El largo camino de la representación a la expresión
Por Luis Ignacio Sáinz
Para quien se formó en el rigor de la academia, a partir de su majestad el dibujo, todo ejercicio que no rindiera homenaje exacto a la realidad se consideraba una suerte de herejía. De modo que, tras hacerse de las habilidades necesarias para dialogar fluidamente con la naturaleza y el mundo exterior, Teresa Cito emprendió un largo proceso de escucha de sus voces interiores: eso que conocemos como expresión. Transmitir y compartir sensaciones y percepciones, más que ideas, se convirtió en su propósito fundamental. Las emociones desplazaron a las obsesiones entregadas al detallismo perfeccionista. Se impusieron las atmósferas y los espacios vinculados con la vida misma que es movimiento y transformación. Captar, entonces, las esencias que revelan el ser de los objetos.
La riqueza de esta forma de practicar el arte, en cualesquiera de sus modalidades, descansa en las imágenes y no en sus hipotéticos significados. Crear al ritmo del ver, observar, mirar. En el caso de tan prodigiosa compositora, los motivos de su quehacer artístico terminan formando parte de su metabolismo, los absorbe casi corporalmente, a grado tal que mientras no cierra su ciclo de producción, que incluye y quizá se cumple con su presentación en sociedad, no puede, al menos no sin afrontar serios obstáculos, continuar hacia otros rumbos. Los temas tratados como series son auténticos embarazos que deben ser paridos en toda regla.
Así las cosas, uno de sus proyectos más ambiciosos, el rescate de las personas que le están cercanas, a través de la selección y entrega fotográfica de un árbol que manifieste la sensibilidad e interés profundo de cada uno de los participantes, a efecto de ser apreciado-leído-metamorfoseado por la artista y trasladado al papel ya en versión pictórica, para integrar un conjunto orgánico en plenitud, es decir un bosque donde cohabiten y se hermanen 200 especies. Seres vivos que establecerán sus propios nexos de superficie y vastas redes subterráneas, adquiriendo su peculiar estilo de sobrevivencia en armonía.
Se comprenderá sin problemas que tan enorme iniciativa resulte agotadora y hasta cierto punto paralizante, pues en tanto no se finiquite su socialización, interrumpe el abordaje de otras visualidades. El telón subirá y caerá el póximo mes de marzo del 2021, Covid-19 mediante, en el Seminario de Cultura Mexicana; y a partir de esa fecha brindará la tranquilidad espiritual a nuestra hacedora de formas en deslizamiento perpétuo. Lo único que hace falta es que el tiempo pase tal como acostumbra.
Y en tanto se cumplen las metas del calendario, Teresa Cito está en el tránsito entre temáticas de composición: de los retratos fantásticos de pinos, jacarandas, pirules, abedules, hules, laureles, ceibas, tabachines, robles, fresnos, guayacanes, palos mulatos y demás reinas y reyes de belleza, hacia su descomposición gradual, su desaparición pausada, en favor de que se cumplan los ciclos biológicos, y funcionen como nutrientes, abonos casi mágicos, de nuevos nacimientos.
En este transcurso, entre otras obras, destacan cinco hechos plásticos que van apretando su espacio, reduciéndolo, para enaltecer sus mudanzas en otras modalidades de existencia, más íntimas y de incipiente germinación. Las vistas abiertas se cierran, y en su clausura paulatina muestran focos de fertilidad que terminan por saturar el soporte de la intervención estética, volviéndose invisible el pliego de papel entre helechos, malezas varias, arbustos en ciernes.
El tronco desfalleciente, caído o talado, evoluciona, pulverizando sus partículas de materia en haces de luz. Los macizos arbóreos del fondo van diluyéndose de izquierda a derecha, cediendo el lugar de honor a un invitado que está por verse, pero que mientras tanto demanda energía y calor. Todo se presenta en movimiento de la periferia al centro, a fin de consumirse en esa mancha blanca, central, núcleo protagónico de la pieza, que es la esperanza de la reconversión.
Y este futuro anhelado demanda que los que fueran guardianes de la naturaleza vivan para los otros, sus sucesores, alimentándolos en forma de composta para después proceder a la fecundación de los que serán los nuevos habitantes de esa geografía de intimidad e ilusión. El espacio de la representación se va compactando, permitiendo que se pueda apreciar justo semejante metamorfosis a despecho de los retratos y escenarios previos. Aquí el dibujo es el lazarillo del hecho plástico. La mano piensa por sí sola y dispone el estado de lo orgánico en mutación, que cada vez es menos botánica y cada vez es más estética.
Cierran la fase de transición dos apariciones de vida renovada, que se presentan a escala disminuida, son detalles exuberantes del triunfo de la naturaleza identificada con la creación plástica. Los ejercicios de taxonomía, los retratos a la letra de los árboles, encontraron su destino en otra latitud; y lo que generaron, por derecho propio, se alza como expresión de una emoción o sensibilidad no verbal, estrictamente icónica, plástica, objetual, que prescinde de las palabras para reconocerle la primacía a las imágenes en rotación y traslación.
Orbes independientes que no necesitan de explicación: son declaraciones visuales, nudos de emociones y sentimientos, que anuncian que lo mejor del arte en el despliegue de la pintura de Teresa Cito está por venir.
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