El mexicanísimo Froylán Ruiz

El mexicanísimo Froylán Ruiz

Por Héctor Ramírez *

Primero que nada me gustaría agradecer la amable invitación de Carlos Jaurena para participar en esta mesa, en un espacio tan significativo y tan relevante para el maestro Froylán Ruiz en lo que a su trayectoria artística se refiere.

Si me lo permiten, antes de entrar en materia de la magnífica publicación de TATUAJES ETERNOS, FROYLÁN RUIZ, OBRA GRÁFICA 1953 – 2021 que es el motivo que nos reúne hoy, me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones e inquietudes que me surgieron en el momento mismo de empezar a preparar esta alocución.

Froylán Ruiz, como artista, está ubicado en la corriente ochentera del Neo-mexicanismo, término acuñado en el periódico unomásuno (según dicen) por quien parece ser la madrina de los movimientos artísticos en México, me refiero por supuesto a la maestra Teresa del Conde, quien ejerciendo esa facultad del madrinazgo bautizó así esta tendencia de recuperar símbolos e íconos mexicanos, con interpretaciones muy particulares por parte de los artistas que producían obra en esa época; todo esto sin un manifiesto de por medio de parte de los autores, así igualito como sucedió con los llamados artistas de la Ruptura y de muchos otros movimientos.

Lo primero que se me presentó fue la idea de entrar en ese laberinto que desde hace mucho nos hemos planteado, ante la improbable posibilidad de entender y explicar lo que es el SER MEXICANO. Lo quise hacer desde dos perspectivas, la del filósofo michoacano Samuel Ramos, quien es autor del deslumbrante libro EL PERFIL DEL HOMBRE Y LA CULTURA EN MÉXICO, publicado en  1934 [dieciséis años antes de que Octavio Paz escribiera su ensayo EL LABERINTO DE LA SOLEDAD] y la segunda, desde la del cineasta mexicano Alejandro Galindo.

En el prólogo de su libro, Ramos explica que la idea del libro “germinó en la mente del autor por un deseo vehemente de encontrar una teoría que explicara las modalidades originales del hombre mexicano y su cultura”. Para empezar, hace una serie de interesantes disertaciones acerca de lo que el llama “el sentimiento de inferioridad” y de cómo este afecta de muchas maneras el modo de ser y de conducirse de las personas, y en particular de los mexicanos.

Entre las varias razones que da para que se desarrolle este sentimiento, está el hecho de que, si es muy grande la desproporción que puede existir entre lo que lo que el individuo considera que es capaz de realizar, y lo que realmente puede hacer, esto desembocará en el fracaso y eso se traducirá en una sensación de incapacidad, una actitud pesimista y en desconfianza en sí mismo. Ramos habla de Jung cuando se refiere a que la sobrevaloración de sí mismo es el terreno más propicio para que se desarrolle el sentimiento de inferioridad y que la tensión entre uno y otro sentimiento se hace a veces tan violenta que acaba transformándose en neurosis y muchas veces la única salida que se ofrece a todo esto es abandonar el terreno de la realidad para que el individuo termine refugiándose en la ficción.Y dice “vive, pues, una mentira, pero sólo a este precio puede librar su conciencia de la penosa idea de su inferioridad.” Todo esto asociado, desde la perspectiva de Samuel Ramos, con los obstáculos que desde hace mucho tiempo tiene que enfrentar el mexicano para comprender su forma de ser y su realidad frente al mundo.

Aquí dejamos un momento al filósofo y pasamos al cineasta.

Alejandro Galindo filma en 1946 CAMPEÓN SIN CORONA, basada en la biografía de Rodolfo “El chango” Casanova. En ella Roberto “El Kid” Terranova, interpretado por David Silva, es un vendedor de nieves en La Lagunilla que siempre está escoltado por “El Chupa”, su fiel escudero interpretado por Fernando Soto “Mantequilla”. El “Kid” Terranova representa a ese mexicano que, a pesar de no tener educación, cuenta con portentosas habilidades para los golpes, lo cual lo lleva a ser un destacado y exitoso boxeador que alcanza fama y dinero. Por supuesto enloquece y pierde el piso; se olvida por un tiempo de su origen humilde, de su entorno, de su familia y de sus amigos para convertirse en otro que ya nadie reconoce. La historia es extraordinaria y las características del personaje central son tan humanas, como reales y muy mexicanas; es la representación viva de lo que Samuel Ramos describe como el sentimiento de inferioridad. En la película esto adquiere un tono absolutamente dramático cuando el contrincante del Kid le empieza a hablar en inglés y éste se siente desesperadamente abrumado, pierde la concentración y es derrotado en el ring y vulnerado en su autoestima, lo que lo lleva a caer, ¿dónde más?, en las garras del alcohol. La cinta tiene ese tradicional “final feliz” en el que Roberto regresa a su vida y actividades anteriores: se olvida de la fama, del dinero de las giras internacionales y retoma su tranquila vida como nevero en el barrio que lo vio nacer y que seguramente lo verá morir.

En este punto, me gustaría referirme a dos películas más del genial Galindo: ESQUINA BAJAN de 1948 y su saga HAY LUGAR PARA DOS de 1949. En ellas Gregorio del Prado y Constantino Reyes Almanza, alias “Regalito” son interpretados, otra vez, por David Silva y Mantequilla, respectivamente. Se trata de un chofer de camión en la ciudad de México y su cobrador. Más allá de las peripecias de los personajes, me gustaría referirme a lo sorprendente que es el hecho de que en más de 70 años las cosas han cambiado muy poco en lo que se refiere al transporte público: muchos choferes siguen llevando un ayudante o cobrador, aunque está prohibido; los camiones siguen siendo insuficientes y prácticamente a todas horas vemos a gente colgada y viajando en los estribos; aunque no hay sindicatos, las rutas siguen siendo muy codiciadas y controladas por unos cuántos; los choferes siguen haciendo de las suyas, echando carreritas y atormentando de muchas maneras a los sufridos pasajeros. Mucho de lo que plantea Alejandro Galindo en sus cintas sigue ocurriendo, contradiciendo a la maestra Del Conde en su señalamiento de neo en cuanto a su acepción de elemento compositivo como “nuevo”.

Y precisamente en relación al concepto de “nuevo”, Samuel Ramos dice: “Al reflexionar sobre el arte mexicano, por una asociación inevitable nos viene el recuerdo del espíritu egipcio, que se caracteriza por la Rigidez, una rigidez inhumana, extrahumana y que es el signo de esa cultura.” A esta relación o similitud entre las dos culturas Ramos la llama “egipticismo”, ya que más adelante explica:

“Como por un influjo mágico, el ‹‹egipticismo›› indígena parece haberse comunicado a todos los hombres y cosas de México, que se oponen a ser arrastrados por el torrente de la evolución universal. Lo nuevo nos interesa solamente cuando es superficial como la moda. Para la edad que tiene México, ha cambiado muy poco. Nuestros cambios son más aparentes que reales; son nada más disfraces diversos que ocultan el mismo fondo espiritual.” Sin duda son interesantes los conceptos del filósofo, casi pitoniso, si pensamos que México tardó sesenta años, después de que publicara el libro con estas ideas, en realizar un tratado de libre comercio, o de cómo en la actualidad existe una clara intención de regresar a un nacionalismo en plena era globalizada.

Samuel Ramos plantea una especie de fórmula matemática en la que se puedan equilibrar las cosas y que ésta dé como resultado una personalidad que reúna “lo específico del carácter nacional y la universalidad de sus valores”, lo cito de nueva cuenta para entrar ahora si en materia del libro TATUAJES ETERNOS del maestro Froylán Ruiz:

“Si el lector quiere formarse una idea más clara de lo que queremos decir (se refiere a la fórmula), recuerde los casos del arte ruso, el arte español, etc., en los cuales precisamente cuando el artista acierta a captar las notas más individuales de su raza, en ese mismo instante su obra adquiere una trascendencia universal. “

Y ya hablando de la publicación TATUAJES ETERNOS, FROYLÁN RUIZ, OBRA GRÁFICA 1953 – 2021 ésta nos recibe con una fotografía del maestro en la que parece estar invitándonos a conocer y viajar a través de su trabajo. Si no fuera tan evidente que se trata de la ventana de una vivienda, uno podría asegurar que está abordó de la locomotora, o en el barco, o en el carrito con bandera que están con otros muchos elementos en el grabado titulado  Autorretrato niño de 2016.

Además de esta amable y cordial imagen, nos entrega un breve texto en el que nos convida parte de su historia, demostrando que sólo quien sabe realmente quién es, resulta capaz de sintetizar en unas cuántas líneas una larguísima y productiva trayectoria artística, que seguramente está repleta de anécdotas y de momentos que dieron origen a ideas que se convirtieron en obras. Froylán se contenta con confesarse creyente y especialmente devoto de la virgen de Guadalupe, con la conciencia —seguramente— de que lo importante es estar bien con los altos mandos.

El texto de Esteban García Brosseau aborda la obra de Froylán Ruiz desde la óptica de la nostalgia, hace referencia al Neo-mexicanismo en el que se sitúa al artista y hace mención de otros artistas que se ubican en ese mismo periodo, pero señala, que a diferencia de ellos la obra de Ruiz está desarrollada a partir de un espíritu “con un alcance más colectivo”, lo cual me hace mucho sentido pensando en la fórmula de Samuel Ramos, en lo que tiene que ver con el acercamiento que es necesario que tenga la obra para que ésta se coloque en el plano de las formas universales, aunque se trate, en principio, del microcosmos de “lo mexicano”. García Brosseau se refiere también a ese “doloroso desmembramiento” entre el pasado y la modernidad en el que parece que nos ubicamos permanentemente los mexicanos: cuando algún presidente nos hizo creer que estábamos en los umbrales del primer mundo, estalla un levantamiento armado de indígenas y nos sacude una espantosa crisis económica; cuando se está hablando de inteligencia artificial y de cómo nos afecta o nos beneficia, se descubre en el Centro Histórico un enorme tzomplantli con cientos de cráneos. La relación que hace en su texto describiendo algunos de los grabados, hace evidente que la obra de Froylán Ruiz es tan diversa como vasta y para todos los gustos, pues García centra su atención en imágenes y detalles que quizá para otros no resulten tan determinantes o pasen hasta desapercibidos.

Por su parte, en su texto, Carlos Jaurena hace referencia a algunos de los datos biográficos del artista y utiliza un término que me llamó poderosamente la atención: creación simbólica, ya que esto define con mucha certeza el trabajo del maestro Ruiz, pues él se vale de los símbolos que nos son perfectamente cercanos e identificables para crear imágenes que, de alguna u otra manera, nos son tan entrañables como reconocibles; sin embargo, también se convierten en una renovada forma de recuperar eso que nos da identidad como mexicanos, porque como dice Jaurena, es la forma en la que Froylán termina apropiándose de la cultura popular mexicana. Me parece que el trabajo de selección de las obras que realizó Carlos para este libro es magnífico y debe haber sido arduo, dado lo prolífico de este artista. Él mismo Ruiz nos confiesa en su texto de presentación: “Soy un apasionado del trabajo, me gusta transitar mi día a día con calma y disciplina, gracias a ello mi producción es muy vasta sin que demerite en calidad” Ante la enorme avalancha de piezas que debe significar revisar las carpetas de Froylán Ruiz, Jaurena tuvo a bien reunir y presentarnos en este libro un buen racimo de obras que muestran no sólo diversas técnicas y diferentes periodos de creación, sino los más variados intereses que han movido la mano y la sensibilidad de alguien que, por su trabajo, hace evidente la inmensa pasión que tiene por el arte y su orgullo por ser pre, neo y post mexicanísimo.

Me gustaría finalizar con una cita más de Samuel Ramos que me parece está totalmente vinculada con la vida y la obra del maestro Froylán Ruiz que dice:

“He querido desde hace tiempo, hacer comprender que el único punto de vista justo en México es pensar como mexicanos. Parecerá que ésta es una afirmación trivial y perogrullesca. Pero en nuestro país hay que hacerla, porque con frecuencia pensamos como si fuéramos extranjeros, desde un punto de vista que no es el sitio en que espiritual y materialmente estamos colocados. Todo pensamiento debe partir de la aceptación de que somos mexicanos y de que tenemos que ver el mundo bajo una perspectiva única, resultado de nuestra posición en él”

* Texto leído por el autor en la presentación del libro FROYLÁN RUIZ, TATUAJES ETERNOS, OBRA GRÁFICA 1953-2021 en el Salón de la Plástica Mexicana, CDMX, agosto 26 de 2023.

 

 

 

 

La liturgia de Froylán Ruiz

La liturgia de Froylán Ruiz

Por René Velázquez de León *

 

Del lat. tardío liturgĭa, y este del gr. λειτουργα leitourgía; propiamente ‘servicio, ministerio’

1. f. Orden y forma con que se llevan a cabo las ceremonias de culto en las distintas religiones.

2. f. Ritual de ceremonias o actos solemnes no religiosos.

 

Neomexicanismos

En los ochentas del siglo pasado, a Froylán Ruiz le endilgaron el mote de neomexicanista, término despectivo contrario al arte prevaleciente de esa época, la época nice, popis, pirrurris. Los hijos de la revolución ya no querían ser revolucionarios, ni indigenistas, ni costumbristas, su anhelo cosmopolita renegó de la raíz. Desde los cincuentas la generación de La Ruptura, el término con el que fue bautizado el movimiento del arte del México del desarrollo estabilizador, “el milagro mexicano” que luego ya no fue, y que rompió con la estética nacionalista revolucionaria, representada principalmente por los muralistas. Los setentas llegaron y el país había avanzado hacia ese lugar utópico llamado “modernidad”: Los artistas habían cambiado a los pobres, los campesinos y ahora eran intelectuales burgueses sufridores de una realidad que nunca cazaba con sus ideales. Como respuesta a esa visión, el trabajo de Froylán Ruiz, entre otros, se refugió en esa corriente expresionista mexicanista, que abreva en la iconografía popular, pienso en Julio Galán, Nahum B. Zenil, o Enríque Guzmán, entre otros: esta corriente que viene desde José Guadalupe Posada, y pasa por Julio Ruelas, Dr. Atl, Francisco Goitia hasta nuestros días con dignos representantes de este neomexicanismo hoy día como como Daniel Lezama y Carlos Jaurena.

La obra de Froylán Ruiz traza una parábola que va de los pintores costumbristas del siglo XIX (Arrieta, Bustamante, et al) hasta el neo expresionismo mexicano (los ya citados Lezama y Jaurena) es una peregrinación espiritual a través del paisaje mexicano: pájaros, escarabajos, cráneos, muertos, juguetes, que actúan como personajes de una misa, el paisaje es un templo. Ruiz asume la creación como un rito, crea su propia mitología asentada en la tradición vernácula. El conjunto de su obra es un cosmos espiritual, religioso y naturalista, el sincretismo como leitmotiv.

Literalmente, los personajes vuelan en el lienzo, y aunque tienen una corporeidad, son etéreos. Los espacios abiertos dan cabida a sus obsesiones. La estética de Froylán Ruiz es la de la tradición, de la memoria y de la materialidad de los objetos.

 

La desaparición de los objetos

Hoy, 2023, en la era de lo virtual ,la desaparición de los objetos, de las cosas, es el zeitgest de nuestra época. La corporeidad es ya solo una ilusión, una idea in-abstracto sin referencia en la realidad. El filósofo coreano Byung Chul Han reflexiona:

“Las cosas son polos de reposo de la vida. En la actualidad, están completamente recubiertas de información. Los impulsos de información son todo menos polos de reposo de la vida.”

“Las cosas retroceden cada vez más a un segundo plano de atención. La actual hiperinflación de las cosas, que lleva a su multiplicación explosiva, delata precisamente la creciente indiferencia hacia las cosas. Nuestra obsesión no son ya las cosas, sino la información y los datos”.(1)

 

Un zepelin de plomo

La obra de Froylán vuela a contracorriente de esta noción, su gráfica es corpórea, material, pesada pero etérea, vuela en el lienzo. La imagen de algo pesado que vuela, me lleva a recordar la historia de dos jóvenes músicos en los sesentas, Jimmy Page y Robert Plant, virtuosos del blues y el rock, buscaban un nombre para su agrupación, querían que tuviera la resonancia de algo pesado pero que flotara, fue así que se les ocurrió el nombre de Led Zeppelin, (literalmente Zeppelin de plomo–lead) el resto ya lo conocen.

Aquí hago un paréntesis para contar una pequeña historia: Al iniciar este proyecto Carlos Jaurena me pidió que lo ayudará en el diseño de un libro del maestro Froylán Ruíz, como todo proyecto en ciernes, todavía no teníamos una idea clara de cómo abordarlo, pero teníamos claro que tenía que ser algo corpóreo, material, que no fuera fácil de perder y que funcionara como un arte-objeto. Por la diferencia de formatos llegamos a la conclusión que lo mejor es que fuera cuadrado, y el tamaño ideal el de un disco LP de vinilo (30 cm), así fue como nació la idea formal de Tatuajes eternos. El libro es conceptualmente la funda de un disco LP de los setentas, esos discos que todavía deambulan por ahí en mercados de viejo y en baúles perdidos en todas las casas. La era dorada del rock donde las fundas eran verdaderos viajes metafísicos, ya fuera un disco de Chico-che o alguna portada del grupo de rock progresivo Yes.

Todo esto me vuelve a llevar a Led Zeppelin y sus portadas de discos y música mística, y, para mí, encontrar un paralelismo en la obra de Froylán y del grupo inglés. Mientras Zeppelin encuentra su inspiración en las raíces del blues americano y la mitología celta, Froylán Ruiz abreva en la iconografía naturalista vernácula de un México pretérito, pero en ambos casos abordan su trabajo desde una perspectiva espiritual, ritual y naturalista, pero alejada de cualquier concepción religiosa preestablecida.

Termino diciendo que lo qué Froylán Ruiz nos propone a través de su obra es asistir a una misa, a un viaje místico a través de una liturgia personalísima y sui generis, que volemos en sus cuadros y soñemos con pájaros, calaveras, flores, iguanas, escarabajos y que al final del viaje el oficiante Froylán Ruiz nos dé la venia para ir en paz. Propongo que en este viaje, al hojear el libro, escuchar, de Led Zeppelin, Going to California y perdernos en el viaje místico de la música y el arte.

(1) – No-cosas. Byung Chul Han. Ed. Taurus. 2021

* Texto leído por el autor en la presentación del libro FROYLÁN RUIZ, TATUAJES ETERNOS, OBRA GRÁFICA 1953-2021 en el Salón de la Plástica Mexicana, CDMX, agosto 26 de 2023.

Tres historias de castigos divinos

Tres historias de castigos divinos

 

  1. Gitón (1)

El llamado Luis Gián, hijo de un pequeño comerciante de aceite en Niza, jamás había manifestado la más ligera devoción, contrariamente a los demás niños quienes, al menos durante la época de la primera comunión, daban prueba de emotiva piedad.

El vicario cojo de Santa Reparata le había dicho un día durante el catecismo, mientras limpiaba sus anteojos en su mugrosa sotana:—A ti Luis, te va a ir muy mal, porque eres falso. Al verte, pareces un ángel, pero en verdad, eres asqueroso como una chinche arrodillada. Te burlas de mí, lo sé y puedes hacerlo, pero, no se burla uno de Dios. Lo aprenderás algún día, antes de lo que crees.

Luis Gián había oído, de pie y con la vista gacha, el regaño del vicario. Pero, en cuanto éste le hubo dado la espalda, el impío remedó su cojera y canturreó:—Cinco y tres son ocho. Cinco y tres son ocho.

El joven nicense no se compuso. Hasta los catorce años se apareció muy poco por la escuela y se entregó al libertinaje bajo los puentes de Paillon y en el Castillo, primero con muchachitos de su edad, luego con niñas.

A los catorce años lo enviaron de aprendiz con un fabricante de camisas y dejó la vieja ciudad de Niza, con sus perfumes de frutas aromáticas a las que se mezclaban los olores de la carne cruda, pasta agria, bacalao y letrinas, para vivir en una tienda de la ciudad nueva. Desde los primeros días tanto el patrón como la patrona, buenos comerciantes al fin, se fijaron en él. De día no lo tenían desocupado ni un instante… de noche tampoco.

La patrona era pelirroja como una naranja, pero el patrón olía a pissala (2). Durante el carnaval, un ruso quincuagenario y meticuloso se robó a Luis Gián y le pidió que lo llamara “¡mi general!” mientras que él le decía “¡Ganímedes!”

Habiéndose percatado de la exigencia y avaricia del ruso, Luis le robó y lo abandonó.

Luego se prodigó a un turco brutal y goloso.

El turco, habiéndose arruinado en Monte Carlo, fue reemplazado por un americano. Luis Gián había caído en la cuenta que su fructuosa condición lo condenaba, como un mapamundi, a todas las nacionalidades.

Sin embargo no supo conservar en la fortuna aquella serenidad que es el privilegio de los virtuosos. Despreció a sus antiguos compañeros y pasaba junto a ellos sin parecer verlos. Éstos al principio pagaron desprecio con desprecio. Cuando se lo encontraban siempre hacían el ademán que consiste en colocar el brazo izquierdo en el ángulo del brazo derecho doblado y agitar el puño derecho cerrado. O también, cuando pasaba mimaban la obscena letra Z en un alfabeto mudo que emplean mucho los habitantes de Niza, Mónaco, Turbes y Mentón.

Al fin, la mala conducta de Luis Gián horrorizó al cielo, tanto como a sus antiguos compañeros. El que mea contra el viento, se moja la camisa; quiso Dios castigar con la ley del talión los pecados de Gitón.

Cuatro jóvenes, que en realidad no valían más que Luis Gián, lo esperaron una noche en que había ido solo al teatro. Se habían emborrachado con ese vino corso que lejos está de conservar la fama que tuvo en el siglo XVI; luego se escondieron y lo esperaron frente a la mansión donde el sodomizado vivía con un mórbido austriaco.

Cuando después de media noche, llegó Luis Gián, se arrojaron sobre él, lo amordazaron y, habiéndolo subido hasta la reja de la mansión, lo empalaron y huyeron dándose de manazos.

El empalado murió, quizá voluptuosamente. Era hermoso como Adonis. Las luciérnagas resplandecían a su alrededor…

 

 

2. La bailarina

Leí, hace mucho tiempo, de un viejo autor, este auténtico o legendario relato de la muerte de Salomé. No recargaré el cuento con palabras hebreas, ni descripciones exactas de trajes y palacios; son sofisticaciones que hubiesen dado al relato ese exotismo tan de moda hoy en día. La verdad es que mi ignorancia me impidió hacerlo; e incluso he conservado los mismos nombres que mis personajes tiene en nuestros evangelios.

Los que hicieron morir a San Juan Bautista fueron castigados. Herodías se prendó de la apetitosa flacura del penitente que invitaba a los hombres a bañarse. Aunque actuó como José en la casa de Putifar, Juan Bautista, el devorador de langostas, sin duda sintió deseos carnales, rápidamente reprimidos, hacia aquella que quería poseerlo. En cuanto Herodías, incestuosa según la ley judía, se hubo desposado con su cuñado Herodes Antipás, unos ligeros celos se mezclaron con los reproches hechos por el Bautista. Salomé, engalanada, emperifollada, jaspeada, pintada, bailó ante el rey y, excitando una voluntad doblemente incestuosa, obtuvo la cabeza del santo que a su madre había sido negada.

Herodías recibió en charola de oro la cabelluda cabeza de rostro barbado. Despertando de pronto su pasión, besó ardientemente los labios violáceos del Bautista degollado. Pero su resentimiento fue más fuerte y lo satisfizo perforando con agujas la lengua, los ojos y todas las partes del ensangrentado rostro. Cesó el sacrilegio con la muerte de Herodías quien, al seguir jugando con la preciosa cabeza, sucumbió según todos los indicios, tras una ruptura de aneurisma.

Esta orgullosa mujer no permaneció en el infierno. Forma parte de esas hordas de espíritus que pueblan los aires, y que, cuando son buenos, me gusta mucho llamarlos dioses. Entiendo por dios, desde luego, toda cosa sobre la cual el poder del hombre es nulo y no aquella alma del mundo que Espeusipo de Atenas fue el primero en creer que gobernaba al universo sin entendimiento. En las noches de tormenta, Herodías anunciada por el ulular de las lechuzas y el terror de los animales, conduce una fantástica cacería por encima de nuestros bosques.

Herodes Antipás, rey de Judea, cuyo poder equivalía al del sultán de Tunez en nuestros días, fue exiliado por Tiberio y murió desdichado en Lyon.

Salomé, cuya hermosa danza había cegado al rey, murió bailando; extraña muerte, envidiada por las bailarinas.

Esta dama bailó una vez durante una fiesta, en una terraza de mármol incrustada de serpentina de un procónsul. Éste se la llevó, al abandonar Judea, a una provincia bárbara del norte del Danubio.

Sucedió que, habiéndose perdido sola un día de invierno en la orilla del río helado, el hielo azulado la sedujo y se lanzó sobre el danzando. Como siempre, estaba ricamente ataviada y dorada por aquellas cadenas de minúsculas mallas como las que después hicieron los joyeros venecianos que se quedaban ciegos a los 30 años por la minuciosa labor. Danzó sin tiempo, mimando el amor, la muerte, la locura. Y, por cierto, parecía que algo de locura había en su gracia y su belleza. Según las actitudes de su flexible cuerpo, sus manos escribían mudos mensajes. Nostálgicamente, simuló los lentos movimientos de las recogedoras en los olivares de Judea, acuclilladas y enguantadas, cuando caen las aceitunas maduras.

Luego, con los párpados semi cerrados, intentó pasos casi olvidados: aquella sacrílega danza cuyo premio había sido, antaño, la cabeza del Bautista. De pronto, se quebró el hielo bajo sus pies y se hundió en el Danubio, de tal modo que, con el cuerpo en el agua, la cabeza permaneció encima del hielo que se volvió a juntar y a soldar. Algunos terribles gritos asustaron a los grandes pájaros de pesado vuelo y cuando la desdichada calló su cabeza parecía cortada y dispuesta en una charola de plata.

Llegó la noche, clara y fría; brillaban las constelaciones. Unos animales salvajes llegaron a oler a la moribunda que aún los miraba con terror. Por fin, en un último esfuerzo, apartó los ojos de las cosas terrestres para levarlos hacia las osas celestes y expiró.

Como una opaca gema, permaneció por mucho tiempo la cabeza sobre los lisos hielos que la rodeaban. La respetaron pájaros rapaces y bestias salvajes. Pasó el invierno. Luego, con el sol de pascua, llegó el deshielo y el cuerpo ataviado, incrustado de joyas, fue arrojado a una prilla para fatales podredumbres.

Algunos rabinos creen que el alma de Adán animó también a Moisés y a David. No dudo que la de Salomé haya habitado a la hija de Jefté, y que, sin dejar de viajar desde entonces, sobreviva en España, en Turquía, o quizá en las provincias del Danubio, en el cuerpo de una danzante de Kolo, esa obscena ronda que se puede llamar: la danza de las nalgas.

 

 

3. Los antojos

Hubo una vez, en Lyon, un fabricante de seda apellidado Gorene a quien sus padres, muy piadosos, pusieron el nombre de Gaetán porque había nacido el día de la huida del papa a Gaete.

Gaetán Gorene creció como buen católico. Heredó la gran fortuna de su padre y, una vez asumida la sucesión, tomó por esposa a una joven de su condición.

Sus bienes aumentaron; lo hacía feliz el matrimonio pero esa dicha no era completa. Habían pasado tres años y aún no tenía hijos.

Con la esperanza de un descendiente, hizo que su mujer siguiera las prescripciones de los más grandes médicos. La llevó en vano a los más famosos manantiales considerados como maravillosos contra la esterilidad.

Finalmente, percatándose que los medios humanos eran inútiles, con el acuerdo de su mujer, recurrió a la religión. Escuchó los consejos del confesor de su esposa. Pero la virtud de las más célebres peregrinaciones resultó vana y las más fervientes oraciones fueron inútiles.

El fabricante lionés ganó un número incalculable de días de indulgencia, pero su esposa permaneció igual de yerma que antes. Entonces blasfemó contra el cielo, puso en duda verdades religiosas y finalmente perdió la fe de sus padres. Este hombre presuntuoso no pudo soportar que la divinidad no le hiciera un milagro. Dejó de confesarse, de comulgar, de ir a los oficios religiosos y de hacer donativos a las obras pías que había mantenido hasta entonces.

Releyó la historia de Napoleón y llegó a pensar en repudiar a su esposa estéril, que seguía siendo piadosa a pesar de su marido. Sucedió entonces que un médico sin celebridad, pero altamente sabio, se enteró de la angustia del rico fabricante e inició el tratamiento; de un modo u otro logró poner en condición de recibir simiente a la tierra infecunda.

Gaetán Gorene creyó morir sofocado de alegría cuando su mujer le anunció un día que, gracias a diversos signos irrecusables, había descubierto su preñez e incluso esperaba no permanecer primeriza si este embarazo era llevado a feliz término. El fabricante confirmó así su impiedad y lo comentó a su mujer para alejarla de sus devotas prácticas.

La esposa, como buena cristiana, no dejó de contarlo todo a su confesor.

Era éste un cura robusto, en la fuerza de la madurez, terco en su fe; pensaba que todo estaba permitido para la llegada del reino de Dios. Se había enterado, con dolor, del escándalo causado por la irreligión del fabricante y, viendo el resultado obtenido por quienes habían seguido sus sinceros consejos, lo embargó el despecho. Comprendiendo que por el embarazo de la señora, Satán había sido el más fuerte, decidió traer al redil a la oveja descarriada.

En verdad, el cielo se cobró una deslumbrante venganza de la impiedad de Gaetán Gorene. Una noche de plegarias fue suficiente para inspirar al religioso una jugada que le salió redonda.

Un día de verano, enterado de que el marido, por sus negocios, estaba en Lyon y la mujer en el campo, el cura dejó la sotana y se vistió lo más mal que pudo, simulando ser un vagabundo, vendedor ambulante, pordiosero, mendigo, bellaco, holgazán o desarrapado, como se ve en todos los caminos.

Así vestido, se dirigió al pueblo donde la dama preñada, aburrida de estar sola, se asomaba a la ventana. Era un violento día de verano, un mediodía del que Pan, oculto entre las mieses, simboliza el aterrador y lujurioso celo.

El falso vagabundo se acercó al muro, bajo la ventana de la dama aburrida. Realizó un acto natural que no viene al caso nombrar y exhibió una mano de mortero, un bastón pastoral, una flauta de Robin, y, mejor aún, un ruiseñor tal y como muchas damas hubieran querido oírle cantar el kyrie eleison. La esposa, a pesar de su devoción, no se quedó indiferente y tuvo antojo de ser mortero de la mano, jaula del ruiseñor. Pero siendo honesta, no podía satisfacer su deseo. No obstante, es seguro que sintió comezón y se rascó.

Pese a ser negados por numerosos sabios, los fenómenos relativos a los antojos de las mujeres preñadas son ciertos, y también me parece cierto que la dama estaba esperando niña. Porque, algunos meses más tarde parió y cuando el marido, jadeante de emoción, quiso conocer el sexo del recién nacido, la comadrona alzando los brazos al cielo, exclamó: “¡Es un monstruo!” y el médico que la asistía dijo: “¡Es un hermafrodita!”

Después de este monstruoso suceso, poco faltó para que el rico fabricante enloqueciera de dolor. Admitió que todo llega por mano de Dios y se resignó, se hizo devoto, dio grandes sumas para las obras pías y fue ejemplo para todos por su devoción.

El cura, al enterarse de lo acontecido, soltó una fuerte carcajada, estalló, se revolvió, brinco, tosió y finalmente, fue a confesarse. Pero el sacerdote le negó la absolución y tuvo que ir a implorar por ella con el arzobispo.

El andrógino murió pronto. Gaetán, habiendo recuperado la fe, vivió feliz con su mujer y tuvieron muchos hijos.

 

1 personaje del Satiricón de Petronio: efebo mantenido por un homosexual (N. de T.)

2 Pescado salado (N. de T.)

 

GUILLAUME APOLLINAIRE. El Heresiarca y Cía. Joan Boldó i Climent, Editores. México 1989.

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