Por Jaime Muñoz de Baena

Martín Mercado era, aparentemente, un hombre común. Vivía con su esposa y su hijo en una modesta casa, todos los días se levantaba a trabajar, y con su sueldo de seis mil pesos mensuales pagaba rentas, colegiaturas, impuestos, luz y predial.

Sin embargo, detrás de esa fachada de ciudadano promedio, se escondía su verdadera identidad: Supermarket, héroe justiciero al servicio de la ciudadanía, con impresionantes poderes como visión de rayos X, fuerza sobrehumana y súper velocidades.

La única persona que conocía su secreto era Carmen, su amorosa, paciente y resignada esposa.

Una noche, Carmen subió apresurada a la habitación. Al abrir la puerta, se encontró a Martín parado frente a un espejo, completamente desnudo y observándose con detenimiento.

Amor dijo Carmen, necesitan tu ayuda en un par de incidentes. El primero es un asalto a una sucursal de Banamex, parece que…

Que se chinguen los de Banamex  interrumpió Martín sin dejar de mirarse en el espejo Me han estado despertando diario a las seis de la mañana para cobrarme la tarjeta de crédito. Por mí que los asalten diario y con intereses.

¿Qué haces?

Estoy usando mi visión de rayos X para detectarme ese tumor que me ha estado molestando.

¡No tienes ningún tumor! replicó Carmen poniendo los ojos en blanco ¿Cuántas veces te has revisado?

Algo tengo. Como que no me he sentido bien últimamente.

Bueno, dijo Carmen resignada, si no vas a ir a ayudar a los del banco, hay también una situación de rehenes en un edificio corporativo en Santa Fe.

Eso suena mucho más interesante.

Martín se metió al baño y en menos de dos segundos reapareció en la recámara enfundado en su flamante traje negro y antifaz rojo.

¿Me regalas un par de aspirinas? le preguntó a Carmen.

¡No! Y vete ya que no me gusta que llegues tan tarde.

Supermarket, capaz de derrotar a cincuenta delincuentes armados él solo, no le discutía a su mujer. Se ajustó la capa, bajó las escaleras de su casa, abrió la puerta y desapareció de manera fugaz.

Veinte segundos después, apareció frente a un enorme edificio de oficinas completamente acordonado por la policía.

¡Supermarket! Exclamó un policía al verlo Qué bueno que llegaste.

¿Cuál es la situación? preguntó Martín con voz ronca.

Hay cuatro hombres armados y tienen secuestrados a siete empleados en el tercer piso. Al parecer quieren algunos documentos confidenciales de la empresa.

Cuando el policía volteó de nuevo, Martín ya había desaparecido.

Al llegar al tercer piso, Martín entró a la oficina y sorprendió a los cuatro delincuentes revisando todos los archiveros.

¡Nadie se mueva! exclamó.

Rehenes y delincuentes voltearon sorprendidos a verlo.

¡Supermarket! gritaron todos.

Señores  les dijo Martín a los delincuentes, entréguenme sus armas por favor y nadie saldrá lastimado.

Los delincuentes se quedaron petrificados unos segundos y finalmente alzaron sus armas para dispararle a Martín.

Usando su súper velocidad, Martín golpeó y desarmó a cada uno de sus rivales sin que nadie pudiera disparar un solo tiro.

Los rehenes aplaudieron y vitorearon emocionados, mientras su héroe sometía a los cuatro delincuentes, y los alzaba en el aire con una sola mano.

Se los advertí les dijo Martín.

Los cuatro hombres forcejeaban y lo maldecían, cuando de pronto, uno de ellos soltó un sonoro estornudo.

Martín cerró los ojos, soltó a los delincuentes, y se cubrió la cara con ambas manos.

¡No contaba con esto! ¡Maldito, me has envenenado con tus gérmenes!

Los cuatro delincuentes y los rehenes lo miraron completamente anonadados.

Martín se revolcó en el suelo durante varios minutos, gimiendo y manoteando, hasta que finalmente, y con cara de aturdimiento se levantó.

Probablemente termine en el hospital dijo todavía tosiendo, pero eso no me impedirá entregarlos a la justicia.

Martín tomo entonces las pistolas de los criminales, y con su súper fuerza las trituró una por una usando sus manos.

¡Supermarket atrás de ti! gritó de pronto uno de los rehenes.

Pero cuando Martín volteó, un quinto delincuente ya le había disparado cinco veces en la espalda.

Todos los presentes miraban en silencio mientras Supermarket se tentaba la espalda y gritaba adolorido.

¡Me penetró una bala!

Eso es imposible Supermarket le dijo uno de los rehenes, estás hecho de acero.

No, esta vez sí entró dijo Martín, lo puedo sentir.

¡Las balas están ahí en el suelo! insistió el rehén ¡Todas te rebotaron!

Pues hubo una que si entró.

No tienes ni una sola herida Supermarket dijo entonces el delincuente que le había disparado Te estás imaginando cosas.

¿Por qué todo el mundo me tiene que llevar la contra? gritó molesto Martín Es mi cuerpo y yo sé cómo me siento.

Y dicho esto, se tumbó en una silla y agregó suspirando:

¿Alguien me regala una aspirina?

Una mujer sacó un bote de Tylenol y se lo entregó a Martín ante la mirada perpleja de todos los presentes.

¡Que pinche día! exclamó Martín antes de tomarse las pastillas.

Todos se miraron con cara de aburrimiento.

Además últimamente he traído unos dolores de espalda brutales continuóY estoy convencido de que soy alérgico a la pasta de dientes y a los ejotes, siempre que me como uno me siento como si…

Perdón Supermarket interrumpió uno de los delincuentes, visiblemente incómodo e impaciente ¿Sería mucha molestia que nos entregaras a la policía?

Sí yo también tengo varias cosas que hacer dijo otro de los rehenes.

¿Podrían bajar a entregarse ustedes solos? preguntó Martín Me quiero quedar aquí un ratito porque creo que se me está bajando un poco la presión y como que me quiere dar migraña.

Los delincuentes lo miraron incrédulos durante varios segundos. Finalmente, ellos mismos desataron a los rehenes y todos comenzaron a salir de la oficina.

Martín acomodó dos sillas, se acostó, y antes de que saliera la última persona dijo:

¿Les encargo que me apaguen la luz? Soy muy sensible a estos focos blancos de oficina.

El último de los rehenes suspiró resignado y apagó la luz, dejando a al heroico Supermarket en total oscuridad.

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