosque de Chapultepec (1era sección).

Me detengo en este cuento de nunca acabar de las modificaciones al espacio público, la infraestructura de servicio y el patrimonio construido, porque semejante lógica que entroniza la novedad nos marca y limita desde siempre. Incapaces de acumular con sensatez, los antiguos mexicanos y sus herederos hasta la fecha cimientan sus propuestas materiales o simbólicas en la erradicación sistemática y permanente de una idea del pasado. Inventan, inventamos, entonces, sin fatiga y sin tregua (22). Así las cosas, la identidad nacional es una hipótesis permanente, que se renueva en el tráfago de la política y sus revoluciones o cambios. El Segundo Imperio y el Porfiriato se abocaron con frenesí a brindar una visión holística de la historia patria-matria recuperando signos y sucesos de todos colores y sabores para fijar un elenco reconocible en la memoria plural de los ciudadanos.

De modo que Maximiliano de Habsburgo y su consorte, amén de la debilidad estética por el arte público, se empeñarán en mexicanizarse, y para lograrlo, o al menos intentarlo, en algunos casos levantaron monumentos en honor de:

José María Morelos, en escultura de Antonio Piatti, con placa que rezaba: «Al ínclito Morelos quien dejó el altar para combatir, vencer y morir por la libertad de su patria. Maximiliano Emperador, 1865» (23), y retrato de Petronilo Monroy, a solicitud de Santiago Rebull que coordinara la Galería de Hombres Ilustres ordenada por el archiduque Fernando José Maximiliano de Habsburgo que arribara a Veracruz un 28 de mayo de 1864 en la fragata Novara en compañía de su consorte Carlota Amalia de Bélgica.

Antonio Piatti: José María Morelos y Pavón (1865), a principios del s. XX y hoy día.

La efigie del Siervo de la Nación se emplazó en la Plazuela de Guardiola, donde ahora se localiza el edificio del mismo nombre del Banco de México y entonces se encontraba la casa de los Escandón, en vecindad con el palacio del Marqués del Valle de Orizaba (Casa de los Azulejos, fábrica del alarife Francisco Antonio de Guerrero y Torres, 1727-1792). En aquella oportunidad, 30 de septiembre de 1865, las palabras del Habsburgo eran un llamado en favor de la unidad:

México tiene la dicha […] de mostrar la historia de su renacimiento y de su libertad, representada por héroes de todas las clases de la sociedad humana, de todas las razas que ahora forman una nación indivisible […] Todos han trabajado con el mismo valor, con el mismo celo patriótico por el bienestar del país […] Que el monumento que ahora inauguramos en el centésimo aniversario del nacimiento del ilustre Morelos, sirva de estímulo a las nuevas generaciones para que aprendan […] las cualidades que forman la fuerza y lo invencible de nuestra nación (24).

Con este gesto el emperador liberal provocó la ira de los conservadores, que nunca entendieron su interés en rescatar a los próceres independentistas. Depuesta la espuria monarquía, la escultura del nacido en Valladolid, urbe a la que su nombre la bautizaría cuando el Congreso de Michoacán así lo determinó el 12 de septiembre de 1828, comenzó a dar de tumbos. Primero la reubicaron hacia 1871 en la Plaza de la Iglesia de San Juan de Dios –Plaza de la Santa Veracruz–, y posteriormente la arrumbarían en el barrio de Tepito, en la Plaza Morelos, sobre Eje 1 Oriente (avenida del Trabajo), entre las calles de Alfarería y Mecánicos. Su condición heroica no lo salvó del maltrato derivado del favor que le dispensara Maximiliano. Otras esculturas posteriores gozarían de buena fortuna, como la de Carlos Noriega con pedestal de Luis Ortiz Pinzón, que inaugurara el presidente de la República Francisco I. Madero el 2 de mayo de 1912 para conmemorar un siglo del sitio de Cuautla.

Petronilo Monroy: José María Morelos (1865); Palacio Nacional.

Carlos Noriega: José María Morelos (1912), La Ciudadela.

Vicente Guerrero, en retrato de 1865 ya “blanqueado”, evaporados sus rasgos de afrodescendiente, por Ramón Sagredo para la Galería Iturbide en el antiguo Palacio de los Virreyes; así como escultura de Miguel Noreña del mismo año el yeso y un par de años después el bronce, ya cuando había sido ajusticiado el emperador en el cerro de las Campanas, Querétaro, el 19 de junio de 1867, en compañía de los generales Manuel Miramón y Tomás Mejía, por sentencia de muerte dictada por el Consejo de Guerra, celebrado en el Gran Teatro de Iturbide, en observancia a la ley del 25 de enero de 1862.

Miguel Noreña: Vicente Guerrero (1867) en la Plaza de San Fernando, Ciudad de México.

Miguel Noreña: Vicente Guerrero (1865), yeso, Museo Nacional de San Carlos.

Ramón Sagredo: Vicente Guerrero (1865), Palacio Nacional.

Cosa curiosa, el equívoco de recordar al despistado de Cristóbal Colón [quien era a tal grado obcecado que falleció convencido de que había llegado a las Indias, a los reinos misteriosos de Cipango (Japón) y Catay (China)] corrió con mejor suerte en lo conceptual, si bien no lo pudo materializar su primer promotor José Bernardo Couto, escritor eximio, el del Diálogo sobre la historia de la pintura en México y presidente de la Academia de San Carlos quien se lo comisionó a Manuel Vilar y aunque el escultor catalán contaba con un yeso sobre el genovés desde 1858, no hubo recursos o disposición para materializar la iniciativa.

Volvería a la carga la pareja imperial sin resultado positivo; y el modelo permanecería bajo custodia de la institución de enseñanza de las artes durante décadas, hasta que en 1892 se fundiera y colocase el 12 de octubre de ese año en la antigua estación de ferrocarril de Buenavista, siendo develado el monumento por Porfirio Díaz en el cuarto centenario del “Descubrimiento de América”.

Manuel Vilar: Cristóbal Colón (modelo 1858 / fundición 1892); estación de Buenavista, Ciudad de México.

Ya en plena República restaurada, en 1871, Antonio Escandón ofreció cubrir los emolumentos y costes del proyecto de la pieza de Vilar, pero acompañada de algunos de los evangelizadores, en planteamiento arquitectónico de Ramón Ramírez Arrangoiti. Empero, en su estancia parisina este empresario conoció la obra de Charles Henri Joseph Cordier (1827-1905) y decidió encargarle la obra (1873), misma que arribó a las costas del Golfo de México en 1875 y se instaló en 1877. El Almirante de la Mar Océano se acompaña de los dominicos Bartolomé de las Casas y Diego de Deza y los franciscanos Pedro de Gante y Juan Pérez de Marchena. Tras la victoria juarista, el mercader, industrial, transportista y banquero se autoexilió en la capital de Francia, regresando a la ciudad de México única y exclusivamente para la inauguración del homenaje al navegante (1451-1506).

Charles Cordier: Monumento a Cristóbal Colón, 1877, Paseo de la Reforma, Ciudad de México.

Ese abogado zapoteca de nombre Benito Pablo Juárez García (1806-1872) mostró siempre una rara proclividad a identificarse con la Nación, así con mayúscula inicial. Trascendentalista y prosopopéyico, en cuanto pudo se desembarazó de la condición india, apreciada como lastre frente a una sociedad racista y clasista, para autodesignarse arquetipo de perseverancia. Contra viento y marea, le dio refugio a la República en un carruaje y erró a lo largo y ancho del territorio mexicano; y siendo defensor a ultranza de la Constitución de 1857 se valió de todos sus intersticios para prolongar su mandato y ejercer poderes de estado de emergencia.

Paradoja, será el gran dictador ilustrado, su némesis mixteca, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (1830-1915), su discípulo, partidario y colaborador, quien lo denuncie y desafíe desde el levantamiento del Plan de La Noria (8 de noviembre de 1871) contra la postulación a un tercer periodo presidencial del que sería entronizado en los altares laicos como Benemérito de las Américas. Las hostilidades sólo cesarían con un acontecimiento ni deseado ni planeado: el deceso salvífico del de Guelatao el 18 de julio de 1872. Ascendería al poder Sebastián Lerdo de Tejada, buscaría también él reelegirse, y el héroe del 2 de abril y de La Carbonera insistiría en la defensa de una legalidad melliza de su ambición: “Que ningún mexicano se perpetúe en el poder y esta será la última revolución”, principio cifrado en el lema “Sufragio efectivo; No reelección”, pregonado en el Plan de Tuxtepec (10 de enero de 1876). Entonces se impondría con la razón de las armas sublevadas y, sin que nadie lo supiera, daría inicio la era de Don Porfirio (25).

No se había enfriado el cadáver ni se le habían despojado las mortajas del que apuntaba a prócer broncíneo, que flotaba en el ambiente la necesidad de reconciliarse con el difunto, homenajeándolo. Extravagancias del poder político, Sebastián Lerdo de Tejada pasaría por el Congreso la ley del 18 de abril de 1873 destinada a normar y ordenar las consecuencias e implicaciones de nombrar a Juárez “Benemérito de la Patria en grado heroico”, entre ellas la subvención a su descendencia (26). La escultura conmemorativa que se pensaba erigir tendría por destino precisamente el túmulo funerario en el panteón de San Fernando. Mediante convocatoria del 8 de mayo de 1873 se abrió la convocatoria a los creadores interesados. Tras la justipreciación de las propuestas recibidas, se seleccionó la de los hermanos Juan y Manuel Islas. El mausoleo de 16 columnas y la lápida se inaugurarían en 1880, justo en el octavo aniversario luctuoso, y con ello el régimen detonaría la metamorfosis de Juárez en monumento (27). Maravilla de maravillas la sagacidad del ya presidente Díaz para ensalzar al que a la postre devino su rival. Gesto humano, teatralidad política, armonía institucional.

Mausoleo del Benemérito de las Américas.

Monumento en lápida de los hermanos Islas.

Los héroes no tienen derecho a descansar ni aún muertos, deben asumir su responsabilidad en la construcción de lo nacional desde el imaginario colectivo. Sin duda, Juárez mejora mucho enterrado, se humaniza y dignifica, palidecen sus debilidades; en paralelo, Díaz también sale beneficiado al sorprendernos con sus dotes de mitógrafo, adquiere una sensibilidad y un toque generoso al fomentar la leyenda del pastorcillo que vence todas las adversidades, convirtiéndose en una auténtica coincidentia oppositorum. Este túmulo funerario daba el banderazo de salida a la deificación laica de quien no fuese tan liberal como Valentín Gómez Farías (1781-1858), el de las nueve leyes (28), o el propio Maximiliano (29), pecado del que no lo absolverían los conservadores que fueron a por él hasta Miramar, entre ellos el desvergonzado hijo del Siervo de la Nación, Juan Nepomuceno Almonte Ramírez (1803-1869) quien no se arredraba de su condición de “hijo bastardo y natural” del cura insurgente, sino que incluso formaría matrimonio en 1840 con su sobrina carnal Dolores Quesada Almonte, hija de su hermana, mediante oportuna dispensa eclesiástica. El ya mencionado Miguel Noreña será en mi opinión el responsable de la mejor representación del zapoteco bailarín: Benito Juárez, sedente (1890), localizado en los arcos del segundo patio mariano de Palacio Nacional. Halagüeño volumen que recibe a quienes se dirigen al original recinto legislativo, fundido con los cañones que perdiera el general Miguel Miramón en las batallas de Silao y Calpulalpan.

Miguel Noreña Agurte: Juárez sedente (1890), patio mariano de Palacio Nacional.

La apoteosis (en griego ἀποθέωσις: deificación, apotheosis) de quien se diera el lujo de escribir los Apuntes para mis hijos, y al tiempo en que le pisaban los talones las tropas imperiales de Napoleón III se refugiara un 10 de octubre de 1864 en la Villa de Rosales, Chihuahua, donde los lugareños, patriotas y republicanos, le ofrecieron un ágape coronado en zapateo rítmico que lo contagiara al compás de una polka titulada La escobita, ocurriría en el marco de las celebraciones del centenario de la Independencia. ¡Quién lo dijera! La maquinaria ideológica del régimen enaltecería al “glorioso plebeyo […], alto símbolo de abnegación y patriotismo […], que de su vida supo hacer un ejemplo elocuentísimo de las virtudes del ciudadano” (30) con la perpetuación de su memoria en el monumento que después se conocería como Hemiciclo a Juárez, y que prohijaría la identidad simbólica del ya convertido en deidad cívica y el autócrata ilustrado: felicísimos esponsales del nativo Binni Záa (31) de la roca, la arena y las nubes y el heredero del pueblo de la lluvia Ñuu Dzahui (32).

Hemiciclo a Juárez (1910), arquitectura de Guillermo Heredia, tallas de Alessandro Lazzerini (33) (1860-1942)

Durante la inauguración del catafalco-túmulo el 18 de septiembre de 1910, don Carlos Robles, exacerbado, proclamó a los cuatro vientos: “Ningún elogio comparable al nombre de Benito Juárez”, aludiendo a la sentencia latina Tanto nomini nullum par elogium (“Ningún elogio es adecuado a tanta fama”), epitafio de la tumba de Nicolás Maquiavelo en la iglesia della Santa Croce de Florencia. Mientras el poeta Luis G. Urbina al hacer uso de la palabra nos convida con elegancia en su arenga lírica un dejo ambiguo respecto de su origen: “Y que en el fondo de tu raza triste / se encienda el ideal, como en la oscura / noche se enciende un pálido amatiste”. De atenernos al informe que presentara el diputado e ingeniero Ignacio León de Barra, coordinador y residente de la obra, con un peso aproximado a las 1400 toneladas y un volumen de 600 metros cúbicos, la patria desactivó el espíritu flamígero y rebelde de Juárez, apaciguándolo en unas nuevas tablas de la ley federalista y democrática, las que antologan sus frases broncíneas, especie de letanías que jaspean los muros y pedestales de nuestro patrimonio construido. El Système Hennebique, con su concreto armado, le dio estabilidad.

Educar a una sociedad analfabeta por imágenes hiperbólicas de sus dirigentes y adalides, además de glorificar ciertos pasajes de una historia que estaba todavía en proceso de configuración. Juárez, como se ha visto, resulta un centro articulador en esta porfía didáctica.

De modo tal que los monumentos públicos y las efemérides patrióticas se convirtieron en los (nuevos) cronistas de la mexicanidad, sus orígenes y sus empeños. Nuestra maltrecha dignidad nacional por la pérdida de Texas y luego de más de la mitad del territorio, los insostenibles imperios del criollo y del habsburgo, las idas y las vueltas de Antonio López de Santa Anna, nuestro más exacto retrato patrio; y las asonadas y cuartelazos en desconocimiento de la Constitución hasta que se entronizara el Benemérito y los alzamientos se inspirasen en la defensa de la Ley Fundamental, terminaron por diluirse simbólicamente en esa sucesión de hazañas y logros épicos que por sobre el conjunto del espacio público fue, y sigue siendo en más de un sentido, una vialidad transformada en conseja moral, faro pedagógico y ornato urbano: Paseo de la Reforma.

A golpes simbólicos fundaríamos nuestra amnesia del Segundo Imperio y entre las negaciones que le son propias decidiríamos más que olvidar, lavar y borrar de nuestra memoria el romanticismo del Paseo de la Emperatriz. Las iniciativas de Maximiliano sucumbirían frente a las cátedras tridimensionales alentadas por los eruditos Francisco Sosa y Vicente Riva Palacio, a las que se sumaría y respaldaría con entusiasmo Porfirio Díaz. En una primera etapa (1889-1902) focalizada en la zona sur, la superficie de rodamiento de la avenida patriótica quedaría flanqueada por personajes sobresalientes de nuestra historia, designados por 18 entidades federativas y el Distrito Federal, en número de 37, correspondientes al ciclo porfiriano y sin considerar a mujer alguna en elenco asaz misógino, ocupando el tramo que va de las glorietas de El Caballito y su jinete a la del monumento a Cuauhtémoc. Identificando de entrada a los escultores tendríamos (34):

  • Epitacio Calvo: Veracruz: Miguel Lerdo de Tejada y Rafael Lucio Nájera. Yucatán: Manuel Cepeda Peraza y Andrés Quintana Roo.

•  Jesús Fructuoso Contreras Chávez: Nuevo León: Juan Zuazua y             Servando Teresa de Mier; San Luis Potosí: Mariano Jiménez y                 Ponciano Arriaga; Jalisco: Donato Guerra y Manuel López                       Cotilla; Chihuahua: José Manuel Ojinaga Castañeda y Esteban               Coronado Hinojosa; Tabasco: José Eduardo de Cárdenas y                     Gregorio Méndez Magaña; Aguascalientes: Francisco Primo de               Verdad y José María Chávez Alonso; Guerrero: Hermenegildo                 Galeana y Leonardo Bravo; Sinaloa: Ramón Corona Madrigal y               Antonio Rosales; Michoacán: Ignacio López Rayón y Francisco               Manuel Sánchez de Tagle; Coahuila: Juan Antonio de la Fuente               y Miguel Ramos Arizpe.

  • Primitivo Miranda: Distrito Federal: Ignacio Ramírez y Leandro Valle Martínez.
  • Juan Islas: Hidalgo: Nicolás García de San Vicente y Julián Villagrán;
  • Enrique Alciati: Sonora: Ignacio Pesqueira y Jesús García Morales.
  • Ernesto Scheleske: Oaxaca: Carlos María Bustamante y Antonio León.
  • Gabriel Guerra: Durango: Guadalupe Victoria y Francisco Zarco; quien también se encargó de los jarrones que se intercalan entre las estatuas.
  • Federico Homdedeue (35): Tamaulipas: Pedro José Méndez y Juan José de la Garza Cisneros; Estado de México: Plutarco González.

La consolidación de esta cultura cívica, laica y secular, tendrá como axioma inalterable la adopción de la cultura política occidental, europea en general y estadounidense en particular, que no integra, pero sí utiliza de vez en cuando, a los indios. Pueblos originales que únicamente se reconocen como arquetipos, mexicanos nobles de la lejanía, en oposición a los grupos étnicos que en ese tiempo continuaban siendo degradados y expoliados al ser identificados por sus vicios y a la sazón despojados de sus virtudes, que se observan como estereotipos, mexicanos incómodos de la cercanía.

Se salvaban pues, las figuras históricas asociadas al poder anterior a la conquista y la evangelización; destacando Izcoatl (“serpiente de obsidiana”) y Ahuizotl (“perro espinoso de aguas”), hueytlatoque cuarto y octavo del imperio mexica. Gobernantes que fueran seleccionados para señalar el inicio del boulevard que conduce al castillo de Chapultepec, efímeramente bautizado en honor del general Manuel Santos Degollado en la era de Juárez hasta que desde el régimen de Lerdo de Tejada se advocó el Paseo, justo, a la Reforma. Se pretendía agasajar a una tradición metafísica, la del esplendor autóctono, y de acotar la potencia emblemática de un hispanismo encarnado en la macilenta figura de Carlos IV, montado en un corcel imponente a la heroica.

Bronces que levantarían sospechas y dudas entre la buena sociedad mestiza, criolla y filoibérica que finalmente terminaría imponiéndose y exigiendo su reubicación por tratarse de figuras ofensivas al buen gusto, o en la aseveración de Manuel G. Revilla “monstruosos guerreros aztecas”.  Los vaciados en bronce fueron diseño y manufactura del polifacético Alejandro Casarín Salinas (1840-1907). Caricaturista feroz en La Orquesta, San Baltazar y El Padre Cobos (36), guerrero y patriota que combatiese al ejército invasor en el sitio de Puebla, donde cayera prisionero y fuera encarcelado en Francia durante 13 meses, donde aprendiese el arte de la fundición y desarrollase su oficio pictórico e hiciera sus pininos en la escultura a la vera del entonces célebre Jean Louis Ernest Meissonier (1815-1891).

Los popularmente llamados Indios Verdes, porque resintieron la intemperie y se oxidaron adquiriendo una pátina acusada, concebidos para sumarse al pabellón nacional proyectado y construido por Antonio Peñafiel y Antonio M. Anza para la Exposición Universal de París de 1889, en conmemoración del centenario de la Revolución francesa, finalmente no cruzaron el Atlántico, según unos por su tamaño y peso (cerca de cuatro metros y tres toneladas cada uno), de acuerdo con otros porque los muros exteriores del palacio mexicano ya contaban con relieves escultóricos de Jesús Contreras favorito del régimen y socio del ingeniero militar y rango de Teniente Coronel Porfirio Díaz Ortega (1873-1946) en Fundición Artística Mexicana, si bien sus 12 obras (37) se vaciaron en la capital francesa.

Según las fuentes que se consulten se situaron en el Paseo de la Reforma en 1889, 1890, 1891 o 1892. En 1901 se trasladaron a la Calzada de la Viga. En 1920 emigraron a la avenida de los Insurgentes Norte hasta 1979 cuando los movieron a la estación del Sistema de Transporte Colectivo/Metro Indios Verdes. El 25 de mayo del 2005 se reubicaron en el mismo rumbo y barrio al interior del Parque del Mestizaje. Lo último que se sabe es la intención del Instituto Nacional de Antropología e Historia de que vuelvan al punto de partida. En nuestra sociedad clasista y racista hasta a los emperadores se les impone la trashumancia, ser migrantes en su propia tierra. Calificados por El Monitor Republicano de “ridículos y antiestéticos muñecotes”.

¿Alfred Briquet?: Inicio del Paseo de la Reforma en su cruce con Bucareli, ca.1900.

Pabellón mexicano en la Exposición Universal de París de 1889.

Pabellón mexicano inaugurado el 22 de junio de 1889 por el presidente francés Marie-François Sadi Carnot.

Concluye el largo ciclo del Porfiriato y sus Fiestas del Centenario con la develación de la Columna de la Independencia el 16 de septiembre de 1910, proyecto de Antonio Rivas Mercado, entonces director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, estatuaria de Enrique Alciati, que contara con los buenos oficios del arquitecto Manuel Gorozpe y los ingenieros Guillermo Beltrán y Puga y Gonzalo Garita para el monitoreo del sistema constructivo y de cimentación, siendo Roberto Gayol y Soto (1857-1936) el responsable de la mecánica de suelos y de la obra civil. Ceremonia concurridísima, donde al hacer uso de la palabra el autor de tan insigne obra no duda en declararla descendiente de aquella romana erigida en memoria de Trajano, el emperador provincial nacido en la Bética (después Andalucía). Las hipérboles patrióticas desafiaron la contención de la lógica en las palabras del orador oficial, el subsecretario de Gobernación Miguel S. Macedo: “¡Loor a nuestros héroes! Ellos fueron, como Prometeo, los titanes que nos dieron el fuego sagrado de la libertad, arrebatado al cielo, aceptando para sí el sacrificio, base de todas las acciones grandes”. Y qué decir del siempre ubicuo Salvador Díaz Mirón, quien en su poema titulado “Al buen cura” comenta sobre Hidalgo: “A poco estabas listo, / cual guerrero de Cristo, / al sangriento y precioso apostolado; / y en la noche oportuna, / traías en la veste como untado / el brillo de la gloria y de la luna” (38).

Enrique Alciati: Apoteosis del Padre de la Patria, conjunto escultórico, mármol, en el pedestal; Miguel Hidalgo y Costilla flanqueado por Clío y la Patria. Alrededor de la columna, José María Morelos y Vicente Guerrero, visibles; Francisco Xavier Mina y Nicolás Bravo, ocultos. El pedestal cuenta con una hornacina donde se localiza un pebetero, lámpara votiva, en bronce de inspiración neo-aztecoide.

La columna está rodeada por cuatro peanas semi-exentas donde reposan figuras sedentes: La Paz (suroriente), y La Justicia (norponiente), ocultas; La Guerra (surponiente) y La Ley (nororiente), visibles. Entre ellas se encuentra el pueblo representado por un león guiado por un lazarillo-genio, la norma jurídica. Fotografía de Aurelio Escobar Castellanos, 16 de septiembre de 1910. Fototeca Nacional, INAH

La estructura-soporte de la columna se oculta en una cubierta de cantera chiluca, y giran en su fuste guirnaldas, palmas y medallones florales. En los cintillos se asientan los nombres de los próceres. En el superior, Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros, Guadalupe Victoria y Manuel Mier y Terán; en el inferior, Agustín de Iturbide, Juan Aldama, Ignacio Allende e Ignacio López Rayón. El monumento contiene en su base un mausoleo, osario pagano de los presumibles insurgentes, cuya puerta de ingreso representa a la República con un tocado frigio, se cree que la modelo fue Alicia, hija del ingeniero Rivas Mercado. Dentro se haya una excentricidad, la estatua de Guillén de Lampart (1611-1659), irlandés educado en Salamanca que sucumbiera al fuego purificador de la pira inquisitorial, audaz hasta la médula, pues se fingía hijo de Felipe III y por ende Rey de América y Emperador de los Mexicanos, pretenso liberador de indígenas, mestizos y negros: un auténtico truchimán. Huesos en revoltijo, entre los que se supone se encuentran los de esa pareja conspiradora que formaran en el mundo Leona Vicario, la única mujer representada en dicho cilindro repujado como si se tratase de orfebrería, y su marido Andrés Quintana Roo.  En su extremo superior al enorme pilar de poco más de 45 metros de altura lo corona un símbolo de la diosa alada de la Victoria, Nike (en griego, Νίκη) hermana de Bía (la Violencia, Βία), Zelo (la Discordia, Ζηλος) y Cratos (la Fuerza y el Poder, Κράτος).

Enrique Alciati: Diosa alada de la Victoria, más conocida como Ángel de la Independencia, de 6.7 metros de altura y 7 toneladas de peso, vaciado en bronce bañado en oro.

Cárcava gigante que debajo de las alegorías arrellanadas en inmensas butacas elenca a conspicuos participantes en el movimiento libertario 1810-1821, distribuyéndolos en ocho categorías: escritores (fray Servando Teresa de Mier, Joaquín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustamante) y congresistas (José María Cos, José María Liceaga, Andrés Quintana Roo) bajo La Justicia (Dice);  precursores (Melchor de Talamantes, Francisco Primo de Verdad y Ramos, Marqués de San Juan de Rayas) y consumadores (Pedro Ascencio, José Joaquín de Herrera, Miguel Barragán) bajo La Paz (Irene); heroínas (Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín) y conspiradores (José Mariano de Michelena, Epigmenio González, Antonio Ferrer) bajo La Ley (Eumonía); caudillos (Mariano Jiménez, Leonardo Bravo, Pedro Moreno) y guerrilleros (Encarnación Ortiz “El Pachón”, Víctor Rosales, José Antonio Torres) bajo La Guerra (Atenea).

El 6 de octubre por dilaciones inexplicables se concluyen los festejos cívicos del Centenario con una prueba del talento compositivo del queretano Federico Mariscal: el monumento efímero y poco recordado del Cenotafio a los Héroes de la Independencia en el patio central del Palacio Nacional. El espacio fue cubierto con un dosel para salvaguarda de los asistentes ante una eventual lluvia que, también, pudiera afectar la combustión de incienso en los pebeteros broncíneos situados en los vértices de la base cuadrangular del catafalco. La cara frontal del monumento en forma de pirámide trunca ostentaba una placa de gran sencillez: “1810 – PATRIA – 1910”, mientras en las otras se inscribieron los nombres de los principales caudillos. Una urna entronizada, envuelta en el lábaro tricolor y custodiada por un águila que orgullosa extiende sus alas en gesto protector, constituye el corazón del tributo. Túmulo (del latín tumulus, elevación) funerario magnificente que merece el nombre de catafalco al estar destinado a unas “exequias solemnes”, si bien simbólicas.

Federico Mariscal: Cenotafio a los Héroes de la Independencia, patio central del Palacio Nacional, 6 de octubre de 1910. Maqueta a la derecha (39).

El acto se ciñó al ritual autocrático que le rinde honores al jefe del Estado con la interpretación del himno nacional. Luego, continuó con la primera parte del programa musical interpretado por el coro y la orquesta del Conservatorio Nacional: la Marcha heroica (1871) (40) de Camille Saint-Saëns (1835-1921) seguida de la alocución del canciller Enrique C. Creel centrada en la sentencia: ”Cada día vivimos más a expensas de los muertos”, para proseguir con la Marcha Fúnebre (1876) o El viaje de Sigfrido por el Rin, de la ópera El Crepúsculo de los Dioses de Richard Wagner (1813-1883). Siguieron las alocuciones del presbítero Agustín Rivera, quien recordó a san Agustín, el de Tagaste: “Se hace la guerra para adquirir la paz” (Bellum geritur ut pax acquiratur); y de Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, quien ignorante de la inminente rebelión popular todavía, con un dejo de optimismo, imploraba en una de las estrofas finales de su poema alusivo:

Más que antes nos una un juramento:

juremos que la Patria, siempre, en todo momento,

sobre cuanto nos pueda sin piedad dividir,

estará en nuestras almas excelsa, pura y viva…

Coronemos ahora la urna con oliva,

y emprendamos sin miedo la marcha al porvenir” (41)

Dudas y premoniciones del fin del antiguo régimen…

La rigidez de los números para determinar qué es un siglo y, sobre todo, cuándo principia y expira entorpecen toda interpretación de los sucesos y de sus protagonistas. Así, y a costa de enarbolar verdades de Perogrullo, el siglo XIX comienza tarde, no arranca en el 1800 como marcador de salida e incluso con la consumación de la Independencia el 27 de septiembre de 1821 mantiene su sabor dieciochesco, novohispano, pues la postulación de una nación soberana no resulta idéntica a la existencia misma de ese colectivo como genuina entidad autonómica. Lejos de ello, desde entonces, estamos enfrascados en establecer una visión homogénea del pasado (tradición) con la prelación respectiva de los actores y grupos sociales.

De tal suerte que, si de este tamaño es el problema de interpretación del origen, imagínense ahora el agobio de fijar su extinción. Para muestra vale un botón, me parece que lo mejor de nuestro patrimonio construido neoclásico, romántico y ecléctico decimonónico, jaspeado de saltapatrases hispanistas, indigenistas y hasta neogóticos, florece en pleno siglo XX: los palacios de Comunicaciones y de Correos (Silvio Conti), el inconcluso de Bellas Artes (Adamo Boari, terminado por Federico Mariscal en 1934), el nuevo Seminario Conciliar Tridentino que sobrevive como Secundaria no.1 o la intervención en el palacio del Ayuntamiento agregando un piso, torreones, nuevo revestimiento y decoración en fachadas y el rediseño del patio oriente (Manuel Gorozpe); el Teatro Esperanza Iris con Ignacio Capetillo Servín, la Inspección General de Policía en el barrio de San Juan sede además del cuerpo de bomberos o el muy tardío palacio de Gobierno de la Ciudad de México (Federico Mariscal).

Brevísimo elenco dada la renuencia de los años 1800’s a diluirse en las aguas agitadas, procelosas como afirman los poetas, de la veintésima centuria. Al respecto y como una versión entre varias, Eric J. Hobsbawn lo llama el siglo XX corto, fechándolo a partir de la Primera Guerra Mundial y hasta la caída del Muro de Berlín (1989) y el socialismo real (1991), en contraposición al largo siglo XIX, que despunta en la Revolución francesa (1789) y finaliza con las hostilidades de la Gran Guerra (1914-1918) (42).

Al ocluirse en lo formal la llamada pax porfiriana, sus efectos y consecuencias no desaparecieron por arte de magia, requirieron innovadores cambios de timón como el modelo

de las escuelas de pintura al aire libre creadas por Alfredo Ramos Martínez (1871-1946) que empezó en 1913 con notable éxito, aunque generando resquemores en las burocracias. Incluyó a maestros como Rufino Tamayo (1899-1991), Louis Henri Jean Charlot (1898-1979), Francisco Díaz de León (1897-1975) y Fernando Leal (1896-1964), quienes primero fueron alumnos. Los ramones Cano Manilla (1888-1974) y Alva de la Canal (1892-1985), Gabriel Fernández Ledesma (1900-1983) y Rosario Cabrera (1901-1975), también fueron discípulos destacados.

Este regiomontano incansable fue subdirector de San Carlos en 1911 y director en 1913, posición desde donde transformó el proceso de enseñanza-aprendizaje, en los métodos, las técnicas, promoviendo, además, las actitudes independientes de las ideologías, lo que no era poca cosa en la época. Le duraría poco el gusto, ya que pese a ser propuesto por los estudiantes, los intereses políticos de sus adversarios lograron destituirlo en 1914, siendo suplido por su principal objetor, Gerardo Murillo, el Dr. Atl (1875-1964). Sus orígenes se remontan primero a una modesta clase o cátedra a la intemperie en Santa Anita, Iztapalapa.

Un año después el experimento cesó por la turbulencia armada; hasta que en 1920 siendo José Vasconcelos (1882-1959) rector de la Universidad Nacional de México (cargo en el que duraría poco porque desde 1921 Álvaro Obregón lo designó su secretario de Educación Pública) lo reinstaló hasta 1928 cuando renunció para atender la precaria salud de su hija, y la nueva estrategia de formación, en especial orientada a crear desde el natural y prescindiendo de los arquetipos y modelos europeos previos, prosperó y, como sostienen  las  escrituras,  se multiplicó en Tlalpan,  Francisco Díaz de León; en Xochimilco, Rafael Vera de Córdova (1893-1947), y en Villa de Guadalupe, Fermín Revueltas (1901-1935) (43). Diego Rivera (1886-1957) sería su relevo y defensor a ultranza del proyecto.

Con el paso de los años surgieron otros esquemas con un perfil similar, por ejemplo, en 1927 la Escuela de Escultura y Talla Directa dirigida por Guillermo Ruiz (1895-1965) en el exconvento mudéjar de La Merced (44), asistido por Gabriel Fernández Ledezma y Luis Albarrán y Pliego (1893-1967). Se impartían clases de herrería, talla en madera, talla directa en piedra, fundición, orfebrería y cerámica, bajo el concepto de “escuela acción” que no exigía pre-requisitos, siendo respetuosa de las inclinaciones de los alumnos y sus maneras de ver, pensar e interpretar sus propias visiones (45). Ya estando domiciliada en la colonia Guerrero de la Ciudad de México, en 1943 con Antonio M. Ruiz “El Corcito” como director, cambió su nombre al de Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.

Los postulados de la Revolución mexicana se elevarían a la calidad de doctrina visual para la formación política de los ciudadanos gracias a las artes visuales, incluida la escultura. Especie de catequesis nacionalista, estatista y pro-gubernamental, que suele confundir los tópicos sociales con la ideología dominante, y deviene incapaz de ceder un palmo a quienes considere sus adversarios o enemigos. De modo que en las oscilaciones pendulares tan propias de las historias de los pueblos, frente al academicismo trasnochado, “afrancesado”, solía calificarse primero con admiración y después con menosprecio, plantó cara un populismo a ultranza que glorificaba a indios, campesinos y obreros en las paredes, bóvedas y frontispicios de los nuevos templos laicos y públicos, mientras en la realidad apenas sobrevivían y seguían siendo carne de cañón de los poderosos, incluyendo los nuevos caciques, políticos y funcionarios venales. El tránsito va de la representación de alegorías mitológicas greco-romanas y filosóficas hacia representaciones, conceptos e iconicidades de temas rurales, idílicos, anti-españoles (la Conquista, la Independencia), progresistas y maquinistas, amén de anti-imperialistas. Los muralistas serán el nuevo status quo y ellos mismos se extraviarán en sus laberintos de ambición y dogmatismo al confundir el poder de los muros con los muros del poder.

Puertas del exconvento de La Merced (46), diseño de Gabriel Fernández Ledesma, fábrica de alumnos de la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa: Felipe Capistrán, F. Díaz, Enrique Mayran, E. de la Rosa.; talla en cedro rojo con incrustaciones en bronce, 1927-1928. Tina Modotti; fotografía, plata sobre gelatina, 1928, colección Carlos Monsiváis, Museo del Estanquillo, Ciudad de México

La escultura pública honrará a los muertos deificándolos en una calca del pasado, ya no será Benito Juárez y los próceres de la Reforma el núcleo doctrinario, sino Álvaro Obregón en el lugar de su magnicidio, quedándome siempre la duda de si en verdad así lo honraba la Revolución institucionalizada o si al contrario publicitaba a los cuatro vientos cuál era el precio que pagarían los demasiado “listos”, justo como el estratega de Siquisiva, o los caudillos que se asesinaran unos a otros demostrando que el Porfirismo jamás fue derrotado de raíz, optando por exiliarse a los primeros reveses militares y cediéndole el territorio a un puñado de crápulas y procónsules incapaces de someterse al interés general, y que yacen en ese osario levantado de los vestigios del inacabado Palacio Legislativo de Émile Bénard (1844-1929).

Monumento a Álvaro Obregón (1935): arquitectura de Enrique Aragón Echegaray, estatuaria (cantera, granito y bronce) de Ignacio Asúnsolo, San Ángel, Parque La Bombilla.

El 17 de julio de 1928 ocurrió el asesinato del hombre fuerte de Sonora, ese ser estrambótico que dicen hablaba yaqui y mayo, tras recibir seis balazos del revólver de José de León Toral (1900-1929), fanático católico potosino, que se hiciera pasar por caricaturista y que se cree fuera orientado o manipulado por su paisana la seglar “madre” Conchita Cabrera de Armida (1862-1937), fundadora de la quinta obra de la Cruz la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo junto con el sacerdote Félix de Jesús Rougier Olanier (1859-1938). Juan Pablo II la reconoció Venerable (1999) y el papa Francisco autorizó su beatificación (2019). Tras la modificación constitucional que le permitiera ser nuevamente presidente en ese momento electo para el periodo ya ampliado a sexenio 1928-1934, corría el rumor de que Calles había orquestado toda esta mise en scène para ultimarlo y salvaguardar el principio de no reelección.

Alegoría del Sacrificio.

Alegoría de la Región Norte.

Alegoría del Triunfo.

La Fecundidad y El Trabajo guardan el paso.

Así como Benito Juárez fue consagrado por Porfirio Díaz, de igual modo Álvaro Obregón sería exaltado por el maestro de ascendencia “turca” (en realidad, sirio-libanesa) Plutarco Elías Calles, durante la etapa que conocemos como “Maximato” y que corresponde al sexenio que quedara vacante con el crimen, siendo titular del Ejecutivo Abelardo Luján Rodríguez (1934) quien respaldó la iniciativa del gigantesco túmulo mediante concurso público concebido por Aarón Sáenz (1891-1983) desde el Departamento Central, si bien le correspondió al presidente Lázaro Cárdenas su inauguración (1935).

En opinión de Mathias Goeritz: “Asúnsolo transitó por este camino (se refiere al de las vanguardias y el arte más avanzado de su tiempo) con más valentía de lo que en general se sabe. De hecho se convirtió en el precursor de la escultura moderna en México y formó varias generaciones de escultores” (47). Tajante aseveración del alemán, tal como solía expresarse entre hipérboles y complicidades sin fin. Sin negar los méritos de algunos de los hacedores de bultos y volúmenes de entonces, en especial Ignacio Asúnsolo (1890-1965), Oliverio Martínez de Hoyos (1901-1938) y Luis Ortiz Monasterio (1906-1990), ninguno de los del grupo dominante en esa época puede comparársele a Germán Cueto (48) (1893-1975), el único que tuvo por derecho propio un lugar de privilegio en la escena europea mientras formó parte de Cercle et Carré, el grupo/revista del belga Michel Seuphor (Ferdinand Louis Berckelaers, 1901-1999).

Asúnsolo, originario de Durango (1890), aunque vivió en Hidalgo del Parral y se instaló muy joven con su familia en la Ciudad de México. Se formó en Francia y España, y su repatriación ya había ocurrido en 1921 cuando forma parte de la Exposición de los Independientes, en compañía de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Dr. Atl, Jean Charlot, Fermín Revueltas, Leopoldo Méndez, Fernando Leal, Rufino Tamayo, Fidias Elizondo, Guillermo Ruiz, Carlos Bracho y Miguel Covarrubias.

Planta ochavada del interior; al centro una cárcava circular; pisos y muros de mármol; estatuas de Obregón (49), dos de sus soldados y relieves. Durante décadas se exhibió en un ánfora con formol el brazo que perdiera en la Batalla de Celaya (6 al 15 de abril de 1915) frente a los “Dorados” de Francisco Villa.

De modo que los consagrados lo apadrinarían y estaría siempre presente, ubicuo, en las iniciativas oficiales y los círculos del poder económico y cultural (50), no se olvide su parentesco con la mecenas María Asúnsolo y la diva hollywoodenese Dolores del Río. Por ejemplo, esculpió en piedra las estatuas del patio principal de la Secretaría de Educació Pública (Justo Sierra, Sor Juana Inés de la Cruz y Rubén Darío) y el grupo del frontispicio de la fachada principal (Minerva, Apolo y Dionisio), sendas comisiones del hispanófilo pro-nazi José Vasconcelos.

Intervino en las competencias y cosechó los laureles de la victoria en los monumentos A la Patria, en la terraza frontera al Castillo de Chapultepec y el de Álvaro Obregón, en San Ángel (1934).  Estas composiciones de gran formato son,  a mi juicio,  sus más sólidas faenas, en particular la gloriosa y teatral ornamentación del catafalco sin sarcófago art déco, o con mayor precisión castrum doloris (“fortaleza del dolor”), que en los presumibles defectos que le encuentra Vito Alessio Robles (1879-1957) (51), enemigo jurado del sonorense que jamás fuera vencido en el campo de batalla, encuentra sus aciertos más espectaculares: monumentalidad y timbre que hacen compañía a este zigurat cívico.

A la (Madre) Patria, 1924, homenaje a los Niños Héroes, terraza del Castillo de Chapultepec. Arquitectura de Luis MacGregor Ceballos (1887-1965), lapidaria de Ignacio Asúnsolo.

Hasta el galardón de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, el Ariel que se entregó por vez primera el 15 de mayo de 1947, fue composición suya, referida al ensayo del mismo nombre que el uruguayo José Enrique Rodó publicara en 1900, donde recurriendo a la metáfora de La Tempestad (1611) de William Shakespeare identifica a América Latina con el espíritu de este hado, en oposición a Calibán, anagrama de caníbal, el “salvaje” dueño originario de la Isla donde acontece la trama, esclavizado por los náufragos occidentales, Próspero y compañía…, representantes del utilitarismo y la “nordomanía”, es decir el pensamiento extranjero de los conquistadores-invasores que se disfrazan de bondadosos “colonizadores-evangelizadores”.

Problemas de mecánica de suelos, financiamiento y el estallido de “la bola”, más una muy tardía ceremonia de colocación de la primera piedra el 23 de septiembre de 1910 (contratado el proyecto el 30 de febrero de 1904), se sumaron para paralizar el Palacio Legislativo Federal (112 m. de frente x 68 m. de altura); por cierto, la obra más delirante y la menos afortunada de las consideradas en la vasta agenda de las Fiestas del Centenario de la Independencia 1810-1910. El proyecto de Émile Bénard pretendía rivalizar con el Capitolio de Washington en una superficie de 14 mil metros cuadrados. Tras varios intentos por reactivar su construcción que resultaron infructuosos con la muerte en 1929 del arquitecto auxiliar de Charles Garnier en el levantamiento de la Ópera de París, se dejó que durmiera el sueño de los justos.

Émile Bénard: Palacio Legislativo Federal, maqueta y acuarela, 1907.

Cementerio vertical, el Monumento a la Revolución alojará como residentes en sus columnas a Venustiano Carranza (1942, Panteón Civil de Dolores); Francisco I. Madero (20 de noviembre de 1960, Panteón Francés); Plutarco Elías Calles (20 de noviembre de 1969, Panteón Civil de Dolores); Lázaro Cárdenas (19 de octubre de 1970); y Francisco Villa (20 de noviembre de 1976, Panteón Civil de Hidalgo del Parral). Todos fueron exhumados de sus camposantos de origen, salvo el divisionario de Jiquilpan que fue empotrado directamente allí tras su deceso. El mausoleo queda incompleto ante la ausencia de los restos mortales de dos de los más despiadados combatientes de la gesta armada: Álvaro Obregón, cuyos restos están enterrados en el panteón municipal de Huatabampo en Navolato, Sonora; y los de Emiliano Zapata, depositados en una urna al pie de su estatua en la Plaza de la Revolución del Sur en Cuautla, Morelos.

Guillermo Kahlo: Construcción del Palacio Legislativo, Plaza de la República, México, 12 de junio de 1912; vista del poniente hacia el oriente.

En 1933 Carlos Obregón Santacilia (52) formularía un rescate parcial: el del Salón de los Pasos Perdidos, equivalente en un auditorio o teatro al foyer, área de tránsito para estirar las piernas y conversar en los recesos de las sesiones parlamentarias o las funciones musicales o de artes escénicas. Su intención era -y encontró eco- fundar la sede de la memoria reciente: hospedar al Movimiento Armado de 1910. Símbolo-picota del antiguo régimen y faro del nuevo… Los mármoles originales cederían su sitio a la cantera chiluca y la piedra volcánica negra (tezontle, llamada así por abundar en San Juan Tezontla, pueblo del municipio de Texcoco). El monumento ganaría en sobriedad y severidad, obteniendo una grandilocuencia silente gracias a Oliverio Martínez  (1901-1938) (53), hermano diecisiete años mayor del pintor Ricardo (1918-2009).

El originario de Piedras Negras que falleciera en el quirófano del Hospital para Tuberculosos de Huipulco en Tlapan, venció en el concurso que fuera convocado el 17 de noviembre de 1933 con su propuesta Transformación, los otros finalistas fueron Federico Canessi (1906-1977) y Fernando Leal (1896-1964). El ganador preveía devastar cuatro conjuntos escultóricos de once metros de alzada en el exterior de las pechinas: La Independencia, Las Leyes de Reforma, Las Leyes Agrarias y Las Leyes Obreras, más una estatua recepcional de Francisco I, Madero (nunca realizada) a los pies del monolito de 63 metros de altura; así como las águilas que custodian el monumento.

El volátil que descansaba en la linternilla del proyecto original del escultor francés Georges Gardet (1863-1939), migró para coronar el Monumento a la Raza del ingeniero Francisco Borbolla, cuyas intervenciones escultóricas se deben al arquitecto Luis Lelo de Larrea (54), inaugurado el 12 de octubre de 1940.

Monumento a la Revolución en obra, ca. 1936-1937.

Oliverio Martínez: Leyes Obreras, en proceso. Leyes Agrarias.

Oliverio Martínez: La Independencia. Leyes de Reforma.

Con cambios de tono y énfasis, este largo y zigzagueante recorrido (1821-1938) muestra que, más allá de los contenidos específicos, todos los gobiernos tienden a expresarse, promoverse y justificarse, a través del uso del espacio público reducido a territorio ideológico. Se alteran los mensajes, varían las modalidades de comunicación y expresión, sin que el paisaje urbano renuncie a su doble finalidad de soporte de lecciones cívicas y escenario de legitimación. Como los propósitos de bienestar, democracia y desarrollo se postergan, niegan e incumplen, los símbolos se vacían quedándose en la pura cáscara: son formas huecas de idearios traicionados.

 

1 Verso inaugural del poema “El Sonámbulo (Poema 12)”, que dialoga con otro verso “Tú por tu cielo, y por el mar las naves” de Gerardo Diego, en Luis Cardoza y Aragón, selección y prólogo de Raúl Renán, Material de Lectura, número 35, UNAM, 2008, p. 11. El poema forma parte del libro titulado justo El Sonámbulo, México, Taller Poético, 1937.

2 José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix (Tamazula, Nueva Vizcaya hoy Durango, Virreinato de Nueva España; 29 de septiembre de 1786-Perote, Veracruz, México; 21 de marzo de 1843).

3 A partir de 1867 con la firma de Juan Jarras director del periódico de oposición La Orquesta (1861-1877), donde escribieran Francisco Pimentel, Juan Antonio Mateos, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Hilarión Frías y Soto, Juan de Dios Arias, probablemente Ignacio Ramírez bajo el pseudónimo de José R. Pérez, y Antonio Carrión, mientras las caricaturas políticas quedaron a cargo de Constantino Escalante, Santiago Hernández, José María Villasana y José Tiburcio Alamilla, entre otros críticos despiadados de conservadores y liberales, incluyendo los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz.

4 Decreto promulgado por el presidente Porfirio Díaz el 23 de agosto de 1877, remitido al Diario Oficial del Gobierno Supremo de los Estados Unidos Mexicanos por el secretario de Fomento el día previo. Véase, Legislación mexicana ó colección completa de las disposiciones legislativas expendidas desde la Independencia de la República / ordenada por Manuel Dublán y José María Lozano, México, Imprenta del Comercio, 1876-1912, Tomo XIII, núm. 7645, p. 341-342, donde se incorpora la convocatoria al concurso público para el monumento de la primera glorieta dedicada a Cuauhtémoc. El jurado del concurso público estuvo integrado por D. J. S. Bagally, Emilio Dondé Preciat, Manuel Gargollo y Parra, Ramón Rodríguez Arangoiti. Consúltese la versión electrónica en http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080042593_C/1080043418_T13/1080043418_28.pdf

5 Las estatuas de la Reforma. Noticias biográficas de los personajes en ellas representados, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1900, segunda edición, calle de San Andrés no. 15 (Avenida Oriente 51), 323 pp. http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080011240/1080011240.html El libro consigna únicamente las semblanzas de 34 protagonistas de nuestra historia, los dos faltantes son los de Tamaulipas, el general Pedro José Méndez y el abogado y general Juan José de la Garza Cisneros, esculpidos por Federico Homdedeue y colocados en sus pedestales en 1902. Cuando uno recorre físicamente el tramo donde se encuentran las efigies se percata que hay dos más, correspondientes a figuras mexiquenses, siendo las de Plutarco González Pliego y León Francisco Guzmán Montes de Oca, que fueran intercaladas en 2006.

6 Pierre Nora: La nation-mémoire, Les lieux de mémoires, París, Gallimard, t. II,  La Nation, vol. 3:, 1986. Donde se desarrolla la idea de que la memoria de Estado es la memoria de la memoria, el triunfo de la reconstrucción conjetural de un pasado imaginado y asumido como verosímil y a partir de allí en calidad de realidad objetiva e irrefutable. Los lugares de la memoria son signos nemotécnicos que indican lo que esperamos del pasado en la actualidad, resultan dispositivos de diseño del porvenir desde una evocación dirigida.

7 Revísese, Campos Pérez, Lara: “Cuauhtémoc, el héroe completo. La conmemoración del último emperador azteca en la Ciudad de México durante el porfiriato (1887-1911)”, en Historia Mexicana, vol.66, no.4, México, El Colegio de México, abril-junio, 2017, p. 1819-1861.  https://doi.org/10.24201/hm.v66i4.3420

8 (¿1466/1467? – 1520). El glifo asociado a este nombre es un tocado real acompañado de una orejera de turquesa. La voz Xocoyotzin, “el joven”, carece de visualidad propia y se usó para distinguirlo de su abuelo Ilhuilcamina, quinto gobernante mexica. Hijo de Axayácatl, el sexto hueytlatoani, y hermano de Cuitláhuac, su sucesor en el trono.

9 “El del asa de barro”, guerrero tlaxcalteca de origen otomí (1497-1522/1527) que cayera cautivo de Moctezuma Xocoyotzin, noveno hueytlatoani (“el que se muestra enojado”, “el joven”), en las guerras floridas (xochiyaoyotl). En reconocimiento a su valentía le fue ofrecida su libertad, que rechazó por honor, solicitando una muerte digna, así se le permitió combatir, por lo que fue amarrado de la cintura a la plataforma del sacrificio gladiatorio (temalacatl, piedra redonda), armado de un macuahuitl (espada de madera con filos de obsidiana en ambos cantos) y un chimalli (escudo) para que se protegiera. Destripó a ocho guerreros, laceró a otros veinte, hasta que fue vencido y sometido para ofrendarlo a Huitzilopochtli.

10 El 10 de febrero de 1519, la flota de Hernán Cortés abandonó las costas de Cuba, en 11 naves, con 518 infantes, 16 jinetes, 13 escopeteros, 32 ballesteros, 110 marineros y unos 200 indios y negros de auxiliares de la tropa. Llevaban 32 caballos, 10 cañones de bronce y 4 falconetes. Este piquete de veteranos de las guerras de Italia hubiera fracasado de no ser por la valen tía y el número de sus coligados tlaxcaltecas.

11 Malintzin o Malinalli nació entre 1496 y 1501 y su fallecimiento genera todavía más dudas, pues algunos afirman que su deceso se debió a una epidemia de viruela ocurrida en 1528-1529, mientras que el historiador británico Hugh Thomas asevera que, por correspondencia que ha consultado en los archivos de Madrid, se le daba por viva y en activo hacia 1550, por lo que sitúa su muerte un año más tarde. Hija de caciques nahuas del actual Veracruz, a la muerte del padre fue vendida como esclava por el padrastro a un traficante de Xicalango, fue una de 20 doncellas obsequiadas por los tabasqueños a Hernán Cortés tras la batalla de Centla (14 de marzo de 1519). Por sus habilidades lingüísticas fue llamada Tenepal, “quien habla con vivacidad”, hablaba y traducía popoloca, maya chontal, náhuatl y castellano. ​Cabe subrayar que la representación indígena en las obras de Vilar mucho le debe al Lienzo de Tlaxcala y a la Historia Antigua de México (versión en toscano, 1780; traducción castellana, 1824}de Francisco Xavier Clavijero. Véase, Acevedo-Valdés, Esther: Volver a mirar el siglo XIX, documento, p. 32. (https://www.academia.edu/14882967/VOLVER_A_MIRAR_EL_SIGLO_XIX ).

12 Sobre este apasionante mito inacabado, puente entre dos culturas, consúltese: Barjau, Luis: La conquista de la Malinche. La verdad acerca de la mujer que fundó el mestizaje en México, México, INAH/Conaculta/Martínez Roca Ediciones, 2009, 300 pp.

13 Así conocidos por un juego de ingenio que en la voz Dominicanus encuentra las raíces Dominus, en origen maestro convirtiéndose más tarde en propietario y finalmente en señor, y canis, perro. El símbolo de este animal que porta una antorcha en el hocico remite a encender el fuego de Jesucristo por medio de la predicación, de acuerdo con la interpretación que le diera santo Domingo de Silos a la beata Juana de Aza de su sueño premonitorio mientras cargaba en su vientre con el futuro santo Domingo de Guzmán.

14 El decreto de fundación de 15 de abril de 1869, dado en Palacio Nacional por Benito Juárez, estableció la creación del Estado Libre y Soberano de Morelos, con la porción de territorio del antiguo Estado de México constituida por los distritos de Cuernavaca, Cuautla, Jonacatepec, Tetecala y Yautepec, que habían formado el Tercer Distrito Militar. Su primer gobernador fue el general Francisco Leyva.

15 Véase la muy completa monografía de Vergara Soriano, Germán: Pedro Patiño Ixtolinque. El Escultor Insurgente, México, Editorial IZ / Editorial IM, 2016, 57 pp.

16 El nuevo Congreso Constituyente se integró con 114 diputados que se inspiraron en la Constitución de Cádiz, la de Apatzingán, la Carta Magna de los Estados Unidos de América y el Plan de Iguala, para llevar a cabo la redacción del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana de 1824.

17 Esta fuente de Mercurio es una copia del original de Juan de Bolonia que se encuentra en el Museo del Bargello de Florencia. Su Mercurio volador (1564), estatua de bronce del dios mitológico posado sobre un pie y descansa en un céfiro, porta su báculo de serpientes y está representado a la usanza clásica con alas o talares en las sandalias y yelmo. Según la mitología romana era el dios de del comercio. Se ubica en el lado nor-poniente de La Alameda, en paralelo a la plaza de la Santa Veracruz en avenida Hidalgo, sobre un estanque circular.

18 Este industrial francés constituyó en 1836 en Osne-le-Val un taller metal-mecánico y de vaciado en bronce a gran escala dedicada a la producción de mobiliario urbano y fuentes ornamentales para áreas verdes. La empresa se denominó Fundición Val D’Osne. Y justo este nombre es el que aparece en la pieza, de allí que, por ignorancia o estulticia, se creyera que era un apelativo, que derivó en “Valdosine”.

Esta fuente de Mercurio es una copia del original de Juan de Bolonia que se encuentra en el Museo del Bargello de Florencia. Su Mercurio volador (1564), estatua de bronce del dios mitológico posado sobre un pie y descansa en un céfiro, porta su báculo de serpientes y está representado a la usanza clásica con alas o talares en las sandalias y yelmo. Según la mitología romana era el dios de del comercio. Se ubica en el lado nor-poniente de La Alameda, en paralelo a la plaza de la Santa Veracruz en avenida Hidalgo, sobre un estanque circular.

19 Véase, Herrera Moreno, Ethel: La Alameda Central-Ciudad de México, Carlos Blanco fotógrafo, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992, 8 pp. También confróntese, Ugalde, Nadia y Duerta, María Estela (coordinadoras): Visión histórica y estética de la Alameda de la Ciudad de México, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, Landucci Editores, 2001, 287 pp.

20 Hermano mayor del también arquitecto Federico Mariscal Piña (1881-1971), y autor del magnífico opúsculo que fuera en origen una conferencia organizada por el Instituto Bibliográfico Mejicano, El desarrollo de la arquitectura en México, Méjico, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1901, 46 pp.

21 () tesorero general de la Federación hasta 1899, su residencia fue proyectada y construida por el ingeniero Ventura Alcérreca Villanueva (1893-95).

22 «En su conjunto la producción literaria del siglo XIX mexicano es un reflejo de la sociedad que al mismo tiempo documenta el proceso de invención de esa sociedad. Es claro que la construcción de la identidad nacional es un proceso «desde arriba», es decir que estuvo a cargo de una elite conocedora [más] no fue el Estado relativamente consolidado después de 1867, el que desató la invención de la identidad nacional, sino que fue la invención de la cultura y la identidad nacionales las que abrieron el camino para la consolidación de ese Estado”: Ortiz Monasterio, José: México eternamente: Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 325.

23 González y González, Luis:, México, Cal y Arena, 1989, p. 114.

24 Diario del Imperio, Biblioteca del Archivo Histórico del DF, tomo II, núm. 226, sábado 30 de septiembre de 1865, primera plana, p. 326.

25 Revísese, Acevedo, Esther: “Los comienzos de una historia laica en imágenes”, en Los pinceles de la historia. La fabricación del Estado, 1864-1910, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Bellas Artes, Museo Nacional de Arte, Banamex, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2003, 285 pp. Además de Uribe, Eloísa (coordinadora): Y todo por una nación. Historia social de la producción plástica de la ciudad de México1781-1910, México, UAM, 1ª edición, 1984; INAH, 2ª edición, 1987.

26 Como botón de muestra, el ordenamiento preveía pensiones para toda su prole, las casadas de 1,500 pesos anuales y las solteras de 3,000, incluido el hijo hasta que cumpliera 25 años o hasta que terminara sus estudios. Consúltese, Vázquez Mantecón, María del Carmen: “Los monumentos al héroe”, en Muerte y vida eterna de Benito Juárez. El deceso, sus rituales y su memoria, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Serie Historia Moderna y Contemporánea No. 46, 2006, p. 39-64.

27 En esta cripta reposan los restos de: María Guadalupe Juárez y Maza (27 de octubre de 1848-10 de octubre de 1850); Amada Juárez y Maza (13 de septiembre de 1851-23 de octubre de 1853); Francisca Juárez y Maza (1’ de octubre de 1860-17 de julio de 1862); José María Juárez y Maza (4 de diciembre de 1856-8 de diciembre de 1864); Antonio Juárez y Maza (13 de junio de 1864-10 de agosto de 1865); Margarita Maza de Juárez (29 de marzo de 1826-2 de enero de 1871) y Benito Pablo Juárez García (21 de marzo de 1806-18 de julio de 1872, a la sazón titular del Poder Ejecutivo Federal).

28 En materia económica, dispuso el control gubernamental de los bienes del duque Monteleone, canalizando sus rentas al sostenimiento de la educación pública (27 de mayo de 1833); secularizó las misiones de California, destinando sus beneficios a la hacienda pública (17 de agosto de 1833), determina que los bienes y capitales de las misiones de Filipinas se incorporen a la Federación (31 de agosto de 1833). En materia de religión e Iglesia se prohibió al clero regular y secular participar en asuntos políticos (6 y 8 de junio de 1833); fue  liquidada la coacción civil para el pago del diezmo, así como para el cumplimiento del voto monástico (27 de octubre y 6 de noviembre respectivamente); desapareció las sacristías mayores (17 de diciembre de 1833); los inmuebles de la Compañía de Jesús se transfirieron a los estados de la Federación (31 de enero de 1834) y secularizó todas las misiones de la República (16 de abril de 1834). En materia del ejército ordenó el cese de los mandos militares que se manifestaran en contra de las instituciones federales (5 de agosto de 1833); procedió a la reducción del número de efectivos manteniendo exclusivamente las tropas necesarias para salvaguardar la paz, el interés público y el orden interno (11 de noviembre de 1833), disolvió a los sublevados de las fuerzas armadas (15 de noviembre de 1833); constituyó la milicia cívica en el Distrito Federal y los territorios federales (21 de marzo de 1834). En materia educativa, estableció la libertad de imprenta el 2 de abril de 1833; suprimió los colegios religiosos destinándolos a la educación pública (12 de octubre de 1833), canceló la Universidad Pontificia y creó la Instrucción Pública (23 de octubre de 1833), fundó seis instituciones de estudios superiores, formalizó la libertad de enseñanza e instituyó la Escuela Normal de Profesores. Frente a este ambicioso proyecto de modernización secular, laico y democrático, las posteriores Leyes de Reforma palidecen: Ley Juárez (23 de noviembre de 1855) de Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios que restringió la competencia de los tribunales eclesiásticos y militares sólo a sus propios asuntos vedándoles intervenir en las decisiones gubernamentales; Ley Lerdo (25 de junio de 1856) de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de Corporaciones Civiles y Eclesiásticas que determinó asignar la propiedad a los inquilinos y arrendatarios por el monto derivado de convertir la renta anual al valor inmobiliario; y la Ley Iglesias (11 de abril de 1857) de Obvenciones Parroquiales que prohibió el cobro obligatorio por ceremonias eclesiásticas (bautismos, bodas, exequias, entre otros) a los pobres.

29 Consúltese Bernal Gómez, Beatriz: “México y las leyes liberales de Maximiliano de Habsburgo”, en Hechos y derechos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2 de noviembre de 2012. https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/hechos-y-derechos/article/view/6731/8667

30 Fragmentos del entusiasmo retórico frente al poder del Estado y sus instituciones, encarnado en la figura del generalísimo Díaz, de la autoría de Genaro García (1867-1920), redactor protagónico y coordinador de la Crónica oficial de las Fiestas del Primer Centenario de la Independencia de México, México, edición facsimilar de la de 1910, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 1990-1991, 139 pp. + índice. Véase la nota sobre el catafalco del dictador constitucional de México durante el periodo 1857-1872, p.170-176.

31 Rebautizados tras la conquista mexica en náhuatl como tzapotēcah (en singular tzapotēcatl), que significa «habitantes del país del zapote».

32 Tras su caída frente a los mexicas fueron denominados en náhuatl mixtécatl que significa «pueblo de la lluvia»; cabe destacar que los invasores de la Triple Alianza (Excan Tlatoloyan integrada por Mexico-Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan) jamás pudieron hacerse del control, del litoral mixteco y el istmo de Tehuantepec.

33 Escultor carrarese activísimo hasta el final de sus días. En Prato de Arezzo levantó un bellísimo Monumento a Francesco Petrarca (1928).

34 Véase, Favela, Laura: “Los liberales en su Paseo por la Reforma”, en HistoriAgenda, México, UNAM-CCH, tercera época, número 25, julio-diciembre 2011, p. 75-80. https://www.yumpu.com/es/document/read/14758821/numero-25-cch-universidad-nacional-autonoma-de-mexico

35 Escultor catalán, de nombre completo Federico Homdedeue i Bonet (1861-1908), tío de lado materno del extraordinario ensayista, poeta y funcionario Jaime Torres Bodet (), director fundador de la UNESCO (). Véase, Cristina Rodríguez-Samaniego, Cristina y Aragonès Riu, Núria: “Apunts sobre l’escultor Frederic Homdedeu i Bonet (Barcelona, 1861 – Ciutat de Mèxic, 1908)”, en Catalunya-Amèrica: l’art entre el viatge i l’exili (S. XIX i XX), coordinadoras por Irene Gras Valero, Cristina Rodríguez Samaniego, Núria Aragonès Riu, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2018, p. 29-35.

36 Junto con José María Villasana (1848-1904), quien continuaría su oposicionismo mordaz en El Ahuizote, y Jesús T. Alamilla (1847-1881), francotirador de Fra-Diávolo y La Linterna Mágica,  representará la cima de la caricatura política en México que mucho le debe al genio precoz de Constantino Escalante (1836-1868), objetora de conciencia de los excesos autoritarios de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, y promotora del legionario severo que fuera Porfirio Díaz desde el fallido Plan de La Noria (8 de noviembre de 1871) y el triunfante Plan de Tuxtepec (10 de enero de 1876). Alejandro Casarín alcanzaría los grados de Teniente Coronel y Coronel de Infantería en el Ejército Permanente de México.

37 En los laterales: Centéotl, Tláloc y Chalchiuhtlicue, deidades de la vida y la fertilidad; en otro Xochiquetzal, Camaxtli y Yacatecuhtli, dioses del matrimonio / sexualidad, la guerra / la esperanza y el comercio. Al centro de la fachada: en un tramo los gobernantes Izcoatl, Nezahualcoyotl y Totoquihuatzin; en otro los hueytlatoque fallecidos en la defensa de Tenochtitlan, Cacamatzin, Cuitlahuac y Cuauhtemoc.

38 Véase nota no. 30. García, Genaro: op. cit., documentos números 118, 119, 120, p. 74-78 del Apéndice

39 Revísese, Noelle, Louise y Schavelzon, Daniel: “Monumento efímero a los héroes de la Independencia (1910). Federico Mariscal”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, número 55, volumen XIV, mayo, 1986, p. 161-169. http://orion.esteticas.unam.mx/anales/index.php/analesiie/article/view/1262/1249

40 Compuesta en honor y memoria de su amigo el pintor orientalista Henri Regnault (1843-1871) quien falleciera en el curso de la guerra franco-prusiana (1870-1871) durante la Batalla de Buzenval, el compositor formó parte del 4’ batallón del Sena como simple soldado de la Guardia Nacional.

41 Véase, García, Genaro: op. cit., documentos números 1124, 125 y 126, p. 82-89 del Apéndice.

42 Confróntese con Historia del Siglo XX, Madrid, 2000, Editorial Crítica, 616 pp. (Título original: The age of extremes: The short twentieth century, 1914-1991.)

43 En la década de los cuarentas se fundaron dos Centros Populares de Enseñanza Artística Urbana: Santiago Rebull, bajo la dirección de Gabriel Fernández (en San Antonio Abad) y Saturnino Herrán con Fernando Leal a su cargo (en Nonoalco). Asimismo, existieron escuelas en Iztacalco, San Ángel, los Reyes Coyoacán, Cholula, Taxco, Monterrey, Michoacán y Acapatzingo.

44 Revísese, Arteaga, Agustín: Guillermo Ruiz y la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, Conaculta, 2010, 104 pp.

45 Consúltese, González Matute, Laura: Escuelas de Pintura Al Aire Libre y Centros Populares de Pintura, México, INBA, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP), Colección Artes Plásticas, Serie Investigación y Documentación de las Artes, número 2, 1987, p. 125 y ss.

46 También hay una diapositiva de las mismas puertas del exconvento de La Merced de la colección de Manuel Toussaint en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Ficha de control: IIE: AFMT:TE244, fotografía de Pedro Cuevas, vista frontal, soporte acetato de celulosa, color POS COL, 1994.

47 Citado en el libro-catálogo de la exposición Ignacio Asúnsolo, Precursor De La Escultura Moderna En México, México, Museo Nacional de Arte, Secretaría de Cultura, INBA, 1985,

48 Ignacio Asúnsolo produjo en 1923 un retrato en bronce de Germán (Gutiérrez) Cueto.

49 A los costados del “Manco de Celaya” se despliegan los comentarios pomposos: (izquierda): «Paladín de las instituciones, abatió el pretorianismo, su genio militar lo elevó hasta las cimas insuperables que en la América nuestra sólo alcanzaron Morelos y Bolívar»; (derecha): «Estadista de la Revolución, restituyó la tierra a los campesinos, consagró la libertad de pensamiento, dignificó a los trabajadores y con la escuela iluminó el alma de las multitudes».

50 Raquel Tibol: «Asúnsolo se mantuvo lejos de las convulsiones populares; peso a ello fue el cumplido retratista de los más opuestos líderes del proceso político mexicano: Filomeno Mata, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán… De casi todos ellos fue amigo o los trato muy estrechamente” (p. 22): Ignacio Asúnsolo escultor. 1890 – 1965, Ariel Zúñiga Laborde y Raquel Tibol autores, México, Museo Nacional de Arte, Secretaría de Cultura, INBA, 2013, 120 pp.

51 Desfile sangriento, México, A. del Bosque,1936, 259 pp. Hay reedición: Alessio Robles, Vito: Desfile sangriento (publicado junto con Mis andanzas con nuestro Ulises y Los Tratados de Bucareli), Porrúa, Biblioteca Porrúa Historia, número 71, México, 1979, 388 pp. El libro abunda en la violencia perpetrada en contra de obregonistas, responsabilizando a Calles, sin limitarse al magnicidio. Revísese, Emma Leticia Herrera García, Emma Leticia; Mc Phail Fanger, Elsie; y Salazar Torres, Citlalli: “El monumento a Álvaro Obregón, arte y política. Una obra y un héroe mutilados”, en Argumentos. Escritos críticos de la sociedad, México, UAM-Xochimilco, volumen 22, número 61, 2009, septiembre-diciembre, p. 193-221.

52 (1896-1961), maestro de José Villagrán García (1901-1982) y junto con él, auténticos precursores de la arquitectura moderna en México. Para cuando concluye el “salvamento” de una fracción de la estructura sobreviviente en el Monumento a la Revolución (1938) buena parte de sus obras claves ya se materializaron: Centro Educativo Benito Juárez (1922); la remodelación del edificio del Banco de México (1928); la Secretaría de Salubridad y Asistencia (1929); el Hotel del Prado (en colaboración con Mario Pani Darqui, 1933); y el Hotel Reforma (en colaboración con Mario Pani Darqui, 1934). En muchos de sus proyectos invitó a colaborar, a cargo de la escultura ornamental, a Manuel Centurión (1883-1952), entusiasta del art déco.

53 Véase, Guzmán Urbiola, Xavier y Franco Calvo, Enrique: Oliverio Martínez 1901-1938, México, Museo Nacional de Arte, INBA, Gobierno del Estado de Coahuila, 2012, 119 pp.

54 Salvo los relieves en bronce que representan a los gobernantes de la Triple Alianza: Tenochtitlan (Izcoatl), Texcoco (Nezahualcoyotl) y Tlacopan (Totoquihuatzin), más otro del último hueytlatoani mexica, Cuauhtemoc, que son de la imaginación y fábrica del multimencionado Jesús Fructuoso Contreras Chávez.

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