Jacques Lipchitz, Escultor

Jacques Lipchitz, Escultor

La obra de Lipchitz es un ejemplo de nobleza y de salud. Todo en manos de este gran escultor, la forma, la luz, la sombra, adquiere una dignidad elevada a las más altas cumbres del espíritu.

Es difícil mantener siempre el cerebro en la punta del alma y que el alma, curiosa e insatisfecha, sepa escuchar la voz de la tierra y de la eternidad, aprenda a descifrar el misterio de sus propias tinieblas.

Muy pocos hombres saben escoger y discernir en medio de sus fantasmas internos; muy pocos saben destruir lo que hay que destruir y salvar lo que hay que salvar; muy pocos conocen las palabras mágicas del sésamo que abre las puertas del Sol. En realidad, nada es tan difícil como materializar nuestras sombras, llevar de lo abstracto a lo concreto todas esas larvas de sentimientos, de ideas y de emociones que se pasean en los subterráneos del espíritu.

Allí la tierra esconde magníficas minas de mármol, acá el artista guarda profundas minas de alma. Es preciso extraer la riqueza de ambas y luego saber acordar la materia geológica con la materia humana, de manera que la una sirva para que la otra pueda revelar la grandeza del sentido de la unidad cósmica que llevan en su frente los elegidos.

De nada habrían servido todas esas Venus dormidas en las entrañas de los montes griegos sin las manos del sol de los Fidias, que ellas aguardaron pacientes desde el principio del mundo. De nada servirían las maderas preciosas de África y de las Islas si sus habitantes no llevaran otras selvas encantadas en el pecho.

La obra de arte es una prolongación del espíritu, es una supervivencia del hombre histórico más allá de su momento en el tiempo. La verdadera obra de arte es el lenguaje de nuestras raíces, de nuestro ser más profundo. En verdad, no se trata de “hacer” belleza, sino de crear vida. Y todo aquel que sabe crear vida auténtica, todo aquel que sabe expresarse acordando sus instrumentos espirituales con los instrumentos físicos, es decir que sabe equilibrar sus leyes internas con las leyes del mundo, hará forzosamente obra de arte. El arte no es otra cosa que la expresión o el lenguaje de ciertos hombres.

El artista trabaja acaso por miedo a la muerte, por alargar su vida a través del tiempo. Por eso el lenguaje popular, que tan a menudo aparece lleno de adivinaciones, ha creado la expresión “encarnarse en una obra”. Acaso sólo se trata de olvidar o de engañar a la muerte creando vida. Y ese fondo patético que poseen todas las grandes obras de arte nace, seguramente, de esta lucha de la vida y la muerte.

Sólo se puede hacer vida conociendo o descubriendo la relación oculta que une los miembros dispersos del alma universal. Únicamente así puede el hombre crear un fantasma vital, una quimera nueva, y agregar a los seres y objetos del mundo los objetos y los seres de su pecho. Muy pocos son los que logran crear estas nuevas quimeras: muy pocos son los que logran revelar algo que no hemos visto nunca ante nuestros ojos atónitos, sea en poesía, en pintura, en escultura o en música. Estos pocos son los únicos que tienen interés y valor real en el tiempo. Los otros, los que viven convertidos en espejos, sólo tienen interés cuando necesitamos arreglarnos la corbata.

En escultura, Jacques Lipchitz pertenece al clan de los creadores. Sus quimeras son tan reales que producen en nosotros un eco intenso y profundo.

Lipchitz interroga los misterios del mundo con tal ardor que el misterio le responde. Nunca desmaya ante los problemas que se le presentan cada día, porque él sabe que cuando el cerebro trabaja y el corazón bate al unísono, la mano termina siempre por obedecer. Y se realiza lo que el espíritu quería realizar.

Lipchitz cree en el valor mágico-creador del arte, y la experiencia le enseña que, para llegar al acto creativo, es preciso un gran saber o la absoluta inocencia.

Según Lipchitz, la escultura obra sobre el hombre más directa y más fuertemente que las otras artes, porque trabaja con elementos naturales. Por discutible que sea esta afirmación, pues la poesía también trabaja con elementos tan naturales como la palabra, y lo mismo la pintura y la música, ella nos prueba, al menos, la pasión del hombre por su oficio. Lipchitz afirma con una hermosa paradoja de piedra: “La escultura es el arte menos material”, y añade como una explicación que ella es el sol al alcance de la mano. Esto seguramente porque el escultor es un modelador de la luz.

El artista en su trabajo constituye un rito. Se equivocan todos aquellos que buscan en el artista la realización de una idea preconcebida de la belleza, cuando en realidad sólo se trata de crear un objeto que por sus propias fuerzas naturales, por la importancia del mundo que descubre, se convierte en una realidad excepcional.

Una mala costumbre de juzgar según cánones antiguos y establecidos impide a la mayoría de los hombres ver claro en nuestras obras y les hace buscar en ellas lo que nosotros no pretendemos ni queremos darles. Algún día comprenderán que para el artista de nuestro tiempo la belleza o la fealdad son palabras con otro sentido que el que tienen para ellos. Nuestra belleza no es la misma.

Son aún numerosos los que califican de impotente al artista que no imita a la naturaleza o que no realiza en sus obras lo que ellos consideran como lo único digno de interpretación. Esto prueba ceguera, estrechez mental y una gran vanidad de su parte. Estos amantes furiosos del naturalismo más primario ignoran que esos artistas que ellos atacan, si quisieran, podrían complacerles y hacer obra de imitación naturalista (todos ellos han trabajado durante años en academias y conocen profundamente a los grandes clásicos, pero da la casualidad que aspiran a otra cosa).

A un artista como Lipchitz lo que puede interesarle en las obras del pasado es la manifestación del lenguaje humano de una época y sobre todo en su grado de diferenciación con el lenguaje de la naturaleza.

La obra de los verdaderos artistas de nuestro tiempo se caracteriza muy principalmente por la busca de una especie de autonomía. De ahí que todos hemos empezado por la rebelión, pues la rebelión es el primer paso para llegar a la autonomía.

Toda grande época será siempre una época de rebelión con vistas a la superación y a la independencia espiritual. Es el instante más potente, más vital y más rico en la vida del hombre. No se concibe un pensamiento poderoso que no sea revolucionario. Casi diría que el hecho mismo de pensar ya implica revolucionar.

Los más grandes artistas pueden equivocarse en lo que dicen, en sus teorías, en la manera como explican y defienden sus obras, pero no se equivocan en ellas mismas, pues ellas son la expresión de sus raíces profundas. Ellas están por encima de toda metafísica, porque ellas “son” y están fuera del campo de las discusiones sobre lo que “podría ser”. Lipchitz tiene razón cuando me afirma que muy a menudo los artistas dicen cosas lamentables y hacen cosas sublimes, y que si se debiera juzgar a Ingres por sus escritos, deberíamos tenerle por un mediocre. En las primeras obras de Jacques Lipchitz se advertía el predominio de la rebelión en el lenguaje, una preocupación de afirmar sus palabras plásticas independientes en relación con el espectáculo externo de la naturaleza. Ahora se ve en ellas un engrandecimiento del sujeto. Lipchitz no es naturalista, pero tampoco acepta el arte abstracto. El se pretende realista, pero su representación de la realidad está tan alejada del motivo inicial que se convierte en una transfiguración y sólo tiene valor en cuanto a transfiguración.

Ante sus obras se siente palpitar un mundo intangible que él hace tangible. Para hablar de ellas deberíamos recurrir a la poesía. Sólo la poesía de la palabra puede hacer sentir y explicar el conjunto admirable de las obras de este gran escultor. Sólo la poesía puede traducir el espíritu en tensión constante de Jacques Lipchitz, de este hombre que parece llevar en una mano la luz y en la otra la sombra; en una mano la línea y en la otra el volumen; de este hombre que quisiera hacer con el aire cosas más pesadas que la piedra y con la piedra cosas más ligeras que el aire. Alma de verdadero poeta, su idioma graba en la piedra un mundo nuevo. Alma de creador, no busquéis en él lo cotidiano, lo habitual, sino aquello que sale de nuestra pequeña realidad inmediata y entra en un mundo de otros climas.

 

Arlequín, 1917, escultura de Jacques Lipchitz. Obra perteneciente a la colección de arte de Vicente Huidobro.

 

“Jacques Lipchitz, Escultor“. Traducción de la “Introduction” en el libro Jacques Lipchitz, colección de 45 fototipos de esculturas de Lipchitz (París: Éditions du Carrefour, 1930). Reproducido en Obras completas (1964). El texto apareció antes en el boletín de suscripción para la adquisición de esta obra en una hoja impresa en papel azul (13,5 x 21 cm). En estas fechas Lipchitz cerraba su etapa cubista (1919-1930).

 

VICENTE HUIDOBRO. Escritos sobre las artes EDICIÓN, ESTUDIOS Y NOTAS CRÍTICAS Macarena Cebrián López y Belén Castro Morales TEXTOS EN ESTUDIOS CRÍTICOS Samuel Quiroga y Renzo Vaccaro Edición: Universidad Católica de Temuco y Origo Ediciones 2015

 

 

 

 

Tiresias y la ceguera como condición necesaria de la profecía

Tiresias y la ceguera como condición necesaria de la profecía

Luis Ignacio Sáinz

La memoria es la vista del ciego.

Oráculo de Delfos.

 

En la Hélade la incomprensión y acaso la desconfianza mediaban los vínculos entre dioses y mortales, y tales nudos requerían la intervención de inteligencias superiores, situadas por encima de las pasiones terrenales y olímpicas, para desatar esos puntos ciegos generadores de caos y ruido. Uno de los más afamados vectores de sentido en semejantes diálogos de sordos fue Tiresias de Tebas, fruto del pastor Everes y la ninfa Cariclo favorita de Atenea, dueño del don de la profecía adquirido por castigo. La μαντική o arte de la adivinación podía manifestarse a través de medios asaz diversos: la hieroscopia, examen del hígado (lóbulos, vesícula biliar y vena porta) de un animal recién degollado; la oniromancia, interpretación de los sueños; la astrología, estudio de los desplazamientos de los cuerpos celestes; o el éxtasis apolíneo al beber néctar y ambrosía, masticar el laurel o agitarse en el trípode (asiento-trono de la Pitia).

 

Grabado de Johann Ulrich Krauß (1655-1719). «Tiresias golpeando a las serpientes» en «Las metamorfosis» de Ovidio en 226 láminas (Die Verwandlungen des Ovidii : in zweyhundert und sechs-und zwantzig Kupffern,ca. 1690).

Según las fuentes variarán las razones de la sanción, coincidiendo todas en la pérdida de la vista. La Biblioteca mitológica de Apolodoro, no el famoso gramático sino alguien que usó su nombre para gozar de su prestigio, rescata la versión fragmentaria de Ferécides de Atenas, consistente en una intromisión no sabemos cuán deliberada por parte del arúspice o augur de joven, quien pilló a la célibe Atenea dándose un baño granjeándose dicha indiscreción la ceguera. Empero, la predilección por la madre mitigó los efectos de la condena, si bien sus ruegos no desvanecieron la pena dada la moraleja del refrán “a palo dado, ni dios lo quita”. En compensación liberó una serie de dones: la purificación del oído para comprender el lenguaje de las aves, la longevidad frisando con la inmortalidad durante siete generaciones, la entrega de un cayado de madera de cornejo macho (Cornus mas, variedad mediterránea) que funciona a modo de brújula perfecta permitiéndole moverse sin riesgo alguno, y la conservación de sus pericias en el Hades (a donde por cierto lo fuese a consultar Odiseo para lograr su regreso a Ítaca). A lo largo de esta suma de los avatares divinos y sus colisiones con humanos, se ofrece el despuntar del cronista del porvenir:

 

 

Había entre los tebanos un adivino, Tiresias, hijo de Everes y de la ninfa Cariclo, del linaje de Udaeo el Espartoi [uno de los hombres que nacieron de la siembra que hizo Cadmo de los dientes del dragón o de la serpiente gigante de la fuente Castalia], que se había quedado ciego. Sobre la pérdida de la vista y sobre su don de profecía corren diversas explicaciones. Unos dicen que fue cegado por los dioses por haber revelado a los hombres lo que ellos, los dioses, querían mantener oculto; en cambio Ferécides cuenta que lo cegó Atenea, pues a Cariclo, querida por Atenea… vio a ésta totalmente desnuda. la cual entonces le puso las manos en los ojos y así lo dejó ciego, y cuando Cariclo rogó que le devolviera la vista, ya no pudo hacerlo, pero en cambio limpiándole los oídos le concedió poder comprender totalmente el lenguaje de los pájaros y le regaló un bastón de madera de cornejo, con el que caminaba como si viera. Sin embargo, Hesíodo dice que por haber visto unas serpientes copulando en los alrededores del Cileno y por haberlas golpeado se convirtió de hombre en mujer, pero habiendo contemplado en otra ocasión a las mismas serpientes copulando, se transformó de nuevo en hombre. Por ello Hera y Zeus, que discutían si gozaban más las mujeres o los hombres, le preguntaron a él, que respondió que el coito constaba de diez partes, una sola parte de diez goza el varón, en cambio, la mujer sacia su espíritu gozando las diez. Por ello Hera lo cegó [por develar su secreto] mientras Zeus le otorgó el don de profecía 1

 

El manuscrito aludido de Hesíodo está irremediablemente perdido en caso de haber existido y de ser evidencia material del pasado tendríamos que inquirir si en su geografía se consignaron pormenores de las transmutaciones del vidente. Se le atribuyó la gesta del agorero Melampo (Melampodia, Μελαμποδεια), poema épico donde se cree que se incluían trances y anécdotas del propio Tiresias y de Calcante. También se le supone la composición de un tratado sobre la Ornitomancia (οἰωνίζομαι), la observación de los augurios de las aves que nuestro poeta y filósofo, rival de Homero, practicaba guiado por un lazarillo.

Tiresias funciona a modo de alfa-omega, representa un ciclo perfecto, ya que las modalidades del tiempo: el de la memoria, el oportuno y el de la espera no mellan su ser, se sitúa por encima de las circunstancias, las sobrevuela. Por si fuera poco, su identidad transita de un género a otro, evidenciando que en su caso son polos virtuales, más o menos efímeros, lo suficientemente duraderos (siete otoños) para aprehenderlos de raíz, valorarlos, ejercerlos y olvidarlos. Se asevera en una variante endilgada al embustero Ptolomeo Queno 2, que en su modalidad femenina de origen sedujo al mismo Apolo (Febo), gemelo de Artemisa (Diana), guardiana de la vida salvaje y la virginidad, desistiéndose de su propio deseo, provocando la ira del siervo de las artes, la belleza y la armonía, patrono de las musas y podestá de los oráculos de notable refinamiento, quien lo mutaría en varón para que padeciera la urgencia del apetito carnal. Sorprende la agudeza, pues, en efecto, dada la menor gratificación del placer masculino, mayor será su “glotonería erótica”, frente a una aparente “saciedad femenina”.

Tiresias, el luminoso transexual, y la ceguera como condición necesaria de la profecía: “por la lumbre quitada, le dio saber lo futuro y alivió, con la honra, la pena”.

 

Tiresias, femenino y masculino, aplastando las serpientes. A partir de Hendrick Goltzius, holandés (Mühlbracht, 1558 – 1617, Haarlem). Robert Willemsz de Baudous, impresor flamenco, 1574/75 – ca. 1655. Versos de G. Rykius (¿?). Esta versión de «Metamorfosis» de Ovidio cuenta con 20 ilustraciones del manierista Goltzius para cada uno de los dos primeros libros, ocho más para el tercero y otras cuatro para el cuarto entre 1589 y 1590; el resto de las imágenes son de la edición de 1615, resueltos por Baudous.

1 Apolodoro: Biblioteca mitológica, edición de José Calderón Felices, Libro III, Madrid, Akal, 1987, p. 85-86.

2 Extraña historia o Historia nueva o Historia paradójica, que el patriarca de Constantinopla Focio (s. IX), elevado a la dignidad de los altares de la Iglesia Ortodoxa, en su Biblioteca o Myriobiblion (Inventario y enumeración de los libros que he leído) lo analiza registrándolo como el número 190 de 280 códices (o mejor 279, porque el número 89 [Gelasio de Cesárea, siglo IV: Continuación de la Historia de Eusebio Pánfilo] se ha perdido). https://www.tertullian.org/fathers/photius_copyright/photius_05bibliotheca.htm#190

 

P. Ovidii Nasonis: Metamorphoseon, Libri I-VII, (Liber Tertius 316-338), introducción, versión rítmica y notas de Rubén Bonifaz Nuño, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Clásicos, 1979, p. 62-63.

Ovidio: Metamorfosis, Libro III; 316-338.

Y mientras eso en las tierras por la ley fatal es cumplido,                    316

y salvas son las cunas de Baco dos veces nacido,

cuentan que acaso Jove, alegrado con néctar, sus cuitas

graves había dejado, y con la ociosa Juno, indolentes

juegos había movido, y: “Mayor, en verdad, es el vuestro                    320

̶ había dicho- que el placer que toca a los machos.”

Ella niega. Plació indagar cuál sea del docto Tiresias

la sentencia; ambas Venus eran conocidas a éste;

pues en la verde selva dos cuerpos de magnas serpientes

que se apareaban, había ultrajado con un golpe de báculo,              325

y de varón en mujer convertido (¡admirable!), pasado

había siete otoños; en el octavo, de nuevo a las mismas

vio, y: “Si tanta es la potencia de la llaga dada a vosotras

-dijo-que de su autor mude en la contraria la suerte,

hoy también os heriré.” Golpeadas las mismas serpientes,                330

la forma anterior regresó y vino la imagen nativa.

Este árbitro, pues, tomado en el pleito jocoso, los dichos

de Jove confirma; la Saturnia, grave más que lo justo

y no en la proporción con la causa se había dolido, se dice,

y los ojos de su juez condenó a eterna noche.                                  335

Mas el padre omnipotente (pues a dios ninguno le es lícito

hacer vanos los hechos de un dios), por la lumbre quitada,

le dio saber lo futuro y alivió, con la honra, la pena.                         338

 

 

Metamorphoseon, Liber Tertius, 316-338.

Dumque ea per terras fatali lege geruntur                            316

tutaque bis geniti sunt incunabula Bacchi,

forte Iovem memorant diffusum nectare curas

seposuisse graves vacuaque agitasse remissos

cum Iunone iocos et ‘maior vestra profecto est,                    320

quam quae contingit maribus’ dixisse ‘voluptas.’

illa negat. placuit quae sit sententia docti

quaerere Tiresiae: Venus huic erat utraque nota.

nam duo magnorum viridi coeuntia silva

corpora serpentum baculi violaverat ictu                               325

deque viro factus (mirabile) femina septem

egerat autumnos; octavo rursus eosdem

vidit, et ‘est vestrae si tanta potentia plagae’

dixit, ‘ut auctoris sortem in contraria mutet,

nunc quoque vos feriam.’ percussis anguibus isdem           330

forma prior rediit, genetivaque venit imago.

arbiter hic igitur sumptus de lite iocosa

dicta Iovis firmat: gravius Saturnia iusto

nec pro materia fertur doluisse suique

iudicis aeterna damnavit lumina nocte;                                  335

at pater omnipotens (neque enim licet inrita cuiquam

facta dei fecisse deo) pro lumine adempto

scire futura dedit poenamque levavit honore.                         338

«Gracias» por ser corruptos

«Gracias» por ser corruptos

Benedicto Torres y Soriano ( A.K.A G M de B)

La corrupción es un fenómeno cotidiano en México y lo peor de todo es que parece estar diseñado por las propias autoridades. Se trata de un mecanismo que funciona perfectamente y parece que no hay escapatoria. Me explico: El otro día iba conduciendo mi coche y, por la prisa y la distracción, me di una vuelta prohibida en uno de esos extraños cruces de calles que se han generado a partir de que circulan por la Ciudad de México los Metrobuses; lo que antes era un enorme eje vial de 6 carriles, ha quedado convertido en una extraña y dividida calle en la que hay que ingeniárselas para circular, por lo que casi es necesario ser un experto en cartografía.

El caso es que un par de calles adelante del extraño crucero, me marcó el alto una patrulla. Por supuesto lo primero que pensé fue Chin, la cual es una expresión que nada tiene de esperanzadora. Una vez que me detuve, la patrulla se paró detrás de mi coche y de ella bajó un corpulento policía que lucía una de esas camisas blancas con amarillo fosforescente capaces de arruinar la mejor de las retinas. Se acercó a mi ventanilla y me dijo en tono ligeramente sarcástico: «¿Si sabe por qué lo detuvimos verdad?», por un momento pensé revirar con un «¿para que me muera de envidia porque no tengo un atuendo tan llamativo como el suyo?» Preferí no hacerlo porque eso me podría significar un VTP a las Islas Marías.

Me pidió mis documentos y después de revisarlos minuciosamente, sacó de entre sus ropas un reglamento de tránsito y me señaló una página en la cual se describía la infracción que yo había cometido. No sé si efectivamente era un reglamento vigente y tampoco se si esa referencia era cierta porque en un acto de prestidigitación, le daba vuelta a las páginas. Según el oficial de policía, la infracción cometida ameritaba un montón de días de salario mínimo (que a la hora de sumarlos no era cosa mínima) pues equivalía a más de dos mil pesos, más una penalización de puntos a mi licencia de conducir y perder el privilegio de la licencia permanente.

Asombrado por el enorme costo punitivo de dar una vuelta prohibida en una país donde la impunidad del crimen organizado es galopante, no me quedó más remedio que decirle al policía que por supuesto estaba en un gravísimo problema, no por lo que cometí sino porque no contaba con todo ese dinero y que si sería tan amable de ayudarme «No le entiendo», me dijo; y yo por un momento creí que me había topado con el único policía incorruptible del país «Pues ya sabe, écheme la mano oficial» le dije; «y de cuánto va a ser la ayuda» me contestó; le expliqué que cuando mucho traería doscientos pesos. Por suerte no insistió en que no me entendía y se dirigió hacia su patrulla, cuando regresó hasta mi  coche me pidió que me echara en reversa, que la patrulla me abriría paso para salir de Insurgentes y continuar la negociación en una calle más pequeña… y sin cámaras.

Ya lejos de las indiscretas miradas de las lentes de vigilancia, no me quedó otra que «ponerme la del Puebla» con el policía. Lejos de sentirme enojado y/o ofendido por lo que había sucedido, respire aliviado porque tengo entendido que no sólo se tiene que cubrir el monto de la infracción, sino que es imposible sacar un coche del corralón si hay tenencias o verificaciones pendientes de pago.

Así es, las leyes en México están hechas para que el soborno no genere cargo de conciencia sino agradecimiento, un profundo agradecimiento.

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