ARTES VISUALES
El largo camino de la representación a la expresión
Por Luis Ignacio Sáinz
Para quien se formó en el rigor de la academia, a partir de su majestad el dibujo, todo ejercicio que no rindiera homenaje exacto a la realidad se consideraba una suerte de herejía. De modo que, tras hacerse de las habilidades necesarias para dialogar fluidamente con la naturaleza y el mundo exterior, Teresa Cito emprendió un largo proceso de escucha de sus voces interiores: eso que conocemos como expresión. Transmitir y compartir sensaciones y percepciones, más que ideas, se convirtió en su propósito fundamental. Las emociones desplazaron a las obsesiones entregadas al detallismo perfeccionista. Se impusieron las atmósferas y los espacios vinculados con la vida misma que es movimiento y transformación. Captar, entonces, las esencias que revelan el ser de los objetos.
La riqueza de esta forma de practicar el arte, en cualesquiera de sus modalidades, descansa en las imágenes y no en sus hipotéticos significados. Crear al ritmo del ver, observar, mirar. En el caso de tan prodigiosa compositora, los motivos de su quehacer artístico terminan formando parte de su metabolismo, los absorbe casi corporalmente, a grado tal que mientras no cierra su ciclo de producción, que incluye y quizá se cumple con su presentación en sociedad, no puede, al menos no sin afrontar serios obstáculos, continuar hacia otros rumbos. Los temas tratados como series son auténticos embarazos que deben ser paridos en toda regla.
Así las cosas, uno de sus proyectos más ambiciosos, el rescate de las personas que le están cercanas, a través de la selección y entrega fotográfica de un árbol que manifieste la sensibilidad e interés profundo de cada uno de los participantes, a efecto de ser apreciado-leído-metamorfoseado por la artista y trasladado al papel ya en versión pictórica, para integrar un conjunto orgánico en plenitud, es decir un bosque donde cohabiten y se hermanen 200 especies. Seres vivos que establecerán sus propios nexos de superficie y vastas redes subterráneas, adquiriendo su peculiar estilo de sobrevivencia en armonía.
Se comprenderá sin problemas que tan enorme iniciativa resulte agotadora y hasta cierto punto paralizante, pues en tanto no se finiquite su socialización, interrumpe el abordaje de otras visualidades. El telón subirá y caerá el póximo mes de marzo del 2021, Covid-19 mediante, en el Seminario de Cultura Mexicana; y a partir de esa fecha brindará la tranquilidad espiritual a nuestra hacedora de formas en deslizamiento perpétuo. Lo único que hace falta es que el tiempo pase tal como acostumbra.
Y en tanto se cumplen las metas del calendario, Teresa Cito está en el tránsito entre temáticas de composición: de los retratos fantásticos de pinos, jacarandas, pirules, abedules, hules, laureles, ceibas, tabachines, robles, fresnos, guayacanes, palos mulatos y demás reinas y reyes de belleza, hacia su descomposición gradual, su desaparición pausada, en favor de que se cumplan los ciclos biológicos, y funcionen como nutrientes, abonos casi mágicos, de nuevos nacimientos.
En este transcurso, entre otras obras, destacan cinco hechos plásticos que van apretando su espacio, reduciéndolo, para enaltecer sus mudanzas en otras modalidades de existencia, más íntimas y de incipiente germinación. Las vistas abiertas se cierran, y en su clausura paulatina muestran focos de fertilidad que terminan por saturar el soporte de la intervención estética, volviéndose invisible el pliego de papel entre helechos, malezas varias, arbustos en ciernes.
El tronco desfalleciente, caído o talado, evoluciona, pulverizando sus partículas de materia en haces de luz. Los macizos arbóreos del fondo van diluyéndose de izquierda a derecha, cediendo el lugar de honor a un invitado que está por verse, pero que mientras tanto demanda energía y calor. Todo se presenta en movimiento de la periferia al centro, a fin de consumirse en esa mancha blanca, central, núcleo protagónico de la pieza, que es la esperanza de la reconversión.
Y este futuro anhelado demanda que los que fueran guardianes de la naturaleza vivan para los otros, sus sucesores, alimentándolos en forma de composta para después proceder a la fecundación de los que serán los nuevos habitantes de esa geografía de intimidad e ilusión. El espacio de la representación se va compactando, permitiendo que se pueda apreciar justo semejante metamorfosis a despecho de los retratos y escenarios previos. Aquí el dibujo es el lazarillo del hecho plástico. La mano piensa por sí sola y dispone el estado de lo orgánico en mutación, que cada vez es menos botánica y cada vez es más estética.
Cierran la fase de transición dos apariciones de vida renovada, que se presentan a escala disminuida, son detalles exuberantes del triunfo de la naturaleza identificada con la creación plástica. Los ejercicios de taxonomía, los retratos a la letra de los árboles, encontraron su destino en otra latitud; y lo que generaron, por derecho propio, se alza como expresión de una emoción o sensibilidad no verbal, estrictamente icónica, plástica, objetual, que prescinde de las palabras para reconocerle la primacía a las imágenes en rotación y traslación.
Orbes independientes que no necesitan de explicación: son declaraciones visuales, nudos de emociones y sentimientos, que anuncian que lo mejor del arte en el despliegue de la pintura de Teresa Cito está por venir.
ARTE
A propósito de Fabiola Tanus
Por Luis Ignacio Sáinz
“Ahí voy”, a ese punto que visualizo en mi
pared; hacia aquella coordenada que me espera
y que proyecto internamente de qué manera
podré llegar. Ahí voy…
Fabiola Tanus.
Lejos del tiempo lineal, donde se confunden los planos del ser, extraviados en las preguntas fundamentales y atentos a los accidentes, esos tributos del azar, atisba una voluntad tímida para elegir un destino al parecer de naturaleza cósmica, de esos que todo lo cambian, metamorfoseando las tentaciones en realidades, y los deseos en derechos satisfechos. Allá, por detrás del firmamento, rebasando el horizonte como si se tratase de una competencia sideral, la mujer que anuncia el sentido de su próxima itinerancia se afana en conciliar la necesidad de investirse de viajera, confía en que los cambios son parabienes, con el imperativo de dotar de realidad semejante errancia, para que no sea sin fin y que se ajuste a las latitudes, altitudes, longitudes, coordenadas, del camino elegido, la ruta de la emancipación plena del espíritu. Pues, ¿no te lo había dicho?, de eso se trata, de la conquista de la libertad, de su construcción ladrillo por ladrillo, o en este caso de diseñadora-artífice-pintora-escultora-interventora-ceramista y escultora-conceptualista e instaladora, línea por línea, trazo por trazo, volumen por volumen… Tanto tiempo transcurrido, tal como acostumbra, y continúan siendo útiles las estratagemas de la invención de constelaciones inverosímiles para saciar las ansias de que la vida sea de otra forma, más personal, acaso controlable, cero previsible, pero armoniosa, pacífica en su oferta de sorpresas, dichosas ristras de ánimos exaltados y carcajadas a tambor batiente. Se vale, lo mereces sin límites.
La mano disfrazada de mecanismo de localización, órgano que vacila entre funcionar al modo de un sextante que se guía por la bóveda celeste y sus heridas lisonjeras, las estrellas, o tal cual una brújula que hace del índice su aguja imantada, esa que se orienta siempre hacia el norte, porque allí se acumulan las atracciones de los talismanes antiguos, los imanes… Extremidad que opera más como ojo que como ganzúa, en su palma atesora la mirada tratándose de una compositora de universos que desafían la fantasía, suerte de tlacuilo: en un inicio “el que labra la piedra o la madera”, después “quien escribe pintando”, finalmente “aquél que posee la sabiduría”. Etapas iniciáticas de quien flota en la geografía, adecuándose, acomodándose, con suavidad y tersura, evitando la profundidad, postulando una especie de etiqueta amable, inteligente y sensible, pero que no ponga en riesgo su propia entereza, ese cúmulo de sensaciones e inquietudes que, al parecer, nadie comprende y menos comparte. Entonces, el trato discreto y a cierta distancia amortigua las decepciones, los sinsabores; pues, a creer o no, a ratos está cansada de merecer y esperar.
La artista o su zarpa impone su autoridad al marcar el rumbo con firmeza, sin titubeos, huyendo de las curvas de nivel, las trampas del territorio, subidas y bajadas de la corteza de este nuestro atribulado planeta; esos meandros y círculos y desplazamientos infatigables, al modo de huellas de patinadores, tatuajes zigzagueantes, manchas de redonda perfección, misteriosas y grisáceas, marcas de una geometría sagrada, son trazos de un sendero de perfección y devoción, liturgia de lo sagrado que en momentos no sabe manifestarse y recurre a rombos y puntos suspensivos, indicaciones gentiles incapaces de domeñar el plano de las afecciones del alma… que eso son esas diatribas gesticulantes, fluidos de la conciencia, resbaladizos pensamientos que se duelen de la ausencia primigenia: el origen totémico, el padre todopoderoso en su amabilidad sonriente, aquiescente del estupor y pasmo que le ha prodigado día tras día, año tras año, década tras década, esa niña-fiera-mujer de luceros alumbrados, premio que bien valió todos los dolores de una historia de ires y venires, raíces y desgajamientos, hasta que tan hermoso trashumante pudo proferir: se acabó la casa rodante y en este girón de tierra-aire-sol-cielo-noche-agua y fuego se levantará mi reino, uno que sí será del aquí y el ahora, destinado como dote incompartible a mi Eneas-Palinuro-Ahab-Nemo que para que se lo aprendan es mucho más fuerte y atrevida y consumada tripulante siendo ama-moza-patrona. Se acabó la condena de patear el camino y surgió un sentimiento diverso: el de saber estar y ser en el otro, quizá los otros.
“La guerra es nuestro pasatiempo y la comida que nos alimenta”, susurran con sorprendente dulzura estas combatientes del otrora Dahomey, en la actualidad Benin, ejército de amazonas que fuera creado por el monarca Agadja en 1708 y disuelto hasta 1894 por el rey Agoli Agbo. Evocan en su belleza y resolución la entereza de la viajera-cartógrafa, aunque nuestra combatiente dispone de armas sí letales, aunque intangibles: el talento y la magia de su hacer plástico, capacidad de establecer objetividades insospechadas, modalidades de conjuros, sortilegios y hechizos que, a pesar de sí, sin proponérselo en verdad, van haciendo de sus interlocutores, vasallos y súbditos, en comarcas de la hermosura, fundos del esplendor de su mente febril, siempre en movimiento, ignorante de lo que es el cansancio y su remedio la molicie. Quizá este hato de cualidades y virtudes sólo pueda anidar en el signo de Libra, balanza y equilibrio, mesura y exigencia, perfección gobernada ni más ni menos que por Venus, tributaria del arte como su compañero zodiacal Umberto Boccioni, el de las Formas únicas de continuidad en el espacio (concebida en 1913 y fundida en 1972).
Así como el personaje del futurista, la heredera de Ptolomeo no para, se mueve sin cesar, en busca de su tiempo oportuno, en el ejercicio irrestricto de su pasión: crear ex nihilo, sí, desde la nada, equipada única y exclusivamente con los artilugios de sus sentidos y percepciones, mente-vísceras-emoción. Ser testimonio de una vitalidad encendida, esa que se merece el calificativo de entusiasta; voz proveniente del griego de la que se nos ha olvidado su significado: ἐνθουσιασμός, el furor de las sibilas al emitir sus oráculos, éxtasis por portar a dios, inspiración venerable. Y todo está muy bien, casi a pedir de boca, pero hay un no sé qué de relativo aislamiento, un dejo de negación o postergación del placer del entorno y su inmediatez. No todo debe de ser o es trascendente, se extraña cierto paganismo, la gracia de poder desdeñar la solemnidad paralizante, la que nos asigna responsabilidades metafísicas que esclavizan los antojos y encadenan los cuerpos. Que desfilen los brillos vitales, sonrientes y estimulantes, los que anidan en el corazón y se manifiestan con las tripas, a dentelladas y alaridos festivos.
ARTES VISUALES
A propósito de Fabiola Tanus
Por Luis Ignacio Sáinz
Au fond, le voyage vers les origines est
plus important que les origines elles-mêmes.
En el fondo, el viaje hacia los orígenes es
más importante que los orígenes en sí mismos.
Julia Kristeva.
No conoce el reposo, se nutre del movimiento, por eso un buen día escuchó las voces profundas de su corazón y decidió metamorfosearse en ola, en mar, en agua… Incapaz de asumir reposo alguno, calibra sus intensidades a la luz de los proyectos que la ocupan, dado que su inteligencia febril marca las horas y los días de su quehacer: crear desde la nada, crear desde un encargo, crear desde una necesidad, crear a partir de un apetito. Asciende y desciende el líquido salino afectado por las atracciones del sol y de la luna, y entre la pleamar y la bajamar deambulan las decisiones de la mujer de ojos verdes, voraces y sedientos focos de luz e hipnosis, instrumentos de seducción y talismanes que la protegen de un mundo no siempre sujeto a sus deseos.
En ocasiones cuenta con rumbo, pero las más de las veces se empeña en copar su mente, aturdirla, desgastar las energías que posee a pesar suyo. En el trote de su persona va estableciendo una lógica de ser-existir-trascender la realidad, suerte de brújula que mitiga sus insatisfacciones, pues tanto quiere, afanándose hasta límites inconcebibles, que sufre traspiés y resbalones en su búsqueda; por supuesto que de manera simultánea supera los obstáculos y da en el blanco, pero nunca será suficiente para ella…sin que, forzosa o conscientemente, lo decida por sí misma, será insaciable. Yerra y acierta, aceptando las consecuencias y aprendiendo sin cesar a crecer, a desmenuzar las adversidades, a alzarse en la dicha y la tristeza de inventar constelaciones imposibles, desarrollarlas, construirlas, armarlas y deshacerlas, ensamblarlas en mil opciones posibles y utópicas, sabiendo y reconociendo que el éxito nunca se conquista por completo en la fábrica de los sueños. Asomándose siempre al término del proceso de composición, una insatisfacción cosquilleante, y será ese escozor el signo o síntoma que mantenga el compromiso en modalidad de eterno retorno, como aquellos mitos que materializándose permiten desafiar la realidad y acometerla una y otra y otra vez.
A todo esto, dada su condición de ser en permanente formación, se transfigurará en agua que corre cristalina, en empatía y encuentro con sus pares creadores, esos cómplices que comprenden la angustia por atender sus voces interiores, los llamados de una vocación que no se elige jamás, pues se presenta cuando le viene en gana, exigiendo sus cuotas de invención y fantasía.
Es agua además que corre limpia y diáfana, pero que se enturbia por las asechanzas del entorno y las incomprensiones, incluso, de aquellos que estarían llamados a entenderla, pues la han acompañado en apariencia y hasta cierto punto desde siempre, y sin embargo la desconocen, ignoran los combustibles que la alimentan lanzándola a cubrir itinerarios profundos, en silencio, misteriosos, donde se juega literalmente su destino.
Aísla lo que la apremia, empero ello no significa que posea las soluciones a los acertijos de su existencia. Y en cada uno de estos dolores, miscelánea de fibromialgias del alma, frente a ellos, contra ellos, a pesar de ellos, opta por deslizarse en el papel cual rastro de tinta, suma de mojoneras que marcan el territorio para no perderse en el camino, peregrinación al acecho de las facetas de su metabolismo emocional, cognitivo, sensorial. Una gota derramada como grito desesperado por justificar su presencia en la corteza terrestre, por eso se desliza en el papel sin tregua, sin pausa, ajena a los ruidos del escenario en que se inserta y del que forma parte, dibuja y dibuja y dibuja como si se tratase de un exorcismo capaz de brindarle paz y serenidad, aunque está por demás, ya que su naturaleza fabril burla la calificación de hacedora insatisfecha, explotando su genio intuitivo hasta indemnizar su frustración.
El agua que sube y baja, esa ola inquieta, de espasmos incontrolables, huracán, tempestad, ciclón, tormenta: formas de su estallido, de su esencia que más allá de cualesquiera dudas asimismo comparece estable, paralizada, inmóvil…tal cual irrumpe para sí y quienes privilegiados observan ese batir intenso de una voluntad creadora, la de la artista que quiere más y más y más, sabiendo que no lo conseguirá, pero que no tiene otra opción: entregarse a la creación, padeciendo la dicha y enfrentando la tristeza, resultantes del quehacer estético, ese empeñado en descubrir-parir la belleza, la armonía de formas y volúmenes, texturas y trazos, y casi lograrlo, rozar la perfección, acercarse al ideal, a un tris de convencerse que ha triunfado al vencer las imperfecciones, evaporándolas…sin embargo, no están ni derrotadas ni desterradas, tan solo contenidas, pues este combate carece de cuartel, no tomará prisioneros, será a muerte.
Cuento de nunca acabar, Sísifo que arrastra la roca colina arriba hasta aspirar entronizarla en su cima, cuando de pronto —¿una distracción autoconstruida? — algo perturba semejante penitencia impidiendo se cumpla y a empezar de nuevo, pues la piedra, engreída, se dirige cuesta abajo a toda velocidad. Roca envidiosa, pues quisiera arrastrarla consigo… Fatame resiste, se agarra hasta con las uñas del áspero suelo, ese pedregal desprendido que la atormenta en los sueños, impidiendo se detenga, pues el alud avanza sin freno, al aferrarse a su ilusión original, ser contemplativa y reflexiva, pero estar en movimiento perene.
Más o menos todo esto lo intuí al verla por primera vez, percatándome que cierta gravedad rondaba su ser, quizá al modo de una sospecha remota pero renovada de vez en cuando por los entusiasmos imprevistos de entes apenas observados, atisbados de reojo. Intuía yo o vibraba ella, una especie de sismicidad en su mente, tectonismo sensible, camuflado en los ires y venires de su temperamento, ecualizándolos para adecuarse al medio, integrarse y sobrevivir, también disfrutando, que la vida no es una condena o no lo es del todo.
Comparecía entonces, al modo de una sorpresa inesperada, llámese asombro o pasmo, armonizando los contenidos profundos, en flujo, miscelánea de instintos-sensaciones-percepciones-argumentos, y el continente expectante, cuerpo en guardia que quisiera pasar desapercibido, hasta conquistar algún grado de invisibilidad. Revelación invitante, quizá, tal vez, acaso… Valía la pena contrariar los momios de la realidad hasta el extremo de hurgar en los intersticios de tal cofre de ilusiones. Inteligencia que imaginaba rotunda, con mirada a ratos altiva y fría, a ratos accesible y cálida, carente un poco del término medio que facilita conocer-reconocer la esencia, la quidditas tomista. Ignoro cuán consciente esté de que suele expresarse no sólo con palabras, sino recurriendo a su posición corporal, el alcance y tono de su mirada, amén de una miscelánea de gestos que arma un vocabulario completo. Y sería justo esa mente lúcida, en movimiento, inestable, zigzagueante, impredecible, lo que me despertaría, aguijón benévolo, un interés que trasciende la frivolidad, ese disfraz de lo fortuito. No resulta fácil perseverar, pero su profundidad, el compromiso consigo misma, su lucha cotidiana por la expresión, la defensa a rajatabla de su libertad, sin titubeos ni condiciones, revelan los atributos de la mujer agua y espejo.
Ojalá que el viaje de la dueña de los electrizantes ojos verdes, sabios cuando ríen y afligidos cuando lloran, en pos de descubrimientos infinitos, sume y no reste, haciendo caso de Paul Klee: “Prenez une ligne et le prendre pour une promenade”: Toma una línea y llévela a dar un paseo.
Fatame en su laberinto, mujer agua y espejo, que impugna el proverbio budista: “Flowers in a mirror and moon on the water are both illusive” (Kyōka Suigetsu; 鏡花水月). Ser real.
ARQUITECTURA
Cualquier definición de un arte, que trate de limitar sus terrenos y trazar sus límites con fórmulas artificiosas sólo puede ser arbitraria; así lo he afirmado repetidas veces, y sostengo que a cada arte le corresponde una función precisa, que, por lo general, no debe ser asumida por artes hermanas, sostengo igualmente, que de nada serviría cualquier intento de dar carácter absoluto a sus prerrogativas y características. Por eso quienes estudian la arquitectura, este proto-arte, este arte que, para muchos es, y no sin razón, “progenitor” de todos los demás, han tratado una y otra vez de definirla como “arte del espacio”, del ritmo, de la habitación, o de plano, como arte del “espacio interno”, del “dominio étnico”; todos, sin embargo, han olvidado otras funciones esenciales de la misma, y dado otras tantas funciones esenciales de la misma, y se han limitado a la definición de uno de los aspectos, no siempre el más importante.
Por eso, cuando afirmo que la arquitectura es el arte de la medida no pretendo excluir ninguna de las otras definiciones, sino que estoy dispuesto a aceptarlas o rechazarlas según los casos y las circunstancias. La arquitectura es, ciertamente, el arte de la delimitación y de la repartición espacial y más que ninguna de las otras, el arte del número y de la medida aplicados a la creación y, con esta acepción, hablamos de “arquitectura de un poema, de una sinfonía, de un film” y por ello entendemos justamente el ritmo, la proporción, la repartición dimensional, del poema, del film, del drama, etc., reconociendo ya con ello a la arquitectura una particular disposición hacia la “métrica”. También en los casos en los que esa “métrica” y esa medida se hacen extensivas a las artes temporales —música, danza— la comparación sigue siendo válida; es decir, resulta obvio que la antigua división entre artes del tiempo y del espacio, fue sólo un medio cómodo para su estudio, pero como en realidad, también en la arquitectura, arte típicamente inmóvil y estática, es posible concebir una especie de “duración musical”, derivada de su peculiar escansión rítmico-temporal: la arquitectura en su valor espacial escande un “tiempo”, y de esa manera crea la ”duración” que toma forma y se consolida en ritmo inmóvil, de orden estático, no por eso privado de la capacidad de un movimiento temporal interior. Podemos, pues, establecer que la arquitectura está constituida por “un espacio”, externo e interno a la vez, espacio que, a diferencia del de la escultura, más que “inscribirse” en el espacio exterior, lo abarca, lo delimita interior y exteriormente y lo convierte al mismo tiempo en espacio habitable en todas las acepciones. Por eso la arquitectura no es como algunos pretenden, el “arte de la habitación”, sino también el de los puentes, de los obeliscos, de los jardines, de los estadios, de las exposiciones, y en su más amplia acepción, como veremos adelante, el de los objetos artesanales, y en la actualidad el de los industriales, puesto que las relaciones entre arquitectura y “formas de los útiles” son, sin duda, de la más estrechas e indisolubles.
Para probar que la arquitectura no es únicamente arte del espacio interno, basta observar las construcciones “macizas”; obeliscos, puentes y las muchas estructura nuevas creadas por las industrias modernas: destilerías, plantas de refrigeración, depósitos de almacenamientos, torres metálicas, que tejen en el paisaje actual extrañas arborescencias metálicas “seccionando” el espacio circundante, y creando nuevos horizontes estructurales.
No es posible discurrir de arquitectura, como tampoco de la música, sin poseer un vasto bagaje de nociones especializadas, que no pueden resumirse ni condensarse aquí por falta de espacio. Muy escasas disciplinas han sido tema de tantas publicaciones ilustrativas y analíticas, hasta el punto que podría afirmarse que, entre las artes, la arquitectura es la privilegiada de nuestro siglo.
La razón es obvia: únicamente la arquitectura reúne, por lo general, los dos polos de la utilidad y belleza y, si no logra alcanzar la belleza, cosa que por desgracia ocurre muy a menudo, consigue irremisiblemente la utilidad y por eso — única entre las artes— puede permitirse el lujo de una extensa publicidad directa e indirecta y asociar sus obras más “puras” e ideales a las grandes empresas industriales y a las vastas especulaciones financieras. El interés de “mercado” que la pintura, el teatro, la literatura alcanzan sólo en segundo lugar, como tardía especulación, constituye, por el contrario, la base misma del arte de construir. No es extraño pues, que este arte encuentre terreno propicio para sus empresas, y para sus caprichos también, traducidos muchas veces en macizos edificios, destinados a dar albergue a vastos sectores de población y a insertarse robustamente en la vida económico-social de la humanidad.
Eso también explica por qué la arquitectura actual está libre de compromisos con el pasado, en sus más importantes manifestaciones; precisamente porque la ósmosis continua entre dato estético y dato técnico-económico, tiene la posibilidad de librarse mejor que las otras artes de los estorbos y convenios de un pasado extinto para siempre.
DORFLES, Gillo. EL DEVENIR DE LAS ARTES, Fondo de Cultura Económica, Colección Breviarios 170, 1963. 367 pp.
ARTES VISUALES
Un cuadro de Renata Gerlero (Los Angeles, 1964) en la XVIII Bienal de Pintura Rufino Tamayo
Por Luis Ignacio Sáinz
El arte se empeña en construir su propia realidad, en postularla y dotarla de pertinencia y visibilidad. Deviene entonces, material, espesa y sorpresiva la mirada del creador que emula a los dioses, pues con los elementos a su alcance –lejos del romanticismo de un origen virginal, ex nihilo– fabrica tanto como inventa, acaso, contrariando la tozudez del cosmos, descubre. Combinaciones insólitas, de ingredientes cuando se trata de pócimas o ungüentos destinados a su aplicación, de componentes cuando se trata de mecanismos y ensamblajes hacedores de volúmenes, variantes que tatuarán las geografías del deseo de quien no soporta la molicie y el tedio provocados por la mera contemplación.
Renata Gerlero es de tal estirpe, esa que sueña con relieves en movimiento, formas vicarias de la corteza terrestre, tridimensiones a muro siendo “cuadros” o tridimensiones reclusas en celdas vítreas o acrílicas siendo “esculturas”; calas estratigráficas o masas. Unas y otras dueñas de identidades encalladas en el misterio, en la profundidad de la discreción. Composiciones, las que incuba esta hacedora en su taller-laboratorio, cuyo estilo se identifica con una elegancia suma, radical, que en el fondo trasciende o prescinde de los adjetivos. Alquimista plástica, rumbo a la invisibilidad.
En el homenaje que le tributa a Robert Ryman (1930-2019) (1), pieza seleccionada en la XVIII Bienal de Pintura Rufino Tamayo, muestra esa rara habilidad para asombrarnos, cuando al mezclar fosfato monoamónico (MAP) y aluminio (Al) obtiene nano-cristales en forma de prismas tetragonales que generan una doble refracción de las ondas de luz. Territorio estético donde ocurren accidentes de la substancia molecular, dada su contorsión y aglomeración, autárquicas hasta cierto punto, pues su distribución pone en entredicho o altera la regularidad, no siendo del todo predecible. Esto en lo que se refiere a una objetividad táctil, reconocible en sus rugosidades, texturas sin fin; debiendo añadírsele otro tipo de objetividad, de partículas subatómicas que pareciera tienden a su inmaterialidad, reconocible en sus efectos ópticos y lumínicos, en especial a través de las sombras. Subrayo que, de cualquier modo, las substancias implicadas continúan trabajando, de tal suerte que, al paso acostumbrado del tiempo, tienden a oxidarse inevitablemente, a menos que la pieza fuese “empaquetada al vacío”.
Untitled (after R. Ryman), Sin título (después de R. Ryman), dihidrógeno fosfato de amonio o fosfato monoamónico (MAP: NH4H2PO4) y aluminio (Al) sobre tela, 96 x 74 cm., 2018.
Anoto datos básicos sobre los componentes. El MAP es un cristal ampliamente utilizado en el campo de la óptica debido a sus propiedades de birrefringencia que consiste en desdoblar una onda de luz incidente en dos rayos linealmente polarizados de manera perpendicular entre sí como si el material tuviera dos índices de refracción distintos: el primero, rayo ordinario; el segundo, con velocidad y alteración variables, rayo extraordinario. Su fórmula estructural y molecular se manifiesta en prismas tetragonales. Por su parte, el aluminio es un metal no ferromagnético. Su color es blanco y refleja bien la radiación electromagnética del espectro visible y el térmico. En estado puro se aprovechan sus propiedades ópticas para fabricar espejos domésticos e industriales, como pueden ser los de los telescopios reflectores. Se disuelve en ácidos y bases, siendo un elemento abundante en la naturaleza, aproximadamente el 8% de la corteza terrestre, solo aventajado por el oxígeno y el silicio.
En el catálogo de la XVIII Bienal de Pintura Rufino Tamayo que contempla 48 obras, la compositora de compuestos químicos cristalinos reflexiona sobre su fábrica icónica trayendo a colación otra longitud de onda, esa que suele referirse en alguna de sus tonalidades al santo monarca francés Luis IX Capeto (1214-1270), canonizado por el pontífice Bonifacio VIII en 1297 y consagrado plásticamente por el pincel de El Greco entre 1592 y1595 (Museo del Louvre, París):
En los últimos dos años he experimentado con el sulfato de cobre para lograr un tono de azul con la misma intensidad que el IKB [International Klein Blue], utilizando sólo el compuesto químico y sus posibilidades de transformación. Mediante el crecimiento de cristales aludo al mismo tiempo a los procesos de transmutación de los materiales (necesariamente un proceso temporal), a la trascendencia histórica del azul ultramar o la piedra de lapislázuli (utilizado desde hace siglos para referirse al plano espiritual) y en último lugar, a la consciencia del papel del hombre frente a la naturaleza. En mi trabajo, exploro la relación de las propiedades físicas y las transformaciones químicas de los materiales, ya sean orgánicos o inorgánicos, con el objetivo de presentar los procesos de transformación presentes en la naturaleza como acontecimientos artísticos en sí mismos. Un tipo de ready-made en donde mi papel se limita a facilitar y enmarcar estos procesos, equiparando la acción de la naturaleza con el trabajo del artista. (2)
MAP/Fosfato monoamónico. Mega-ampliación de un cristal en forma de prisma tetragonal.
Se afana en revelar las similitudes y los paralelismos que guarda el quehacer enunciativo del artista con los procesos y resultados de la naturaleza. Seductora en sí misma como intención, de autovalidación intrínseca y consustancial, la propuesta sugiere e insinúa una necesidad de la fábrica estética como bodega de ilusiones, que si bien suele cumplirse en la génesis de la historia pareciera debilitarse en la actualidad de un presente que desearía emanciparse del pasado por completo: me refiero al desarrollo del oficio, en calidad de conocimiento técnico de los materiales y los procedimientos de composición, que permite y alienta la vitalidad y el dinamismo en la praxis artística.
Renata Gerlero comparece alada, rara avis que sobrevuela sus dominios, armada con el báculo de Asclepio, el cáliz de Higía y el caduceo de Hermes, símbolos ampliados del saber, pues sus talentos no se constriñen a la salud, la farmacopea y la fortuna, sino que desafían todo límite y toda frontera, a la curiosidad intelectual y la sensibilidad ilustrada. Científica de la belleza que nutre el entendimiento de sus espectadores y la capacidad de placer de sus voyeurs, ratificando que la armonía de lo hermoso reposa más en la mente que en las impresiones de los sentidos. Victoria del espacio y en consecuencia del objeto en contexto, de allí que resulta lógico aludir al suprematismo, el constructivismo y al Movimento Spaziale…en su delectación por la sobriedad enigmática del blanco, que llegaría a ser motivo incluso del pronunciamiento de Lucio Fontana (1899-1968) (3)
Kazimir Malévich (1879-1935): Blanco sobre blanco, óleo sobre lienzo, 79.4 x 79.4 cm., 1917-1918, Museum of Modern Art, Nueva York.
Josef Albers (1888-1976): Homage to the Square (In Ivory Mist), óleo sobre masonite, 45.7 x 45.7 cm., 1964, Waddington Custot Galleries, Londres.
Sin proponérselo, la producción de Renata Gerlero amanceba escultura y pintura, tal vez porque está consciente de que la bidimensionalidad es un artificio de la representación, simplificador de la corporeidad distintiva de lo existente. En este tópico converge con Fontana, la voluntad monocromática los enlaza también; en especial su afirmación: “Nos negamos a pensar que ciencia y arte sean dos hechos distintos, es decir que los gestos realizados por una de las dos actividades puedan no pertenecer también a la otra. Los artistas anticipan gestos científicos; los gestos científicos provocan siempre gestos artísticos” (4). Nuestra artista no castiga los soportes de sus obras con buchi y tagli (agujeros y cortes); primero, por no necesitarlo; segundo, por recurrir o prohijar una texturización natural -de tipo queloide, en alusión a las cicatrices que superan la superficie original de las lesiones, del griego χηλέείδές: “algo parecido a la pata de un cangrejo”-, desencadenada por la reacción química de las sustancias en reacción. Empero, sí coincide de fondo con esa proclama de acercamiento e identidad relativa entre el mundo de la experiencia y los datos con el mundo de la interpretación y los hechos. Razones y sensaciones, ideas y emociones, objetividades y subjetividades, que recorren la obra de esta filósofa de la naturaleza.
Renata Gerlero reivindica su derecho a procrear un blanco propio, color acromático de claridad máxima, lejos de los estereotipos: el albayalde, el blanco de o carbonato básico de plomo [(CO3)2(OH)2Pb2], el óxido o blanco de zinc (ZnO), el blanco o dióxido de titanio (TiO2) o el marcador absoluto de su pureza representado por el sulfato de bario (BaSO4); y lo logra con creces –para ella y desde ella, hacia nosotros- porque los milagros ya habían tenido lugar…
(1) Pintor estadounidense identificado con los movimientos de la pintura monocroma, el minimalismo y el arte conceptual. En 1952 se mudó de Nashville a Nueva York para seguir su vocación jazzística como saxofonista, un año después se desempeñaba como guardia del Museo de Arte Moderno (MoMa) y es cuando comienza a pintar. En 1967 tuvo su primera exposición individual en la Paul Bianchini Gallery. La mayoría de sus obras presentan una pincelada influida por el expresionismo abstracto en pintura blanca sobre lienzos cuadrados o superficies metálicas. En 1993 y 1994 el MoMA (Nueva York) y la Tate Gallery (Londres) organizaron una gran retrospectiva itinerante de su obra, que incluyó el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Centro de Arte Walker (Minneapolis), así como los recintos sede de las instituciones promotoras.
(2) XVIII Bienal de Pintura Rufino Tamayo, presentación de Sylvia Navarrete y coordinación editorial de Victoria Cornejo, México, Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Bellas Artes, Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, 2019, p. 64. Sylvia Navarrete participó en el jurado de selección con los pintores José Antonio Farrera y Francisco Valverde (ganador de la XVII) y en el de premiación con José Villalobos y Emi Winter (ganadora de la XV).
(3) El manifiesto blanco, opúsculo publicado por los alumnos de Lucio Fontana en la Escuela de Arte Altamira, Buenos Aires, 1946. Este rupturista nacido en Rosario, Argentina, es el padre del espacialismo, participando en la redacción de los manifiestos: Movimento Spaziale en 1948 y Television Manifesto en 1952.
(4) Primer Manifiesto del Espacialismo, Milán, 1947, firmado por Kaisserlian, Joppolo, Milani y Fontana.
ANEXOS
Primer Manifiesto del Espacialismo
Lucio Fontana, Giorgio Kaisserlian, Beniamino Joppolo, Milena Milani, Milán, diciembre de 1947-enero de 1948.
El arte es eterno, pero no puede ser inmortal.
Es eterno en cuanto su gesto, como cualquier otro gesto acabado, no puede no seguir permaneciendo en el espíritu del hombre como raza perpetuada. Así, el paganismo, el cristianismo y todo lo que ha pertenecido al espíritu, son gestos acabados y eternos que permanecen y permanecerán siempre en el espíritu del hombre. Pero el ser eterno no significa para nada que sea inmortal. Más aún, el arte nunca es inmortal. Podrá vivir un año o milenios, pero siempre llegará la hora de su destrucción material. Permanecerá eterno como gesto, pero morirá como materia. Ahora bien, nosotros hemos llegado a la conclusión que hasta hoy los artistas, conscientes o inconscientes, siempre han confundido los términos de eternidad y de inmortalidad, buscando por lo tanto para cada arte la materia más adecuada para hacerla perdurar más largamente; es decir que fueron víctimas conscientes o inconscientes de la materia, hicieron decaer el gesto puro y eterno en el gesto duradero con la esperanza imposible de la inmortalidad. Nosotros pensamos desligar el arte de la materia, desligar el sentido de lo eterno de la preocupación de lo inmortal. Y no nos interesa que un gesto, acabado viva un instante o un milenio, porque estamos profundamente convencidos de que, una vez llevado a cabo, el gesto es eterno.
Hoy el espíritu humano tiende, en una realidad trascendente, a trascender lo particular para llegar a lo Unido, a lo Universal, a través de un acto del espíritu desligado de cualquier materia. Nos negamos a pensar que ciencia y arte sean dos hechos distintos, es decir que los gestos realizados por una de las dos actividades puedan no pertenecer también a la otra. Los artistas anticipan gestos científicos, los gestos científicos provocan siempre gestos artísticos. Ni la radio ni la televisión pueden desprenderse del espíritu del hombre sin una urgencia que de la ciencia va al arte. Es imposible que el hombre desde la tela, el bronce, el yeso, la plastilina, no pase a la pura imagen aérea, universal, suspendida, como fue imposible que del grafito no pasase a la tela, al bronce, al yeso, a la plastilina, sin negar para nada la validez eterna de las imágenes creadas a través del grafito, el bronce, la tela, el yeso, la plastilina. No será posible adaptar a estas nuevas exigencias imágenes ya detenidas en las exigencias del pasado.
Estamos convencidos de que, después de este hecho, nada del pasado será destruido, ni medios ni fines; estamos convencidos de que se seguirá pintando y esculpiendo también a través de los materiales del pasado, pero estamos igualmente convencidos de que estos materiales, tras este hecho, serán tratados y mirados con otras manos y otros ojos, y estarán llenos de una sensibilidad más afinada.
Segundo Manifiesto del Espacialismo
Gianni Dova, Lucio Fontana, Beniamino Joppolo, Giorgio Kaisserlian, Milena Milani, Antonino Tullier,
Milán, 18 de marzo de 1948.
La obra de arte es destruida por el tiempo.
Cuando, en la hoguera final del universo, también el tiempo y el espacio dejen de existir, no quedará memoria de los monumentos erguidos por el hombre, aunque no se habrá perdido ni un pelo de su frente.
Pero no nos proponemos abolir el arte del pasado o detener la vida: queremos que el cuadro salga de su marco y la escultura de su campana de vidrio. Una expresión de arte aérea de un minuto es como si durara un milenio, en la eternidad. Con esta finalidad, con los recursos de la técnica moderna, haremos que aparezcan en el cielo: formas artificiales, arco iris de maravilla, carteles luminosos. Transmitiremos, por radiotelevisión, expresiones artísticas de un nuevo tipo.
Si, en los comienzos, encerrado en sus torres, el artista se representó a sí mismo y a su asombro, y vio el paisaje a través de los vidrios y, tras haber descendido de los castillos a las ciudades, derrumbando los muros y mezclándose con los demás hombres, vio de cerca los árboles y los objetos, hoy, nosotros, artistas espaciales, hemos huido de nuestras ciudades, hemos roto nuestro recubrimiento, nuestra corteza física y nos hemos mirado desde lo alto, fotografiando la Tierra desde los cohetes en vuelo.
Con esto no exaltamos la primacía de nuestra mente en este mundo, sino que queremos recuperar nuestro verdadero rostro, nuestra verdadera imagen: una mutación esperada por toda la creación, ansiosamente.
Que el espíritu difunda su luz, en la libertad que nos ha sido dada.
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