Cuestión de estilo

Cuestión de estilo

Por Hugo Álvarez Ravelo

Me gustaría abordar un tema que espero resulte de su interés y se trata de el estilo en el diseño y sería bueno empezar por preguntar ¿Un diseñador debería proponerse mantener un estilo propio que sea algo así como la impronta de su trabajo?

Antes que nada veamos cómo se define en el Diccionario de la Real Academia el concepto estilo:

estilo. (Del lat. stilus, y este del gr. στῦλος).

5. m. Manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un orador.

6. m. Carácter propio que da a sus obras un artista plástico o un músico.

Con estas definiciones como antecedente me pregunto ¿Cuál es la tarea principal de diseñador? A mi parecer, su trabajo debe centrarse en resolver un problema específico, ya sea que se trate de un asunto relacionado con la comunicación, el desarrollo de un aparato o un equipo, el diseño de una colección de temporada, la generación de una estrategia; sea cual sea el área de aplicación, deberá considerar todas las características, condiciones y requerimientos para tratar de brindar la mejor solución que, por supuesto, sea viable, oportuna, adecuada y pertinente y, si es creativa e innovadora, mucho mejor.

Pero qué pasa cuando en lugar de buscar las soluciones apropiadas para cada proyecto, nos empeñamos en diseñar todo en un estilo “hi-tec”, “ecológico”, o “romántico”; o a todo lo que diseñamos le agregamos los elementos que están más “trendy”, utilizando por ejemplo los cuadritos y las bolitas; o estilizamos la figura humana siempre de la misma manera; o incorporamos un elemento como el acero inoxidable a todo lo que hacemos, únicamente porque ese es el estilo que más nos gusta o el que dominamos, o peor aún, porque es el que está de moda. Lo que sucede entonces es que, como diseñadores, no estamos ofreciendo las soluciones más adecuadas, nos estamos repitiendo, no buscamos la innovación y evidentemente no estamos siendo creativos.

En este punto también me pregunto ¿Es correcto anunciar de la misma manera una obra de teatro y una mayonesa? ¿Realizar el diseño de una colección de playa con los mismos elementos que los que utilizamos para un traje formal? Yo digo que no.

No debemos olvidar que un diseño que es viable, oportuno, adecuado y pertinente, mantiene un equilibrio entre la forma, la función y el significado. En otras palabras, siempre se debe buscar la solución que resulte más apropiada para el problema planteado. Pienso que —aunque es posible encontrar condiciones similares entre un problema y otro— los proyectos nunca serán lo mismo, por lo tanto no es posible aplicar las mismas soluciones a todos, ni estilísticas, ni funcionales y mucho menos significantes.

Dejemos el asunto de los estilos para los artistas, pero ese es otro tema y otra discusión.

Un héroe hipocondriaco

Un héroe hipocondriaco

Por Jaime Muñoz de Baena

Martín Mercado era, aparentemente, un hombre común. Vivía con su esposa y su hijo en una modesta casa, todos los días se levantaba a trabajar, y con su sueldo de seis mil pesos mensuales pagaba rentas, colegiaturas, impuestos, luz y predial.

Sin embargo, detrás de esa fachada de ciudadano promedio, se escondía su verdadera identidad: Supermarket, héroe justiciero al servicio de la ciudadanía, con impresionantes poderes como visión de rayos X, fuerza sobrehumana y súper velocidades.

La única persona que conocía su secreto era Carmen, su amorosa, paciente y resignada esposa.

Una noche, Carmen subió apresurada a la habitación. Al abrir la puerta, se encontró a Martín parado frente a un espejo, completamente desnudo y observándose con detenimiento.

Amor dijo Carmen, necesitan tu ayuda en un par de incidentes. El primero es un asalto a una sucursal de Banamex, parece que…

Que se chinguen los de Banamex  interrumpió Martín sin dejar de mirarse en el espejo Me han estado despertando diario a las seis de la mañana para cobrarme la tarjeta de crédito. Por mí que los asalten diario y con intereses.

¿Qué haces?

Estoy usando mi visión de rayos X para detectarme ese tumor que me ha estado molestando.

¡No tienes ningún tumor! replicó Carmen poniendo los ojos en blanco ¿Cuántas veces te has revisado?

Algo tengo. Como que no me he sentido bien últimamente.

Bueno, dijo Carmen resignada, si no vas a ir a ayudar a los del banco, hay también una situación de rehenes en un edificio corporativo en Santa Fe.

Eso suena mucho más interesante.

Martín se metió al baño y en menos de dos segundos reapareció en la recámara enfundado en su flamante traje negro y antifaz rojo.

¿Me regalas un par de aspirinas? le preguntó a Carmen.

¡No! Y vete ya que no me gusta que llegues tan tarde.

Supermarket, capaz de derrotar a cincuenta delincuentes armados él solo, no le discutía a su mujer. Se ajustó la capa, bajó las escaleras de su casa, abrió la puerta y desapareció de manera fugaz.

Veinte segundos después, apareció frente a un enorme edificio de oficinas completamente acordonado por la policía.

¡Supermarket! Exclamó un policía al verlo Qué bueno que llegaste.

¿Cuál es la situación? preguntó Martín con voz ronca.

Hay cuatro hombres armados y tienen secuestrados a siete empleados en el tercer piso. Al parecer quieren algunos documentos confidenciales de la empresa.

Cuando el policía volteó de nuevo, Martín ya había desaparecido.

Al llegar al tercer piso, Martín entró a la oficina y sorprendió a los cuatro delincuentes revisando todos los archiveros.

¡Nadie se mueva! exclamó.

Rehenes y delincuentes voltearon sorprendidos a verlo.

¡Supermarket! gritaron todos.

Señores  les dijo Martín a los delincuentes, entréguenme sus armas por favor y nadie saldrá lastimado.

Los delincuentes se quedaron petrificados unos segundos y finalmente alzaron sus armas para dispararle a Martín.

Usando su súper velocidad, Martín golpeó y desarmó a cada uno de sus rivales sin que nadie pudiera disparar un solo tiro.

Los rehenes aplaudieron y vitorearon emocionados, mientras su héroe sometía a los cuatro delincuentes, y los alzaba en el aire con una sola mano.

Se los advertí les dijo Martín.

Los cuatro hombres forcejeaban y lo maldecían, cuando de pronto, uno de ellos soltó un sonoro estornudo.

Martín cerró los ojos, soltó a los delincuentes, y se cubrió la cara con ambas manos.

¡No contaba con esto! ¡Maldito, me has envenenado con tus gérmenes!

Los cuatro delincuentes y los rehenes lo miraron completamente anonadados.

Martín se revolcó en el suelo durante varios minutos, gimiendo y manoteando, hasta que finalmente, y con cara de aturdimiento se levantó.

Probablemente termine en el hospital dijo todavía tosiendo, pero eso no me impedirá entregarlos a la justicia.

Martín tomo entonces las pistolas de los criminales, y con su súper fuerza las trituró una por una usando sus manos.

¡Supermarket atrás de ti! gritó de pronto uno de los rehenes.

Pero cuando Martín volteó, un quinto delincuente ya le había disparado cinco veces en la espalda.

Todos los presentes miraban en silencio mientras Supermarket se tentaba la espalda y gritaba adolorido.

¡Me penetró una bala!

Eso es imposible Supermarket le dijo uno de los rehenes, estás hecho de acero.

No, esta vez sí entró dijo Martín, lo puedo sentir.

¡Las balas están ahí en el suelo! insistió el rehén ¡Todas te rebotaron!

Pues hubo una que si entró.

No tienes ni una sola herida Supermarket dijo entonces el delincuente que le había disparado Te estás imaginando cosas.

¿Por qué todo el mundo me tiene que llevar la contra? gritó molesto Martín Es mi cuerpo y yo sé cómo me siento.

Y dicho esto, se tumbó en una silla y agregó suspirando:

¿Alguien me regala una aspirina?

Una mujer sacó un bote de Tylenol y se lo entregó a Martín ante la mirada perpleja de todos los presentes.

¡Que pinche día! exclamó Martín antes de tomarse las pastillas.

Todos se miraron con cara de aburrimiento.

Además últimamente he traído unos dolores de espalda brutales continuóY estoy convencido de que soy alérgico a la pasta de dientes y a los ejotes, siempre que me como uno me siento como si…

Perdón Supermarket interrumpió uno de los delincuentes, visiblemente incómodo e impaciente ¿Sería mucha molestia que nos entregaras a la policía?

Sí yo también tengo varias cosas que hacer dijo otro de los rehenes.

¿Podrían bajar a entregarse ustedes solos? preguntó Martín Me quiero quedar aquí un ratito porque creo que se me está bajando un poco la presión y como que me quiere dar migraña.

Los delincuentes lo miraron incrédulos durante varios segundos. Finalmente, ellos mismos desataron a los rehenes y todos comenzaron a salir de la oficina.

Martín acomodó dos sillas, se acostó, y antes de que saliera la última persona dijo:

¿Les encargo que me apaguen la luz? Soy muy sensible a estos focos blancos de oficina.

El último de los rehenes suspiró resignado y apagó la luz, dejando a al heroico Supermarket en total oscuridad.

Lo mejor y lo peor/ Charles Bukowski*

Lo mejor y lo peor/ Charles Bukowski*

Los hospitales y las cárceles

es lo peor

los manicomios

es lo peor

los áticos

es lo peor

los hoteluchos ruidosos

es lo peor

los recitales de poesía

los conciertos de rock

a beneficio de minusválidos

es lo peor

los funerales

las bodas

es lo peor

los desfiles

las pistas de patinaje

las orgías sexuales

es lo peor

la medianoche

las 3 de la madrugada

las 5:45 de la tarde

es lo peor.

Caer del cielo

los pelotones de ejecución

eso es lo mejor

pensar en la India

mirar los puestos de palomitas

ver al toro coger al matador

eso es lo mejor

las bombillas en cajas

un viejo perro escarbando

los cacahuates en una bolsa de papel

eso es lo mejor

pulverizar cucarachas

un par de calcetines limpios

el valor natural que vence al talento natural

eso es lo mejor

de pie frente a los pelotones de ejecución

echar migas a las gaviotas

cortar tomate en rodajas

eso es lo mejor

alfombras con quemaduras de cigarrillos

grietas en las aceras

camareras todavía sensatas

eso es lo mejor

mis manos muertas

mi corazón muerto

silencio

adagio de rocas

el mundo en llamas

eso es lo mejor

para mí.

* CHARLES BUKOWSKI ANTOLOGIA. Prólogo y traducción de textos de Umberto  Cobo. Arquitrave Editores, 2004

LOS DIOSES CREADORES

LOS DIOSES CREADORES

Por Alfonso Caso*

Dos son los dioses que alternativamente han creado las diversas humanidades que han existido: Quetzalcóatl, el dios benéfico, el héroe descubridor de la agricultura y de la industria, y el negro Tezcatlipoca, el dios todopoderoso, multiforme y ubicuo, el dios nocturno, patrono de los hechiceros y de los malvados. Los dos dioses combaten y su lucha es la historia del universo; sus triunfos alternativos son otras tantas creaciones.

Las tradiciones no están de acuerdo en el orden que deben seguir las diversas creaciones. Según una de ellas, la primera época del mundo o Sol se inicia así:

Tezcatolipoca, el nocturno, el que tiene por nahual o disfraz el tigre, cuya piel manchada semeja el cielo con los enjambres de estrellas, fue el primero que hizo el sol y empezó la era inicial del mundo. Los primeros hombres fueron entonces los gigantes, que habían sido creados por los dioses y no sembraban ni cultivaban la tierra, sino que vivían comiendo bellotas y otras frutas y raíces silvestres. Tezcatlipoca era también la constelación de la Osa Mayor, que a los aztecas se les figuraba un tigre, y cuando gobernaba el mundo como sol que era, su enemigo Quetzalcóatl le dio un golpe con un bastón y cayó al agua transformándose en tigre y se comió a los gigantes, quedando despoblada la tierra y sin sol el universo. Esto ocurrió en el día llamado “4. Tigre”.

Quezalcóatl se hizo entonces sol y lo fue hasta que el tigre Tezcatlipoca lo derribó de un zarpazo. Se levantó entonces gran viento y todos los árboles fueron derribados y la mayor parte de los hombres perecieron, pero algunos quedaron convertidos en monos; es decir, en hombres disminuidos. Esto sucedió en el día “4. Viento”. Los hombres sólo comían entonces piñones de los pinos o acocentli.

Los dioses creadores pusieron entonces por sol al dios de la lluvia y el fuego celeste, Tláloc, pero Quezalcóatl hizo que lloviera fuego y los hombres perecieron o quedaron convertidos en pájaros. Esto sucedió en el día “4. Lluvia”. La comida de los hombres durante esta edad era una semilla llamada acecentli o sea “maíz de agua”.

Entonces Quezalcóatl puso por sol a la hermana de Tláloc, la diosa Chalchiuhtlicue, “la de las faldas de jade”, diosa del agua, pero fue quizá Tezcatlipoca el que hizo que lloviera con tal fuerza, que la tierra se inundó y perecieron los hombres o fueron transformados en peces. Esto sucedió en el día llamado “4. Agua”. Durante esta edad comían cencocopi o teocentli.

El cielo, que es de agua, cayó sobre la tierra y fue menester que Tezcatlipoca y Quezalcóatl lo levantaran para que empezara a aparecer ésta; por eso vemos a Quezalcóatl sosteniendo al cielo con sus manos, en el Códice de Viena.

Siguiendo otras tradiciones, la primera destrucción debía haberse hecho por el agua, y los hombres quedaron convertidos en peces, la segunda por el fuego y los hombres quedaron convertidos en aves, la tercera por el viento y los hombres quedaron convertidos en monos, y la cuarta y última por los tigres que se comieron a los gigantes, quedando entonces despoblada la tierra. En favor de esta tradición tenemos el hecho de que los gigantes, llamados quinametzin, se mencionan ya en las tradiciones históricas habitando la tierra y aun peleando con los hombres, principalmente en la region de Tlaxcala.

Por otra parte, la destrucción por el agua, fuego, aire y tigres, y la conversión de la humanidad en peces, aves, monos y gigantes, parece ya señalar una idea no de evolución, pero si de progreso en los diversos ensayos que hacen los dioses, idea que también se encuentra, como vamos a verlo, en las tradiciones de otros pueblos de Mesoamérica, así que en el primer ensayo la humanidad se transformaría en peces, y en el segundo en aves; en el tercero, el intento de crear a la humanidad resultaría también fallido, pero los hombres ya quedarían convertidos en monos, mientras que en el cuarto intento ya eran hombres, sólo que con características de bárbaros, que no sembraban y que vivían, como dice la tradición, de comer bellotas y raíces.

Del mismo modo las diversas plantas que se citan como comida  de la humanidad van acercándose progresivamente al ideal de alimentación del indio mesoamericano que, casi es inútil decirlo, está representado por el máiz. En efecto, la última planta citada, el cencocopi, no es otra cosa que el teocentli, planta tan semejante al maíz, que se ha llegado a considerar que es el antepasado Silvestre  de esta gramínea, o bien, según las últimas investigaciones, una de las plantas que por hibridación ha engendrado el máiz actual. A veces se citan sólo los nombres esotéricos de los alimentos de las humanidades pretéritas; así las bellotas se llamaban “7. Hierba”; el acocentli se llamaba “12. Serpiente”; el acecentli (Milium) se llamaba “4. Flor” y el teocentli, “7. Pedernal”; mientras que el maíz actual se llamaba “7. Serpiente”.

Había en la idea de las múltiples creaciones, además de ese sentimiento de ensayo divino, que los dioses destruyen por imperfecto, la idea de que los mundos que se van creando se van acercando a la perfección.

Para el azteca, en consecuencia, no todo tiempo pasado fue mejor; la edad de oro no hay que colocarla en el principio de las cosas, sino que son los dioses los que al ir ensayando sus múltiples creaciones lograron encontrar al fin la solución que los lleva a la creación de una humanidad perfecta y un alimento perfecto.

Concuerda en gran parte esta idea de las múltiples creaciones con los mitos que nos han quedado de los quichés, pues en su libro sagrado, el Popol Vuh, se relata que el creador hizo varios intentos antes de realizar su obra perfecta. Así se crearon primero los venados y la aves; pero, como no pudieron elevar al cielo sus plegarias, fueron condenados y sus “carnes serán molidas entre los dientes”. La segunda creación fue de hombres de barro, la tercera de hombres de madera, pero tuvieron que ser destruídos porque carecían de corazón y no podían alabar a los dioses. Sólo cuando éstos emplearon la semilla del maíz para construir el cuerpo del hombre, éste pudo vivir, y los cuatro hombres construídos con maíz pudieron al fin dar gracias a los dioses por su creación.

También aquí encontramos la idea de que los dioses exigen de los hombres un culto constante, y que la creación no es un don gracioso hecho al hombre por el dios, sino un compromiso que implica la obligación de una adoración continua por parte del hombre.

El mito quiché, como el mito azteca, indica además que para estos pueblos los bárbaros que no sembraban máiz y que no tenían el culto organizado de las grandes teocracias centroamericanas eran como remedos de hombres que tenían que ser destruídos, pues no había aparecido para ellos el alba de la cultura, según se expresa en el Popol Vuh, y vemos también que la idea de las creaciones múltiples es, como entre los aztecas, la expresión de ensayos progresivos que hacen los dioses, creando primero los animals y ensayando después materias más y más nobles, hasta dar con el maíz, que es aquí otra vez la sustancia divina de la que está formado el cuerpo del hombre.

Después que se destruyó la última humanidad –sea por el agua como lo quiere una de las tradiciones, o porque los dioses acabaron con los gigantes como lo quiere la otra–, es de todos modos cierto que el Sol se había perdido en la catástrofe, y que no había quien iluminara el mundo. Entonces se reunieron los dioses en Teotihuacán y determinaron que uno de ellos se sacrificara y se convirtiera en Sol.

Dos dioses se prestaron para ese sacrificio, uno de ellos, rico y poderoso, se preparó ofreciendo al padre de los dioses bolas de copal y liquidámbar, y en vez de espinas de maguey, tintas en su propia sangre, ofrecía espinas hechas de preciosos corales. El otro dios, pobre y enfermo, no podia ofrecer más que bolas de heno y las espinas de maguey teñidas con la sangre de su sacrificio.

Cuatro días seguidos ayunaron y se sacrificaron los dioses que iban a intentar la prueba, y al quinto todas las deidades se colocaron en dos filas, al final de las cuales se encontraba el brasero sagrado, en el que ardía un gran fuego, para que se arrojaran los que habían de intentar la prueba y salieran para alumbrar con su brillo el mundo. El dios pobre y el dios rico se prepararon para intentarla. Tocó el primer lugar al rico, como más poderoso, pero aun cuando se lanzó tres veces siempre se detuvo al borde de la hoguera sin atreverse a dar el salto.

Probó entonces el desvalido su valor, y cerrando los ojos dio un salto y cayó en medio del brasero divino que alzó  gran llama. Cuando ésta se apagaba, el rico, avergonzado de su pusilanimidad se arrojó a la hoguera y se fue consumiendo. También el tigre entró en las cenizas y salió con la piel manchada, y el águila también entró, y por eso tiene las plumas de la cola y de las alas ennegrecidas.

Los dioses que se habían sacrificado habían desaparecido, pero el astro no se mostraba aún y las otras deidades inquietas se preguntaban por dónde aparecería. Por fin salió el Sol y casi inmediatamente brotó la Luna, que brillaba tanto como el primero. Los dioses indignados por su osadía le dieron en el rostro un golpe con un conejo, déjàndoles esta señal que aún conserva, pues para el azteca las manchas de la Luna representan la figura de un conejo.

Pero el Sol no se movía; estaba en la orilla del cielo y no parecía dispuesto a hacer su camino. Preguntáronle entonces el motivo las deidades, y la respuesta fue terrible. El Sol exigía el sacrificio de los otros dioses ; es decir, de las estrellas. Uno de ellos, el planeta Venus, le lanzó una flecha para herirlo, pero el Sol la tomó y con la misma flecha lo dejó muerto, siguiendo después los otros dioses y muriendo al final Xólotl, el hermano gemelo de Venus, que es a veces la primera y otras la última estrella que desaparece entre los rayos del Sol. Pero como Xólotl, además de ser el dios de los gemelos y por esta misma razón el dios de los monstruos, era un extraordinario hechicero, su muerte no fue tan sencilla, pues se transformó primero en maguey doble que se llama mexólotl, y en el máiz doble y en muchas otras cosas dobles o monstruosas, y por ultimo se transformó en el axólotl o “ajolote” que vive en el agua, y allí lo mató el Sol.

Pero en el mito azteca de la creación de los soles hay una idea que no encontramos en el libro quiché; la de que este quinto Sol que actualmente nos alumbra también ha de acabar como los otros y que su fin lo han de causar los terremotos en un día llamado “4. Temblor”.

Esta catástrofe se esperaba que ocurriera precisamente al terminar un siglo indígena de 52 años. Llegada la noche de ese día,  se apagaban todos los fuegos en la ciudad y se encaminaban los sacerdotes en procesión, seguidos por el pueblo, hasta un templo que estaba en la cumbre del cerro de la Estrella, cerca de Iztapalapa. Llegados allí,  esperaban hasta la medianoche, y si una estrella, con la que ellos tenían su cuenta, que probablemente era Aldebarán o el conjunto de la Pléyades o “Cabrillas”, pasaba en su curso por lo que ellos consideraban  que era el medio del siglo, quería decir que el mundo no terminaría, y que el Sol saldría a la mañana siguiente, para combatir contra los poderes nocturnos. Pero si Alderabán, llamado Yohualtecuhtli, no hubiera pasado del medio del firmamento en esa noche, entonces las estrellas y los planetas, los tzitzimime, habrían bajado a la tierra y convertidos en fieras espantables devorarían a los hombres, antes que los terremotos arruinaran al Sol.

Por eso cuando Aldebarán pasaba el meridiano, se encendía el fuego y con gran alegría se llevaba a los templos locales y de allí a los hogares, indicando en tal forma que los dioses se habían apiadado de la humanidad y le concedían un siglo más de vida.

Nótese cómo el fin de cada época, en la leyenda de los soles, acaece precisamente en un día que tiene el numeral 4; lo que también sucede con las épocas mayas, pues precisamente la anterior a la actual terminó, según los mayas, con un día de nombre “4. Ahau”, y la época que había precedido a ésta también terminó con otro día que llevaba el mismo nombre.

*Alfonso Caso, EL PUEBLO DEL SOL. Fondo de Cultura Económica, Colección Popular. México, Tercera reimpresión 1978.

La nacionalidad mexicana

La nacionalidad mexicana

Por Jorge Cuesta *

¿Es México una verdadera nación? Esta pregunta se le ocurre al lector del libro de Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, que hace pocos días apareció. No se trata de una crítica sistemática, sino de una serie de ensayos. Pero cada uno de ellos está enfocado con el mismo propósito: analizar el contenido de nuestra nacionalidad.  Y aunque se limitan a plantear la cuestión y no formulan una conclusión extrema, el lector se ve necesariamente conducido a confrontar el hecho de que la nacionalidad mexicana es una noción que corre el riesgo de carecer de objetividad por lo mucho que le basta un sentimiento superficial para mantenerse a flote.

— El nacionalismo es una idea europea que estamos empeñados en copiar. ¿Hasta qué punto corresponde en México a una realidad? ¿Hasta qué punto es una fantasía, un puro producto de la imitación de lo europeo?— No es este el problema, estrictamente, el que Ramos se propone, sino el que el lector examina después de que Ramos despoja a nuestra idea nacional de algunas falsedades con que acostumbra ocultar su verdadera naturaleza. Pero ya en el momento en que ésta debería mostrarse a los ojos, lo que el lector considera es que, acaso, la verdadera naturaleza de nuestra idea nacional está en su carácter convencional y ficticio.

El aspecto paradójico del problema puede causar confusión en más de un espíritu simple. Pues he aquí que se acusa de extranjerizante, precisamente al nacionalismo mexicano. Pero sólo un espíritu simple o uno de mala fe puede desconocer la seriedad filosófica con que Samuel Ramos aborda la cuestión. Lo que consigue, en efecto, no es causar, sino deshacer una confusión que se ha mostrado peligrosa. Al día siguiente de nacida, la nación mexicana entró en un caos social. Se ha revelado en esto, sin duda, una inadaptación de las ideas a la realidad, una inconformidad, si puede decirse así, de la nación consigo misma.

Por ejemplo —escribe Ramos— cuando es promulgada una constitución, la realidad política tiene que ser apreciada a través de aquélla, pero como no coincide con sus preceptos, aparece siempre como inconstitucional.  El lector debe hacerse cargo bien de lo que queremos decir. Si la vida se desenvuelve en dos sentidos distintos, por un lado la ley y por otro la realidad, esta última será siempre ilegal; y cuando en medio de esta situación abunda el espíritu de rebeldía ciega, dispuesta a estallar con el menor pretexto, nos explicamos la serie interminable de “revoluciones” que hacen de nuestra historia en el siglo xx un círculo vicioso.

De acuerdo con las observaciones de Ramos, el carácter “revolucionario” de la historia de México ha sido originado por un desacuerdo entre la “realidad mexicana” y las ideas europeas a que han querido amoldarla constantemente las clases dirigentes del país. Nuestra tradición, nuestro carácter originales se han visto contradichos inmediatamente por las normas culturales importadas de Europa, sólo por esta razón: como la primera de estas normas, a que todas las demás están subordinadas, ha  sido la idea nacional, ha resultado que, tratando de expresar una nacionalidad mexicana, se ha desconocido y falsificado nuestro carácter auténtico, que no es el carácter de una nacionalidad. La nación mexicana ha tenido una existencia puramente convencional y política; no obedece a una razón constitucional verdadera. Y por eso, al haberse dado la idea europea de nación como la constitucional de ella, toda la vida de México ha adquirido un carácter ilícito y clandestino, como Ramos lo comprueba, gracias al cual se ha creado en la conciencia mexicana un malestar profundo, que estalla a cada momento en expresiones violentas y desastrosas.

Se entiende mejor el problema si se considera el carácter histórico de los nacionalismos europeos, que no han correspondido tan sólo a una voluntad política de los estados, sino que se han encontrado provistos de un contenido tradicional en todos los órdenes de la cultura. Por mucho que se hable de una sola cultura europea, no puede desconocerse el hecho histórico de que esta cultura aparece concretamente en la forma de cultura nacional. Cada una de ellas es, a su modo, una integración de las demás; cada una de ellas aspira a la universalidad; cada una de ellas aspira a ser la expresión más cabal de “Europa”; pero sin perder el carácter nacional de su tradición. Hasta cuando se ha concebido la creación de una “nación europea”, aparte de que el nacionalismo, aun de un modo contradictorio, se ha infiltrado en la idea continental, no se ha pretendido con ello la refundición de las nacionalidades en una sola unidad cultural, sino, por el contrario, el equilibrio y la conservación de las diferencias nacionales.

Ahora bien, en México la nacionalidad tiene un sentido exclusivamente intelectual, que no corresponde a una individualidad de la cultura ni a una necesidad de ella. Han sido penosamente estériles todos los esfuerzos para dar a la idea política de la nación mexicana una razón tradicional profunda. Ni siquiera es española la tradición política de México, sino antiespañola. De aquí que hasta ridículas aparezcan muchas de las tentativas por dotar a México de un arte y una literatura “nacionales”. La idea más infecunda en el arte y la literatura mexicanos ha sido la idea nacional. Las obras nacionalistas no han logrado otra cosa que imitar servilmente a los nacionalismos de Europa. El nacionalismo mexicano se ha caracterizado por su falta de originalidad, o, en otras palabras, lo más extranjero, lo más falsamente mexicano que se ha producido en nuestro arte y nuestra literatura, son las obras nacionalistas. Como una ironía del destino, encontramos que en el momento en que más “nacionales” hemos sido es cuando nos hemos falsificado más.

Las consecuencias de este error sentimental han sido funestas en la vida de México. Además de las que señala Ramos en los órdenes psicológico y moral, pueden señalarse muchas por lo que respecta a lo político y a lo económico. La idea de que debemos tener, al igual que las naciones genuinas, una economía nacional, se ha revelado particularmente ruinosa, creando barreras para la importación de capitales más baratos que el capital “nacional”; cerrando las puertas a la inmigración, y obligándonos a consumir , como artículos “nacionales”, artículos falsificados. Es una idea corriente en el mercado mexicano, que los productos nacionales son generalmente una imitación, una falsificación de los extranjeros. He aquí también a la nacionalidad como causa de una falsificación. Pues nuestra tradición económica tampoco es una tradición nacional. Y en desconocer este hecho, pensando que, como nación que somos, somos una nación europea, sólo estamos impidiendo que la “nacionalidad” mexicana se realice con su valor histórico original.

Nuestro sentimiento “nacional», para no destruirse así mismo, tendrá que escuchar la voz de Samuel Ramos y renunciar a vivir de la imitación de lo europeo, que es lo mismo que la imitación de la nacionalidad. Crear artificialmente un arte, una literatura, una moral, una economía nacionales,  es como en México se está corriendo el riesgo de vivir con una nacionalidad artificial y ficticia. “El principio de las nacionalidades —dice Ángel Sánchez Rivero—  tiene históricamente sentido en cuanto crea organismos vitales; no lo tiene si se convierte en un factor disolvente o en un obstáculo.” Pues “ la historia no respeta más que aquellas formas capaces de eficiencia creadora”. Y el principio de la nacionalidad mexicana no será una forma capaz de eficiencia creadora mientras sea una pura capacidad de imitación.

El libro de Samuel Ramos nos lo hace ver con una claridad que sólo a los espíritus reaccionarios podrá confundir. El pensamiento mexicano ha producido pocas obras tan auténticamente revolucionarias como El perfil del hombre y la cultura en México. Sólo después de este libro, la nacionalidad mexicana podrá tener una conciencia fecunda de su verdadera significación.

El Universal, 1ª sección, febrero 5 de 1935. P.3.

*JORGE CUESTA. Poesía y crítica. Lecturas Mexicanas 31. Dirección General de Publicaciones del CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES. 1991

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