Cerrar las puertas I y II de Max Rojas

Cerrar las puertas I y II de Max Rojas

NOTA DE LA REDACCIÓN: Este texto fue leído por el autor en la presentación del libro Cerrar las puertas I y II, dando pie a la intervención memoriosa acerca del poeta Max Rojas y a la acción performática del escultor Jorge Ismael Rodríguez con su pieza titulada Max’s Book, la cual consiste en pequeñas piezas de obsidiana con fragmentos de poemas de Max Rojas.

Por Héctor Ramírez

Si me lo permiten, iniciaré esta participación con una historia personal.

Hace poco más de tres años yo estaba enfrentando una situación muy complicada. Uno de esos eventos que, en ese momento y ahora, solo la belleza de un verso del poeta César Vallejo podían describir con extraordinaria precisión:

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

 

Puedo decir que soy alguien discreto y reservado en cuestiones personales. Por lo mismo, muy pocos estaban enterados del dilema que estaba enfrentando. Jorge Ismael era uno de ellos. Ya habíamos librado algunas aduanas que desembocarían en la gran amistad que ahora nos une y es probable que por esa razón Jorge me hizo un regalo poco común, pero sumamente adecuado: una edición conmemorativa de los 45 años de El turno del aullante y de los 30 años de Ser en la sombra, dos libros de Max Rojas editados por Malpaís Ediciones.

Sé que venimos a hablar del libro Cerrar las puertas I y II, pero no quiero dejar de mencionar el impacto que tuvieron en mí esos dos libros que Jorge, no sé si de manera deliberada o intuitiva, puso en mis manos; pues en ese justo momento fue mi turno de ser el aullante y no tengo ninguna duda de que me encontraba precisamente en la sombra.

De izquierda a derecha: Arquitecto Gustavo Sánchez, en representación de la Secretaria de cultura de Querétaro, Héctor Ramírez de Arte Mx, Iván Cruz editor del libro por Dogma Editores, Jorge Ismael Rodríguez escultor y performer.

La poesía de Max Rojas se convirtió en la voz que expresaba mucho de lo que enfrentaba en aquel entonces, a pesar de que fueron escritos muchas décadas antes y por razones que nada tenían que ver conmigo y que, por supuesto, estaban muy alejadas de mi situación. Sin duda los versos de Max fueron para mí catárticos, por lo que siempre agradeceré a mi hermano ese obsequio que fue un verdadero bálsamo.

Este breve relato me remite a un libro de ensayos que Octavio Paz publicó hace 35 años, en el cual está plasmada esa preocupación que tuvo muchas veces por reflexionar acerca de la poesía.

En él, Paz pregunta «¿cuántos y quiénes leen libros de poemas?» Y desarrolla una serie de interesantes disertaciones que tienen qué ver con temas estadísticos y sociológicos que, por supuesto, llegan a la conclusión de que, aparentemente, somos muy pocos los lectores de este género. La mejor respuesta que el poeta mexicano encuentra a sus interrogantes se la ofrece Juan Ramón Jiménez quien dedica uno de sus libros de poesía «A la inmensa minoría».

El Nobel mexicano extrajo información que el poeta y crítico Pere Gimferrer publicó en su libro La poesía y el libro que aquí quisiera citar textualmente, pues me parece de gran relevancia:

“En 1886 Verlaine publicó la segunda edición de uno de sus libros más famosos: Fiestas galantes. La edición fue de 600 ejemplares y de ellos 100 destinados al autor y a la prensa. El hecho es revelador pues en ese año Verlaine ya era un poeta célebre y no únicamente en Francia: lo leían ávidas minorías en toda Europa y lo veneraban en Buenos Aires y en México. En 1876 Mallarmé publicó en una lujosa edición La tarde de un fauno: 195 ejemplares. Once años después, en 1887, aparece Poesías, una antología de sus poemas, hecha por él mismo: la edición fue de 40 ejemplares. En cuanto a Rimbaud: en 1873 él mismo pagó la primera edición de Una temporada en el infierno, un texto que ha tenido la influencia que se sabe en la poesía del siglo XX. La edición se limitó a 500 ejemplares; Rimbaud recogió 6; el resto habría desaparecido en las bodegas del impresor a no ser por un bibliófilo que en 1901 lo rescató, aunque no dio a conocer su hallazgo sino hasta 1914. La suerte del otro gran texto de Rimbaud, Iluminaciones, no es menos extraña: Verlaine lo publicó, precedido por una breve nota, en 1886, en la revista La Vogue, y después, ese mismo año, en una plaquette, sin que Rimbaud, entonces en Abisinia, siquiera se enterase. Lautrémont también pago la edición de su libro, Los cantos de Maldoror; la edición quedó enterrada en el sótano del editor y no se distribuyó sino hasta que León Bloy y Rémy de Gourmont, años después de la muerte de su autor, se ocuparon de esta obra suntuosa y fúnebre.”

Gimferrer cita algunos ejemplos en lengua española y Paz nos los comparte: “El más notable es el de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Este pequeño volumen había sido publicado en Santiago de Chile en 1924. Sin embargo, era desconocido en España, a pesar de que en 1936 Neruda ya era un poeta reconocido en todo el ámbito de nuestra lengua. Altolaguirre decidió reeditar el libro, con un título distinto: Primeros poemas de amor. La edición fue de 500 ejemplares. Por mi parte (dice Octavio Paz) mencionaré dos ejemplos que no son menos tristes que los de Rimbaud y Lautrémont: Gutiérrez Nájera y Silva murieron sin ver sus poemas recogidos en un libro… Otro ejemplo, ahora del italiano: la primera edición del que sería uno de los libros esenciales de la poesía italiana del siglo XX, L’Allegria (1915) de Ungaretti, fue de 80 ejemplares. La lista podría prolongarse ad libitum e incluiría a nuestros poetas más conocidos y leídos”.

“Al llegar a este punto —escribe Paz— surge una pregunta: ¿el escaso número de ejemplares se debe realmente a una decisión de los poetas o es el resultado de la indiferencia del público? Y responde él mismo: A las dos.” Por supuesto que estos datos que acabo de compartir no son muy diferentes a lo que sucede en épocas más próximas. De hecho en el Apéndice crítico que está incluido en la edición conmemorativa que me regaló Jorge Ismael, se relatan historias de la forma en la que Max Rojas tuvo que resolver sus primeras publicaciones, de lo cual seguramente Iván Cruz nos puede dar cuenta.

Momento de la acción performática de Jorge Ismael Rodríguez

En su libro, Octavio Paz también habla de los best sellers y aborda el tema de las editoriales. No deja de elogiar a las independientes, a las cuales las compara con la creación de anticuerpos para la defensa del organismo. Sin duda eran y siguen siendo la válvula de escape que siempre se ha preocupado e interesado por incluir en su catálogo la poesía, aun a costa de su supervivencia, otra vez Iván nos podría ilustrar al respecto.

Todo esto se suma, sin duda, al mérito que representa la publicación de Cerrar las puertas I y II en este volumen que tenemos aquí. Max Rojas no fue un poeta convencional, ni tampoco sencillo de leer. Su literatura es caudalosa y nos arrastra —me atrevería a decir— sin misericordia en lo que termina por ser una disfrutable vorágine. Las palabras, las imágenes, las metáforas fluyen sin darnos tregua ni respiro. Lo que resultó curioso para mí en la lectura de estos Cuerpos veintidós y veintitrés es que muy pronto encontré en sus páginas una estrecha relación con una de las novelas más importantes publicadas en hispanoamérica, me refiero a Palinuro de México de Fernando Del Paso. A pesar de pertenecer a géneros literarios distintos, me parece que se hermanan en su monumentalidad, en sus excesos, en la polifonía que podemos encontrar en las dos obras. La novela es exuberancia narrativa y la de Rojas es poética, que va hilvanando página tras página un poema interminable, como él mismo lo define.

No tuve la suerte de conocer a Max pero lo puedo imaginar, a través de sus letras, como aquél personaje de la película Apocalipsys Now, interpretado por el actor Dennis Hopper, quien era un fotógrafo, de aspecto medio hippie, que cargaba un gran número de cámaras, y que hablaba sin parar, como un predicador poseído por el don de la palabra. Conste que dije “me lo puedo imaginar” y quienes están aquí presentes me podrán decir si estoy en un craso error.

Cuerpos como poema es una provocación en su propósito de ser infinito. Para acceder a Cerrar las puertas I y II decidí aceptar el reto tácito del autor y en contra de mis costumbres como lector, me atreví a romper mis propias reglas y realicé la lectura de manera aleatoria, es decir: en lugar de seguir el orden dictado por la numeración de las páginas, lo hice al azar, esto es: la página marcada con el número 110 en el libro, para mi fue la 8; la 60 fue para mí la 79 y a la 61 correspondió la 119… y así sucesivamente.

Para mi sorpresa, el discurso poético nunca perdió sentido. Me encontré inmerso en un océano de palabras que me atrapó ya que “los espejos”, “el suicida”, “los trombones”, “los muertos”, y por supuesto “los cuerpos” aparecen articulados en situaciones distintas pero integradas en un mismo contexto: la poesía.

Y Max Rojas lo define claramente cuando escribe:

 

“la forma extravagante de escribir un poema

que se sesga oblicuamente y se escapa cuando parece

que está llegando a término

y regresa a los cuerpos que fueron el punto de partida

pero evade cualquier enfrentamiento

con la sombra de los cuerpos y crea su propia sombra

para hundirse en ella

pero pierde la noción del tiempo y no sabe

ni a qué cuerpo se menciona en lo específico

ni quién es el autor de tal galimatías ni de qué época

habla el sujeto que apenas sobresale del espejo

y hace muecas de desprecio al fachoso caballero

que intenta restaurar los buenos modos

con que antes los cuerpos tomaban posesión de lo vacío

se hacían dueños del alba y de la noche

y dejaban testimonios de sus penas y quebrantos

a cada nuevo barco que partía o regresaba

después de un azaroso recorrido a un puerto que dejó

de ser la casa hospitalaria que era

y ya no es sino el mundo desolado que dejan las esferas

cuando pierden fuerza y se dejan consumir por la certeza

de que los cuerpos y las cosas acaban siempre de manera triste”

 

Como podrán ver, el discurso poético de Rojas es total y nos deja sin aliento, a veces de manera física en lo que se refiere a la respiración y en otras cuando esto tiene qué ver de manera simbólica con el ánimo.

Max Rojas poseía lo que Octavio Paz define claramente cuando escribe: “Entre la revolución y la religión, la poesía es la otra voz. Su voz es otra porque es la voz de las pasiones y las visiones; es de otro mundo y es de este mundo, es antigua y es de hoy mismo, antigüedad sin fechas”.

Yo agregaría que, por lo que se refiere a Rojas, sin fechas y sin un orden necesario ya que pude comprobar que este criterio fortuito que utilicé para la lectura, puede tener infinidad de dobleces: en mi caso le asigné una numeración a Cerrar las puertas I y otra diferente a Cerrar las puertas II, pero otra posibilidad es tomar la totalidad de la obra para una sola numeración, o bien, en una primera instancia solo leer las páginas pares, para después seguir con las impares, por ejemplo.

La aproximación lúdica que me permití en la lectura de este libro me hizo comprender el por qué Max Rojas y Jorge Ismael Rodríguez realizaron la acción performática Max’s Book. ¿Qué mejor soporte para sustituir el papel que la obsidiana? Ese vidrio mágico que está tan vinculado a nuestra historia, a nuestra cultura. Seguramente Max encontró ahí un maravilloso espejo y Jorge, al grabar las palabras del poeta, encontró un nuevo sentido a su escultura materializando en la negrura de la roca volcánica vítrea un fantástico cadáver exquisito.

Otro de los momentos de la acción performática

Para concluir, me gustaría regresar a la pregunta inicial planteada por Paz «¿cuántos y quiénes leen libros de poemas?» Yo creo que los indicados, si no fuera así, un amigo no te regalaría libros de poesía en los peores momentos de tu vida; y tampoco los grandes poetas hubieran trascendido para llegar hasta nosotros con los ínfimos números de libros editados que les compartí.

Hoy estamos aquí para celebrar la publicación de Cerrar las puertas I y II de Max Rojas, del cual se tiraron 400 ejemplares, un número menor a los 500 de la primera edición de Una temporada en el infierno, sin embargo y paradójicamente, estos números no representan nada cuando pensamos que en el caso de la poesía y de los poetas Victor Hugo tenía razón cuando escribió: “Todo busca todo, sin meta, sin tregua, sin descanso”

 

 

 

 

 

 

 

 

Con Jorge Ismael Rodríguez, Camino Tierra Adentro

Con Jorge Ismael Rodríguez, Camino Tierra Adentro

Nota de la redacción

El presente es el texto de sala escrito por Luis Rius Caso,

curador de la exposición, el cual fue leído en la

inauguración de la muestra.

Por Luis Rius Caso

Como tantos espectadores que recorren ferias, museos, espacios expositivos diversos, suelo tener esa mirada anestesiada o indiferente que repasa infinidad de obras que están ahí porque son “lo dado” en la actualidad del arte, o bien, porque entran en “la costumbre del arte”. No necesitan sino reunir algunos requisitos generales para acreditarse y complementar su escaso nivel propositivo o su relativa calidad con un “discurso” curatorial o museográfico que las dote de lo que carecen. Viven gracias a la coyuntura de época y sobreviven gracias a lo que está fuera de ellas.

Por eso agradezco tanto el caso de Jorge Ismael Rodríguez. Con él, los imperativos de la cultura del arte se verifican, pero al mismo tiempo salen sobrando: sus objetos, intervenciones y acciones tienen su propio peso, su autosuficiencia con respecto a los vaivenes de las modas, las narrativas curatoriales y la especulación. Gozan de un alma propia. Su soul, para emplear un término muy elocuente en la música, les viene de tocar esencias profundas de aquello que todavía llamamos arte y condición humana.

Pancho López, co-curador, el escultor Jorge Ismael Rodríguez y Luis Rius Caso, curador.

Jorge Ismael Rodríguez ha logrado lo que muchos vanguardistas y posvanguardistas han intentado con diversos resultados: incorporar la esfera del arte a la esfera de la vida cotidiana. Lo ha logrado como escultor, de virtuoso oficio; como performancero que activa sensaciones, emociones y reflexiones en los públicos; como artista conceptual que une ideas importantes e inquietantes al vuelo de la poesía y a la naturaleza de la materia y los objetos; como instalacionista que reinstaura una espiritualidad sorprendente en su realidad, más cercana y tangible para nosotros los descreídos; como promotor que da forma y proyección a impulsos propios y de otros que él incorpora en huellas, reflejos, acciones y sueños compartidos.

La magia se cumple en sus obras, acciones e ideas, porque involucra uno de sus principios rectores: la simpatía. No me refiero a una cualidad de carácter sino al principio que rige el accionar de la magia. La antropología estructural acertó en destacar este elemento que actúa bajo el contagio que se da entre dos entidades, sea por semejanza o por diferencia. Una provoca en la otra una reacción empática que une más allá de las diferencias; nace y fluye a partir de un gesto, una mirada, una acción que invita e incluye, una referencia icónica de parecido, una sensación. Fluye en el reflejo que incorpora a la imagen y, por ende, a la persona, al espejo negro de la obsidiana. Fluye en el ritual que se comparte y que convierte al espectador en un simbionte, según la definición del propio Jorge Ismael Rodríguez; esto es, en un participante activo que establece una colaboración con otra u otras personas o entidades, especialmente cuando trabajan o realizan algo en común.

El reflejo de la obsidiana

En su proyecto actual, Camino tierra adentro, la magia se brinda a plenitud. Es un proyecto que conecta a la Ciudad de México con Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas, la tierra de los ancestros y la tierra elegida por Jorge Ismael para “ser de ahí”. Es el viaje a la semilla, el viaje del eterno retorno, siempre insuficiente, siempre necesitado de reconfiguraciones emocionales y simbólicas.

No es Pedro Páramo: la memoria de Jorge Ismael es feliz y permeable a las memorias de sus mayores. Es él y es también “el otro/ el otro de mi sangre y de mi nombre” (diría el gran escritor sobre su abuelo Borges), que perdió el terruño en la Revolución y que ganó, en cambio, la razón de ser de la tierra y la comarca.

Asistentes a la Activación de las piezas que realizó Jorge Ismael Rodríguez

Ser de tierra adentro. Ser como las personas que la habitan. Sentir y estar en el mundo de manera similar: “yo soy un ranchero”, suele decir Jorge Ismael. Trazar un camino y un recorrido. Tan importante éste como la meta: Zacatecas es la Ítaca de Constantino Kavafis; el final de un largo camino marcado por el aprendizaje y la plenitud.

Pero a diferencia de Kavafis, quien, de manera similar a Giorgio de Chirico, busca en Ítaca el origen de la cultura occidental, el centro del mundo, Jorge Ismael busca su origen en la periferia, en el lugar apartado del centro que determina, justamente, su excentricidad. Desde ahí perfila su historia o, mejor dicho, su microhistoria.

Ser excéntrico, en el caso de este artista, es asumir un riesgo que a la vez deviene cualidad: estar y no estar en la narrativa perfilada desde el centro; estar en las orillas que relativizan la legitimidad del centro. Es una estrategia que permite entrar y salir; ser de la contemporaneidad pero sin la grandilocuencia y las limitaciones del discurso homogeneizante; ser de Japón, Madrid, Nueva York, claro, ser un artista global pero ser –repito— sobre todo, un artista marcado por la verdad de la tierra y la comarca.

Llegar a la contemporaneidad desde un camino propio, más largo y pleno que el de no pocos fundadores, a veces entrando de puntitas, sin hacer ruido; otras, abandonando la sala con la aburrición de que la película no empieza. Gran estrategia, no necesariamente planeada por el artista: el centro, para no borrarse, siempre se alimentará de lo que reconoce, pero no tiene; de lo que ha dejado fuera y ofrece nuevos sueños y esperanzas.

Activación de las piezas en otra de las salas del Museo de Arte Contemporáneo Querétaro

En los relatos de sus vivencias en Zacatecas, Jorge Ismael brinda indicios que perfilan su trayectoria, consumada en diversos foros mexicanos e internacionales. Ahora, en su camino tierra adentro, el artista ofrece objetos propiciatorios que marcan el regreso: flores de obsidiana que laten, lajas de la misma piedra que conforman un círculo que sostiene en el centro un prisma vertical, obras que combinan la monumentalidad pesada del bulto con la ligereza y la movilidad del péndulo en posición cenital; ritmos pendulares que establecen tres horizontes diferenciados pero ubicados en la misma ruta visual y simbólica.

Estos magníficos objetos propiciadores confirman, con su contundencia, el afortunado viaje de ida y vuelta de este artista. Simpatizan con los versos de un poeta que celebró ser de tierra adentro:

Roja simiente aventada

en la llanura, al azar, el corazón grana, eterno,

la eterna flor de esperar.

Tierra adentro, compañera, me encontrarás.

Tierra y cielo. El alma sabe

su camino y su cantar

Jorge Ismael Rodríguez compartiendo algunas de sus experiencias con la obsidiana.

 

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