Romance /Lope de Vega

Romance /Lope de Vega

A mis soledades voy,

de mis soledades vengo,

porque, para andar conmigo,

me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea

donde vivo y donde muero,

que, con venir de mi mismo,

no puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento

que un hombre que todo es alma

está cautivo de su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,

y, solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento,

que humildad y necedad

no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,

porque en él y en mi contemplo,

su locura, en su arrogancia,

mi humildad, en mi desprecio.

O sabe Naturaleza

más que supo en este tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos.

“Sólo sé que no sé nada”,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad,

adonde lo más es menos.

No me precio de entendido;

de desdichado me precio;

que, los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,

porque dicen, y lo creo,

que suena a vidrio quebrado

y que ha de romperse presto.

Señales son del Juicio,

ver que todos le perdemos,

unos por carta de más,

otros por carta de menos.

Dixeron que antiguamente

se fue la Verdad al cielo;

tal la pusieron los hombres,

que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos

los propios y los ajenos:

la de plata los extraños,

y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,

si es español verdadero,

ver los hombres a lo antiguo

y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos,

y quéxanse de los precios

de medio arriba, romanos,

de medio abaxo, romeros.

Dijo Dios que comería

su pan el hombre primero

en el sudor de su cara

por quebrar su mandamiento;

y algunos, desobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efetos.

Virtud y Filosofía

peregrinan como ciegos;

el uno se lleva al otro;

llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento:

la mejor vida, el favor;

la mejor sangre, el dinero.

Oigo tañer las campanas

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces

haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros,

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua

que no lo fueron sus dueños.

¡Oh! ¡Bien haya quien lo hizo!;

porque solamente en ellos de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños.

Fea pintan a la envidia;

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas, ni cuentos,

cuando quieren escribir,

piden prestado el tintero.

Sin ser pobres y sin ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones, ni pelitos.

Ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca como yo firmaron

parabién, ni Pascuas dieron.

Con esta envidia que digo,

y lo que passo en silencio,

a mis soledades voy,

de mis soledades vengo.

 

Lope de Vega (1562-1635)

Carlos González Peña. EL JARDÍN DE LAS LETRAS. Editorial Patria, 1958

 

 

Tres poemas de Neruda

Tres poemas de Neruda

Si tú me olvidas

Quiero que sepas
una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.

Publicado en LOS VERSOS DEL CAPTÁN, en 1963

 

No es necesario

No es necesario silbar

para estar solo,

para vivir a oscuras.

 

En plena muchedumbre, a pleno cielo,

nos recordamos a nosotros mismos,

al íntimo, al desnudo,

al único que sabe cómo crecen sus uñas,

que sabe cómo se hace su silencio

y sus pobres palabras.

hay Pedro para todos,

luces, satisfactorias Berenices,

pero, adentro,

debajo de la edad y de la ropa,

aún no tenemos nombre,

somos de otra manera.

No sólo por dormir los ojos se cerraron

sino para no ver el mismo cielo.

Nos cansamos de pronto

y como si tocaran la campana

para entrar al colegio,

regresamos al pétalo escondido,

al hueso, a la raíz semisecreta

y allí, de pronto, somos,

somos aquello puro y olvidado,

somos lo verdadero

entre los cuatro muros de nuestra única piel,

entre las dos espadas de vivir y morir.

Publicado en MEMORIAL DE ISLA NEGRA, 1964

 

 

El largo día jueves

Apenas desperté reconocí

el día, era el de ayer,

era el día de ayer con otro nombre,

era un amigo que creí perdido

y que volvía para sorprenderme.

 

Jueves, le dije, espérame,

voy a vestirme y andaremos juntos

hasta que tú te caigas en la noche.

Tú morirás, yo seguiré

despierto, acostumbrado

a las satisfacciones de la sombra.

 

Las cosas ocurrieron de otro modo

que contaré con íntimos detalles.

 

Tardé en llenarme de jabón el rostro

—qué deliciosa espuma

en mis mejillas—

sentí como si el mar me regalara

blancura sucesiva,

mi cara fue sólo un islote oscuro

rodeado por ribetes de jabón

y cuando en el combate

de las pequeñas olas y lamidos

del tierno hisopo y la afilada hoja

fui torpe y de inmediato

malherido,

malgasté las toallas

con gotas de mi sangre,

busqué alumbre, algodón, yodo, farmacias

completas que corrieron a mi auxilio:

sólo acudió mi rostro en el espejo

mi cara mal lavada y mal herida.

 

El baño

me incitaba

con prenatal calor  a sumergirme

y acurruqué mi cuerpo en la pereza.

 

Aquella cavidad intrauterina

me dejó agazapado

esperando nacer, inmóvil, líquido,

substancia temblorosa

que participa de la inexistencia

y demoré en moverme

horas enteras,

estirando las piernas con delicia

bajo la submarina caloría.

 

Cuánto tiempo en frotarme y secarme,

cuánto una media después de otra media

y medio pantalón y otra mitad,

tan largo trecho me ocupó un zapato

que cuando en dolorosa incertidumbre

escogí la corbata, y ya partía

de exploración, buscando mi sombrero,

comprendí que era demasiado tarde:

la noche había llegado

y comencé de nuevo a desnudarme,

prenda por prenda, a entrar entre las sábanas,

hasta que pronto me quedé dormido.

 

Cuando pasó la noche y por la puerta

entró otra vez el Jueves anterior

correctamente transformado en Viernes

lo saludé con risa sospechosa,

con desconfianza por su identidad.

Espérame, le dije, manteniendo

puertas, ventanas plenamente abiertas,

y comencé de nuevo mi tarea

de espuma de jabón hasta sombrero,

pero mi vano esfuerzo

se encontró con la noche que llegaba

exactamente cuando yo salía.

Y volví a vestirme con esmero.

 

Mientras tanto esperando en la oficina

los repugnantes expedientes, los

números que volaban al papel

como mínimas aves migratorias

unidas en despliegue amenazante.

Me pareció que todo de juntaba

para esperarme por primera vez:

el nuevo amor que, recién descubierto,

bajo un árbol del parque me incitaba

a continuar en mí la primavera.

 

Y mi alimentación fue descuidada

día tras día, empeñado en ponerme

uno tras otro mis aditamentos,

en lavarme y vestirme cada día.

Era una insostenible situación:

cada vez un problema la camisa,

más hostiles las ropas interiores

y más interminable la chaqueta.

 

Hasta que poco a poco me morí

de inanición, de no acertar, de nada,

de estar entre aquel día que volvía

y la noche esperando como viuda.

 

Ya cuando me morí todo cambió.

 

Bien vestido, con perla en la corbata,

y ya exquisitamente rasurado

quise salir, pero no había calle,

no había nadie en la calle que no había,

y por lo tanto nadie me esperaba.

 

Y el Jueves duraría todo el año.

Publicado en MEMORIAL DE ISLA NEGRA, 1964

Decálogo para el cuentista /Horacio Quiroga

Decálogo para el cuentista /Horacio Quiroga

1.- Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov— como en Dios mismo.

2.- Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

3.- Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

4.- Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

5.- No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

6.- Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

7.- No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

8.- Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

9.- No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

10.- No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

 

Cuatro Poemas en prosa de César Vallejo

Cuatro Poemas en prosa de César Vallejo

NO VIVE YA NADIE…

—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.

 

Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida.

 

Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa. Las funciones y los actos se van de la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o arrastrándose. Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en gerundio y en círculo. Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que continúa en la casa, es el sujeto del acto.

 

 

EL MOMENTO MAS GRAVE DE LA VIDA

 

Un hombre dijo:

—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla de Marne, cuando fui herido en el pecho.

 

Otro hombre dijo:

—El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual me salvé milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.

 

Y otro hombre dijo:

—El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.

 

Y otro dijo:

—El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.

 

Y otro dijo:

—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.

 

Y otro dijo:

—El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.

 

Y el último hombre dijo:

—El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.

 

 

VOY A HABLAR DE LA ESPERANZA

 

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

 

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que ya no tuvo causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es el del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

 

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

 

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres e hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

 

 

HALLAZGO DE LA VIDA

 

¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

 

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

 

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que yo no lo conozco y que debemos de empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

 

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a este caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en Un mundo absolutamente inconocido.

 

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.

 

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: “Si la muerte hubiera sido otra…” Nunca sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.

 

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.

 

 

CÉSAR VALLEJO. Poesía completa. Premià Editora. la nave de los locos. Octava edición, 1988.

DESPISTES Y FRANQUEZAS

DESPISTES Y FRANQUEZAS

 

A bud y claribel

i

La política es una forma del amor, pero no viceversa; por algo en el amor es mucho más fácil tener el corazón caliente que la cabeza fría.

 

ii

El hombre bueno casi siempre se aburre de sus rencores. Pero siempre hay un rencor que confirma la regla.

 

iii

La muerte es una traición de Dios.

 

iv

¡Si uno conociera lo que tiene, con tanta claridad como conoce lo que le falta!

 

v

Cuando una mujer dice: “Todo tu cuerpo es corazón”, es porque todo su cuerpo es corazón.

 

vi

Desde que los hijos educan a los padres, se acabaron los complejos de Edipo.

 

vii

El pan nuestro de cada día provoca gases y malas digestiones.

 

viii

Cuando sueño contigo no hablo sino que canto en sueños.

 

ix

Cuando parece que la vida imita al arte, es porque el arte ha logrado anunciar la vida.

 

x

Los Otros que invento son confidencias sobre aquello que desgraciadamente no me ocurre.

 

xi

La generosidad es el único egoísmo legítimo.

 

xii

Epitafio para un vanidoso: “Bah . . . “

 

xiii

La soledad es también un homenaje al prójimo.

 

xiv

El inconveniente de la autocrítica es que los demás pueden llegar a creerla.

 

xv

Los Otros que invento dicen a veces cosas que yo no habría dicho ni aunque fuera otro.

 

xvi

No es que uno cambie, sino que el espejo no tiene memoria.

 

xvii

No seamos sectarios: la infancia es a veces un paraíso perdido. Pero otras veces es un nfierno de mierda.

 

xviii

Un torturador no se redime suicidándose. Pero algo es algo.

 

xix

Contra el optimismo no hay vacunas.

 

xx

Cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo.

 

xxi

El vicediós siempre es ateo.

 

Publicado en EPILOGOS  MIOS de

MARIO BENEDETTI. Poemas de otros. Editorial Nueva Imagen, sexta edición en México, septiembre de 1980.

 

 

 

 

 

Franz Kafka. Cuatro relatos

Franz Kafka. Cuatro relatos

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave: aunque todo mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizás alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.

Sin embargo, las sirenas poseen una arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de la felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera), no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus chorreantes cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, hubieran perecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

 

EL PROLETARIO SIN BIENES

Obligaciones:

  1. No poseer ningún dinero; no tener ni aceptar lujos. Sólo es posible tener lo siguiente: vestidos sencillos (a determinarse individualmente), lo necesario para las labores, libros y alimentos para el consumo propio. Todo lo demás pertenece a los pobres.

 

  1. El trabajo será el único medio para ganarse el sustento. No esquivar tareas mientras se tengan fuerzas para ello, salvo cuando se pueda afectar a la salud. Elegir uno mismo su trabajo; si ello no es posible, someterse a la decisión del Consejo del Trabajo, dependiente del Estado.

 

  1. Sólo trabajar para el sustento (establecerlo en forma individual según las regiones, por el plazo de dos días).

 

  1. Vida moderada. No tomar más alimentos que los imprescindibles; sea la ración mínima (y, en cierto modo, la máxima), la que sigue: pan, agua y dátiles. Comida de paupérrimos. Alojamiento de paupérrimos.

 

  1. Conceptuar la relación con el patrón como relación de confianza; jamás reclamar la intervención de las leyes. Concluir toda tarea comenzada bajo cualquier circunstancia, salvo por razones de salud.

 

 

Derechos:

  1. Jornada máxima de seis horas de labor. Para trabajos físicos, de cuatro a cinco horas.

 

  1. Recepción en clínicas y hogares de ancianos costeados por el Estado en caso de enfermedad o de avanzada edad no apta para el trabajo. Vida laboriosa como una cuestión de conciencia y de fe en el prójimo.

 

Propiedades privadas: cederlas al Estado a fin de fundarse sanatorios y hogares.

 

Por lo menos en el principio, exclusión de personas independientes, casados y mujeres.

 

Debates (obligación grave) con participación del gobierno.

 

También actividades de tipo capitalista (dos palabras ilegibles)

 

Donde se requiera ayuda, en regiones alejadas, en los hogares de los pobres, acudir como maestro.

 

Cantidad máxima: 500 hombres

Prueba de un año.

 

 

DE LA MUERTE APARENTE

Quien haya padecido alguna vez de muerte aparente, podrá contar cosas espantosas; sin embargo, no podrá decir cómo es después de La muerte. Es más, ni ha estado más cerca de ella que otros; en el fondo, tan sólo ha “sentido” algo especial, y la vida común, no la extraordinaria, se ha convertido en algo más valioso con ello. A todo aquel que haya experimentado algo peculiar le sucede una cosa similar. Con toda seguridad Moisés, por ejemplo, experimentó sobre el Monte Sinaí algo “especial”; pero, en lugar de asombrarse de ello, como tal vez lo haría un muerto aparente, que no se anuncia y se queda en el ataúd, bajó corriendo del Monte y, desde luego, tuvo cosas importantes que contar, y amó a los hombres, de los cuales había huido, mucho más que antes, dando entonces su vida por ellos, casi podría decirse por agradecimiento. De ambos, sin embargo, del que vuelve de la muerte aparente, y de Moisés que regresa, puede aprenderse mucho, pero no podemos conocer lo decisivo, pues ellos mismos no lo han llegado a saber. Y si lo hubieran llegado a saber, no hubieran regresado. Esto podría verificarse si, por ejemplo, alguna vez quisiésemos vivir “con un salvoconducto” para tener la certeza del retorno, la experiencia del muerto aparente o de Moisés, o incluso que deseáramos la muerte, pero ni siquiera en pensamiento querríamos permanecer en el Monte Sinaí o vivos en el ataúd, sin posibilidad alguna de retorno…

(Esto, ciertamente, nada tiene que ver con el temor a la muerte…)

 

 

LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA

Con el correr del tiempo, Sancho Panza, que por otra parte, jamás se vanaglorió de ello, consiguió, mediante la composición de una gran cantidad de cuentos de caballeros andantes y de bandoleros, escritos durante los atardeceres y las noches, separar a tal punto de sí a su demonio, a quien luego llamó don Quijote, que éste se lanzó inconteniblemente a las más locas aventuras; sin embargo, y por falta de un objeto preestablecido, que justamente hubiera debido ser Sancho, nunca llegaron a dañar a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió de manera imperturbable, tal vez en razón de un cierto sentido de compromiso, a don Quijote en sus andanzas, y obtuvo con ello un grande y útil solaz hasta su muerte.

 

INFORME PARA UNA ACADEMIA DE FRANZ KAFKA.  Tomado de ERZAHLUNGEN UND KLEINE PROSA. Ediciones Nuevomar. Primera edición. 1979

 

 

 

 

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