ENTREVISTA DE PRENSA

Pregunta el reportero, con la sagacidad

que le da la destreza de su oficio:

—¿Por qué y para qué escribe?

 

—Pero, señor, es obvio. Porque alguien

(cuando yo era pequeña)

dijo que gente como yo, no existe.

Porque su cuerpo no proyecta sombra,

porque no arroja peso en la balanza,

porque su nombre es de los que se olvidan.

Y entonces… Pero no, no es tan sencillo.

 

Escribo porque yo, un día, adolescente,

me incliné ante un espejo y no había nadie.

¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros

chorreaban importancia.

 

No, no era envidia. Era algo más grave. Era otra cosa.

¿Comprende usted? Las únicas pasiones

lícitas a esa edad son metafísicas.

No me malinterprete.

 

Y luego, ya madura, descubrí

que la palabra tiene una virtud:

Si es exacta es letal

como lo es un guante envenenado.

 

¿Quiere pasar a mi mausoleo?

¿Le gusta este cadáver? Pero si es nada más

una amistad inocua.

Y ésta una simpatía que no cuajó y aquél

no es más que un feto. Un feto.

 

No me pregunte más. ¿Su clasificación?

En la tarjeta dice amor, felicidad,

lo que sea. No importa.

Nunca fue viable. Un feto en su frasco de alcohol.

Es decir, un poema

del libro del que usted hará un elogio.

 

 

MONÓLOGO DE LA EXTRANJERA

Vine de lejos. Olvidé mi patria.

Ya no entiendo el idioma

que allá usan de moneda o de herramienta.

Alcancé la mudez mineral de la estatua.

Pues la pereza y el desprecio y algo

que no sé discernir me han defendido

de este lenguaje, de este terciopelo

Pesado, reclamado de joyas, con que el pueblo

donde vivo, recubre sus harapos.

 

Esta tierra, lo mismo que la otra de mi infancia,

tiene aún en su rostro,

marcada a fuego y a injusticia y a crimen,

su cicatriz de esclava.

Ay, de niña dormía bajo el arrullo ronco

de una paloma negra: una raza vencida.

Me escondía entre las sábanas

porque un gran animal

acechaba en la sombra, hambriento, y sin embargo

con la paciencia dura de la piedra.

Junto a él ¿qué es el mar o la desgracia

o el rayo del amor

o la alegría que nos aniquila?

 

Quiero decir, entonces,

que me fue necesario crecer pronto

(antes que el terror me devorase)

y partir y poner la mano firme

sobre el timón y gobernar la vida.

 

Demasiado temprano

escupí en los lugares

que la plebe consagra para la reverencia.

Y entre la multitud yo era como el perro

que ofende con su sarna y su fornicación

y su ladrido inoportuno, en medio

del rito y la importante ceremonia.

 

Y bien. La juventud,

aunque grave, no fue mortal del todo.

Convalecí. Sané. Con pulso hábil

aprendí a sopesar el éxito, el prestigio,

el honor, la riqueza.

Tuve lo que el mediocre envidia, lo que los

triunfadores disputan y uno solo arrebata.

Lo tuve y fue como comer espuma,

como pasar la mano sobre el lomo del viento.

 

El orgullo supremo es la suprema

renunciación. No quise

ser el astro difunto

que absorbe luz prestada para vivificarse.

Sin nombre, sin recuerdos,

con una desnudez espectral, giro

en una breve órbita doméstica.

 

Pero aun así fermento

en la imaginación espesa de los otros.

Mi presencia ha traído

hasta esta soñolienta ciudad de tierra adentro

un aliento salino de aventura.

 

Mirándome, los hombres recuerdan que el destino

es el gran huracán que parte ramas

y abate firmes árboles

y establece en su imperio

—sobre la mezquindad de lo humano— la ley

despiadada del cosmos.

 

Me olfatean desde lejos las mujeres y sueñan

lo que las bestias de labor, si huelen

la ráfaga brutal de la tormenta.

Cumplo también, delante del anciano,

un oficio pasivo:

el de suscitadora de leyendas.

 

Y cuando, a medianoche,

abro de par en par las ventanas, es para

que el desvelado, el que medita a muerte,

y el que padece el lecho de sus remordimientos

y hasta el adolescente

(bajo de cuya sien arde la almohada)

interroguen lo oscuro de mi persona.

 

Basta. He callado más de lo que he dicho.

Tostó mi mano el sol de las alturas

y en el dedo que dicen aquí “del corazón”

tengo un anillo de oro con un sello grabado

 

El anillo que sirve

para identificar a los cadáveres.

 

 

MISTERIOS GOZOSOS

1

Ah, nunca, nunca más la conocida

ternura, la palabra pequeña, familiar

que cabía en mi boca.

 

Nunca ya mi cabeza

segada dulcemente por la mano más próxima.

 

Nunca la juventud como una casa

espaciosa, asoleada de niños y de pájaros.

Adiós para la tierra que en mi torno bailaba.

 

Voy a entrar en tu hora, soledad; en tu mano, destino.

 

 

2

Aquí tienes mi mano, la que se levantó

de la tierra, colmada como espiga en agosto.

Aquí están mis sentidos

de red afortunada,

mi corazón, lugar de las hogueras,

y mi cuerpo que siempre me acompaña.

 

He venido, feliz con los ríos,

cantando bajo un cielo de sauces y de álamos

hasta este mar de amor hermoso y grande.

 

Yo ya no espero, vivo.

 

 

3

Día del esplendor

y la abundancia.

La cosecha me pesa

sobre la falda.

 

Abrid puertas, amigos,

y ventanas

convidando las gentes

a mi casa.

 

Dad a todos el pan,

la posada.

No ahuyentéis las palomas

si bajan.

 

 

4

Con un gesto de tierra abro los brazos.

Con un gesto de tierra

cuyo regazo acuna a todas las criaturas.

El amor me levanta,

me sostienes, extasiada como en una gran luz,

cantando mi destino de raíz

y mi obediencia.

 

Yo no le busco el rostro a esa maternidad

que colma las medidas.

Vosotros no busquéis la muchedumbre de hijos.

Pero ved mis acciones

manando como la leche espesa y silenciosa.

 

 

5

Este lugar que soy, como arena con ríos,

hace tiempo conoce la visita del cielo.

Sobre mi rostro cruza la procesión de pájaros

y yo voy extasiada, persiguiéndolo,

sin sentir que las piedras me golpean, me rompen, me rechazan.

 

Camino sin medir fatiga ni distancia.

 

Ay, alcanzaré el mar y el cielo irá volando más allá.

 

 

6

A veces, tan ligera

como un pez en el agua,

me muevo entre las cosas

feliz y alucinada.

 

Feliz de ser quien soy,

sólo una gran mirada:

ojos de par en par

y manos despojadas.

 

Seno de Dios, asombro

lejos de las palabras.

 

Patria mía perdida,

recobrada.

 

 

7

Esta tierra que piso

es la sábana amante de mis muertos.

Aquí, aquí vivieron y como yo, decían:

mi corazón no es mi corazón,

es la casa del fuego.

Y lanzaban su sangre como un potro vehemente

a que mordiera el viento

y alrededor de un árbol danzaban y bebían

canciones como un vino poderoso y eterno.

 

Ahora estoy yo aquí. Que nadie me salude

como a un recién llegado. Si camino así, torpe,

es porque voy palpando y voy reconociendo.

No llevo entre las manos más que una breve brasa

y un día para arder.

 

¡Alegría! ¡Bailemos!

Quiero jurarlo aquí, amigos: otra vez

como la primavera

volveremos.

 

 

8

Yo, pájaro cogido

y garganta prestada,

vengo a dar obediencia,

Señor de mano abierta

y poderosa casa.

 

A cantar en los patios,

con las otras mujeres

destrenzadas,

himnos de gratitud

y coros de alabanza.

 

Desde el anochecer

hasta la madrugada.

Señor de mano abierta

y poderosa

casa.

 

 

9

Como Abel y Caín

para que lo guardase

me dieron don precioso

como de llamas y aire.

 

Las sendas de la tierra

las recorro temblando.

¡Ladrones de caminos,

no me vaciéis las manos!

 

Pues Dios reclamará

el tesoro confiado,

y yo ¿qué daría

más que un oscuro rostro avergonzado?

 

 

10

Alrededor de mí —lo estoy mirando

como en torno de un huérfano

un grupo de mujeres solícitas, piadosas—

mueve su lenta ronda protectora

la casa.

 

Madre que abre las puertas como abriera los brazos,

que ha levantado el techo igual que se levanta

a mano en bendición por sobre mi cabeza,

y que ofrece el arrimo de sus paredes sólidas

como quien da a un polluelo el hueco de sus alas.

 

Yo ya no puedo hablar. No tengo más palabras

que las que el amor urge y santifica

para mostrar aquí mi corazón

contento y sosegado,

en medio de la casa durmiendo, como aljibe colmado.

 

 

11

Me quedo en las palabras

igual que en un remanso, contemplando

cielos altos, profundos y tranquilos.

 

Por nada cambiaría

mi destino de sauce solitario

extasiado en la orilla.

 

Si alguna vez me voy me iré llevando

una mirada limpia

donde los otros beban el resplandor ausente.

 

 

12

El que buscó mi mano

para cortar racimos,

deje mi mano suelta

sin fruto y sin anillo.

 

El que llamó a mi cuerpo

para nacer, se calle.

No ponga en mi cintura

la guirnalda de madre.

 

Adiós, adiós los nombres,

las máscaras, la casa.

Yo no soy, yo no soy

más que un pequeño cauce amoroso del agua.

 

 

13

Señor, agua pequeña,

sorbo para tu sed

espera.

 

Señor, para el invierno,

alegre,

chisporroteante hoguera.

 

Señor, mi corazón,

la uva

que tu pie pisotea.

 

 

14

Sólo como de viaje, como en sueños.

 

Como quien ama un río,

como quien hace casa para el viento.

 

Sólo como quien deja un palomar abierto.

 

 

15

Toda la primavera

ha venido a mi casa

en una flor pequeña

sólo flor y fragancia.

 

Yo rondo ese perfume

como una enamorada,

voy y vengo buscando

loores, alabanzas.

 

Con el amor me crece

la ola de nostalgia.

¡Cómo serán los campos

en donde fue cortada!

 

 

16

Heme aquí en los umbrales de la ley.

El mundo que venía como un pájaro

se ha posado en mi hombro

y yo tiemblo lo mismo que una rama

bajo el peso del canto

y del vuelo un instante detenido.

 

 

17

Más hermosa que el mundo tu mirada

¡y el mundo es tan hermoso!

Preferible tu amor

a los frutos amables de la tierra,

a la embriaguez amante de los aires.

 

Tu presencia más grande que los mares.

 

Yo he buscado a los hombres

que llevan la justicia a sentarse en los pórticos

y vigilan el fiel de su balanza,

para cambiar las joyas y las túnicas

y los dones preciosos

por la menor de todas tus palabras.

 

 

18

El centro de la llama

mi centro.

Aquí arder, aquí hablar

lo verdadero.

 

Yo no me fui,

no he vuelto;

yo siempre estuve aquí

viviendo

 

sin ayer, sin mañana,

ni próximo, ni lejos,

ese minuto único

y eterno.

 

ROSARIO CASTELLANOS. Poesía no eres tú / Obra poética: 1948-1971. Letras Mexicanas, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, Segunda edición, 1975

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