Oculudentavis khaungraae o…

Oculudentavis khaungraae o…

el misterio de la creación

A propósito del nano-dinosaurio hallado en Myanmar

[Xing, L., O’Connor, J.K., Schmitz, L. et al. Hummingbird-sized dinosaur from the Cretaceous period of Myanmar. Nature 579, 245–249 (2020). https://doi.org/10.1038/s41586-020-2068-4]

Por Luis Ignacio Sáinz

El espécimen, encontrado en Birmania (la actual Myanmar), llamado Oculudentavis khaungraae, de rasgos primitivos de pájaro, quedó atrapado en un trozo de ámbar de 31.5 milímetros de extensión, fechado hacia la mitad de la era Mesozoica (entre 251 millones y 65 millones de años) . Se le atribuyen 99 millones de años de edad, que corresponderían al principio de la etapa del Cretácico. Su cráneo medía 7 milímetros, tamaño que rivaliza con el colibrí abeja, el volátil más pequeño de la actualidad, y que lo convierte en el dinosaurio más diminuto conocido de esa Era.

Provisto de una mandíbula poblada por un centenar de dientes y con ojos laterales, como los de los lagartos; parecería ser un depredador minúsculo de insectos. Las órbitas de los ojos eran muy grandes y tenían un anillo esclerótico grueso, con una pequeña pupila, lo que indica que era un animal diurno. Entre una diversidad de vertebrados, siete especímenes que han preservado vestigios de esqueleto de las enantiornitas, aves extintas…

Del griego arcaico: ἐνάντιος, opuestos y όρνιθες, pájaros. Término acuñado por el curador de pájaros fósiles del Museo Nacional de Historia Natural de Londres, el paleontólogo británico Cyril Alexander Walker (1939-2009):

Quizás la diferencia más fundamental y característica entre los Enantiornithes y todas las otras aves se encuentra en la naturaleza de la articulación entre la escápula […] y el coracoides, donde la condición ‘normal’ se invierte completamente.La escápula es el hueso plano y triangular donde se encuentran la clavícula y el húmero, con la presencia de la apófisis coracoides, orientadas de forma opuesta al de las aves modernas…

 

Escaneo de la tomografía computarizada que muestra un modelo en 3D

 

Fotografía, escaneos de tomografias computarizadas y dibujos de interpretación del HPG-15-3 holotipo (ejemplar base, marcador de la nomenclatura) del Oculudentavis khaungraae.

Acercamientos a la cabeza, el ojo y la pupila del HPG-15-3.

 

Si bien el Período Cretácico lo conocemos fundamentalmente por la extinción de los dinosaurios, también habría que subrayar que fue entonces cuando aparecieron inauguralmente insectos como abejas, hormigas, polillas.

Es el último periodo de la Era Mesozoica, que integra además, en orden ascendente de antigüedad al Jurásico y el Triásico. Las etapas del Cretácico son: Cretácico Inferior, que contempla dos momentos: Neocomian y Aptian-Albian; arrancando hace 145 millones de años y cerrando hace 125 millones de años; y Cretácico Superior, que contempla dos momentos: Alto Cretácico y Bajo Cretácico, arrancando hace 125 millones de años y cerrando hace 65 millones de años.

El momento climático –o mejor aún anticlimático-, que lo es además de la Era Mesozoica, consiste en el denominado Evento K/Pg (Cretácico-Paleógeno) [1], del que se cree fue la colisión de un gigantesco meteorito en la Península de Yucatán que al impactar con la corteza terrestre habría generado un enorme cráter de alrededor de 180 km. de diámetro, Chicxulub (en lengua maya, “cola del diablo”), causando la extinción de la mayor parte de los seres vivos: los dinosaurios, los reptiles voladores (pterosauros), la mayor parte de los reptiles acuáticos (plesiosauros, pliosauros e ictiosauros) y los ammonites.

Dinosaurios del periodo Cretácico

[1] http://www.lpl.arizona.edu/SIC/impact_cratering/Chicxulub/Discovering_crater.html

Nunik Sauret

Nunik Sauret

Instantes y silencios

Por Luis Ignacio Sáinz *

Nunik Sauret decidió vivir sumergida en las tintas y las texturas de las estampas, hasta mutarlas en su segunda piel, en el guardarropa de su alma. Asumió pues, su condición de ser de papel por elección; se despojó de los huesos y los músculos para atenerse a los pliegos de esas fibras orgánicas que la han seducido desde siempre. Mora pues, entre tramas y urdimbres, jaspeada por esas tintas profundas, misteriosas, luminosas, que son vehículo de su caligrafía, con las que nos convida su intuición del mundo y, acaso, sus personajes.

El Museo Nacional de la Estampa acierta al montar esta exposición a quien, por medio siglo, ha fatigado su imaginación con estampas en espiral, una miscelánea de prodigios que hoy nos convocan a esta casa del grabado y sus imágenes. En su generosidad, lo que tendría que ser un tributo en su honor, por los dones que ofrenda a sus fieles devotos, lo es para nosotros que, lujuriosos o serenos, apreciaremos su fábrica cuajada de aciertos, provocaciones y gotas de perfección. No nos equivoquemos, por su finura y esa rara habilidad de calcular el azar en cero, su plumaje ronda la perfección de Julio Ruelas.

Maestra de la contemplación fugaz y la iluminación del sentido de las cosas y los entes. La obra de nuestra compositora de zagas en gestos y trazos visuales, enraíza en el asombro insaciable y la emoción sin límites. Se desborda, no puede contenerse, de modo que todo lo arrasa en ese caudal de ideas y sensaciones metamorfoseadas en deslizamientos de línea y color, en ocasiones textura, y eludiendo de tiempo atrás la irrupción de la figura. Ha optado por una expresión vaporosa, refugiada en brumas y humos, renuente a manifestarse en los primeros planos.

La suya es una vocación contemplativa, digna del confinamiento en monasterios que huyen de los ruidos del mundo y sus tentaciones. Como en un caleidoscopio, su quehacer plástico, en movimiento perenne, linda con ese fenómeno meteorológico que conocemos como calima o calina: que acontece cuando la atmósfera es asaltada por diminutas partículas de polvo, ceniza, arcilla o arena en suspensión, invasoras de nuestro tiro visual, entorpeciendo la curiosidad de la mirada, desvaneciendo los contornos por igual de cuerpos y materias. Sin duda, uno de los factores esenciales de su vocabulario lo constituye el misterio: ese no sé qué de indefinición…

Nunik Sauret se mueve justo como pez en el agua: elegante, sin marcha de cauda aparente, suspendida entre burbujas invisibles, asignando contadas estrías y requiebros en la anhelante superficie del papel. Se desplaza con soltura y naturalidad, consecuencia de la levedad de su abstracción. Deslizamientos de la línea discretos, amantes de la insinuación del vacío, esas oquedades matéricas, que se alimentan de silencio, de hatos de nada, apenas delimitadas tales manifestaciones del no-ser con dejos del paso del pincel o el instrumento que porte en ristre, evocando las coqueras que habitan en el hormigón, como también lo hacen en los pliegues y las rugosidades de las piedras. Ahora, gracias a su genio, traslada estas deliciosas imperfecciones en la geografía del papel.

Obras que son pliegos únicos, libros ensamblados como acordeones, codex injertados; hojas intervenidas y superpuestas, dimensionando la permeabilidad de la luz, los motivos dibujados y las manchas jaspeadas, atrapados en cajas/recipientes acrílicos; rollos desplegados adosados a muro o reposando en gabinetes tendidos de cara, boca arriba. Piezas sueltas y colectivas, secuenciales y hasta acumulables-coleccionables. Nunik Sauret nos ofrece una miscelánea de veladuras y calas, cada una de ellas manifestación de un escenario plástico en ajetreo incontrolable, demostrando que, en su ideación y fábrica, hasta lo imposible deviene objetividad exquisita. Me repito sin remedio y subrayo que es una creadora de papel, por dentro y por fuera. Si uno se detiene a mirarla con atención, seguro, podría identificar la urdimbre y la trama de su rostro; y sus mismos ademanes revelarían los juegos de las fibras que, intersectadas, cruzadas, convidan folios. En nuestro territorio cultural ha terminado por ser su cronista, oráculo y sacerdotisa; amén de creyente más encendida. Nadie conoce como ella, remotamente, los intríngulis de tan caprichoso soporte vegetal.

Tras entregarse sin reservas al conocimiento del quehacer gráfico y sus modalidades de estampado, adquirió la rara habilidad de vertebrar constelaciones de sentido que evitan sucumbir a las narrativas: los entes de su imaginación, entregados a la contemplación, se hunden en la belleza del silencio, y a pesar de que nada dicen o predican nos cautivan en su frágil condición furtiva.

Por todo esto y lo que viene, quedo agradecido y en deuda con Nunik Sauret.

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A través de la exposición Instantes y silencios: Nunik Sauret, el Museo Nacional de la Estampa (INBAL) reconoce el quehacer de esta artista gráfica a través de la presentación de 80 piezas que constituyen una travesía por su imaginario creativo. Se trata de una muestra integrada por estampas litográficas, elaboradas con técnicas japonesas, impresas sobre papel y yeso, así como libros de autor y una instalación. Son obras realizadas en los últimos dos años por la artista en un trabajo conjunto con el Taller BlackStone que dirigen Arturo Guerrero y Francisco Lara. . La exhibición permanecerá hasta el 31 de mayo.

* Agradecemos al Doctor Luis Ignacio Sáinz quién nos ha permitido publicar el texto que escribió para la exposición y del cual hizo lectura en la ceremonia inaugural el 14 de marzo de 2020.

Contra la inequidad histórica y cultural

Contra la inequidad histórica y cultural

50 Mujeres, 50 Obras, 50 Años

Por Gabriela Gorab

El Museo de la Ciudad de México es sede de una de las exposiciones que más me han llamado la atención en lo que va de este 2020, se trata de la exposición 50 Mujeres, 50 Obras, 50 años.

Esta es una interesante muestra colectiva en la cual se presentan 50 piezas realizadas por 50 mujeres nacidas a partir del año 1950, y elaboradas en las más diversas técnicas: pintura, escultura, fotografía, escritura, textil, grabado, instalación y video.

Las artistas que participan en la exposición, desafían el statu quo al alzar su voz no solamente con su obra, sino al fomentar un ambiente de colaboración en base a su potencial creativo y la exteriorización de lo que en sus mentes tiene como objetivo hacer público su compromiso con la justicia social y el cambio estructural; con ello buscan generar conciencia cultural del pensamiento, la experiencia y la acción de lo que significa ser mujer en la actualidad.

En la curaduría de 50 Mujeres, 50 Obras, 50 años se buscó, sin duda, reflejar todo aquello que una mujer es y mucho de lo que la caracteriza, como ejemplo y sólo por mencionar algunas de las obras que componen esta gran muestra:

El Cosmos

“Antes del Presente #28” de Alejandra López Yasky (Hermosillo,1973), es un óleo con el cual la artista nos invita a reflexionar en torno a un eclipse social en el que las mujeres somos pieza fundamental para transformar la oscuridad en luz y a pensar cómo a través de un fenómeno de esta naturaleza tanto el ser humano como el Universo, podemos vivir con mayor armonía y en donde –idealmente– reine la justicia e inicie una nueva era.

La Realidad

“México creo en ti” de Rocío Caballero (Ciudad de México, 1964), es una obra en la que la protesta social está presente, y nos propone la desacralización de los monumentos históricos haciéndonos ver la frialdad e indiferencia con la que “aquellos” en el poder descalifican a la figura femenina, trayendo como resultado su ineficacia y las grandes fallas para proteger a las mujeres en nuestro país.

La Evolución

“Aves en un grito” de Betsabeé Romero (Ciudad de México, 1963) , es una instalación que ha participado en varias ferias y que ha sido presentada en diversos centros culturales y en bienales. Está formada por llantas y jergas, mismas que aluden al material con el que se limpian las casas mexicanas, esas con las que se realizan “labores propias de la mujer” y por las que las NO reciben remuneración alguna, pero que Betsabeé las muestra reinterpretadas como pájaros prehispánicos que migran de cultura, proponiendo el ascenso de la mujer hacia un cambio.

La Biología

“La Mesa Puesta II: Conchitas” de Claire Becker (Paris, Francia) es una escultura en donde se representa la investigación del machismo y sus repercusiones en la vida diaria: una cama azul representando la frialdad y unas vulvas blancas ofrecidas como golosinas que denotan a una sociedad que venera los valores del placer por encima de los valores éticos del respeto y el amor.

Este trabajo y esfuerzo colectivo toma el pensamiento y las habilidades de las mujeres como su punto de partida que nos llevan a reflexionar por medio del arte, siendo éste un catalizador para el discurso y el compromiso cívico, político y social.

Me parece que el Museo de la Ciudad de México está en concordancia con la motivación del imperativo ético de lograr un cambio y promover la igualdad por medio de estos proyectos que defienden una posición incluyente y equitativa, ya que como se sabe, las mujeres artistas todavía son subestimadas en muchos de los ámbitos del mundo del arte, ya sea en la representación de galerías, exhibiciones de museos, cobertura de prensa, precios de subastas o exhibiciones de colecciones permanentes en donde al parecer, existe una inequidad histórica y cultural en lo que a las mujeres se refiere.

50 Mujeres, 50 Obras, 50 años se presenta en el Museo de la Ciudad de México ubicado en José María Pino Suárez 30 en el Centro Histórico de la Ciudad de México hasta el 3 de mayo del año en curso.

Observación del Arte

Observación del Arte

y Arte de la Observación

Bertolt Brecht*

Es una opinión antigua y elemental que una obra de arte, en sustancia, deba actuar sobre todos los hombres, independientemente de su edad, educación y condición. El arte — dice — se dirige al hombre, a todos ellos, y no importa que éste sea viejo o joven, trabajador manual o mental, culto o inculto. De modo que una obra de arte puede ser comprendida y gozada por todos los hombres, ya que todos los hombres llevan en sí algo de artístico.

De semejante opinión deriva a menudo una decidida aversión hacia las llamadas interpretaciones de las obras de arte, hacia un arte que tiene necesidad de toda suerte de explicaciones y no se halla en condiciones de actuar “por sí mismo”. ¿Cómo —se dice— podría el arte actuar sobre todos nosotros? ¿Sólo cuando los expertos lo hayan hecho objeto de sus disquisiciones? ¿El Moisés de Miguel Angel debería conmovernos únicamente cuando lo haya explicado un profesor?

Así se dice, pero al mismo tiempo no se ignora que hay personas más dotadas que otras para disfrutar del arte y para sacarle partido. Es la mal afamada “minoría de entendidos”.

Existen muchos artistas (y no de los peores) que están decididos a no hacer, de ningún modo, arte sólo para esta pequeña minoría de “iniciados” y que desean crear para todo el “pueblo”. Es una intención democrática, pero — a mi entender — no del todo democrática. Es democrático hacer del “pequeño círculo de entendidos” un “gran círculo de entendidos”.

La observación del arte puede conducir a un efectivo aprovechamiento del mismo, sólo si existe un arte de la observación.

Si es verdad que en cada hombre se esconde un artista, que el hombre es el más dotado de sentido artístico de todos los animales, es cierto asimismo que tal disposición puede ser desarrollada y puede decaer. En la base del arte hay una capacidad de trabajo. El que admira el arte, admira un trabajo, un trabajo hábil y logrado. Y es necesario conocer alguna cosa de tal trabajo, a fin de admirar y gozar del resultado, es decir, de la obra de arte.

Tal conocimiento, que no sólo es conocimiento sino también sensibilidad, es particularmente necesario para la escultura. Es preciso tener un poco de sensibilidad para la piedra, la madera o el bronce y también unas nociones acerca del empleo de estos materiales. Es imprescindible sentir el cuchillo abriéndose camino en la madera, como del tocón informe emerge lentamente la figura, de la esfera la cabeza, de la superficie convexa el rostro.

Es más, en nuestra época hay necesidad de una ayuda que antes no era precisa. Desde un cierto punto de vista el surgir de nuevos métodos de producción de base mecánica, ha puesto en crisis al artesanado. Se ha perdido la noción de calidad de los materiales, y el proceso de elaboración no es ya el mismo que antaño. Ahora cada objeto es el fruto de la colaboración de muchos y el individuo no realiza ya por sí solo — como en un tiempo — todas las operaciones, sino que controla — de cuando en cuando —  únicamente una fase en el desarrollo del objeto. Así, se han ido perdiendo también el conocimiento y el sentido del trabajo individual. En la época capitalista el individuo se halla en pie de guerra con el trabajo. El trabajo amenaza al individuo. El proceso de trabajo y su producto suprimen todo posible elemento individual. Un zapato nada sugiere acerca de la personalidad del que lo ha fabricado. La escultura es todavía una actividad artesana. Pero hoy en día una escultura se observa como si — al igual que cualquier otro objeto — se hubiese producido de manera mecánica. Solamente el resultado del trabajo es considerado (y eventualmente gozado), pero ya no el trabajo en si mismo. Esto significa mucho para el arte del escultor.

Si se quiere alcanzar la fruición del arte no es nunca suficiente el querer consumir cómodamente y a buen precio sólo el resultado de la creación artística; es necesario participar de la creación misma, ser en cierta medida creadores nosotros mismos, ejercitar una cierta dosis de fantasía, acompasar o bien contraponer nuestra propia experiencia a la del artista, etcétera. Incluso el que se limita a comer, trabaja: corta la carne, se lleva el bocado a los labios, mastica. El arte y su fruición no puede ser conquistado de modo más fácil.

Así es necesario participar en el trabajo del artista, en tiempos reducidos, pero de una manera profunda. El material — la ingrata madera, la arcilla a menudo demasiado flexible — le produce cansancio y cansancio le da también el objeto, en nuestro caso — por ejemplo — una cabeza humana.

¿Cómo nace su reproducción de una cabeza?

Es instructivo — y proporciona deleite — el ver fijados por lo menos en la imaginación, las diversas fases por las que una obra de arte atraviesa, el trabajo de unas manos hábiles e inspiradas, el poder intuir algo de las penas y de los triunfos vividos por el escultor durante su trabajo.

He aquí, en primer lugar, aparecer audazmente las formas fundamentales, toscas y un tanto irregulares, la exageración, la heroificación, la caricatura si así se desea… Hay en esta fase algo de animal, informe, brutal. Vienen después los rasgos más particulares y sutiles. Un detalle, la frente por ejemplo, comienza a tomar un valor dominante. Después aparecen las correcciones. El artista descubre cosas, choca con dificultades, pierde la conjunción, construye otra nueva, abandona una concepción, formula otra.

Viendo al artista se empieza a observar y a conocer su capacidad. Es un artista de la observación. Observa un objeto viviente, una cabeza que ha vivido y vive, es un maestro del ver. Se intuye que es posible aprender de su capacidad de observación. Enseña el arte de observar las cosas.

Se trata de un arte muy importante para todos.

La obra de arte enseña a observar exactamente, esto es, de manera profunda, amplia y grata no sólo el objeto que ella modela, sino también otros objetos. Enseña a observar en general. Si el arte de la observación es ya necesario para poder experimentar algo del arte en cuanto tal, para poder encontrar hermoso lo hermoso, deleitarse con la medida de la obra de arte y admirar el espíritu del artista, es aún más necesaria para comprender los elementos de que el artista se vale en su obra de arte. Ya que la obra del artista no sólo es una bella expresión de un objeto real (una cabeza, un paisaje, un acontecimiento humano) y ni siquiera la hermosa expresión de la belleza de un objeto, sino y sobre todo es una representación del objeto, una explicación del objeto. La obra de arte explica la realidad que representa, refiere y traduce las experiencias que el artista ha llevado a cabo en la vida, enseña a ver justamente las cosas del mundo.

Naturalmente, los artistas de distintas épocas, ven las cosas de muy diversas maneras. Su modo de enjuiciarlas no depende sólo de su índole personal, sino también del conocimiento que ellos y su tiempo tienen de las cosas. Es una característica de nuestro tiempo el considerar las cosas en su desenvolvimiento, como cosas volubles, influídas por otras cosas y por toda clase de procesos, como cosas variables. Este modo de enjuiciamiento lo encontramos tanto en nuestra ciencia, como en nuestras artes.

Las reproducciones artísticas de las cosas manifiestan más o menos conscientemente las nuevas experiencias que hemos adquirido de ellas, nuestro creciente conocimiento de la complejidad, variabilidad y natural contradicción de las cosas que nos rodean… y de nosotros mismos.

Es necesario saber que por mucho tiempo los escultores han creído su deber el representar lo “esencial”, lo “eterno”, lo “definitivo”, para abreviar, el “alma” de sus modelos. Su concepción era ésta: Cada hombre tiene un determinado carácter que lleva consigo desde su nacimiento y que ya puede ser observado en el niño. Este carácter puede desarrollarse, es decir, se hace más concreto cuanto más avanza el hombre en años se revela cada vez más,  el hombre se vuelve — digamos — cada vez más distinto cuanto más vive. Naturalmente puede hacerse más confuso, ser modelado — en un determinado momento de su vida, ya en la juventud ya en la vejez —  de la manera más clara y decidida y volver a borrarse, a confundirse, a desvanecerse. Pero siempre es algo bien determinado lo que aquí se modela, se acentúa o se desvanece, concretamente el alma singular, eterna e irrepetible de este hombre en particular. El artista elaborará pues este rasgo fundamental, esa marca decisiva del individuo; debe subordinar a este único rasgo todos los demás y eliminar la contradicción de los diversos rasgos en un mismo hombre de modo que nazcáis una clara armonía, que no puede ser exhibida por la cabeza real, sino por la obra de arte, por la reproducción artística.

Esta concepción de la tarea del artista parece ahora haber sido superada y abandonada por algunos artistas y aparece ahora una nueva concepción. Naturalmente estos escultores saben que en el individuo existe algo como un carácter determinado en virtud del cual, éste se distingue de los demás individuos. Pero no ven ese carácter como algo armónico, sino como una cosa contradictoria y consideran su deber, no el eliminar de su rostro tales contradicciones, sino el representarlas. Un rostro humano es para ellos algo así como un campo de batalla sobre el que libran entre sí fuerzas  opuestas una eterna lucha, una lucha sin conclusión. No dan forma a la “idea” de la cabeza, a la idea originaria que el creador pudo haber soñado, sino a una cabeza que la vida ha formado y continuamente transforma, de modo que lo nuevo combate con lo antiguo, por ejemplo el orgullo con la humildad, la ciencia con la ignorancia, el valor con la cobardía, la serenidad con la desesperación, etcétera. Un retrato así reproduce la vida del rostro de modo que es una lucha, un proceso contradictorio. No simboliza un saldo de las ganancias y las pérdidas, sino que concibe a la faz humana como algo vivo, vital, en desarrollo. No se trata que de tal manera venga a faltar la armonía: las fuerzas que combaten acaban por equilibrarse; así como un paisaje puede estar en contradicción (he aquí un árbol que en realidad debe su supervivencia a la continua lucha de numerosas fuerzas contradictorias) y sin embrago producir una sensación de tranquilidad  y armonía, así también puede ser un rostro. Es una armonía, pero una nueva armonía.

Este nuevo modo de ver de los escultores representa sin duda, un progreso en el arte de la observación, y el público encontrará, durante algún tiempo, dificultades cuando se ponga a observar sus obras de arte — hasta que él también haya realizado ese progreso.

* Este breve ensayo póstumo de Brecht, escrito en agosto de 1939, se publicó en 1961 en la revista berlinesa Sinn und Form (Sentido y Forma) de la Academia de Bellas Artes de la República Democrática Alemana. La presente versión española está tomada de la obra de Paolo Chiarini, Bertolt Brecht, trad. De J. López Pacheco, Ed. Península , Barcelona, 1969, p. 211-215, en la que se incluye como apéndice.

El Anfiteatro de Puzzuoli

El Anfiteatro de Puzzuoli

Por Luis Ignacio Sáinz

La sofisticación romana se jaspeaba de sangre y alaridos sin que ello la perturbase en lo más mínimo. Jantanciosa y fatua, oscilaba entre lo vil y lo sublime. De allí la sentencia inapelable de Juvenal (60-128) contenida en sus Sátiras (X, 77-81), crítica despiadada al orbe pagano, que venciera la inquina ortodoxa de los scriptoria monásticos:

 

[…] Ya hace tiempo,

Desde que no se venden los sufragios,

Los públicos asuntos no le importan.

Y el pueblo aquel que daba antes imperios,

Haces, legiones, todo, ahora se calla

Y dos cosas tan sólo espera ansioso:

Pan y juegos. (1)

 

Mimmo Jodice (1934): Mediterráneo, Puteoli, Anfiteatro flavio, Campania, 1995. Vintage, impresión plata sobre gelatina, 30.5 x 24 cm. Titulada, firmada y fechada a lápiz en el reverso.

 

Y para quien lo dude el mismísimo Julio César poseía una famosa escuela (ludus) de gladiadores en la antigua Capeva, «la ciudad de las ciénagas» (después Capua y Santa María Capua Vetere), disuelta por Pompeyo al iniciarse la guerra civil en el 49 a. C.

El Anfiteatro de Pozzuoli, llamado también Circo flavio en honor al emperador del 69 al 79 Vespasiano, fue levantado en los estertores del siglo I. Con seguridad fue obra de los mismos arquitectos que construyeron el Coliseo, foro que le es contemporáneo. Edificado en la ciudad de Puteoli (en latín, “pocitos”), la actual Puzzuoli, en Campania, alojaba hasta 40 mil espectadores, aunque hay quienes aseveran que recibía hasta 60 mil morbosos visitantes; el tercero del Imperio por su tamaño, sólo detrás del de Roma (óvalo de juego de 75 por 44 metros) y el de Capua, urbs maxima opulentissimaque italiae de acuerdo con Tito Livio.

Con el correr de los años, este puerto que concentró a lo largo de más de un siglo el comercio con Alejandría, se sumiría en la desgracia del anonimato por el protagonismo comercial de un astro naciente de nombre Ostia, en el Lazio, de cara al mar Tirreno y a tiro de piedra de la capital proconsular, asistido semejante complejo de muelles y bodegas en la boca del río Tíber con el Emporium, entre la colina del Aventino y el Rione Testaccio, llamado así por los fragmentos de las amphorae rotas y, por supuesto, los fondeaderos clásicos de Ripetta y Ripa Grande, remodelados en 1704 por Alessandro Specchi. El bullicio y la magnificencia de tal arquitectura barroca serán consignados en un grabado de Piranesi, que disipa toda duda de su importancia.

 

Giovanni Battista Piranesi (1720-1778): Vista del Puerto de Ripetta, grabado; 54.2 x 78.9 cm., 1748-1774.

 

Volviendo a los alrededores de Nápoles, la infraestructura subterránea que permaneció más tiempo enterrada en Pozzuoli, se conservó mejor. Al parecer fue incorporada en la era de Trajano (legatus legionis en la Hispania tarraconensis) o en la de Adriano (divus Hadrianus tras su deidificación o apoteosis, el de la pasión por Antínoo), los emperadores ibéricos.

En los cuatro sectores que se forman por los dos corredores ortogonales y el gran ambulacro  (en latín ambulācrum, “paseo”) elíptico a lo largo del muro del escenario, se ubicaban las estancias para atender a los gladiadores y disponer las cacerías. Un foso de 43 metros a lo largo del eje principal permitía la elevación de enormes tramoyas. Otros pozos o socavones facilitaban el levantamiento de las jaulas cargadas con las bestias para depositarlas sobre la arena.

 

Mattia Luigi Nappi: Corredores subterráneos, Anfiteatro Pozzuoli-Flavio, 2010

 

Ferdinando Marfella: Estructura antisísmica, exterior del Anfiteatro Pozzuoli-Flavio, 2004

 

En este teatro estaban destinados a morir en las fauces de las fieras, San Genaro, el patrono de Nápoles, el de la licuefacción de la sangre cada 19 de septiembre, jornada del suplicio, y San Proculo, patrono de Pozzuoli, durante la persecución de Diocleciano en 305, acompañados por otros fieles y devotos. Empero, según la tradición, estos mártires fueron sacrificados junto al volcán napolitano de la Solfatara en el Foro Vulcano, en compañía de los diáconos y laicos Acucio, Eutiquio, Sosio, Festo y Desiderio, por una incomprensible conmutación de la sentencia ad bestiarum por decapitación en el tribunal de Dagonzio. Magnanimidad del juez imperial.

Sin funciones, el Circo vespasiano, que también así lo podríamos bautizar, continúa vigilando los acontecimientos críticos del presente, aguardando su tiempo oportuno, cuando el caos reinante demande nuevos sacrificios y ofrendas para saciar la ira de los dioses y congratularse de nuevo con esos primeros motores de la creación, poblada de accidentes generados por el libre albedrío de sus –justo– creaturas.

 

Fotografías históricas – Roberto Rive (1825-1889)*

Anfiteatro Flavio

 

Bahía, puerto, puente de Calígula y Cabo Miseno

 

Templo de Serapis Pozzuoli, Campania, 1860-1880.

 

(1) Poema compuesto en hexámetros dactílicos, los de una sílaba larga seguida de dos breves, salvo el verso de cierre que suprime una sílaba y se denomina cataléctico. En la versión original de este fragmento de la 10 de 16 Sátiras tenemos: “… iam pridem, ex quo suffragia nulli uendimus, effudit curas; nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses”. Véase: Sátiras de Juvenal y Persio, traducción de Francisco Díaz Carmona, colección Biblioteca Clásica, Madrid, tomo CLVIII, Librería de la Viuda de Hernando y Cª, 1892, p. 166. Las cursivas muestran una crítica adicional, pues a pesar de que la costumbre de los candidatos de comprar los votos en las elecciones o comicios había sido proscrita por Sila y que siguiendo a Suetonio  (Vidas de los Doce Césacres; De vita caesarum) Calígula quiso restablecer sin conseguirlo; el pueblo desdeñaba su importancia, entregándose a la banalidad justo de los espectáculos montados en el Circo máximo y aquellos foros de su misma estirpe. Por ello: “pan y circo”.

 

  • Revisar el catálogo de este fotógrafo italiano, nacido en Gran Bretaña. Residió en Nápoles, de allí la atención especial brindada a Pompeya, Herculano, Pozzuoli o Paestum.

 

 

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