Por Alfonso Caso*
Dos son los dioses que alternativamente han creado las diversas humanidades que han existido: Quetzalcóatl, el dios benéfico, el héroe descubridor de la agricultura y de la industria, y el negro Tezcatlipoca, el dios todopoderoso, multiforme y ubicuo, el dios nocturno, patrono de los hechiceros y de los malvados. Los dos dioses combaten y su lucha es la historia del universo; sus triunfos alternativos son otras tantas creaciones.
Las tradiciones no están de acuerdo en el orden que deben seguir las diversas creaciones. Según una de ellas, la primera época del mundo o Sol se inicia así:
Tezcatolipoca, el nocturno, el que tiene por nahual o disfraz el tigre, cuya piel manchada semeja el cielo con los enjambres de estrellas, fue el primero que hizo el sol y empezó la era inicial del mundo. Los primeros hombres fueron entonces los gigantes, que habían sido creados por los dioses y no sembraban ni cultivaban la tierra, sino que vivían comiendo bellotas y otras frutas y raíces silvestres. Tezcatlipoca era también la constelación de la Osa Mayor, que a los aztecas se les figuraba un tigre, y cuando gobernaba el mundo como sol que era, su enemigo Quetzalcóatl le dio un golpe con un bastón y cayó al agua transformándose en tigre y se comió a los gigantes, quedando despoblada la tierra y sin sol el universo. Esto ocurrió en el día llamado “4. Tigre”.
Quezalcóatl se hizo entonces sol y lo fue hasta que el tigre Tezcatlipoca lo derribó de un zarpazo. Se levantó entonces gran viento y todos los árboles fueron derribados y la mayor parte de los hombres perecieron, pero algunos quedaron convertidos en monos; es decir, en hombres disminuidos. Esto sucedió en el día “4. Viento”. Los hombres sólo comían entonces piñones de los pinos o acocentli.
Los dioses creadores pusieron entonces por sol al dios de la lluvia y el fuego celeste, Tláloc, pero Quezalcóatl hizo que lloviera fuego y los hombres perecieron o quedaron convertidos en pájaros. Esto sucedió en el día “4. Lluvia”. La comida de los hombres durante esta edad era una semilla llamada acecentli o sea “maíz de agua”.
Entonces Quezalcóatl puso por sol a la hermana de Tláloc, la diosa Chalchiuhtlicue, “la de las faldas de jade”, diosa del agua, pero fue quizá Tezcatlipoca el que hizo que lloviera con tal fuerza, que la tierra se inundó y perecieron los hombres o fueron transformados en peces. Esto sucedió en el día llamado “4. Agua”. Durante esta edad comían cencocopi o teocentli.
El cielo, que es de agua, cayó sobre la tierra y fue menester que Tezcatlipoca y Quezalcóatl lo levantaran para que empezara a aparecer ésta; por eso vemos a Quezalcóatl sosteniendo al cielo con sus manos, en el Códice de Viena.
Siguiendo otras tradiciones, la primera destrucción debía haberse hecho por el agua, y los hombres quedaron convertidos en peces, la segunda por el fuego y los hombres quedaron convertidos en aves, la tercera por el viento y los hombres quedaron convertidos en monos, y la cuarta y última por los tigres que se comieron a los gigantes, quedando entonces despoblada la tierra. En favor de esta tradición tenemos el hecho de que los gigantes, llamados quinametzin, se mencionan ya en las tradiciones históricas habitando la tierra y aun peleando con los hombres, principalmente en la region de Tlaxcala.
Por otra parte, la destrucción por el agua, fuego, aire y tigres, y la conversión de la humanidad en peces, aves, monos y gigantes, parece ya señalar una idea no de evolución, pero si de progreso en los diversos ensayos que hacen los dioses, idea que también se encuentra, como vamos a verlo, en las tradiciones de otros pueblos de Mesoamérica, así que en el primer ensayo la humanidad se transformaría en peces, y en el segundo en aves; en el tercero, el intento de crear a la humanidad resultaría también fallido, pero los hombres ya quedarían convertidos en monos, mientras que en el cuarto intento ya eran hombres, sólo que con características de bárbaros, que no sembraban y que vivían, como dice la tradición, de comer bellotas y raíces.
Del mismo modo las diversas plantas que se citan como comida de la humanidad van acercándose progresivamente al ideal de alimentación del indio mesoamericano que, casi es inútil decirlo, está representado por el máiz. En efecto, la última planta citada, el cencocopi, no es otra cosa que el teocentli, planta tan semejante al maíz, que se ha llegado a considerar que es el antepasado Silvestre de esta gramínea, o bien, según las últimas investigaciones, una de las plantas que por hibridación ha engendrado el máiz actual. A veces se citan sólo los nombres esotéricos de los alimentos de las humanidades pretéritas; así las bellotas se llamaban “7. Hierba”; el acocentli se llamaba “12. Serpiente”; el acecentli (Milium) se llamaba “4. Flor” y el teocentli, “7. Pedernal”; mientras que el maíz actual se llamaba “7. Serpiente”.
Había en la idea de las múltiples creaciones, además de ese sentimiento de ensayo divino, que los dioses destruyen por imperfecto, la idea de que los mundos que se van creando se van acercando a la perfección.
Para el azteca, en consecuencia, no todo tiempo pasado fue mejor; la edad de oro no hay que colocarla en el principio de las cosas, sino que son los dioses los que al ir ensayando sus múltiples creaciones lograron encontrar al fin la solución que los lleva a la creación de una humanidad perfecta y un alimento perfecto.
Concuerda en gran parte esta idea de las múltiples creaciones con los mitos que nos han quedado de los quichés, pues en su libro sagrado, el Popol Vuh, se relata que el creador hizo varios intentos antes de realizar su obra perfecta. Así se crearon primero los venados y la aves; pero, como no pudieron elevar al cielo sus plegarias, fueron condenados y sus “carnes serán molidas entre los dientes”. La segunda creación fue de hombres de barro, la tercera de hombres de madera, pero tuvieron que ser destruídos porque carecían de corazón y no podían alabar a los dioses. Sólo cuando éstos emplearon la semilla del maíz para construir el cuerpo del hombre, éste pudo vivir, y los cuatro hombres construídos con maíz pudieron al fin dar gracias a los dioses por su creación.
También aquí encontramos la idea de que los dioses exigen de los hombres un culto constante, y que la creación no es un don gracioso hecho al hombre por el dios, sino un compromiso que implica la obligación de una adoración continua por parte del hombre.
El mito quiché, como el mito azteca, indica además que para estos pueblos los bárbaros que no sembraban máiz y que no tenían el culto organizado de las grandes teocracias centroamericanas eran como remedos de hombres que tenían que ser destruídos, pues no había aparecido para ellos el alba de la cultura, según se expresa en el Popol Vuh, y vemos también que la idea de las creaciones múltiples es, como entre los aztecas, la expresión de ensayos progresivos que hacen los dioses, creando primero los animals y ensayando después materias más y más nobles, hasta dar con el maíz, que es aquí otra vez la sustancia divina de la que está formado el cuerpo del hombre.
Después que se destruyó la última humanidad –sea por el agua como lo quiere una de las tradiciones, o porque los dioses acabaron con los gigantes como lo quiere la otra–, es de todos modos cierto que el Sol se había perdido en la catástrofe, y que no había quien iluminara el mundo. Entonces se reunieron los dioses en Teotihuacán y determinaron que uno de ellos se sacrificara y se convirtiera en Sol.
Dos dioses se prestaron para ese sacrificio, uno de ellos, rico y poderoso, se preparó ofreciendo al padre de los dioses bolas de copal y liquidámbar, y en vez de espinas de maguey, tintas en su propia sangre, ofrecía espinas hechas de preciosos corales. El otro dios, pobre y enfermo, no podia ofrecer más que bolas de heno y las espinas de maguey teñidas con la sangre de su sacrificio.
Cuatro días seguidos ayunaron y se sacrificaron los dioses que iban a intentar la prueba, y al quinto todas las deidades se colocaron en dos filas, al final de las cuales se encontraba el brasero sagrado, en el que ardía un gran fuego, para que se arrojaran los que habían de intentar la prueba y salieran para alumbrar con su brillo el mundo. El dios pobre y el dios rico se prepararon para intentarla. Tocó el primer lugar al rico, como más poderoso, pero aun cuando se lanzó tres veces siempre se detuvo al borde de la hoguera sin atreverse a dar el salto.
Probó entonces el desvalido su valor, y cerrando los ojos dio un salto y cayó en medio del brasero divino que alzó gran llama. Cuando ésta se apagaba, el rico, avergonzado de su pusilanimidad se arrojó a la hoguera y se fue consumiendo. También el tigre entró en las cenizas y salió con la piel manchada, y el águila también entró, y por eso tiene las plumas de la cola y de las alas ennegrecidas.
Los dioses que se habían sacrificado habían desaparecido, pero el astro no se mostraba aún y las otras deidades inquietas se preguntaban por dónde aparecería. Por fin salió el Sol y casi inmediatamente brotó la Luna, que brillaba tanto como el primero. Los dioses indignados por su osadía le dieron en el rostro un golpe con un conejo, déjàndoles esta señal que aún conserva, pues para el azteca las manchas de la Luna representan la figura de un conejo.
Pero el Sol no se movía; estaba en la orilla del cielo y no parecía dispuesto a hacer su camino. Preguntáronle entonces el motivo las deidades, y la respuesta fue terrible. El Sol exigía el sacrificio de los otros dioses ; es decir, de las estrellas. Uno de ellos, el planeta Venus, le lanzó una flecha para herirlo, pero el Sol la tomó y con la misma flecha lo dejó muerto, siguiendo después los otros dioses y muriendo al final Xólotl, el hermano gemelo de Venus, que es a veces la primera y otras la última estrella que desaparece entre los rayos del Sol. Pero como Xólotl, además de ser el dios de los gemelos y por esta misma razón el dios de los monstruos, era un extraordinario hechicero, su muerte no fue tan sencilla, pues se transformó primero en maguey doble que se llama mexólotl, y en el máiz doble y en muchas otras cosas dobles o monstruosas, y por ultimo se transformó en el axólotl o “ajolote” que vive en el agua, y allí lo mató el Sol.
Pero en el mito azteca de la creación de los soles hay una idea que no encontramos en el libro quiché; la de que este quinto Sol que actualmente nos alumbra también ha de acabar como los otros y que su fin lo han de causar los terremotos en un día llamado “4. Temblor”.
Esta catástrofe se esperaba que ocurriera precisamente al terminar un siglo indígena de 52 años. Llegada la noche de ese día, se apagaban todos los fuegos en la ciudad y se encaminaban los sacerdotes en procesión, seguidos por el pueblo, hasta un templo que estaba en la cumbre del cerro de la Estrella, cerca de Iztapalapa. Llegados allí, esperaban hasta la medianoche, y si una estrella, con la que ellos tenían su cuenta, que probablemente era Aldebarán o el conjunto de la Pléyades o “Cabrillas”, pasaba en su curso por lo que ellos consideraban que era el medio del siglo, quería decir que el mundo no terminaría, y que el Sol saldría a la mañana siguiente, para combatir contra los poderes nocturnos. Pero si Alderabán, llamado Yohualtecuhtli, no hubiera pasado del medio del firmamento en esa noche, entonces las estrellas y los planetas, los tzitzimime, habrían bajado a la tierra y convertidos en fieras espantables devorarían a los hombres, antes que los terremotos arruinaran al Sol.
Por eso cuando Aldebarán pasaba el meridiano, se encendía el fuego y con gran alegría se llevaba a los templos locales y de allí a los hogares, indicando en tal forma que los dioses se habían apiadado de la humanidad y le concedían un siglo más de vida.
Nótese cómo el fin de cada época, en la leyenda de los soles, acaece precisamente en un día que tiene el numeral 4; lo que también sucede con las épocas mayas, pues precisamente la anterior a la actual terminó, según los mayas, con un día de nombre “4. Ahau”, y la época que había precedido a ésta también terminó con otro día que llevaba el mismo nombre.
*Alfonso Caso, EL PUEBLO DEL SOL. Fondo de Cultura Económica, Colección Popular. México, Tercera reimpresión 1978.
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