Un espejo del Universo

Un espejo del Universo

Por Francisco Moreno

En un movimiento perpetuo e infinito, antes de concebir y comprender nuestros orígenes, la naturaleza lo transformó todo. Y en una constante e interminable evolución emergimos para ser lo que hoy somos. Antes de nacer la tierra ya existía, somos parte de una poderosa ecuación universal.

Ese todo contiene la clave para descubrir nuestra estructura, la tierra posee elementos tan maravillosos como nuestro propio ADN, millones de secuencias superpuestas ofrecen información muchas veces inconcebible, especulamos para comprender, pues las convicciones dan sustento y razón a nuestra existencia.

Si observamos una roca, apreciamos el flujo del agua en un río, sentimos el calor del sol sobre nuestro rostro o disfrutamos del viento nos conectamos y dialogamos sensorialmente con nuestro origen, y entorno. Es así que al ver el reflejo que emite un cristal en estado natural no solo miramos nuestra imagen, en una secuencia de ida y vuelta formamos parte de él, y ese mineral, de nosotros.

Jorge Ismael Rodríguez es un hombre que sabe y reconoce este quid, pues desde que inició su exploración sensorial y espacial con un vidrio volcánico que denominamos obsidiana supo descubrir en ella el infinito y el ahora.

Este sólido amorfo es un regalo de la tierra, en sus vetas yace una gama de tonalidades que van del verde sombrío al claro, del rojizo con vetas blancas y rojas al marrón oscuro; y cuando allanamos su interior su color cambia entre el negro y el gris. Jorge aborda este elemento con asombro, con la expectativa del arqueólogo que espera hallar en él señales que alimenten su búsqueda interior, y en ella la de nosotros.

La obsidiana puede permanecer inerte por millones de años, y quizá el viento y el agua hagan diminutas modificaciones en su forma. Pero en un afán por revelar sus propiedades y construir nuevos volúmenes Jorge Ismael decidió tomarlo entre sus manos; con ellas lo aborda, trastoca su esencia, interactúa con su piel para cambiar su textura, corta sus contornos y aparecen rugosidades color gris, hondonadas de sombras y luz, en cada corte aparece una nueva franja del universo, pequeñas y efímeras nebulosas, explosiones lumínicas y espejos humeantes.

En sí misma la obsidiana ya es una belleza, pero al llegar a las manos de quién busca expresar su visión del mundo ésta cambia. El objeto natural deja de serlo cuando la intuición y necesidad de un artista lo transforma, modifica su forma, juega con sus luces, lo acaricia y carga de sentido e intención, es entonces que esta se vuelve una obra de arte.

Si las piezas escultóricas que ha elaborado Jorge Ismael en obsidiana hablaran, seguramente nos contarían muchas historias, no dudo que en ellas aparezcan sus recuerdos, experiencias y sueños. Quizá su búsqueda repose cuando las transforma, quizá le provoquen nuevas expectativas, eso solo lo sabe él. A nosotros nos corresponde observarlas para sentirlas, zambullirnos en sus filones y brillo para soltar la angustia de nuestra existencia, hay en ellas una voz que nos llama, un silencio cósmico, una luz que nos seduce, esa conexión con el todo del cual formamos parte.

Sus obras de arte son un espejo del universo, interno y externo.

El jueves 19 de septiembre recibí muchos regalos. Uno fue conocer la Galería Ana Tejeda que está en la colonia Roma, celebro que surjan nuevos espacios expositivos pues somos una sociedad con una enorme oferta artística y creativa. Esta galería no solo es un magnífico recinto para exhibir obras de arte, es también una excelente y profesional apuesta que busca dar cabida a creadores, hombres y mujeres que buscan descifrar e interpretar la vida, recreándola de otra manera. El otro regalo fue mejor aún, pues la exposición “Uno, ninguno y cien mil. 7 paisajes escultóricos de Jorge Ismael Rodríguez” es una magnífica exposición individual.

Valgan pues estas reflexiones e impresiones de su exposición para celebrarlo, más porque hoy (28 de septiembre) celebra un año más de vida, larga vida querido amigo, y feliz cumpleaños.

Fotos © Francisco Moreno

Uno, Ninguno y Cien Mil

Uno, Ninguno y Cien Mil

7 paisajes de Escultura de Obsidiana

Por Gerardo Sánchez / Arte Acción

Jorge Ismael Rodríguez Escultor, viajero del tiempo y memorias ancestrales, artista irredento, que él, y es el quién puede hablar con los Dioses recabando historias inconclusas del Universo, abrazando galaxias y haciendo asequible nuestro encuentro con su Obra y las revelaciones de la tierra.

Desde lo más profundo del alma surge la belleza en su ciprio manto y pureza, la materia.

Minerales transfigurados que expresan en la imagen la palabra de lo oculto… es el silencio, la murmuración eco del corazón, sentimiento indescriptible, inenarrable, solo es el sonido sordo del   cuerpo en una aproximación a los senderos que nos llevan a lo psicomágicósmico más allá de la razón.

Su Obra es una comunión de la anamorfosis con lo divino, el poder la tierra y la materia que nos regresa al origen, impulso primario de lo lúdico, de volver a ser niños, de tocar, experimentar, atrevernos a abrir las puertas del conocimiento, de la percepción, de contactar con nuestra alma y así sentir, ver más allá de lo que nuestros ojos miran, aprendiendo a VER, permitiéndonos vivir plena y conscientemente, en el despertar de nuestros sentidos.

Obsidiana Negra hija de la noche calavera, fina y templada, seductora y fría que sabes calar los huesos de propios y extraños.

Esculpida por la fuerza del viento, caricia pura de agua y arroyos de vida

Obsidiana Roja salpicada de noche y estrellas, brillo rojo de amor

Solo tu Ismael que sabes tutearte con la Obsidiana y pendular de ella y más.

 

El artista Jorge Ismael Rodríguez presentando algunas de sus obsidianas

 

Una de las piezas de obsidiana de la exposición UNO, NINGUNO Y CIEN MIL en la Galería Ana Tejeda.

Gabriel Macotela y la Mujer Chimenea

Gabriel Macotela y la Mujer Chimenea

Por Juan José Díaz Infante

Se ha inaugurado una exposición en el Seminario de Cultura Mexicana, la obra de Gabriel Macotela en sus 70 años de algarabía. La exposición tiene pintura de Gabriel, maquetas tipo ciudades de metal iluminadas, dibujos, fotografías de él tocando la batería, es un bonito viaje a través de la obra de Macotela.

Sin embargo creo que habría que contar una historia en particular, que más bien es una leyenda urbana de una de sus obras que debería de ser objeto de discusión y parecería que no fuese central en la leyenda de Macotela.

Cómo narrar lo muy relevante, cómo generar contexto y energía a la historia de una de las esculturas más grandes del mundo, la más alta de Latinoamérica y la segunda más alta en el mundo en el momento de su inauguración. “Mujer chimenea, homenaje a Efraín Huerta”.  No le puedes pedir a Robin Hood que presente un curriculum y su página de Linkedin. En algún momento de la militancia de izquierda romántica de Gabriel, le propusieron hacer la mujer más grande del mundo, una gran escultura de 100 metros de altura. Para generar un referente del tamaño de la pieza, en algún momento de la arquitectura de la Ciudad, 100 metros era el límite de los edificios grandes de Reforma, el edificio Citibank (hoy mutilado, Reforma 390) o la Bolsa Mexicana de Valores, ese era el límite de altura de la construcción.

Esta gran mujer es visible cuando uno maneja en el periférico apreciando la belleza del smog y los espectaculares, una figura muy alta que siempre ha estado en el panorama visual de la ciudad, uno no sabe a la lejanía si es una chimenea descompuesta por un temblor o es el Quijote. Eso siempre es característico de los proyectos de gobierno. La Mujer Chimenea es una escultura, arte público, ubicada en San Antonio y Periférico, antes, una fábrica de Cemento Tolteca que funcionó hasta 1986. Su historia, en 2005, en la inauguración del segundo piso de periférico —en uno de esos camiones sin techo de doble altura— a Isaac Masri se le ocurrió hacer una “obra de arte público” y le propuso hacerlo a Andrés Manuel López Obrador, en aquel momento Jefe de Gobierno.

A Gabriel Macotela le propusieron hacer de la chimenea abandonada y triste, una obra de arte, la condición: no cobrar. Resulta que ahora parece un acierto hacer que los artistas trabajen gratis, como en el caso de Orozco en Chapultepec. Esa práctica de negociar con los artistas el no cobrar (o con cualquier otra persona), genera un daño a la economía que se llama deflación. En la época de Lincoln se llamaba esclavitud y, en este caso se presume como si fuera un gran logro. El artista no costó, pero la escultura si costó, 22 millones de pesos y la pagaron la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, Grupo Copri y algunas otras donaciones y participaciones de ingeniería de la UNAM y el IPN.

La escultura iba a estar rodeada de un lago artificial y un complejo cultural que iba a ser construido ahí mismo. El proyecto incluía un teatro al aire libre, un parque, una escuela de artes y oficios. La escultura fue inaugurada por Alejandro Encinas y nunca se hizo el lago o las otras instalaciones, junto con la “suavicrema” o Estela de Luz (104 metros) son las esculturas más altas de Latinoamérica.

Mujer Chimenea quedó encerrada dentro de un conjunto de departamentos en la dirección de Toltecas 166 y el acceso para apreciarla es limitado, hay que conocer a alguien que viva ahí. Por supuesto, muchos de los que habitan en ese lugar no saben que eso es una escultura y menos que es de Gabriel Macotela.

El arte en México y la arquitectura de autor todavía no son comprendidos y se trata de hacer un trabajo monumental que siempre se atropella por la pésima gestión de quienes «administran». Sólo por hacer un paralelo, la “suavicrema”, una estela de luz totalmente vertical, fue la ganadora de una convocatoria a un concurso de arcos. Pedro Ramírez Vázquez, que había participado en el concurso, reclamó de manera muy enfática que la “suavicrema” no era un arco. Nuevamente es un proyecto que quedó a medias en medio de una discusión isabelina y de una pésima gestión.

Los artistas y los generadores de ideas quedan a la deriva y las obras quedan podadas de su potencial y son realmente testigos de la historia. Pero de una historia de difícil lectura, hay que volver a ver la misión de una escultura vista desde un punto de vista del tejido social. La cultura debe de ser de un elemento que provea orgullo a los ciudadanos de pertenecer a ella y sobre todo generar tejido social, pero no se puede hacer si el objetivo fundamental o la costumbre es deshacer el tejido. Un proyecto que al final queda ahogado por intereses que no congenian con el mínimo civismo por todas sus partes.

Sin embargo, esta historia me permite hablar de mi amigo Gabriel como uno de esos personajes que son resilientes a todos esos factores de desastre del contexto social que vivimos y que su obra sigue ahí, como un tesoro a ser descubierta. Donde a los que nos gusta el arte tenemos que volvernos una especie de antropólogos de la belleza.

Hablar de Gabriel de manera “planchada” en una literatura de “curriculum” o de presentación en un evento social, “aquí les presentamos al gran artista”, o como uno de los creadores más destacados del arte contemporáneo mexicano, sin poner el contexto de las peripecias que un artista tiene que hacer… para ser artista, es no hacerle justicia. Hay artistas que a pesar de todo, insisten en navegar la estructura de un país en desarrollo que se merece el arte y que merece belleza.

El arte es una materia muy frágil y hay que saberlo manejar y celebrar. Gabriel Macotela es un ejemplo de un artista que merece nuevas lecturas, merece que se maneje su trabajo con la fragilidad que necesita y que se celebre su ingenuidad, que se celebren sus pinturas de arena que le conocí en los 80s, cuando fundó Cocina Ediciones y la librería El Archivero. Merece, sin duda, volverlo a leer.

Nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1954, Macotela formó parte de una generación que revitalizó la plástica mexicana en los años ochenta. Estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado «La Esmeralda», y a lo largo de su carrera ha colaborado con escritores, músicos y artistas de diversas disciplinas, integrando un enfoque multidisciplinario que se ha convertido en su sello distintivo. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas en México y en el extranjero, tanto de pintura, escultura, y libros de artistas en Francia, India, Cuba, Brasil, Estados Unidos, Alemania y España. Vale la pena conocer sus instrumentos metálicos, esculturas tocables, sus edificios maqueta de cuento, descifrarlas como una navegación de vida, para luego poder imitarla.

La pintura como testigo

Las obras de Macotela han sido descritas de “músicas” maneras, aquí cito a la Galería de Mónica Saucedo, “Macotela concibe a la expresión plástica como un medio privilegiado para comunicar emociones, ideas y sentimientos. Con un valor enunciativo de alta intensidad, mediante un estilo dinámico, feraz, casi barroco pero contenido, profundamente lírico, de una enorme fluidez y cargado de una multiplicidad de significaciones que expresan los sutiles matices de una interioridad a flor de piel. El arte de Macotela representa uno de los momentos más lúcidos y luminosos de nuestra actual pintura”

«El arte debe ser un testigo del tiempo», ha declarado Macotela en varias entrevistas. Su obra visual está impregnada de una preocupación filosófica y poética por explorar los campos de la expresión. Cuándo la obra tiene que ser instrumento musical, cuándo debe de ser música o si ésta idea debe de ser un libro o una pintura. Macotela crea canales de expresión como si fuesen anzuelos tirados en el mar para que el espectador pueda engancharse de distintas maneras a distintas ideas.

Gabriel Macotela no ha perdido la humildad que lo caracteriza. Suele trabajar en su taller de la Ciudad de México, donde continúa experimentando con nuevas técnicas y formas de expresión. Macotela se mantiene fiel a la creencia de que el arte es un medio de resistencia y un espacio de reflexión, y su obra sigue siendo una ventana abierta a las inquietudes y deseos más profundos de un espíritu en movimiento que quiere ser siempre creador.

Con casi cinco décadas de trayectoria artística, Gabriel Macotela sigue siendo un pilar fundamental de la plástica mexicana contemporánea, inspirando a nuevas generaciones de artistas a mantener viva la llama de la creatividad y el compromiso social que el arte debe de sobrevivir y queda ahí para ser descubierto y apreciado para aquel que, repito, quiera ser antropólogo de la belleza.

Foto © Juan José Díaz Infante

 

El Otro Yo

El Otro Yo

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo, menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba con los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico y, debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio.  En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Éste no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pensó que ahora si podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir una nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír, y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

MARIO BENEDETTI. La muerte y otras sorpresas. Siglo XXI Editores. México, decimoquinta edición, 1980

Cuerpo Iluso /Sandra Arvizu

Cuerpo Iluso /Sandra Arvizu

Estaba sentada con una aguja en el brazo y

pensaba en ti cuando sonó el teléfono,

te escuché y sentí que

te tengo pegado

detrás de los ojos

en el meollo de la cabeza

donde el olfato

va a encontrarse

con la mirada.

 

Te tengo pegado

en la hondonada de mi cuerpo.

 

Sólo sé que tu apoyo

hace que mi cuerpo iluso

se siente a descansar

en el aire.

 

(en este lugar podía escribirte,

pero no hubo internet y lo dejé guardado)

 

Leeré tus signos

para ir a buscarte

Tú estarás ahí

y allá

y aquí

mientras contamos juntos primaveras.

 

con amor
Sandra

 

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