A propósito de Jeanne Saade en el Museo Federico Silva escultura Contemporánea

Por Luis Ignacio Sáinz

 

Ningún artista tolera la realidad.

Friedrich Nietzsche.

Jeanne Saade no es una excepción a la regla. Se rebela ante la banalidad de un mundo que ha extraviado el rumbo, carente de brújula, y entonces se empeña en descubrir o rescatar un sentido trascendente de la vigencia del universo y la existencia de la vida. Sus composiciones guardan un equilibrio misterioso entre las imágenes y las reflexiones, haciendo de ella una cronista singular que piensa creando y que crea pensando: tlahcuilo. Ideas sensibles. Emociones inteligentes. Y qué mejor que hurgar en el origen de la creación y los mitos que pretenden rendir cuentas de ello. Sus referencias consideran las fuentes tradicionales, la Torah (תּוֹרָה) y su inserción en el complejo litúrgico-filosófico del Tanaj (תַּנַךְ ) o Mikrá (מקרא), y los comentarios místicos de la Cabalá en su vastedad delirante.

En la Cabalá (קַבָּלָה, Qabbaláh: tradición, recepción,​ correspondencia) antes de que comenzara siquiera la posibilidad de una objetividad autónoma, una ontogénesis, lo único existente era la Luz Infinita de Dios. La primera etapa de la creación comenzó cuando Dios contrajo su energía inacabable para crear el vacío. Entonces, un rayo de su iluminación trascendente lo penetró y la esencia de Adam Kadmon (ישֶׁר, yosher: rectitud y nobleza) se proyectó en dicho espacio desocupado. Su primera manifestación asumió la forma de diez círculos concéntricos (igulim) emanados del fulgor primigenio. La electricidad estática y su halo de luz el relámpago, quedaron envueltos por su forma antropomórfica, que es un reino de luz divina infinita sin vasijas (los recipientes destinados a atesorar los brotes de la creación), constreñido por su potencial para crear la existencia futura.

Suma ósea.

Infinidad de convicciones y creencias místicas judías reposan en el símbolo de la luz: el prodigio de las ondas que propagan energía a través del vacío sin desplazar masa en un medio denominado éter.  ויאמר אלהים יהי אור ויהי־אור, “Y dijo Elohim-Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Bereshit, Torá – Génesis, Biblia). Las obras cabalísticas clásicas suelen tener nombres brillantes y refulgentes como el Sefer Ha-Bahir (libro de la luminosidad), el Zohar (brillo) o el Ohr Ein Sof (luz sin fin) que brotó del Ein Sof (la divinidad infinita) en la creación.

Isaac Luria (1534-1572) da cuenta de la formación de todo lo habido y por haber recurriendo a una explicación que deviene arrebato poético. Dios ocupa la vastedad del espacio y para dar curso a la creación debe replegarse en sí mismo, y lo hace mediante un Tsimtsum (contracción), disminución gradual de su luz que se adapta a la capacidad de recepción de los seres creados, en una especie de alcancías metafísicas. Pero la luz era tan poderosa que hizo añicos algunas de las vasijas (Shevirat Hakelim) (1), dejando chispas que siguen atrapadas en el mundo material, esperando reincorporarse a su origen a través de las Mitzvot (2) realizadas con verdadera devoción. Moraleja: la tarea de las creaturas reside en colaborar con Dios para elevar esas chispas a su fuente. 

Adam Kadmon precedió a la manifestación de los Cuatro Mundos: Atzilut («emanación»), Beriah («creación»), Yetzirah («formación») y Asiyah («acción»). Mientras que cada uno de los Cuatro Mundos está representado por una letra del divino nombre de Dios de cuatro letras: יהוה, es comúnmente transliterado como YHVH o YHWH, y en traducciones latinas es traducido como Jehová, Yahweh, Yahua, entre otras. Adam Kadmon está representado por la cúspide trascendental de la primera letra Yud. En el sistema de las sephirot, Adam Kadmon corresponde a Keter («corona»), la voluntad divina que motivó la creación.

Adam Kadmon ( אָדָם קַדְמוֹן , «Hombre Primordial») llamado Adam Elyon (אָדָם עֶלִיוֹן «altísimo hombre»), o Adam Ilaá ( אָדָם עִילָּאָה , «supremo hombre»), en Cabalá es el primer mundo espiritual que nació después de la contracción de la luz infinita de Dios. En la Cabalá luriánica su descripción es antropomórfica. No obstante, Adam Kadmon es luz divina sin vasijas, es decir, puro potencial. En la psique humana corresponde a la Yejidá, la esencia colectiva del alma. Semejante perfección prescinde de los “espíritus en fuga”, sean los mensajeros de Dios, esos Bene Elohim vigilantes del orbe terrestre que optaron por yacer con mujeres y procrear a los gigantes Nefilim, o “Los volátiles del Beato Angélico” (Guido di Pietro 1395-1455; título de la novela homónima de Antonio Tabucchi).

En nuestra calidad de hechuras celestiales, concebidos desde fuera de los cuerpos de nuestros progenitores para después ser implantados, la divinidad se afana en hacernos olvidar porque somos incapaces de lidiar con la verdad de nuestra creación-gestación:

“… antes de nuestro nacimiento, antes de que nuestra madre nos dé a la luz de este mundo, hay un ángel que, al cabo, será nuestro ángel de la guarda (o ángel custodio), que apoya uno de sus dedos, el índice en concreto, sobre nuestros labios que aún se forman, sin estar aún manchados por las palabras, y nos dice al oído, que no conoce de las palabras de los otros sino una vibración acuosa, muy despacio y bajito: ‘Calla, no digas lo que sabes’. De este forzado silencio, tan platónico por otra parte, desde el cual advenimos al mundo sin recordar nada del sitio de donde venimos, no queda más que un testigo físico en nuestro cuerpo recién nacido, como una suerte de reminiscencia, que es la hendidura, huella donde el ángel posó su dedo índice, que parte y reparte nuestro labio superior entre los dos perfiles de nuestro rostro. […] Siempre nacemos y morimos entre otros, y lo hacemos singularmente, cada uno con nuestro propio tono y tesitura de voz, y es, precisamente, nuestro ángel de la guarda quien, habiéndonos partido el labio, nos recuerda, ahora sí y al margen de toda la lógica de la encarnación, que el senido siempre, en cuanto partido, está compartido entre todos nosotros, y que sólo podemos cuidarnos de nosotros mismos cuidándonos de su ser en común.” (3)

Retacería angélica: alas cortadas e índices cercenados

Jeanne Saade acopia los índices de esos mensajeros alados (4), suma amputada de falanges que han cumplido con su deber: diseminando amnesias para tranquilidad de las conciencias frágiles de los seres emanados de la omnipotencia del hacedor máximo e incubados en los úteros de algún paradójico modo “prestados” o en “alquiler”, sin que sus dueñas estén conscientes de su situación.

La notable contradicción entre Génesis 1: 27 (“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”), Génesis 2: 7 (“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”) y Génesis 2: 21-25 ( “Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras este dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”), no podía escapar a la atención de los fariseos para quienes la Biblia era un tema de estudio detenido. La explotación-subordinación de la mujer se construye así.

Cuán diferente resulta la apertura muy significativa de la lectura mística luriana del mismo pasaje, pero del libro original: Bereshit de la Torá. Al explicar los diversos puntos de vista sobre la creación de Eva, enseñaron que Adán fue creado como un hombre-mujer (androginia), afirmando la unidad de lo diverso  זָכָ֥ר וּנְקֵבָ֖ה  (Génesis 1:27 ) como «hombre-mujer» en lugar de la existencia simultánea de dos seres autónomos designados «hombre y mujer»: primer día, espalda contra espalda; segundo día, lado a lado, y tercer día, frente a frente. Aunque desde el principio Dios los concibiera en su infinita curiosidad y misericordia como “el fuego y la fuega”: Hish be Hisha (del hebreo אֵשׁ, Hish: fuego), la energía masculina y la energía femenina (5) y que la separación de los sexos surgió de la operación subsiguiente sobre el cuerpo de Adán, como se relata en las Escrituras. El alma de Adam HaRishon («el primer hombre») era la esencia suprema de la humanidad, contenía en su interior todas las almas posteriores.

De tal suerte que, desde el tiempo más remoto y lejano, aparece recurrentemente el tema de la igualdad, el tópico de la equidad, la disyuntiva del respeto o la sumisión. Por eso en la victoria de los estereotipos Lilith se fugó del Edén, asociándosele no con su legítima independencia sino con la promiscuidad o incluso la prostitución. Sería sustituida por un ente doméstico, frágil y vulnerable, demandante de protección y guía de conformidad con los aviesos intereses patriarcales. Por encima de que en el origen se haya dado la separación de los sexos o de su hermafroditismo, los vínculos entre Adán y Eva deben revisarse con lupa y ponerse en tela de juicio, si en verdad deseamos establecer un equilibrio entre ambos sujetos para que sean libremente iguales e igualmente libres.

Desde la perspectiva de los escritos del siglo XI de Isaac ben Jacob ha-Cohen, Lilith está vinculada con la sephira del conocimiento, Daath. El mito sostiene que la primera esposa de Adam, fue creada por separado, a diferencia de Eva. Rebelde por su origen autónomo rehusó someterse a Adam en el tema (práctico por lo demás) de quién debía yacer debajo durante el coito. Finalmente, Dios intervino e intentó forzarla a subordinársele al varón. Pero Lilith dijo el nombre secreto de Dios, el Shemhamforash, consiguiendo escapar. Huyó del Edén a las tierras salvajes habitadas por demonios, como Samael y Asmodeo (6). El precio de la libertad.

Comunión Lilith-Eva: idas y vueltas

La interpretación consiste en que en el árbol de la vida inicial (antes de la caída), Daath-Lilith pre-existe sobre Tiferet, la representación de Adam (7). Daath rechaza la dependencia, rompiéndose el orden pariarcal celeste. Por consiguiente, Daath se desploma en el abismo y termina yaciendo fuera del escenario “protector” del árbol de la vida, árbol del conocimiento, árbol del amor. Figurémonos que como compensación de la ahora perdida Daath-Lilith, Adam recibió una nueva mujer, Eva, y la sephirah de Malkuth remplazó a Daath como la hija. Malkuth es la mujer caída que tuvo que someterse a la solar y patriarcal fuerza de Adam-Tiferet.

Ella es también el principio que permite la creación del mundo material y su continua existencia a través de concepciones materiales. Pero dentro de Eva-Malkuth incuba Lilith como su oscuro alter ego que aguarda su despertar (8). A través de su caída Lilith permite la creación de Eva-Malkuth, pero se oculta en el abismo y en la qliploth de Malkuth. Daath significa “conocimiento” y la contraparte de Daath-Shekinah en Grecia y para los filósofos gnósticos es Sophia: la que da conocimiento y sabiduría. Originariamente “la filosofía”, significaba en la Hélade amor a la sabiduría, entendido como entrega-posesión a Sophia en el tantrismo erótico-mistico. Ser como dioses, aspirarlo y construirlo, a través de la comunión genital.

El Sefer Yetzirah o Libro de la Creación contempla la suma de emanaciones o atributos (sephirot) del Ein Sof, lo Infinito y lo Eterno. Las diez sephirot son: Keter, Corona; Hokhmah, Sabiduría; Binah, Entendimiento; [Da’at, Conocimiento;] Hesed, Misericordia; Gevurah, Severidad; Tiferet, Belleza; Netzach, Eternidad; Hod, Esplendor; Yesod, Fundamento; Malkuth, Reino. La versión de Isaac Luria registra, aunque no aparezcan en este árbol, las contrafuerzas demoniacas, tentaciones destructivas, llamadas Qliphoth. Hay una onceava sephira secreta, que es mística y funcional, Da’at: «la entrada para la vida y la salida para la muerte», vecina del abismo: el Conocimiento.

Las mujeres que rondan a Adam-Adán son dueñas de sus destinos pésele a quien le pese, y entre sí comparecen rivales para nuestra sorpresa sin que coincidieran nunca en el mismo plano o dimensión. Como en el fondo todos los seres procedemos del mismo ente solitario, en Miradas alusivas Nitza Saade deviene modelo singular y plural, binomio apenas distinguido por la mano de su hermana la artista, Lilith-Eva, cara a cara pero sin reconocerse, con los párpados cerrados manteniendo bajo control la curiosidad de esos ojos que, tal vez, han visto demasiado. El rostro es de una serenidad pasmosa, diríase que de otro mundo, a pesar de prescindir de la expresión de la mirada; podría calificarse de belleza metafísica. Recordemos que el pudor y la contención que le es propia, ancla en la vista, los ciegos suelen dar rienda suelta a sus apetitos incluso cuando están y son el centro de una multitud.

En consecuencia, al negarse a observar a su alter ego, cada una de estas míticas “varonas” pareciera desestimar la existencia de su eco corporal, ese otro ser que es el mismo como prójimo y que es diferente como sujeto. Van solitarias por el mundo y sus representaciones, demoliendo la posibilidad misma de que broten otras “hembras” en la trama de Berishat-Génesis.

Con notable refinamiento Jeanne Saade nos revela la identidad del arquetipo siamés, pues en la figura de la izquierda le imposta con elegancia medioriental un velo tatuado en forma de árbol fértil de la granada, en clara alusión a la etimología de su nombre: Nitza, “capullo de flor”. También personifica a Eva, si bien el esgrafiado de su piel, más abstracto, alude a un tronco simulado y en movimiento, el árbol de la vida-el conocimiento-el amor. Quizá entreverado con una enredadera a modo de alegoría del áspid malhadado o liberador, a según las conciencias de quienes lo interpreten. Amor filial que fundamenta el porqué dos personajes asaz sobresalientes de esta trama visual y escrita se unten a los rasgos faciales de una piadosa en soledad.

Miradas elusivas entre Lilith y Eva.

Sólo los nombres de tres ángeles son revelados en la Torah: Gabriel (en hebreo גַּבְרִיאֵל, que significa «Fortaleza de Dios»); Miguel (en hebreo מיכאל‎ ,“¿Quién como Dios?”) y Rafael (en hebreo לאפר, “Medicina de Dios” o “Dios sana”), todos vinculados con Abraham en Génesis 18. Mija’el (bondad) había venido para llevar a Sarah la buena noticia de su embarazo, Gabriel (juicio) vino a derrocar a Sodoma y Rafael (curación) vino a aliviar a Abraham después de su circuncisión. Los mensajeros de la divinidad, auténticas representaciones de los estados del creador son su confección inaugural: prole del pensamiento que carece de fisicalidad (cuerpo), incluyendo la peregrina idea de las alas. Sólo para efectos de comprensión de creyentes no ilustrados se les describe en determinados pasajes de la Torah como seres humanos voladores: Éxodo 25:17, Isaías 6: 2, Ezequiel 1: 5 y 10:18. Los ángeles judíos tienen diez dignidades: Hayot Ha Kodesh, Ophanim, Erelim, Hashmallim, Serafines, Malakhim, Elohim, Bene Elohim, Querubines e Ihim. La Biblia cristiana menciona en prelación un desfile imponente en tres jerarquías: primera, serafines, querubines y tronos; segunda, dominaciones, virtudes y potestades; tercera, ángeles, arcángeles, principados. La pérdida de las alas se origina por la pérdida del favor divino, ya que al rebelarse ante el designio del creador y ser expulsados-exiliados los ángeles amotinados fueron despojados de sus elementos batientes.

Morgue: miscelánea de agonizantes y fallecidos.

Celebremos las incursiones de Jeanne Saade en fenómenos metafilosóficos, ese su hurgar en los sueños en vigilia de sus obras-piezas devotas de la armonía (equilibrio y proporción), entregada –quizá sin saberlo- a imaginar objetos en calidad de orbes de significado que funcionen como “escaleras de Jacob” (9), capaces de facilitar el ascenso al cielo y el descenso a la tierra de los ángeles y además de las personas. Esculturas e instalación de ellas que abonan en la conquista de la ataraxia (en griego: ἀταραξία, “ausencia de turbación”), rara serenidad y equilibrio del alma, la razón y los sentimientos (10). Miscelánea en espiral que establece una concordancia básica entre las esculturas que tienden a desvanecerse y levitar.

Los ángeles son instrumentos básicos de Dios y pertenecen al concilio celestial: seres de luz que sirven literalmente a la suma potestad, sin arbitrio ninguno, limitándose a cumplir las órdenes que les son giradas. Sus cometidos más trascendentes consisten en introducir el alma en los recién nacidos, recogerla de los difuntos en su último aliento y servir de mensajeros entre el hacedor y sus hechuras.

Criaturas I: Cráneos y Criaturas II: Corazones

Criaturas III: Fetos.

La voluntad divina es trascendental, conjuga de manera indiferenciada deseo-imaginación-realidad. Empero, para darse a entender a nosotros, criaturas limitadas e imperfectas, recorre senderos accidentados y sinuosos. Y con el ánimo de ilustrarse alude al símbolo por antonomasia del origen de los tiempos propiamente terrestres y por ende humanos, al árbol de la vida-árbol del conocimiento-árbol del amor. De tal suerte que las capas o tegumentos del sujeto en formación se organizan en la fracción de un círculo perfecto, donde cada porción manifiesta un “territorio del ser” forjado por el sephirotal y sus combinaciones. Tan compleja operación en el fondo es simple: precisa única y exclusivamente con “soltar” las letras del nombre del Creador (,יהוה – Jehová, Yahweh, Yahua) y así, sólo así, cada una de ellas desencadena un proceso específico. Por eso no debe facilitarse su pronunciación articulada, pues los poderes que confinan las consonantes desprovistas de vocales son infinitos.

En consecuencia, los estados de la existencia creada transitan desde arriba, lo divino, hacia abajo, el mundo de lo profano creado:

  • Atzilut – Emanación. – Fuego, integrada por las sephirot Keter (Corona), Hokhmah (Sbiduría) y Binah (Entendimiento);
  • Beriah – Creación – Agua, integrada por las sephirot Hesed (Misericordia), Gevurah (Severidad) y Tiferet (Armonía);
  • Yetzirah – Formación – Aire, integrada por las sephirot de Netzach (Eternidad), Hod (Esplendor) y Yesod (Fundamento); y
  • Asiyah – Acción – Tierra, integrada por la sephira de Malkuth (Reino).

La vida es una chispa proveniente de la contracción de la luz infinita, el fuego la crea, el agua la alimenta, el aire la forma y la tierra la engendra. Jeanne Saade emula este itinerario, que de algún modo recuerda a los griegos y su desafío al Olimpo de querer ser como los dioses (ὕβρις, hybris: “desmesura”), pues ella no hace otra cosa que crear ex nihilo, hacer desde la nada, ¡vaya mérito! Por eso, con empatía, nos convida a “sus hijos” ya nacidos y en desarrollo fetal, dibujados-pintados y modelados en barro (como los debutantes Adán y Eva); para después, y con sumo cuidado, proceder a identificar las raíces de las energías de estos seres: el cráneo-los cráneos, depósito del raciocinio donde radica la facultad misma de construir-postular-satisfacer deseos; y el corazón-los corazones, motor de la sensibilidad y las emociones, la capacidad de interpretarse a sí mismo, al prójimo, a los demás, al territorio con todos sus accidentes, y a los seres que lo habitan.

¿Iztaccíhuatl? (del náhuatl: “Mujer blanca”), desarmada.

1 Los mitos de la creación coinciden en varios de sus recursos alegóricos. En el mundo de las altas civilizaciones mesoamericanas irrumpe la imagen misma de los contenedores de la vida: ollas que atesoran agua y comida. Por ejemplo según el Códice Chimalpopoca, los tlaloques, pequeños duendes (aluxes, trasgos) auxiliares de Tláloc, atesoran el líquido vital en cántaros que cuando se les ordena su disper. sión proceden a destrozarlos, golpeándolos con un palo como si fuesen piñatas, prodigando lluvia, tormenta, granizo y más todavía. De la destrucción de los jarros surgen el rayo, el relámpago, el trueno. Ayudaron a Quetzalcóatl en la noble tarea de procurar alimentos a los seres humanos, como consta en el relato: “Entonces bajaron los tlaloques (dioses de la lluvia), tlaloques azules (Tomiyauhtecuhtli, del sur), tlaloques blancos (Nappatecuhtli, del este), los tlaloques amarillos (Yauhqueme, del oeste), los tlaloques rojos (Opochtli, del norte). Nanáhuatl lanzó en seguida un rayo, entonces tuvo lugar el robo del maíz, nuestro sustento, por parte de los tlaloques. El maíz blanco, el obscuro (sic), el amarillo, el maíz rojo, los frijoles, la chía, los bledos, los bledos de pez, nuestro sustento, fueron robados para nosotros”.

2 Los mandatos de Dios en número de 613 contenidos en la Torá; siendo 248 acciones a realizar y 365 prohiciones.

3 Perera Velamazán, Pablo: “Un ángel posó su dedo sobre nuestros labios”, Éndoxa: Series Filosóficas, Madrid, Universidad Nacional de Educación a distancia, n. 20, 2005, p. 577-585.

4 Ángel deriva del latín angĕlus, que significa “mensajero de Dios”, derivación de la voz griega ἄγγελοςángelos, traducción a su vez del hebreo mal’ākh, “mensajero”, “delegado” o “embajador”.

5 Acotación erudita de Saúl Kaminer, además de enorme artista, peregrino de laberintos espirituales.

6 En el alfabeto satírico de Sirach ( c.  700-1000 d . C. ), Lilith aparece como la primera esposa de Adam-Adán que fue creada al mismo tiempo (Rosh Hashaná) y del mismo barro que su “consorte”. La leyenda de Lilith cundió durante la Edad Media en la tradición de Aggadah, el Zohar y el resto del misticismo judío.

7 Las grafías diferentes de este varón original se explican por si la mención lo vincula al Berishat de la Torah (Adam) o al Génesis de la Biblia (Adán).

8 Esto corresponde a Maya y Shakti en el tantrismo, las cuales son las dos caras del mismo principio. Maya mantiene y reproduce el nivel de ilusión, dualidad y materia. Al mismo tiempo Shakti (el poder femenino sagrado), deviene la fuerza reptiliana primigenia que puede recuperar su conciencia y destruir la utopía-entelequia y el plano material.

9 En hebreo: סֻלָּם, sullām, “escalera”. Estructura mencionada en la Biblia (Génesis 28,11-19) que hace las veces de “puente” entre el creador y sus creaturas en el plano de lo simbólico: el desplazamiento entre lo profano (la tierra) y lo sagrado (el cielo), mismo cometido que cumple la Torá (en hebreo, תּוֹרָה‎, torah, “enseñanza, doctrina”), ser un nexo salvífico, una vía de redención, escritura de sentido donde anida y se desarrolla.

10 De Tranquillitate Animi, I. (De la Serenidad del Ánimo). Séptimo de los diálogos del filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca dedicado justo a la ataraxia. Véase: Tratados morales…, introducción, versión española y notas de José María Gallegos Rocafull, México, UNAM, 1944-1946. 

Abrir chat
¿En qué lo puedo ayudar?
Bienvenido
En qué podemos ayudarte